La respuesta —al menos hasta cierto punto— de la adivinanza de ayer.
La cita es de Heinrich Böll, de un artículo que escribió en 1960 sobre Marx. La conexión que establece con los otros dos se refiere, más que a un aspecto de sus ideas, a sus vidas: o mejor dicho, a cierta manera de vivir con o para sus ideas. Böll contrasta al Marx de 26 años, recién casado, provisto de bienes, prestigio y brillantes perspectivas mundanas, con lo que fue su vida posterior…
H. Böll – Artículos, críticas y otros escritos (ed Noguer 1975 – p 84)
Adivinanza resuelta. No era fácil, no.
Ahora ¿tiene razón? ¿Existe ese algo (esa, digamos, vocación por un absoluto, incomprensible para el entorno, aceptada y llevada como una especie de maldición ruinosa) y es cierto que esos tres son buenos ejemplos, y que es difícil encontrar otros?
A lo último (y por lo tanto a lo primero) yo me inclinaría a responder que sí: que existe y que es muy raro. Sabemos que es fácil imaginar montones de otros ejemplos: que fulano preferirió ser fiel a sus ideales y vivió pobre, que mengano pudo haber sido rico y famoso y sin embargo no pudo resignarse a perder su integridad moral, y etc etc. Pero también sabemos la fábula de la zorra y las uvas, y tenemos razones para sospechar que tantísimas acciones virtuosas (hagiografías incluidas) están contaminadas de amor propio. El mejor caso no suele pasar de «hacer de la necesidad virtud». Que no es poco. Pero es mucho menos de lo que se trata aquí.
De los tres personajes ejemplificadores, el que menos conozco es el central: Marx. Ni de sus ideas ni de su vida. Así que ahí no me meto. No tengo, a priori, motivos para descreer; y, contrariamente a muchos colegas católicos, reconocer una alta virtud en Marx no me disgustaría en absoluto, al contrario.
Sí puedo animarme a opinar sobre Bloy. Y provisoriamente le doy la razón a Böll. Creo que sí es buen ejemplo, y de hecho es el único que se me ocurre. Y no lo digo por una especie de devoción personal, ni porque ante el nombre de Bloy se me disipen aquellas suspicacias – de hecho, cuando alguien le tira algún elogio a Bloy (literario, ideológicaoo moral) mi primer impulso es rechazarlo. Pero… esto que señala Böll, esto sí, este es el punto. Y lo vio también (un poco sorpresivamente para mí) uno muy alejado de Böll y no muy afín a Bloy: Castellani («¿Por qué no trabaja? ¿Por qué no hace algo útil, algo que rinda, aunque sea lavar platos? ¡Tiene mujer y cuatro hijos! Eso es lo cuerdo y lo moral. ¡Es un inmoral! […] La vida de un lavaplatos sano e imbécil es un paraíso, comparada con la vida de Léon Bloy. ¿Y quién, pudiendo, no elegirá el paraíso? Si no lo elige, es porque no puede […] Y bien, él quiere firmemente dejar de ser Léon Bloy, se debate peor que el mal ladrón contra el leonbluayismo; pero su «subconsciencia» (como decimos hoy) no quiere: su Destino, Fatalidad, Dios … quieren otra cosa…»). Pero, dirá alguno ¿acaso esto no es lo mismo que «hacer de la necesidad virtud»? No. Nada que ver.
¿Y qué diremos de la tercera -y terciaria- del grupo? La beata Angela de Foligno es una mística franciscana del siglo XIII – (B16 le dedicó una de sus audiencias de los miércoles recientemente). Yo había leído algo (poco y mal) sobre ella, y de ella; tenía una vaga memoria de algún problema o tragedia familiar, así que di por buena su inclusión, provisoriamente. Ahora, al leer las biografías que se encuentran por ahí, no me queda muy claro. Sí, perdió a toda su familia (madre, esposo y ocho hijos) de golpe, en las primeras etapas de su conversión – y ya antes su devoción era muy criticada y combatida por su familia, su madre sobre todo. Pero no encuentro mucho más que justifique el papel ejemplificador que le da Böll. Leo en su Libro de la vida (se puede bajar acá) el relato de la muerte de sus hijos… es un poquitín chocante:
Por supuesto, los editores se apresuran a meter nota al pie para que los lectores no se escandalicen demasiado (como en Lc 14,26 – y citan lo que más tarde dice, sobre cierta época de su vida: «El vivir me era un tormento, mucho mayor que el dolor por la muerte de la madre y de los hijos y más que todo dolor que yo pudiera imaginar.») En fin, no sé. Es posible, pienso, que Böll (católico al fin y al cabo, aunque problemático) haya leído este libro -mejor que las reseñas hagiográficas-, conozca mejor a la beata y tenga razón. En cualquier caso, es buena excusa para que yo trate de conocerla mejor.