Creo que hay un uso ilícito de la cita, en contexto polémicos – panfletos, libros, blogs – este, sin ir más lejos. Resulta que uno, para apoyar la posición propia, copia unas líneas o un párrafo de un personaje de prestigio, que parece estar del lado propio; y se anota un punto*.
Esto, se me ocurre, tiene dos motivos distintos – legítimos, mientras no pretendamos confundirlos: lo que el texto dice y quién lo dice.
En el primer tipo de cita, lo relevante es el contenido: lo que dice el texto (fondo y forma; incluye también el cómo lo dice). Se justifica este tipo de cita en la medida en que expresa con justeza y felicidad mi posición: hubiera querido escribir eso mismo, yo, pero… no me habría quedado tan bien, o me habría costado demasiado trabajo. No está mal copiarlo; adjunto el nombre del autor, claro, porque no quiero atribuirme la autoría. Perfecto.
En el segundo caso, es esencial quién lo dice. Porque el autor de la cita tiene cierta autoridad (para el que cita, y presumiblemente también para los lectores), y si los argumentos de autoridad no son los más fuertes, tampoco son irrelevantes. Acá no es tan importante que tengamos una completa sintonía con el texto, basta que en lo esencial apoya nuestra tesis.
No es imposible, claro, que una cita sea una cosa y la otra: contenido y autoridad. Miel sobre hojuelas. Pero suele pasar que no se llega a ser ni una cosa ni la otra.
El criterio para detectar el abuso es bastante sencillo. Estoy por citar en la solapa de un libro un texto de —digamos— Ratzinger a favor de —digamos— cierta práctica litúrgica. Pregúntome: ¿es acaso una cita del primer tipo? En tal caso, el nombre del autor no sería esencial; ahora bien ¿me es irrelevante aquí el autor? ¿citaría yo igualmente este texto si lo firmara Juan de los Palotes? Si la respuesta honesta es no, pues entonces es una cita de autoridad: lo que estoy trayendo como apoyo de mi posición no es tanto un texto como un personaje. Y entonces debo preguntarme si el personaje de verdad apoya mi posición; o sea, si este texto expresa con fidelidad e integridad su pensamiento al respecto. Una pregunta, a modo de test, puede bastar: ¿apoyaría Ratzinger el uso que estoy dando a su texto en este contexto, se sentiría satisfecho? Si no puedo responder honestamente con un sí, entonces es ilícito apelar a esa autoridad, y quizás lo más sano sea abstenerse de citas por un tiempo.