La respuesta católica a esta vieja cuestión (en coincidencia con la iglesia ortodoxa, y en discrepancia con el islamismo; judíos y protestantes suelen estar más cerca de éstos que de aquellos) es bastante contundente: el segundo concilio de Nicea (año 787) declaró herejes a los iconoclastas (los enemigos de los iconos, que pretendían erradicarlos de las iglesias). Los iconos, entonces, están categóricamente autorizados.
La discusión está disparada por las consabidas objeciones de Rob (un protestante inteligente que frecuenta Disputations) : «Las Escrituras prohiben las imágenes religiosas», «Si se trata de venerar a los santos, ¿para qué hacen falta las estatuas?» ,etc.
Tom, que suele estar de acuerdo con Rob, le contesta: «En este asunto, estás rotundamente equivocado».
Por supuesto, la raíz de la cuestión es el hecho de ser nosotros espíritus encarnados (y en el fondo, lo que está en juego es aceptar la Encarnación del Verbo: cosa que, justamente, los musulmanes y judíos niegan; y a los protestantes aceptan… con dificultades). «¿Por qué son necesarias las estatuas? Es como preguntar por qué es necesario el vino!», dice bien Tom.
Y, para mejor, todo esto dispara un aporte de un representante del cristianismo oriental (más entendido que el occidental en tema de iconos) que Tom recopila. Y que yo traduciría por completo si tuviera tiempo… Bueno, van algunos párrafos:
… En esencia, los iconos no son medios que ayudan
a rezar, ni canales para la gracia (aunque también lo son,
pero secundariamente); los iconos son una confesión de fe.
… Si bien la veneración de los iconos puede ser una parte opcional para la práctica piadosa de un hombre en particular, no es una parte opcional de la Fe.
Aun suponiendo que sea apropiado venerar a los santos, ¿por qué venerarlos mediante iconos? Porque cuando veneramos a un santo, en verdad lo veneramos a él, no a «su memoria» (podemos además venerar su memoria, claro) Y puesto que creemos en la resurrección del cuerpo y su transfiguración, es justo venerar la imagen del santo en su cuerpo transfigurado. Por eso, la veneración del icono de un santo es similar y al mismo tiempo diferente de la veneración de sus reliquias, y ambas tienen su lugar. En las reliquias, recordamos la memoria del santo, y celebramos su vida terrena; nuestra cercanía al objeto material del santo nos recuerda que él fue una persona real, y no un ser mítico. En el icono, por otro lado, vemos al cuerpo glorificado del santo. Veneramos su beatitud presente y eterna, y evocamos la plenitud de alegría que esperamos.
Al venerar el icono, reconocemos que el Reino de los Cielos ha llegado, y que el santo no está muerto, sino vivo para siempre.
Es por esto que en la antigua alianza no se permitían las imágenes, ni siquiera de las personas más virtuosas. Antes de Cristo, esas almas buenas aún no eran almas glorificadas, estaban esperando ser liberados de la muerte en el infierno…
… Si bien la veneración de los iconos puede ser una parte opcional para la práctica piadosa de un hombre en particular, no es una parte opcional de la Fe.
Aun suponiendo que sea apropiado venerar a los santos, ¿por qué venerarlos mediante iconos? Porque cuando veneramos a un santo, en verdad lo veneramos a él, no a «su memoria» (podemos además venerar su memoria, claro) Y puesto que creemos en la resurrección del cuerpo y su transfiguración, es justo venerar la imagen del santo en su cuerpo transfigurado. Por eso, la veneración del icono de un santo es similar y al mismo tiempo diferente de la veneración de sus reliquias, y ambas tienen su lugar. En las reliquias, recordamos la memoria del santo, y celebramos su vida terrena; nuestra cercanía al objeto material del santo nos recuerda que él fue una persona real, y no un ser mítico. En el icono, por otro lado, vemos al cuerpo glorificado del santo. Veneramos su beatitud presente y eterna, y evocamos la plenitud de alegría que esperamos.
Al venerar el icono, reconocemos que el Reino de los Cielos ha llegado, y que el santo no está muerto, sino vivo para siempre.
Es por esto que en la antigua alianza no se permitían las imágenes, ni siquiera de las personas más virtuosas. Antes de Cristo, esas almas buenas aún no eran almas glorificadas, estaban esperando ser liberados de la muerte en el infierno…
[* El adjetivo «interesante» es feo, ya sé; pero me he resignado a no poder evitarlo; resignación que forma parte de una más grande (la de no saber escribir).]