Es tiempo de Pascua. Y aunque alguna parte de mi alma
puede decir aquello de Leon Bloy, es sólo una parte.
También -por suerte- puedo decir que los textos en que aparece Jesús resucitado, me resultan de los más impresionantes de los evangelios.
Si me apuran, diría que me parecen de los más convincentes.
Y no son mucho más que cuatro episodios (tres en Juan y uno en Lucas).
La aparición a Magdalena,
los discípulos de Emaús, el par de apariciones a puerta cerradas (escena con Tomás el incrédulo incluida) y la aparición en el mar de Galilea.
Todas muy memorables, y cada cual con su rasgo imprevisto, misterioso, insondable [*]
La Magdalena que sólo lo reconoce cuando Jesús pronuncia su nombre: María!. Los discípulos de Emaús que tampoco lo reconocen pero sienten «arder su corazón» cuando él les explica las Escrituras.
El sencillo gesto repetido de comer,
para mostrar a los discípulos que no se trata de un espíritu.
Y la escena, tremenda, sobrecogedora,
en que Jesús los espera en la orilla del mar, de noche… y la comida silenciosa en común… y Juan que
nos dice, como la cosa más natural del mundo, que
«… ninguno de los discípulos se atrevía a preguntarle: «¿Quién eres tú?», pues sabían que era el Señor».
Como decía el cura en el sermón de Pascua: Creemos esto,
sabemos que Cristo resucitó. ¿Qué más queremos?
[* Han criticado la película de Mel Gibson -entre tantas otras cosas- por casi no ocuparse de la Resurrección. Yo aprecio la objeción -religiosa-,
pero, aparte de que la película justamente se llama
«La pasión»… ¿cómo filmar eso?
]