¿Estoy contento?
Sí… pero distingamos.
Para empezar, si gustan, podemos distinguir entre
estar contentos porque
«tenemos Papa»
y estar contentos porque
«tenemos este Papa».
Lo primero está reflejado en la alegría de la fumata blanca,
el festejo del público en la plaza antes de que anunciaran
al elegido.
Habemus Papam -todavía no sabemos quién.
¿Hay razón para esta alegría?
Claro que sí. Varias razones,
en realidad. Desde la más infantiles (la alegría emocionada
del niño que entró al cine o al circo, y espera que empiece
la función) hasta las más profundas: la dicha (equiparable
a la dicha de un nacimiento, «un nuevo hombre ha llegado
al mundo») de sentir que la Iglesia -vieja y nueva-
es algo vivo, en el signo visible del nuevo Papa; algo que
explica bien
Amy:
Habemus Papam… alegría visible en todos los rostros.
¿Por qué? Ya se sabía que íbamos a tener algún Papa.
¿Por qué alegrarse tanto, cuando todavía no sabíamos quién era? …
Y sin embargo, estábamos contentos. Aún los escépticos
sentían eso. ¿Por qué? […]
En nuestro corazón, buscamos lo permanente, lo estable.
Aquella que fue plantada firmemente, por la palabra y la obra y la
promesa de Aquel que caminó y amó hace siglos;
la que ha tratado de preservar esa palabra y obra
con fidelidad, de continuar evangelizando en su nombre,
y la que nos habla a través de ceremoniales antiguos, del
arte y de las mismas palabras … y que nos asegura
que toda la belleza, solidez y fidelidad que vemos son
sólo débiles ecos de lo que nos espera…
Lo que me emocionó más fue la presencia viva
de Jesús, no en un determinado individuo, no en la
esperanza de un determinado «rumbo» futuro,
sino en el evento total, que es más que un evento,
que se extiende hacia el pasado y hacia el futuro, y
nos contiene a todos, con los ojos fijos en lo que
Benedicto XVI dijo -a Dios le place usar a
sus siervos más humildes para que su voluntad de cumpla-,
el cuidado de la vida humana, la caridad con el pobre,
el perdón y la misericordia; una llamada que viene de milenios,
y a través de los milenios es contestada….
Hay razón, pues, para decir, como dice
la fórmula,
que
«Habemus Papam» es
«una noticia grande y alegre». Y sí, en este sentido, estoy contento: tenemos Papa.
En segundo lugar,
«tenemos este Papa».
Creo que algunos se alegran de que hayan elegido
a este Papa … con buenos motivos; otros, con
malos
motivos. Y lo mismo vale para los católicos que lo lamentan.
Por mi parte, tengo que decir que mi impresión inicial
fue de asombro; realmente no lo esperaba.
(Debo estar leyendo demasiados blogs yanquis, que la expresiones «rolling my eyes» y «shocked» son las que primero se me ocurren). No me imaginaba a Ratzinger de Papa, y todavía no logro acostumbrarme.
Es claro -ya lo dije varias veces- que Ratzinger me cae
muy bien. He leído algunas cosas suyas, y todas me parecieron estupendas; y no conozco otro cardenal del que pudiera decir lo mismo (porque de la inmensa mayoría no conozco nada). Pero (en parte por eso mismo!) internamente no lo consideraba un «papable».
No puedo negar, entonces, que mi asombro tiene también
su buena cuota de alegría. Pero aclaremos: esa alegría
se funda sólo en lo dicho: la agradable sorpresa de encontrar que un tipo que uno admira y aprecia sea puesto en semejante lugar… la alegría entusiasta y un poco juguetona
del que se alegra al compartir de alguna manera la suerte -inesperada- de un amigo.
Pero mi alegría no es la del votante cuando gana
su candidato (
«hicieron bien en elegir a Ratzinger/tiene mis mismas opiniones/es el que yo hubera votado/es lo que la Iglesia necesitaba»);
no es eso. En este sentido,
no me alegra ni me entristece esta elección, lo mismo
que si otro hubiera sido el elegido.
Porque yo acá puedo animarme a criticar sin vergüenza a cualquier obispo (cardenal…o Papa), pero de ahí a creer que puedo discernir -o siquiera sospechar- si éste es mejor que aquel para suceder a Pedro… hay un abismo que espero nunca saltar.
Pero sí, estoy contento. Casi tanto como
estas monjas.