… o, si prefieren, «la disimetría esencial». Ambas expresiones pueden servir de título… aunque en sí apesten a ineptitud y a pedantería. Pero de esto último, por una vez, yo no soy culpable, como se verá; sólo estoy citando.
Es que había prometido un ejemplo particular de aquella ilusión que decía: la de pretender saber dónde se está jugando el partido del bien contra el mal y de creer que estamos jugando del lado de los buenos -o al menos alentando, como hincha sufrido y fiel.
El ejemplo, en realidad, consiste en una frase solamente… pero para que no me acusen de sacar de contexto, me creo obligado a explicar ese contexto, y a enlazarlo. Ni aconsejo su lectura (ni siquiera a los efectos de este post)1, ni estoy atacando al autor — de quien, es cierto, no tengo nada bueno que decir, pero lo conozco apenas más que de nombre (de hecho, antes del día en que leí esto, tenía, por referencias, un concepto más bien positivo de él; y ya quisiera tener un ejemplo menos cercano, para correr menos riesgo de lastimar sensibilidades y enfriar amistades2; cosas que pasan cuando uno tira palos cerca… pero de verdad, este fue el ejemplo más grande, el que me impulsó a escribir esto). No voy contra el autor, sino contra el espíritu que este escrito suyo y esta frase suya representa. Claro que no pretendo esquivar la deducción de que el autor, sus lectores, su tribu (también yo acaso) probablemente participan en buena medida de ese espíritu. Tampoco me desdigo de lo que dije alguna vez, sobre la pretensión de divorciar las críticas a una persona de las críticas a las obras de esa persona; para nada. Y, desde ya, quede claro: esta obra en particular (esta frase, en el contexto de este escrito, en el contexto en que el autor la escribe y la publica) me parece una bazofia.
Se trata, en teoría, de exégesis bíblica. El texto pretende repasar el estado de la cuestión (perdón: el Status Quaestionis) en el catolicismo actual. El esquema es netamente ideológico: es una sola coordenada, entre dos extremos o «dos polos»; a la izquierda (digamos) el progresista-racionalista-crítico-liberal, a la derecha el tradicionalista-fideísta-fundamentalista-conservador (los términos no son sinónimos, claro, pero están correlacionados, y en estas coordenadas ideologizadas coinciden casi por completo). Y la tesis del autor es: los extremos están equivocados, pero… no va ud. a comparar; los verdaderamente malos son los progresistas. Esa es la «la disimetría esencial», y esa es la «diferencia de entidad» de los errores de cada bando.
Esta… llamémosla parcialidad, aunque se hace más explícita al final, marca todo el escrito. Por ejemplo: Al relevar los documentos principales del magisterio reciente (no hay muchos), se detiene en este de la Pontificia Comisión Bíblica (1993), quizás el más importante -y, este sí, de lectura recomendable. Esta exposición (que firma Ratzinger, en su calidad de Presidente de la Comisión) recorre en su primera parte primera los distintos «métodos y enfoques», de un polo a otro; y como cualquier lector desprejuiciado (o simplemente desinteresado) puede comprobar, la evaluación del método histórico-crítico es matizadamente positiva. Mientras que la lectura fundamentalista es fuertemente condenada (prácticamente todos los párrafos son negativos); se denuncian especialmente sus peligros:
El fundamentalismo tiene tendencia también a una gran estrechez de puntos de vista, porque considera conforme a la realidad una cosmología antigua superada, solamente porque se encuentra expresada en la Biblia. Esto impide el diálogo con una concepción más amplia de las relaciones entre la cultura y la fe. Se apoya sobre una lectura no crítica de algunos textos de la Biblia para confirmar ideas políticas y actitudes sociales marcadas por prejuicios, racistas por ejemplo, y completamente contrarias al Evangelio cristiano.
El acercamiento fundamentalista es peligroso, porque seduce a las personas que buscan respuestas bíblicas a sus problemas vitales. Puede engañarlas, ofreciéndoles interpretaciones piadosas pero ilusorias, en lugar de decirles que la Biblia no contiene necesariamente una respuesta inmediata a cada uno de sus problemas. El fundamentalismo invita tácitamente a una forma de suicidio del pensamiento. Ofrece una certeza falsa, porque confunde inconscientemente las limitaciones humanas del mensaje bíblico con su sustancia divina.
Nuestro autor, en cambio, fiel a las expectativas de su público, logra el milagro dialéctico de presentar las cosas al revés (o más). De la evaluación del método histórico-crítico sólo espiga los reparos y excesos, agrandándolos; mientras que del fundamentalismo… nada, cero; ni una palabra. Al parecer, los peligros del fundamentalismo le importan poco; debe juzgar que su entorno, los que asisten a sus conferencias y compran sus libros, no sienten3 ni tienen peligro de errar por este lado. Sólo al tratar de la «Fides et Ratio» se detiene en los reproches al fideísmo. Pero todos estos reproches vienen siempre muy matizados si no disculpados. Puesto que esa es su tesis: no hay punto de comparación. Se trata de (otra pedantería inepta) una «disimetría subjetiva o intrínseca». Los errores del lado derecho son mayormente bienintencionados; mientras que los otros… ah, los otros…
Los que usan los métodos histórico-críticos impugnando dogmas de fe y jugando la Escritura contra la fe de la Iglesia pecan contra la fe. 1) Primero porque argumentando contra la fe mediante su interpretación de la Escritura, muestran no tenerla y por lo tanto estar en estado o pecado de incredulidad. 2) Segundo, porque no teniendo fe se creen o se muestran como creyentes, con engaño propio o ajeno. En efecto, haciéndose intérpretes de un libro que es de los creyentes y para los creyentes, usurpan temerariamente una operación de la que no son capaces. 3) En tercer lugar, por este mismo hecho, cuando interpretan sin fe y contra la fe la Escritura no ya en forma privada sino en el desempeño de algún ministerio que implica una misión de enseñanza confiado por la Iglesia, al aceptar sin fe un ministerio para cuyo ejercicio se exige la fe, fingiendo una fe que no tienen, incurren en hipocresía, porque ocultan su condición apóstata, disimulándola insinceramente. 4) Al impugnar la fe de otros y dar motivo a que tropiecen y la pierdan, escandalizando a los fieles menos instruidos y confundiéndolos con su prestigio de ministros de la Iglesia, se convierten en perseguidores de la fe y apóstoles de la incredulidad. De este modo agregan los pecados de incredulidad y apostasía, de hipocresía, de usurpación dolosa de un oficio o ministerio.
El diagnóstico de semejante mal es reservado. A creer a la carta a Pedro y la carta a los Hebreos, no hay remedio para el mal de apostasía militante (2 Pedro 2, 20-22; Hebr. 6, 4-6; 10, 26-31, 12, 17). Parece tratarse, como ya anotamos antes de paso, de un caso particular de la acedia anticatólica de origen protestante.
No se apartan del eje de la verdad, ni de la misma manera, ni por los mismos motivos, ni con las mismas consecuencias subjetivas y eclesiales, los así llamados ‘fideístas’.
Hay que notar que Juan Pablo II, en la Fides et Ratio, no los llama ‘fideístas’, ni los ubica dentro de esa corriente, porque el Papa entienda o sostenga que ellos afirman el error fideísta condenado por el Vaticano I, sino porque comparten una cierta desconfianza por la razón que les es común con aquellos; desconfianza que tiene el mismo o parecido origen, en una reacción contra los excesos racionalistas, en ese caso en el campo de la exégesis.
Mientras el polo racionalista da lugar a desviaciones respecto de la fe y provoca en muchos su pérdida, el eje ‘fideísta’ se desvía de la verdad pero no de la fe.
Se desviaba de la verdad en su valoración de la razón la doctrina ‘fideísta’ condenada por el Vaticano I, pero no impugnaba la fe, ni llevaba a otros a perderla, como hacía el racionalismo, sino que se equivocaba en los medios para defenderla. Su intención era otra, favorable a la fe y que quería hacerla su defensora, aunque fuera indiscreta en la elección de sus argumentos.
Ni siquiera llega a tanto la actitud, que no doctrina, calificada de ‘fideísmo’ por su desconfianza, no ya respecto del poder de la razón misma, sino por el uso racionalista de los métodos histórico-críticos aplicados a la Sagrada Escritura.
En el primer caso hay malicia y pecado contra la fe. En el segundo, parece más bien existir error intelectual e imprudencia.
Yo no puedo encontrar aquí nada rescatable, ni una brizna de rigor intelectual; demasiada mala fe, y demasiados sofismas burdos como para detenerme a señalarlos (más de uno por frase; ¿por qué en un caso «hay malicia y pecado contra la fe» y en el otro «parece más bien existir error intelectual e imprudencia»? ¿puede haber pecado contra la fe sin malicia? ¿un error intelectual es pecado?). No es el tema.
Es trivial: abundan, en todos los bandos (religiosos, políticos, etc) los escritos de barricada, dedicados a satisfacer y reavivar los sentimientos de pertenencia, y que pretenden pasar por descripciones objetivas de la realidad. Panfletos disfrazados de ensayos. Panfletos de mayor o menor calidad, que el partido necesita para su subsistencia, y que el partido paga, bien o mal, materialmente o no. Hay libros, diarios, hay vidas dedicadas a eso.
Todo grupo, toda secta necesita de ese alimento: enumerar las maldades de los otros, para re-confirmarnos que estamos donde debemos estar, y para conquistar más territorio4 (ejemplo ya mencionado: pro-vidas y pro-choice; cada cual se alegra al anoticiarse de una presunta falta moral del bando contrario, y la publica en sus blogs con la sensación satisfactoria de realimentar su pertenencia al bien, de que compartir esa indignación conquista terreno y amamanta la «fe de los débiles»: nada mejor que exhibir la maldad de los malos para fomentar la comunión y el crecimiento de los nuestros).
Podríamos acaso sentarnos a discutir y pensar si la iglesia católica es, en este sentido, una secta o partido (¿cómo? ¿en qué plano? ¿de hecho o de derecho?), y si como tal puede pedir (¿necesidad o licitud?) tales alimentos. Yo, de hecho, no lo sé, necesitaría pensarlo. Es claro que un católico debe lógicamente creerse afortunado por estar aquí (en la Iglesia) y que debe ser válido y necesario fomentar (en sí mismo y en los otros) ese sentimiento. No sé muy bien cómo. Lo que sé de seguro es que… así, no.
Esa frase es, para mí, en su contexto, el peor ejemplo — o mejor dicho, el mejor ejemplo de la peor corrupción de lo religioso.
(Y al benévolo lector que, tras leer lo anterior, se sienta impulsado a reprocharme por hacer una montaña de una frase quizás poco afortunada, y que sienta la tentación de decirme que el autor es defendible, que a pesar de algunas expresiones filosóficamente imperfectas y algunos defectos de estilo, el tipo es «buen cristiano», y «de buena línea»… sólo puedo rogarle que, por favor, no me lo diga).
1. La redacción es penosísima, todos los tics del ensayista ocupado en posar más que en pensar: «En segundo lugar corresponde llamar la atención sobre la conveniencia de diagnosticar la diferencia de entidad de ambos extremos opuestos, señalados por los documentos del Magisterio, tanto más y precisamente porque los documentos del Magisterio no incursionan en estos aspectos.» Pase lo de «diagnosticar», pase lo de «tanto más y precisamente», pase la repetición «de documentos del Magisterio»… pero que alguien estampe «corresponde llamar la atención sobre la conveniencia» en lugar de escribir llanamente «conviene»… no, lo siento, para mí esto no es mera cuestión de estilo, esto es descalificador.
2. Ya me pasó algo de esto cuando critiqué a (el?) otro jesuita conserva de nuestro medio que escribe libros y adiestra a la tropa…
3. Trate ud. de alertar a un católico tradi (de los que veneran a Straubinger como la última traducción confiable) de los peligros deL «fundamentalismo» y verá que aquel rechaza con suficiencia la etiqueta: no, no, eso toca a aquellos protestantes que creen en la literalidad del Génesis —bueno, del primer capítulo. Nosotros, nada que ver. Los palos a los extremos sólo pegan a los que son más extremistas; nosotros estamos un pasito justo más acá, siempre dentro los límites del campo de juego.
4. (PS) Anoche escribí este post, y hoy en el almuerzo justo vengo a leer este párrafo.