[…] la situación religiosa del hombre moderno, contemplada en su conjunto y a primer golpe de vista, produce una impresión de desmantelamiento, de una cierta pobreza —por no decir miseria—, de un vacío y un extrañamiento respecto de los antiguos usos y concepciones habituales, que habían llegado a hacerse tan queridos. Pero conviene guardarse de tomar como definitiva esa primer impresión, y sobre todo de valorarla de antemano en un solo sentido -negativa o positivamente. Las mutaciones estructurales en la historia del espíritu tienen generalmente una cierta ambivalencia y neutralidad: no es sólo que pueden ser interpretadas de un modo u otro, sino, principalmente, que el hombre que vive la situación puede sacar de ellas lo uno o lo otro. Y esta manera creativa de tomar el «material» espiritual que ofrece la época corresponde especialmente a los cristianos. Pertenece a su misión interpretar el tiempo presente (Lc 12:56) y, más aún, elaborar algo cristiano en lo que ofrece el tiempo.
[…] Así también la imagen de Dios en nuestro tiempo tiene un estilo propio, y el cristiano debería reconocerlo y saberse expresar en él. Y esto no desde fuera, de un modo diplomático y apologético, sino desde dentro: como hijo de este tiempo, que participa de la situación, de las privaciones y las riquezas de la época, y que, con todo, sabe sacar «cosas nuevas y viejas» (Mt 13:52) del tesoro de la revelación de Dios que le ha sido confiada, para interpretar su tiempo y servirle y servirse.
Leído ayer en un libro de Urs von Balthasar («El problema de Dios en el hombre actual» – 1956 – Guadarrama – p . 199).