Takahata, precisamente con Frédéric Back, es el protagonista de la primera mitad
del documental «Sekai Waga Kokoro no Tabi (The Journey of the Heart)«, una rareza que vi hace poco
(torrent – sólo para fanáticos de Ghibli).
La primera mitad es un viaje de Takahata a Canadá (1997?). Además de visitar a su admirado Back, conoce el parque Upper Canada Village, una especie de gran museo histórico que reproduce la vida
de un pueblo canadiense del siglo XIX. Cosa turística, claro, pero también educativa – y Takahata dice
cuánto le gustaría tener algo así en Japón. En cualquier lugar, en realidad.
Claro que Takahata tiene un
interés especial: él fue quien dirigió «Ana de Tejas Verdes», que transcurre justo en este ambiente.
En la segunda mitad, es Hayao Miyazaki (de pie!) el protagonista. París-Toulosse-Sahara-Cabo Juby (sur de Marruecos), siguiendo el recorrido que hacía Saint-Exupéry cuando trabajaba en la Aeropostale. Miyazaki se sube a una avioneta muy similar a la de entonces, visitando los hoteles y lugares donde él paraba -en suma, tratando de ver las cosas desde el lugar del otro.
Yo no sabía que la influencia de Saint-Exupéry sobre Miyazaki (y sobre su amor por la aviación) era tan grande; me entero que «Tierra de hombres« («Wind, sand and stars» en algunas traducciones) es su libro favorito —y la verdad es que es un libro estupendo, espero releerlo. Impresiona ver su entusiasmo al examinar los aviones, y su emoción al evocar la figura de S.E. —emoción muy perceptible, incluso en la cara de Miyazaki e incluso sin subtítulos.
La tierra nos enseña más sobre nosotros que los libros. Porque se nos resiste. El hombre se descubre a sí mismo cuando se enfrenta a un obstáculo. Pero, para superar ese obstáculo, necesita una herramienta. Necesita un cepillo de carpintero, o un arado. En su labor, el labriego arranca poco a poco algunos secretos a la naturaleza, y las verdades que extrae son universales. Del mismo modo el avión, la herramienta de las líneas aéreas, sumerge al hombre en todos los viejos problemas.
Tengo siempre ante mis ojos la imagen de mi primera noche de vuelo sobre Argentina, una noche oscura en la que sólo brillaban, titilantes como estrellas, las escasas luces esparcidas por el llano.
En aquel océano de tinieblas, cada una de ellas señalaba el milagro de una conciencia. En aquel hogar se leía, se pensaba, se intercambiaban confidencias. En aquel otro, quizá, se intentaba sondear el espacio, se hacían cálculos sobre la nebulosa de Andrómeda. En aquel otro se amaba. Aquí y allá, sobre el campo, luces que reclamaban su sustento. Incluso las más discretas, la del poeta, la del profesor, la del carpintero… Pero, entre aquellas estrellas vivas, cuántas ventanas cerradas, cuántas estrellas apagadas, cuántos hombres dormidos…
Debemos procurar encontrarnos. Es preciso que intentemos comunicarnos con algunas de aquellas luces que brillan separadas en el campo.
Antoine de Saint-Exupéry – comienzo de Tierra de hombres (orig)