Durante su estadía en Mezritch, el rav de Kolbishov vio que un anciano se acercó al Gran Maguid (Rabí Ber) y le pidió que le impusiera penitencia por sus pecados. «Vuelve a tu casa -dijo el Maguid-, escribe todos tus pecados en una hoja de papel y tráemela». Cuando el hombre volvió con la lista, el maguid simplemente la miró y luego dijo: «Vete a tu casa. Todo está bien»
Más tarde observó que Rabí Ber leía la lista y reía a cada línea. Esto lo escandalizó. ¡Cómo puede alguien reírse de los pecados!
Durante años le fue imposible olvidar el incidente, hasta que un día oyó a alguien citar un dicho del Baal Shem: «Es bien sabido que no se comete pecado sin estar poseído del espíritu de la locura. Ahora bien, ¿qué hace el sabio si se topa con el insensato? Se ríe de toda su locura y, con su risa un hálito de dulzura flota sobre el mundo. Lo que era rígido se ablanda y lo que era pesado se torna leve». El rav reflexionó, y en su alma se dijo: «Ahora entiendo la risa del santo maguid».
De «Cuentos jasídicos«, recopilación de Martin Buber.
Un par más:
En un sermón que Rabí Mijal pronunció ante un gran auditorio, dijo: «Mis palabras han de ser escuchadas…» Y después agregó: «Yo no he dicho: ‘escuchad mis palabras’, sino que dije ‘mis palabras han de ser escuchadas’; me dirijo también a mí. ¡También yo necesito escuchar mis palabras!
Dijo el Baal Shem:
«Imaginad un hombre cuyos negocios lo llevan a través de innumerables calles, de uno a otro extremo del mercado durante el día, y todos los días de su vida. Está a punto de olvidar que hay un Creador del mundo. Sólo cuando llega el momento de la oración vespertina recuerda: ‘Debo rezar’. Y entonces desde el fondo de su corazón le brota un suspiro de pesar por haber gastado su día en asuntos vanos, y va hacia una callejuela, y ora. Dios lo abraza tiernamente, muy tiernamente, y sus plegarias traspasan el firmamento.»