John Middleton Murry – introducción a los Diarios de Katherine Mansfield
«Me gustaría poder hablar no ya de una literatura comprometida sino de una literatura responsable», decía Marta. A mi ver, es más o menos lo mismo. Responsabilidad y humildad, de un lado, vanidad y propaganda (que eso es lo que habitualmente se entiende por «compromiso») del otro. Fidelidad del escritor a la misión que tiene – que es decir, respeto al público lector (que sea mínimo, no importa; y aun cuando el único lector fuera el mismo escritor, igual debería cuidar de respetarlo). Simone Weil llegaba a decir que la libertad de expresión debía ser total para quien NO hablara en nombre de un grupo. Y es que, para ser fiel a esa misión, para administrar honradamente el don recibido, hay que estar atento: lo que importa es ser útil – y para ser fiel a eso, no habrá que negarse a resultar «funcional al adversario», o a menoscabar la autoridad propia -individual o partidista.
Es claro que estas son -o deberían ser- preocupaciones propias de los escritores. Cosa que yo no soy. Igual.
En un alma sana, la inteligencia se ejerce alternativamente de las tres maneras, con grados diferentes de libertad. En su primera función es una sirvienta. En la segunda es destructiva y debe ser reducida al silencio cuando empiece a dar argumentos a la parte del alma que, en todo aquel que no se halla en estado de perfección, se pone siempre del lado del mal. Pero cuando opera sola y separada conviene que disponga de una libertad soberana. De lo contrario le falta al ser humano algo esencial.