Estoy leyendo una historia de la Iglesia desde 1500 hasta 1970 (Giacomo Martina), y como para comparar se me dio por abrir otra que tengo a mano, en otro registro: la «Historia de la Iglesia Católica» de la BAC en cuatro tomos, por el P. F. Montalbán, completada por los P Llorca y Villoslada (todos jesuitas españoles), en 1951. Para muestra, de entre sus tres mil ochocientas páginas, aquí va la página final:
Quien haya seguido pacientemente la exposición de toda la historia de la Iglesia católica a través de cerca de veinte siglos de existencia, sacará, sin duda, la conclusión de que necesariamente existe una fuerza superior y divina que la asiste y protege.
Apoyada en esta fuerza sobrehumana, la Iglesia de Cristo venció las fuerzas inmensamente superiores del Imperio romano, empeñado en su destrucción; superó las insidias y las más peligrosas emboscadas de la herejía en la Edad Antigua; salió victoriosa de las embestidas de los pueblos invasores; se elevó a su máximo prestigio en la Edad Media, manteniendo durante varios siglos la verdadera hegemonía de los pueblos; salió a salvo de la mayor catástrofe provocada por el cisma de Occidente, las herejías y decadencia subsiguiente y el cataclismo de los falsos reformadores del siglo XVI; rejuvenecida y robustecida con la verdadera Reforma, iniciada en Trento, mantuvo la pureza de sus principios frente a los embates de las ideologías malsanas de los siglos XVII y XVIII; dominó la revolución y reaccionó valientemente contra el indiferentismo, racionalismo, materialismo y ateísmo del siglo XIX; intensificó más y más su acción eclesiástica y espiritual; aumentó incesantemente su prestigio con la infalibilidad del romano pontífice y la actuación cada vez más espiritual, elevada y universal de los papas de los siglos XIX y XX; llegó con el actual pontífice Pío XII a una situación tal, que es universalmente respetada, y el romano pontífice reconocido como la persona de más significación moral de todo el mundo. No bastan a explicar todo esto medios ni fuerzas humanas; se revela aquí, en una magnífica epifanía, la fuerza divina que la asiste.
En realidad, pues, en medio del desquiciamiento general de todos los valores morales, ante el antagonismo de ideas que se disputan hoy día el dominio del mundo sin ofrecer perspectiva ninguna de paz y seguridad, la Iglesia católica, el romano pontífice, son el único prestigio moral que se levanta en medio del mundo, dando una sólida garantía de seguridad, la única esperanza de salvación y faro luminoso capaz de guiar a la Humanidad, a través de las más negras borrascas en que se debate, al único puerto seguro, que es Jesucristo. La Iglesia católica y el vicario de Cristo, que la dirige, cuentan con la promesa formal de Nuestro Señor de que las puertas del infierno, es decir, todos los enemigos y todos los esfuerzos del mundo, no lograrán hundirla ni hacerla zozobrar. Su historia es la mejor prueba de esta realidad.
Y hete aquí que esta Conclusión de una Historia de la Iglesia, con su retórica, su talante y todo el montón de cosas en que se apoya, hoy es parte de la historia de la Iglesia. Historia pasada, por suerte.