Ya que en la entrega anterior, a propósito del antisemitismo, menté las tragaderas asombrosas (en un intelectual) de Castellani para consumir cierta literatura… «crank», vamos ahora ahora con un texto aún más irrelevante -y quizás también más bochornoso:
Hoy he estado todo el día encorvado sobre el enorme libro de Davidson y Aldersmith “The Great Pyramid: its divine Message”, porque el fatídico 20 de Agosto de 1953 (ayer) es la penúltima fecha fatídica de la Historia antes de 1992 que sería la última, según estos piramidólogos[…] La lectura de Davidson me ha dejado dudoso: su estudio detenido pediría mucho tiempo y muy variados y difíciles conocimientos. Las conclusiones provisorias que he sacado son las siguientes:
1°. Los descubrimientos astronómicos encerrados en la geometría del enorme monumento son indiscutibles, y son una pura maravilla, pues tener esos conocimientos unos 3.000 años (entre 3.500 y 2.000) antes de C. y cifrarlos todos ellos con ingenio súper humano y exactitud minuciosa en una mole geométrica de piedra, destinada a ser un mensaje de una civilización adelantadísima y agonizante a otra civilización adelantadísima y agonizante, es cosa de milagro.
2°. El simbolismo religioso coincidente con la revelación hebrea contenido en las medidas aritméticas de la larga, quebrada y bifurcada galería interior, que marcaría en cada uno de sus accidentes la fecha del Diluvio, del Éxodo de Israel, del Nacimiento y la Pasión de Cristo, no parece imposible y parece probable por las pruebas suministradas.
3°. Las determinaciones datales que siguen, como 1914 gran guerra y comienzo del período de tribulación universal, 1918 armisticio y nacimiento de la U.R.S.S., 1928 (Reino de Israel?), 1939, 1945 y las dos últimas de 1953 y 1992 me dejan dudoso: pues se basan en la determinación previa del punto 1914 y el llamado “descubrimiento de la pulgada regia o polar”: 1,0011, un poquito mayor que la pulgada inglesa, del cual no puedo juzgar si es auténtico o artificioso. Ciertamente que estas predicciones dejarían chiquita por su exactitud a la revelación hebreo-cristiana.
4°. Finalmente, las conclusiones proféticas de Davidson, que él apoya en una selva espesísima de datos e índices, acerca del predominio providencial de la raza anglosajona (nuevo pueblo elegido), su alianza y fusión con Israel, la derrota de Rusia (“el rey del Norte” de los profetas hebreos) y una apocatástasis (o restauración) milenarista sin Anticristo ni agonía del mundo, todo eso me parece imaginación y fanatismo, y claramente heterodoxo en dos puntos: a) en el fijar con exactitud la fecha de la Parusía, 1992; b) en la concepción de la Parusía diferente de la del Apóstol Juan. En suma, Davidson, que es un gran hombre de ciencia, se convierte al final (como Newton en su famoso «Apokalipsis») en un pseudoprofeta, que quizá allana. o prepara el camino del Anticristo. […]
Contexto: Castellani dice esto -en parte citando una carta suya a otro sacerdote- en unas conferencias que dictó en 1953, y que fueron recopiladas póstumamente con el título (un poco absurdo, también) de «Psicología humana«. Lo trae más bien a propósito de lo último, ese milenarismo «optimista» que él rechaza (no calza con las concepciones del apóstol Juan – o con las suyas). Más notable es lo que da por bueno.
-Bueno, ¿y qué? Ponele que se equivocó, que compró un buzón. ¿Por qué ensañarse con eso? A cualquiera puede pasarle, un error de juicio aislado -incluso a intelectuales de primer rango. Eso no demuestra nada.
Yo no pretendo demostrar nada, ni quiero ensañarme con errores de juicio aislados. Pero, una vez más, esto no es aislado. Es parte del cuadro. Esta gaffe de Castellani ilustra varios rasgos muy suyos.
Primero, advirtamos que no es que Castellani se haya limitado a dar -pasivamente- por buenos los laboriosos delirios de estos piramidólogos: sino que gastó «todo el día encorvado sobre el enorme libro». Y, lejos de sentirse avergonzado de haber empleado así su tiempo y sus dotes, lo comenta en una conferencia y -en este rol suyo, de maestro– expone sus conclusiones provisorias a sus discípulos – que más tarde recogen sus enseñanzas en un libro. Es algo más que un error de juicio privado.
Por otro lado, este rasgo suyo, esta falta de criterio -de olfato- para detectar la endeblez intelectual de esta literatura folletinesca, indica una determinada incultura. No hace falta ser erudito, sólo hace falta algo más elemental, al alcance de la mayoría, ese algo que señalé cuando mentaba el pecado del crank: un acto de confianza en la matriz de conocimientos de tu entorno.
Suele decirse que el hombre medieval era libresco, en el sentido de que asignaba una autoridad desmesurada a la información que encontraba en los libros (entonces raros y preciados); como si su primera reacción instintiva, al recibir por ese medio un dato nuevo y curioso, fuera el de intentar acogerlo, hacerle un lugar dentro de su modelo del mundo. Un medieval culto como Isidoro de Sevilla podía creer en el unicornio que se tornaba dócil al reclinar su cabeza sobre una doncella. Hoy cualquier persona medianamente (mediocremente) culta, descreerá de ese dato, incluso si lo lee en un libro (o página web), sea como hecho antiguo o descubrimiento reciente. ¿Por qué? No porque tenga más inteligencia, erudición zoológica o sentido crítico que Isidoro. Sino porque participa, aunque sea débilmente, de una matriz de conocimientos -una matriz nueva; y porque es conciente de que un dato tal no cabe en esa matriz, y porque confía en que, de haberse descubierto algo por el estilo recientemente, todos los diarios habrían hablado del tema. Pero ¿hace bien en confiar en los diarios? Claro que sí; en este sentido, hace bien: es señal de salud mental y de cultura.
Por cierto, no estoy diciendo que la salud mental o la cultura de Castellani estuvieran por debajo de la del hombre moderno promedio; al contrario. Pero sí que tenía sus eclipses – algunos mucho más graves y más crónicos que este de las pirámides. Y, aunque no exactamente en el sentido medieval, sí que era libresco: estaba demasiado cómodo con los libros, mucho más que con la gente y con el mundo. (¿estoy proyectando? por’ai… no será la última vez.)
Sí, Castellani leía mucho; pero leer mucho no es necesariamente leer bien. Por lo que se lee y por cómo se lee. Yo creo que leía con glotonería cierta literatura rancia o de baja calidad, que halagaba sus fantasías. Y se me hace que el escapismo de aquel que devora libros de ciencia ficción (o pornografía) debe ser más inofensivo del que devora teología vencida… o egiptología… con la creencia de que, en lugar de alimentar sus ilusiones pueriles, está alimentando su sabiduría sobre Dios y el mundo… y su capacitación docente.
Sobre todo esto, habrá más que decir, en general. Algo más sobre esta cita: nótese cómo en el punto 2 da por buena, implícitamente, una exégesis bíblica obsoleta en 1953 (¡la fecha del diluvio!). Y, peor todavía, cómo en el punto 3 pone en un mismo plano (conmensurables según la coordenada «exactitud») las profecías bíblicas con las predicciones numéricas (confiables o no, eso no importa) de la pirámide. Eso también, me temo, es grave incultura teológica.
Añado aquí otra cita, emparentada: una mención elogiosa a otro libro de dudosa categoría de otro ingeniero… que le viene recomendado por otro ingeniero (¡malhaya el gremio!), en una nota apéndice al «Apokalipsis de San Juan» – este sí que es un libro con el que debo ensañarme – mientras tanto:
Escrito todo lo que antecede, y ya en prensas este libro, leí por gentileza del ingeniero Lafuente la notable obra del ingeniero electrónico Berhardt Pilberth, Die Christlicbe Profezeiung*, traducido de la segunda edición alemana por Studium, Madrid, año 1962, con el título de Las Profecías Cristianas y la Energía Nuclear. El autor es un joven profesor de Munich, fervoroso y muy instruido católico. Su obra es una interpretación del Apokalypsis desde solamente el respecto de la energía atómica; y ése nos parecería el único defecto de esta obra, que su punto de visión es estrecho y demasiado exclusivo, especializado; lo cual no es ilícito, desde que prescindentium non est mendacium. Pero ella contiene grandes excelencias. Concuerda en lo esencial con la interpretación dada en nuestro libro. Es halagadora y tranquilizadora esta coincidencia[…] suponiendo sea acertada la lectura de Philberth; quien la respalda con gran copia de erudición científica y aun rigor matemático.
Que un presunto exégeta católico, tras escribir toda una interpretación del Apocalipsis a mitad del siglo XX, encuentre «tranquilizadora y halagadora» la coincidencia con semejante obra, … es melancólico. Sirva al menos para ilustrar lo dicho, el Castellani libresco, su aislamiento teólogico, que es decir su incultura. Ampliaremos.
… De un vistazo se da perfecta cuenta que aquel escritor no tiene erudición de ley; que ese orador dice fatuidades, que esotro profesor a las claras no sabe su oficio y la erudición de que alardea es de tercera clase…
Esto lo dice, a propósito de Castellani, Hernán Benítez, en su introducción a «Crítica Literaria» (1945). El prólogo, a diferencia de la gran mayoría, es de lectura grata (Hernán Benítez era buen escritor), pero… como venimos viendo… estas virtudes son altamente discutibles. Castellani sabía distinguir esos defectos a lo sumo en aquellos que le eran -a priori- antipáticos o adversarios. Poco o nada de sentido crítico tenía con las erudiciones de los aliados como los P. Meinvielle, P. Filippo, etc.; o con ciertos ingenieros.
Otro ejemplo sería su afición a la literatura aparicionista (Garabandal, Sánchez Ventura)… pero eso quizás pida entrada aparte.
Actualizado: Otro ingeniero (esta vez industrial) con berretines de exégeta apocalíptico aparece en Jauja 6 (1967): un artículo largo e infumable, en la línea de (y citando a) las obras de Castellani, con su Ciudad de Satán en la que caben todos los «ismos» de la modernidad.