La cita pasada de Urs von Balthasar proviene del librito «Sólo el amor es digno de fe». Puede sonar (tanto la cita como el título del libro) algo sentimental o espiritual —y a estas alturas uno trata de usar lo menos posible la palabra «amor»—, pero acá se trata de un teólogo haciendo teología. A lo que se refiere el libro desde su título es a dilucidar dónde se encuentra lo específicamente cristiano del cristianismo, el punto de referencia, la vía o la coordenada que justifica la exigencia de la fe cristiana. Y poner el amor, como hace UvB, no es ninguna trivialidad o devotería; es, en realidad, bastante espinoso si se lo ve en el contexto presentado. Un par de resúmenes aquí y aquí.
Brevemente (y sin mucha garantías; yo no entiendo mucho de esto), UvB contrapone lo suyo a las que serían las otras dos soluciones clásicas a la cuestión: las que llama «la reducción cosmológica» y «la reducción antropológica». La vía cosmológica, que ubica al cristianismo sobre el telón de fondo de la historia cósmico-mundial, predomina en la cristiandad medieval (pero no solamente; cf Schelling, Hegel, Herder, etc). La vía antropológica, característicamente moderna (modernismo católico incluido) desplazaría el «lugar de verificación» al interior del hombre. La oposición de las reducciones cosmológica y antropológica podría ponerse en aproximada correspondencia con varias clásicas oposiciones: metafísica-ética, pensamiento-acción, esencia-existencia, trascendencia-inmanencia, historia mundial-historia personal, etc. Pero UvB no intenta un compromiso ni una síntesis superadora; sino que critica a las dos (en cuanto fundamento último) y busca un tercer camino. Critica a la reducción cosmológica por su limitación histórica (en particular, es una vía muerta para el católico post siglo XIX ) y la antropológica por su «error sistemático» (sin dejar de reconocer lo valioso de sus formas más profundas, la dialogal y la existencial). El tercer camino correspondería al amor y a la estética.
Habría que ver que estos no son dos caminos sino uno sólo, y que no es reducible a los anteriores. Bueno, de eso básicamente trata el libro (y los siete tomos de su Gloria, supongo). Entre otras cosas, UvB hace notar que el amor (en general, la experiencia del «tú») es lo característicamente irreducible al par saber-obrar (en los sentidos de comprender-manipular) (a eso va la cita del otro día). Por otro lado, la esfera estética (sería la alternativa a la dupla metáfisica-ética; y correspondería al trascendental de lo Bello, al lado de lo Verdadero y lo Bueno) es también es irreducible al par pensamiento-acción, y converge con el camino del amor personal:
Ahora bien, así como en el amor del otro en cuanto otro nunca puedo afectar su libertad, así también en la aceptación estética resulta imposible tratar de someter a la propia imaginación la imagen dada. La «comprensión» de lo que se automanifiesta no es, en ninguno de los dos casos, un subsunción bajo categorías sapienciales… La reducción de la belleza que se nos manifesta a cualquier «verdad» que se encuentre por encima o por debajo de ella mata esa belleza, y muestra que nunca había sido apreciada en su singularidad.
Ambos planteamiento convergen. Ya en la vida natural, eros es el punto por excelencia de la belleza; lo que se ama aparece como algo maravilloso.; y desde el punto de vista objetivo, no se presenta como algo maravilloso sino a partir de la determinación (más o menos superficial) del eros que experimenta. Ambos polos se corresponden, y son superados en el marco de la revelación, en el que el Logos de Dios, vaciándose y anonadándose, se manifiesta como amor -como ágape- y, en consecuencia, como gloria.
Con esto tenemos una idea, creo, de por qué UvB pone en lugar tan destacado la palabra estética en su teología y su relación con la palabra «gloria».
Pero, sobre todo, lo traigo porque completa la cita del otro día. Y porque ese aspecto de lo divino como lo maravilloso, lo bello que se impone como totalmente ajeno a lo que uno podría imaginar, me parece relevante (no digo «urgente» por miedo a parecerme a nuestros intelectuales), y aplicable a cuestiones muy cercanas — ya veremos.
Y también porque corrige o completa ese pensamiento de Simone Weil, que siempre traigo acá: eso de que «A Dios no se lo busca, a Dios se lo espera». A Simone no le convencía la expresión de ‘buscar a Dios’ porque esas pretendidas búsquedas son en buena medida una ilusión de nuestra imaginación: no se puede buscar lo que no se conoce, sólo podemos esperarlo. Se podría objetar, en el sentido de lo dicho, que ni siquiera eso… porque tampoco podemos esperar lo inesperado. Y yo creo que, en este sentido, Simone estaría totalmente de acuerdo.