Tendencia a difundir el mal hacia afuera: también la tengo. Los seres y las cosas no me son suficientemente sagrados. ¡Ojalá no ensuciara yo nada, aunque estuviera toda convertida en fango! No manchar nada, ni aun en mi pensamiento. Ni siquiera en mis peores momentos destruiría una estatua griega o un fresco de Giotto. ¿Por qué, pues, otra cosa? ¿Por qué, por ejemplo, un instante de la vida de un ser humano que podría ser feliz por un momento?
Simone Weil
«Shi» (Poetry – Poesía), película surcoreana (2010). Creo que ya la he mencionado aquí, o al menos al director, Chang-Dong Lee, santo de mi devoción. La abuela que decide hacer un curso de poesía, al tiempo que descubre que está empezando a perder las palabras (Alzheimer). También por entonces descubre que el nieto que tiene a cargo es culpable de una violación en grupo en su colegio, que terminó en suicidio de la víctima adolescente; y los padres de los involucrados la quieren convencer de participar del arreglo que comprará el silencio de la madre de la chica.
En este marco, y un poco lateralmente, se ubica lo que sigue. Los alumnos del curso de poesía (al parecer algo vulgares y desganados; mujeres mayormente) deben relatar el momento más feliz de sus vidas. La consigna no suena muy prometedora, ni en la realidad (yo quizás habria abandonado el curso ahí mismo) ni en la ficción (qué habría hecho un guionista argentino con esto…) Pero aquí el guionista es el mismo Chang-dong Lee. Y el resultado de las seis historias mínimas, que trascribo (la última es la de la abuela protagonista, que termina su relato llorando – como la primera), me resulta, en su conjunto, perfecto – una perfección poética, justamente – como si fueran estrofas de una poesía.
El mejor momento de mi vida… Yo crecí con mi abuela, ella me crió. Para mí, siempre fue mi madre. Le encantaban las canciones. Pero no había memorizado ninguna, porque se había pasado la vida trabajando.
Un día… yo era una niña… teníamos una hoja de papel blanco, de las que se usan para los rituales… y decidí escribirle la letra de una canción. Así es como le enseñé a mi abuela a cantar.
Me recuerdo, señalándole cada frase con un palillo… Creo, sinceramente, que ese fue el momento más feliz de mi vida.
(-¿Qué canción era? -«La joven barquera»)
Mi abuela falleció el año pasado, y aún le cantaba esa canción, cuando iba a visitarla, Ella siempre me pedía que se la cantara… le gustaba tanto!
Me casé tarde, ya no era una jovencita. Tuve a mi primer hijo con casi cuarenta años, un embarazo tardío…
Los dolores no empezaron hasta las últimas semanas. Nunca tuve dolores tan terribles, nunca…
Pero al fin, entre tanto dolor, nació el niño. Sentí como si algo se escapara de mí… una especie de masa ardiente, caliente como el sol.
Y oír su primer llanto… aquello fue el momento más maravilloso, más asombroso… más lleno de emoción que he vivido nunca.
Yo no tengo recuerdos hermosos, lo siento.
Durante veinte años viví en una habitación en un sótano…
Hace seis años, por fin pude alquilar un departamento en esta ciudad. No pedían mucha fianza y el alquiler era accesible.
Y entonces me mudé.
Creo que ése fue el mejor momento de mi vida. Me acosté en el suelo… y me sentí un rey. El mundo era mío!…
Yo voy a una iglesia católica. Nuestro templo es bastante antiguo y muy bonito. Cuando llega la primavera los árboles de la entrada se cubren de brotes, de un verde que me emociona. De ver tanta belleza, se me oprime el corazón.
Suelo acariciar los brotes, con delicadeza, para no dañarlos, y les digo: «Qué bonitos son!»… Dicen que son signos de que me hago vieja…
En esos momentos siento, que pase lo que pase, aunque termine enferma y agonizando entre sufrimientos, soy una mujer feliz. Sí, soy feliz.
Estos días… estoy enamorada. Es algo hermoso, y también una tortura. Porque es un amor que no puede ser. Él está casado, y yo también.
Yo siempre había creído que me caía mal… tiene mal carácter. Pero en una ocasión, salimos juntos de trabajar del turno de noche y terminamos… en la cama. Sólo pasó una vez, pero no puedo quitármelo de la cabeza. No consigo olvidarlo. Cuanto más lo intento, más me acuerdo de él. Si al menos no lo viera cada día… Ya saben el dicho: «Ojos que no ven, corazón que no siente». Pero mis ojos están destinados a verlo.
Aquel día lloré y reí como una loca. Y aunque el sufrimiento me destroce… incluso este sufrimiento es una maravilla.
Recuerdo un momento cuando era muy niña. Quizá sea realmente el primer recuerdo de mi vida. Era demasiado joven para recordar qué edad tenía. ¿Tres años? ¿Cuatro?
Creo que mi madre estaba enferma… y mi hermana mayor cuidaba de mí. Las dos nos llevamos siete años.
Las cortinas rojas del salón estaban corridas para que no entrase luz. Pero un rayo de sol se colaba, a través de un resquicio. Iluminaba la mitad de la cara de mi hermana, la otra mitad estaba en la sombra. Me había vestido con ropa elegante.
«Misha, ven aquí, acércate». me llama, dando palmadas. Voy hacia ella con pasos inseguros…
Yo era muy pequeña pero me daba cuenta de que mi hermana me quería. La oía llamarme, y me sentía tan bien!… Era feliz.
«Qué linda soy»… eso es lo que pensé entonces.
«Misha, ven aquí. Vamos, Misha…»
Precisamente hoy recordaba otra gran frase: L’attention est la forme la plus rare et la plus pure de la générosité (Simone Weil)
Amo está película, y me ha llegado mucho cómo queda conectado con la frase de Simone Weil
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La película ya me encantaba:http://egmaiquez.blogspot.com.es/2010/12/blog-post.html Me ha entusiasmado el post. Gracias.