Domingo de ramos (2)

A Laura no le convence una cosa del post anterior: suponer que los mismos que aclamaron a Jesús en su entrada a Jerusalén fueron los mismos que días después lo rechazaron y prefirieron a Barrabás.
Es cierto, no hay necesidad de suponerlo.
Es una suposición que suele hacerse, sin embargo, por la verdad poética -digamos- que encierra (y que para el fin basta): la volubilidad de las masas, la facilidad de estar con Jesús en los momentos de gloria y lo difícil que es manterse fieles en los momentos de humillación. También a Pedro le fue fácil entusiasmarse con la Transfiguración, pero en seguida se rebeló contra la cruz.
Por otro lado, uno podría argumentar que, si tan sólido era el apoyo popular hacia Jesús, eso no se vio demasiado durante los eventos de la Pasión. Pero -me retrucarán- justamente por eso el juicio se hizo de noche, en secreto.
Otro podrá decir que las aclamaciones a Jesús «Hijo de David» apuntaban a un Mesías «imaginario», triunfante al modo «carnal»: no sabían lo que decían, eran palabras huecas (y por lo tanto no hay por qué suponerlos «fieles», y negar la posibilidad de que en pocos días se tiraran contra Jesús). Pero se puede responder -y a esto en buena medida apuntaba mi pobre post- que Jesús parece haber aprobado esa aclamación. No les dijo (ni explícitamente ni con sus actos) «Uds no saben lo que dicen». Al contrario, más bien. Como si el «estar (actuar) en la verdad» no necesariamente requiriera «entender»…
Es tema opinable, en verdad.

Y veo ahora que Castellani dice algo que viene al dedillo, para ilustrar el punto de Laura… y el mío:
… Cristo no resistió a esta aclamación, antes bien al contrario, la preparó; era necesaria a su misión. Dos veces los sacerdotes le mandaron que hiciera callar a su gente, que andaba profiriendo (según ellos) disparates y blasfemias. La primera vez, Cristo respondió «Si yo acallo a estos, hablarán las piedras». La segunda vez: «¿No habés leído en la Escritura: De la boca de los niños y de los lactantes sacaré yo una alabanza perfecta, dando a entender que los que aclamaban eran gente sencilla y humilde, comparable a niños; con, por supuesto, una cantidad de chiquilines barulleros y gritones, como suele suceder. Pero su alabanza era «perfecta», es decir, VERDADERA.

La multitud no era perfecta: nunca lo es.
Aqui hay una cosa importante: no es la misma esta multitud que la otra del Viernes Santo que pide la muerte de Cristo. El exégeta de la Escritura tiene que ser un poco «detective», es decir, considerar el conjunto de los hechos y dese conjunto deducir otro hecho que no está allí, como Sherlock Holmes. Los autores dicen vulgarmente que era la misma muchedumbre «todo el pueblo de Jerusalén»: no fue así; los partidarios de Cristo después se asustaron y se escondieron; por eso dije no eran perfectos.

Yo mismo puse un libro una reflexión que es falsa: «Vean cómo es el pueblo de voluble y tornadizo; hoy aclama a uno como Rey y mañana desea asesinarlo, como a Hipólito Yirigoyen». Eso pasa a veces, desde luego; y el poeta Robert Browning hizo un hermoso poema sobre este tema. Pero aquí no fue el caso: los que gritaron «Crucifícalo, crucifícalo» el Viernes no eran los mismos que habían gritado «Hijo de David» el Domingo. Eran dos fracciones del pueblo de Israel…

«Domingueras prédicas», sermón del Domingo de Ramos de 1965.
Las mayúsculas son de Castellani; las negritas, mías.

Otro lector me pregunta si esto lo traigo a colación ahora, en lugar del domingo de ramos, por alguna aplicación a un caso particular. Puede ser, puede ser. Cada cuál sabrá dónde le aprieta el zapato. No es para mí una cuestión teórica, en cualquier caso.
# | hernan | 15-abril-2005