«Jesús de Nazareth (Mensaje e historia)», de Joachim Gnilka. Lo conocí por la mención de Benedicto en su «Jesús de Nazaret» (listado entre «las obras más importantes y recientes sobre Jesús», y referenciado varias veces). Me fue útil, y no muy difícil. Aproximación mayormente histórica, si es que esto quiere decir algo (por ejemplo, no toca los evangelios de la infancia – y se apoya en los sinópticos, con poco de Juan) – en la famosa cuestión de si la última cena fue pascual, se adhiere a la afirmación tradicional, contrariamente a Ratzinger. Se consigue (pirata) en Internet, si buscan. A mí me aportó bastante, me sirvió para entender mejor (o eso creo) algunas parábolas, y me dejó pensando lo de la proclamación «del reino de los cielos» como un aspecto central (para Jesús, no sé si para los cristianos). A releer.
«Teología de la cultura», de Paul Tillich. Recopilación de ensayos; es una de mis primeras lecturas de Tillich, me resultó muy legible y estimulante. Creo haber percibido el talento del tipo y su potencia – y por qué Flannery O’Connor se lamentaba de que los católicos no tuviéramos (en su tiempo ?) teólogos de este nivel. Aunque, como era de esperar, no sintonizo con varias inclinaciones y juicios; no me convence por ejemplo el uso que hace de «lo demoníaco». Me gustó especialmente su introducción a la filosofía existencial – al menos mientras lo leía; cuánto de sustancia me haya quedado… eso es más difícil de saber. Pero eso es habitual, la contribución real sólo se ve a la distancia, con suerte.
«Kierkegaard: Una introducción», de Oscar Cuervo. Lo compré en la Feria del Libro, con pocas expectativas (las ‘introducciones’ no suelen llenarme), pero estaba barato y al autor lo conocía (para bien y para mal) de los tiempos de aquella revista «Parte de guerra». Grata sorpresa: me gustó mucho. Es un librito nada académico ni pedante, escrito con una rara pasión; convincente y muy instructivo, para mí. No estoy nada seguro de su calidad… objetiva, y no me extraña que los intelectuales hardcore (como estos teólogos de izquierda) lo desdeñen; cierra… como tampoco disuena que el mismo autor sea capaz de los habituales infantilismos zurdos – atracción por el cristianismo y repulsa total del catolicismo (y no en nombre del protestantismo), así vienen las cosas, y también es un dato a considerar. La cuestión es que tenía en mis estantes demasiados libros de Kierkegaard, para lo que había podido digerir — y ya casi había perdido las esperanzas; esto me empujará a reintentar. Bien.