Extractos de un par de cartas que Henri de Lubac recibió alrededor de 1965 – de «Memoria en torno a mis escritos». El remitente… podría ser una adivinanza (un poquito más difícil si nos limitamos al primer párrafo) – pero eso no es lo que importa.
… El R. P. Carlo Boyer, antes de dar comienzo al último Congreso Tomista (en todo caso, el último al que yo asistí, bajo la férula del P. Garrigou y la censura permanente de Boyer), llevó aparte a Pegis para detallarle todos los pasajes de «Humani generis» que, aseguraba, iban dirigidos contra usted. ¿Cómo lo sabe? preguntó Pegis; C. B. respondió que en Roma todo el mundo lo sabía. Pero, insistió Pegis, seguramente alguien autorizado lo habrá dicho ¿quién? El R. P. se quedó sin palabras. […] No me atreveré a publicar, aunque lo pienso, que todo esto -Boyer incluido- es una consecuencia, o sencillamente una manifestación, del filosofismo endémico en la Iglesia desde sus orígenes, pero que se instaló para siempre en la Escolástica desde el s. XIII. Por un santo Tomás y algunos otros que asimilaron magníficamente el peligro, e incluso se elevaron y alzaron sobre él, centenares de «racionalistas» de cortos alcances han sucumbido. El P. Boyer me pidió un día un artículo para un número de Doctor Communis (¡nada que ver con el Doctor Communis!) y me propuso, entre otros posibles temas, dos: 1. Philosophia fundamentalis necessaria ad salutem; 2. Doctrina S. Thomae Aquinatis in omnibus sequenda. Le respondí, en sustancia, que esas dos proposiciones eran contradictorias. Intenté decirlo con delicadeza en un artículo, pero no estoy seguro de que lo comprendiera.
Es horrible que la ortodoxia esté en manos de sus destructores. El drama del modernismo consistió en que la teología ruinosa de sus adversarios era, en gran medida, responsable de sus errores. Se equivocaba, pero la represión estuvo dirigida por hombres que no tenían razón, y cuya pseudo teología daba como resultado una reacción modernista inevitable. Yo no veo salvación más que con una teología tomista al modo que usted la entiende: con san Agustín, san Buenaventura y los grandes orientales, todos deben ser bienvenidos, porque al margen de sus diferencias filosóficas inevitables, todos buscan una intelección de la misma fe. […]
Es usted un teólogo de alto linaje, pero también un humanista según la gran tradición de los teólogos humanistas. Estos sienten poca simpatía por los escolásticos, y los escolásticos generalmente los detestan. ¿Por qué? Pienso que se debe, en parte, a que no comprenden más que las proposiciones simples, unívocas o que parecen serlo. A usted le interesa más bien esa verdad que la proposición intenta formular, y que se le escapa siempre en parte. Entonces ellos se confunden, se inquietan y, como no pueden estar seguros de que lo que se les escapa es falso, condenan por principio: porque es más seguro. Su perla de inestimable valor me llega muy oportunamente [se trataba de una frase que recogí de labios un teólogo romano: «Lo que dice es muy verdadero, pero también algo peligroso»]. En mi tercera lección en Georgetown escribí lo siguiente:
«Tomás de Aquino no fue un tomista particularmente seguro; más que lo seguro, el prefería estar en lo cierto – lo cual no es lo mismo. El tomista seguro prefiere no enunciar la verdad completa si corre el riesgo de inducir a error. Tomás procede distinto. Una vez que tiene la certeza de una verdad, la expone con el mayor rigor posible; después de todo, si lo que dice está bien, los que lo malinterpretan son responsables de sus errores».
La enormidad de su teólogo romano es un testimonio perfecto de la indiferencia de tantas almas piadosas con respecto a la palabra verdad. […] Mi ventaja -duele decirlo- es que no soy sacerdote. Si hubiéramos sido sacerdotes, ni Maritain ni yo habríamos podido escribir la centésima parte de lo que hemos escrito. Habríamos sido, como suele decirse, crucificados. Pero nada tengo que enseñarle a este respecto, ¿no es así? Como sea, hace falta que se reimprima Surnaturel.
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Qué bueno! qué bueno! qué bueno! Por supuesto, es para quedarse y llevar en la cartera de la teóloga o el bolsillo del teólogo esa magnífica proposición: «Es horrible que la ortodoxia esté en manos de sus destructores». Es lamentablemente cierto, y por allí asoma lo que debemos agradecer a la Providencia en estos 2000 años: que siempre ha sido así, y aun hay ortodoxia, a pesar de todos sus enemigos, más internos que externos, más «in-sensatos» que deseosos de acabar con ella.
Me viene a la mente esa frase que tanto me gusta de Eusebio de Cesarea, cuando presenta al personaje de Papías de Hierápolis señalando que «fue un hombre de escaso entendimiento, a juzgar por sus escritos»… bien, Papías es una de las fuentes más citadas por los defensores de historicismos revestidos de Tradición en torno a los evangelios, pero además ha sido fundador de escuela en esto de «pocas luces y muchos escritos».
Gracias por traer este texto. No, no pensé en Gilson más que con la frase final, pero le cabe muy bien la descripción del teólogo humanista que hace De Lubac.