Algunos cristianos -dice von Balthasar- han renunciado a la oración «en solidaridad con los que no pueden orar».
Estos han elaborado amplias teorías para explicar que «el hombre moderno» ya no sabe orar; teorías que son miradas con sorpresa por muchos cristianos…
Es que, dicen, «Dios ha muerto». Es que Dios no es objetivable, no se le puede imaginar como otro Tú que está ante ti, a quien se pueda dirigir la conversación.
O -de manera más moderada: la voluntad de Dios se realiza de todas maneras (El es el Absoluto), y por esto es infantil intentar detenerla o querer cambiarla.
Otros dicen que han intentado orar, pero que sus oraciones han caído en el vacío, han chocado contra un muro, sin el mínimo indicio de una respuesta, a lo más con el eco inquietante de su propia voz.
Oscurecimiento del sol; alejamiento temporal de Dios y ausencia de Dios: este es el destino de la mayor parte de nuestros hermanos. ¿Podríamos nosotros quedarnos confortablemente a su lado, viviendo nuestros «consuelos de la oración»?
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¿Pero se trata en verdad de consuelos? ¿No serán aquellas excusas para evitar asumir responsabilidades?
¿Qué cristiano querría orar para él, sin pensar —delante de Dios— en su hermano que no reza? Desde que Cristo oró y sufrió por todos, la oración sólo puede ser católica, esto es, universal.
Debemos volvernos bocas locuaces por todos aquellos que están mudos delante de Dios. Ofrecernos a llevar el peso por todos aquellos que son un peso para sí mismos y tal vez para Dios. Si el cristiano se toma esto en serio, también Dios le tomará a él muy en serio.
¿De qué sirve, a aquellos que viven a oscuras, que yo me ponga tantear con ellos, en vez de encenderles la luz que llevo conmigo? En mi pequeñísimo lugar «yo resplandezco como las estrellas del universo» (Fil., 2, 15). Si muchos, si todos los cristianos juntos, de la manera que saben, hicieran luz, se descubriría algo incluso en una noche sin luna.
Es de verdad solidario quien pone a disposición del bien de todos el don que ha recibido. Tal hombre orará por gratitud hacia Dios y por responsabilidad con sus semejantes. No se preocupará de lo que siente o de lo que no siente; de cuánta ausencia o presencia de Dios percibe. Quizá le sucederá que descubra el sentimiento de ausencia de Dios de quien no ora; de manera que este último pueda ser superado por una idea de la presencia de Dios.
Así sucede en la comunión de los santos, que en el sentido más amplio es la comunidad de todos aquellos por los cuales Dios ha padecido la total soledad en la Cruz.
Urs von Balthasar – Ecclesia, n. 1450 (1969)