… Es de noche. Se platica al fondo de una botica. —Yo no sé, Don José, cómo son los liberales tan perros, tan inmorales. —¡Oh, tranquilícese usté! Pasados los carnavales, vendrán los conservadores, buenos administradores de su casa. Todo llega y todo pasa. Nada eterno: ni gobierno que perdure, ni mal que cien años dure. Tras estos tiempos, vendrán otros tiempos y otros y otros, y lo mismo que nosotros otros se jorobarán. Así es la vida, Don Juan. —Es verdad, así es la vida. —La cebada está crecida. —Con estas lluvias… —Y van las habas que es un primor. —Cierto; para marzo, en flor. Pero la escarcha, los hielos… —Y además, los olivares están pidiendo a los cielos agua a torrentes. —A mares. ¡Las fatigas, los sudores que pasan los labradores! En otro tiempo… —Llovía también cuando Dios quería. —Hasta mañana, señores. …Antonio Machado – De «Campos de Castilla» – Baeza, 1913.
Los abajo firmantes, en nuestro nombre, en el de miles de católicos que nos han expresado su sentimiento concorde, y en el del pueblo argentino, solicitamos la firme intervención de las más altas autoridades Civiles, Eclesiásticas y Militares -señalándoseles la gravísima responsabilidad que contraen ante Dios- a fin de impedir que se concrete la representación teatral de la obra blasfema Jesucristo Superstar. Esta obra falsea y profana la imagen y por lo tanto la Persona divina y humana de Jesucristo Nuestro Señor y ya su solo título representa una grosera blasfemia a Dios. Estas notas comportan un agravio tal a la Majestad Divina que hacen inaceptable toda modificación de lo que debe ser firmemente rechazado, ya que, independientemente del libreto, su puesta en escena estática y dinámicamente -música, coreografía, vestuario, etc.- constituye un contexto de suyo extremadamente sensual, incompatible, en todo caso, con un texto al que se pretende dar un contenido religioso. El General San Martín manda cortar la lengua a los blasfemos. Que el sable de San Martín no sirva hoy para amparar la blasfemia.Solicitada en el diario La Nación, Buenos Aires, 26 de abril de 1973. El teatro en cuestión (El Argentino) fue incendiado la semana siguiente por militantes católicos (sabían de un agravante, que la solicitada pudorosamente omite: el dueño del teatro era judío.) A fines de ese año estallaron bombas en cines que estrenaban la película.
El año 1825 fue el famoso año de las misiones. Fue seguido de un jubileo general. Yo tenía entonces dieciséis años. Toda Francia, empujada por los misioneros, confesó y comulgó (exceptuando a este servidor), se tornó santurrona, jesuítica, sacristana; hizo, en una palabra, acto de contrarrevolución. En aquellos años, Rousseau y Voltaire eran malditos, los jóvenes llevaban escapularios y las muchachas formaban bajo las banderas de la Virgen; el testamento de Luis XVI estaba colgado en todos los hogares; era una devoción universal a Dios, a los curas, al rey y a los príncipes; los liberales estaban en el error.
Este recrudecimiento piadoso y monárquico duró hasta 1829. Yo, que había sido testigo del fervor, lo fui del relajamiento. El espectáculo no fue menos curioso. Los jóvenes dejaron de ir a vísperas y se pusieron a cantar a Beranger. Las muchachas desertaron del coro de la iglesia y se aficionaron a la ópera; los padres y las madres se volvieron impíos de bastante mala gana. En fin, he visto en 1830 a nuestros honrados burgueses que habían llevado sobre sus cristianas espaldas la cruz de la misión, ir disfrazados de guardias nacionales a derribar esa cruz, cantando La Marsellesa.