Una mente algo entrenada en la gimnasia de la inteligencia sabe, como Pascal, que todo error proviene de una exclusión. En el límite de la inteligencia se sabe, a ciencia cierta, que toda teoría contiene una parte de verdad, y que de las grandes experiencias de la humanidad —aunque parezcan antagónicas, aunque se llamen Sócrates y Empédocles, Pascal y Sade— ninguna es a priori insignificante. Pero las circunstancias obligan a elegir. Es por eso que Nietzsche juzgó necesario atacar con argumentos fuertes a Sócrates y al cristianismo. Pero también es por eso que, al contrario, debemos hoy defender a Sócrates, o por lo menos lo que él representa; porque la época amenaza sustituirlos por valores que son la negación de toda cultura, y Nietzsche corre así el riesgo de conseguir una victoria que no habría deseado.
Esto parece introducir cierto oportunismo en la vida de las ideas. Pero lo parece solamente; porque ni Nietzsche ni nosotros perdemos conciencia del otro costado del asunto, y se trata sólo de una reacción de defensa. Y, finalmente, la experiencia de Nietzsche añadida a la nuestra, como la de Pascal a la de Darwin, la de Callicles a la de Platón, restituye todo el registro humano y nos devuelve a nuestra patria.
A. Camus – Carnets – 1943
Parece claro. Pero debe ser menos fácil de lo aparenta (de lo que nos resulta en la vida de nuestras ideas), discernir cuál es la real obligación de elegir que nos imponen las circunstancias. Discernir si realmente hay que elegir y para qué lado hay que elegir; y de qué modo hay que elegir para no caer en aquel oportunismo. Porque aquello de que «nosotros no perdemos conciencia del otro costado del asunto» no creo que pase de ser una candorosa ilusión, en casi todos nosotros —si acaso no en Camus.