El desafío no es cómo usar bien la red —como se cree con frecuencia— sino cómo vivir bien en el tiempo de la red. En este sentido la red no es un nuevo medio de evangelización, sino, sobre todo, un contexto en que la fe está llamada a expresarse no por una mera voluntad de presencia, sino por una connaturalidad del cristianismo con la vida de los hombres.
La cita es de un jesuita italiano, Antonio Spadaro. Y no sólo me parece muy bien, sino que con sólo cambiar «red» (Internet) por «cultura» -lo cual no es nada forzado- vendría a expresar netamente uno de los varios (pocos) temas que vivo rumiando últimamente – en conexión con aquello de P. Evdokimov.
Y esa «mera voluntad de presencia» (el prurito de aportar peso católico a lo que se ve, se oye, se lee) podría verse como una especie de utilitarismo o carencia de visión «sacramental» – no lejos del reproche que los mismos católicos hacemos sobre la concepción meramente hedonista del sexo. Querer que la cultura «sea católica», no porque nos interese la cultura, sino porque nos interesa el catolicismo (y —atención— el catolicismo en el plano en cual la cultura puede servirle de sostén). Ver a la cultura (la civilización, el mundo), en términos colonialistas: no la amamos -incluso la despreciamos un poco- pero nos sirve; no la consideramos parte nuestra, pero conviene que esté bajo nuestro dominio.
Se me hace que la eterna cantilena del católico militante contra la infiltración gramsciana (y los lobbies, y etc etc) es, en su mayor parte, eso mismo: el colonialista frustado que ha perdido sus cómodas fuentes de materias primas y presiente que le será difícil seguir viviendo de rentas. Más trabajo y menos lamentos, entonces; que si lo perdiste en verdad nunca fue tuyo.