Años atrás cité la respuesta que dio Tolkien a los que reprochaban a la literatura fantástica de escapismo:
Los críticos han elegido una palabra inapropiada cuando utilizan el término evasión en la forma en que lo hacen; y lo que es peor, están confundiendo, y no siempre con buena voluntad, la evasión del prisionero con la huida del desertor.
(Sobre los cuentos de hadas)
La cité con aprobación, claro. Hoy siento que pide crítica o distingos. Si no la cita, por lo menos la aprobación.
Es que es una de esas frases… un poco demasiado sonoras, de esas que crean la impresión de haber clausurado la cuestión, cuando más bien deberían servir de punto de partida. Porque, sospecho, muchos de los que (como yo entonces) citan esa frase con aprobación tienden a estar convencidos —sin mayor esfuerzo ni deliberación— de tener las cosas claras, de saber por dónde pasa el límite. Pero, digo yo, no debe ser tan sencillo distinguir, en la vida nuestra, la real (no la de los libros de literatura fantástica… o de apologética), cuál es la tarea que nos está encomendada —esa que no podemos rehuir sin convertirnos en desertores— y cuál es la prisión —esa que no podemos aceptar sin convertirnos en cobardes—. (Por ejemplo, en los tiempos en que yo citaba esa frase, yo tendía a pensar que la Modernidad era algo así como nuestra prisión, mientras que hoy tiendo a pensar que es más bien nuestra patria… claro que este es un ejemplo muy discutible -entre otras cosas, pide a gritos precisar el sentido de la palabra en mayúsculas…. pero, bueno, pasemos del ejemplo).
Lo que digo es que la sentencia de Tolkien no concluye la cuestión. No mientras no sepamos cómo distinguir la evasión justa de la deserción. Importa no olvidar que hay —como no!— escapismos reprochables, que justifican el mote de desertor. Y también hay que notar que Tolkien no explicita demasiado (aunque lo sugiere en otros lados, y sobre todo en su obra) el sentido positivo de la evasión legítima, su eficacia: si vamos a emprender una fuga, debemos no sólo convencermos de que estamos prisioneros, sino también de que la fuga nos conduce a la libertad. Y aquí, de nuevo, me da la impresión de que a muchos la cita de Tolkien sólo sirve como lamento estéril y quietista (y cuando digo quietismo, me refiero también —y sobre todo— a lo intelectual, afectivo, espiritual), como excusa para no hacernos cargo de la obra que nos toca.
Esto lo pensé (o repensé) al leer a Miyazaki, en una entrevista sobre Conan, el niño del futuro:
… Cuando el personaje malvado se vuelve bueno y feliz, sobreviene un efecto purificador, catárquico… Por ejemplo, en Conan, el momento en que Monsley tiene pensamientos de muerte… cuando ella decide mandar a paseo todo aquello, y vivir, no en un mundo de metal y plástico, sino en el mundo natural, resulta purificada. Lo mismo con Dyce… Al final de la serie los personajes parecen volver a la inocencia, se ven rejuvenecidos. Incluso Jimsy termina mucho más infantil de lo que era al principio, y lo mismo Lana. Suele decirse que una historia debe mostrar la maduración de los personajes; pero creo que, al menos en la animación, no deberían madurar en el sentido de, por ejemplo, llegar a pronunciar grandes frases. Su desarrollo más bien debería consistir en un liberarse de ataduras. Sacarse las cargas de encima, esas redes agobiantes de complejos… Por ejemplo, el caso de Lana: sólo al final ella acepta honestamente que quiere vivir con Conan, aunque eso implique separarse de su abuelo (Lao); esa lucidez la libera – y creo que al mismo tiempo aumenta su amor y respeto por su abuelo.
Yo creo que los espectadores también deberían experimentar un sentimiento de liberación después de ver una película animada, junto con la liberación que experimenta el personaje. Y por eso mismo me gusta que los personajes de Conan se vuelvan más inocentes al final.
Lo que me molesta sobremanera del anime de la TV es que —al menos por lo que he podido ver— no contiene el más mínimo efecto purificador o catárquico. No hay respeto por la humanidad real […]
—¿Qué significa para ud. crear una película de animación?
Sólo quisiera hacer las películas que me gustaría ver. Las películas de animación creo que deberían en primer lugar ayudarnos a relajar el espíritu, a infundir un sentimiento de felicidad, un efecto reconstituyente. Y al hacerlo, también podrán permitirnos escapar de nosotros mismos… Porque vivimos atrapados en nuestros yos, aprisionados por «el mundo real». Pero en cuanto logramos liberarnos de la trama de complejos, de la madeja de relaciones humanas, para respirar en un mundo más libre y abierto, podemos adquirir la capacidad de ser más fuertes y heroicos. Creo que todos abrigamos fantasías de ser más admirables y amables, de vivir una existencia más llena de sentido. Todos, jóvenes y viejos, varones y mujeres.
Nacer significa verse restringido a una época determinada, un lugar, una vida. Existir aquí y ahora, significa perderse la posibilidad de vivir otras vidas -no puedo ser un capitán de piratas, navegando en compañía de una princesa… Hay que renunciar a una multitud de universos y de vidas. Nacimos, y no hay vuelta atrás. Las fantasías de los dibujos animados reflejan algo de esas esperanzas y nostalgias. Mundos de posibilidades perdidas…
— Yo disfruto de los dibujos animados, pero a veces también se me ocurre que son una manera de huir de la realidad.
Es verdad que es una forma de escapismo. Es un mundo irreal. Y como es irreal, el espectador lo contempla desarmado: son «sólo dibujos». Pero esa liberación de la realidad, esa distensión con que el espectador mira a los personajes y al mundo animado puede hacerle descubrir en sí mismo esperanzas y nostalgias dormidas. Puede llegar así a sentirse más valiente, heroico y generoso.
(De paso, para bajar la serie por torrent: hash=19641EA8232A3C73DF9B227F5329BDF1EE450BBA, o magnet link – video mejorado, audio japonés, español y catalán, y también subtítulos – 19 GB, eso sí)