A veces a uno le pasa —al menos a mí me ha pasado, en la ducha por ejemplo…— que debe decidir un curso de acción; y uno quisiera tener la certeza de cuál es la decisión correcta —cristianamente hablando (claro está que no sólo hace falta lucidez para discernir lo mejor, sino también voluntad para seguir ese camino, sí; pero aquí se trata de esa primera instancia, nomás)… y resulta que, de las varias alternativas a la vista, una se impone por su candidez, y en seguida se descarta como utópica: «Si yo fuera un santo, la decisión sería fácil: debería hacer aquello. Pero, como no soy un santo… no es tan fácil.» Y se pone a orejear las cartas que tiene en la mano.
Mal. Falsa salida. Fatal error. Reboot. Vuelve al casillero de salida y pierde un turno.
Es absurdo, es contradictorio poner que uno sabe lo que debería hacer si fuera un santo… y decirse al mismo tiempo que uno no sabe qué debe hacer ahora. Porque el razonamiento es muy simple: «Si yo fuera un santo, lo que debería hacer es X. Ergo… yo debería hacer X». No tiene vuelta de hoja, y la premisa «Yo no soy un santo», por verdadera que sea, no cambia absolutamente nada.
«Lo que yo debería hacer si fuera un santo» siempre es estrictamente idéntico a «Lo que yo debería hacer ahora».
Fantasear con que puedan ser cosas diferentes es mala señal. Señal de duplicidad de corazón, de no querer una sola cosa. Porque, una de dos: o mi premisa «Si yo fuera un santo… debería hacer aquello» es acertada, o no. Si es acertada, entonces ya la instancia de discernimiento está terminada, no hay que preguntar más «que debo hacer», puesto que ya lo sé; y si no hago lo que sé que debo hacer (y me distraigo estudiando alternativas), no puedo excusarme en mi no santidad: eso no es causa atenuante sino consecuencia agravante. O bien: es posible que mi premisa sea falsa, que me esté equivocando al creer saber «lo que debería hacer si fuera santo»; quizás esté más bien imaginando lo que un santo haría (quizás un santo determinado, un san Francisco de Asís… o acaso el mismo Jesús)… lo cual, muy probablemente, no pase de una fantasía piadosa; y en cuanto fantasía que me hace ser infiel a la realidad y esquivar mi tarea de ser santo en acto, tan o más pecaminosa que otras fantasías. Quizás sea cierto que los santos tengan las decisiones más fáciles; pero que sea fácil imaginar esa facilidad… eso es otra cosa. Y al fin de cuentas, ya que lo que a uno lo interesaba de entrada era decidir un curso de acción: difícil que la peor decisión sea peor que alimentar falsas ideas sobre la santidad.