Algunos de los libros que leí últimamente – en el sentido más amplio de las palabras («leí» y «últimamente»).
1. «Fortunata y Jacinta», de Benito Pérez Galdós. Casi primer contacto con el autor (si exceptúo Marianela, que leí demasiado joven). Buena novela, algo sobrecargada para mi gusto, pero tiene fuerza. Linda pintura de época, además. Meritorio lo de Galdós, y meritorio también lo mío, animarme a leer en transporte público una colección con tapas tan ostensiblemente (y absurdamente) femeninas – la verdad es que tiene una calidad tipográfica insólita dentro de estas colecciones que se encuentran en mesas de saldos porteñas. Recomendable, el libro y la colección (por la tipografía, no por las tapas).
2. «En el país de los eternos hielos» y «En las lomas del polo norte», del p. Segundo Llorente. Relatos (casi un diario) de un misionero español jesuita en Alaska, desde 1935. Lo disfruté mucho – casi tanto gracejo como aquel padre Huc en China; buen sentido y rudeza (para bien y para mal), humor sencillo y religiosidad idem. Mención aparte merecen (y tendrán acaso) sus rasgos preconciliares y sus entusiasmos franquistas… rasgos que aquí, creáse o no, no me han molestado ni un poquito.
3. «La visita de la vieja dama», de F. Durrenmatt. Otro primer contacto. Obrita de teatro, ácida, divertida. Aunque quizás algo esquemática y previsible, la moral del asunto es en verdad inquietante.
4. «Cuentos de soldados y civiles», de Ambrose Bierce; autor más conocido por su «Diccionario del diablo» (sobre-valorado, creo con BalF). Estos cuentos tampoco me impresionaron demasiado. Creo que sólo recordaré La ventana tapiada y El puente sobre el Río del Búho – y este último (me gusta imaginarlo como un corto de animación) ya lo conocía por una «Antología del cuento extraño» de Rodolfo Walsh (4 tomitos verdes, suele verse en mesas de saldo en Buenos Aires; recomendable).
5. Entré a un librería para retirar una compra por internet: uno de la saga infantil de Guillermo (Richmal Crompton). Rebusqué primero en los estantes, algo de filosofía, como para dejar a salvo mi honor de lector adulto … pero, no, lo único que encontré fue otro más de Guillermo… ah, y uno de Wodehouse (con el muy poco serio título: «Joyas en el dormitorio»). Pero el librero acotó: «Ah, el querido viejo humor inglés…» Bien por el librero, y muy bien por los tres libros.
6. «Inspiración de la Sagrada Escritura», de Karl Rahner (1958). No es autor que me resulte fácil, pero este librito me pareció bien y de bastante provecho, sobre un tema que me importa. Me gustó también la -digamos- cabeza fría intelectual, lo de especificar en la primera página: «este estudio no es de teologia bíblica, sino dogmática», y atenerse a eso.
7. «Los siete locos – Los lanzallamas», de Roberto Arlt. En rigor, ya había leído estas novelas (o esta novela en dos partes), pero hacía tantísimo tiempo… Sí, tiene lo suyo Arlt, reviví en parte la impresión que me causara allá de joven; pero, hoy tengo menos paciencia, o más sentido del ridículo («A instantes rechinaba los dientes para amortiguar el crujir de los nervios enrigecidos dentro de su carne que se abandonaba, con flojedad de esponja, a las olas de tinieblas que deyectaban su cerebro.») No volveré a releerlo, eso es seguro.
8. «Las víctimas», de Georges Bernanos. El libro incluye otras dos novelas grandes («Diario de un cura rural» y «Nueva historia de Mouchette»), con ilustraciones variopintas (lindas las de Mouchette). Esta es una novela policial, y el prólogo del volumen comete el imperdonable pecado de adelantar su clave; aun con eso, entendí muy poco. Bernanos en sus buenos momentos es grande pero arduo de leer; en los malos momentos -aquí- es casi ilegible. Encaré la cuarta novela («Un mal sueño»), pero me impacienté rápido.
9. «Carnets», de Albert Camus. Creo que ya cité algo, y seguramente citaré más. Anotaciones de 1942-1951. Muy estimulante para mí. Caso curioso, el de Camus, un humanista incrédulo que casi todos los católicos quieren – queremos. Uno de los pocos (con Peguy) cuya integridad no se discute.
10. «Confesiones de un espectador culpable», de Thomas Merton. Releí por arriba este y otros escritos de Merton, que había leído (algunos también por arriba) hace mucho tiempo. Veo ahora más claro sus limitaciones (no tiene genio de escritor, ni profundidad intelectual ni mística; escribió demasiado, su éxito inicial lo perjudicó) y a pesar de eso —o por eso — lo siento ahora mucho más cercano, más de confianza y más útil -para mí.
11. «La pregunta por la cosa«, de Heiddeger. Son básicamente unas lecciones sobre la «Critica de la razón pura» de Kant. Tratándose de Heidegger y Kant, es una sorpresa para mí haber podido -al fin- entender algo. Muy sugerente cómo ve el asunto en relación con la matemática y la ciencia moderna. A releer.
12. «La vida intelectual en tiempos de Maurras», de Henri Massis. Otra relectura, muy fragmentaria. De nuevo, los años me dan un poco más de perspectiva sobre esta pintura de uno de la derecha francesa – y sus problemas con Maritain. Massis es fino, sin dudas, pero no me deja un buen regusto.
13. «Simone Weil», de Georges Hourdin. Una introducción a SW. No está mal, pero no me dejó mucho. El autor, en general simpatizante, algo demasiado… humanista para mi gusto, habla con Simone, a veces se vuelve contra ella (por ejemplo, cuando ella ataca el personalismo) pero con respeto y sencillez. Afirma que fue bautizada – y pretende aportar la identidad de la amiga bautizadora. Se pregunta también si el Concilio Vaticano II y lo que siguió ha eliminado las objeciones de Simone contra la iglesia católica; responde -atinadamente, creo- que sólo algunas.
14. «El tren llego puntual», «¿Dónde estabas, Adán?«, «Y no dijo ni una palabra», «El pan de los años mozos», «El honor perdido de Katharina Blum», cinco novelas de Heinrich Böll -otro primer contacto. Todas de valor, creo, aunque debería haberlas leído antes; compruebo (¿signo de adultez, o de vejez?) que las novelas me absorben menos que antes. La última («El honor…») es muy diferente del resto, quizás más memorable, pero un poco demasiado «de tesis» para mi temperamento. Recordaré mejor, creo, el clima de Y no dijo ni una palabra.
15. «Introducción a la cristología del Nuevo Testamento», de Raymond Brown (el mismo de las 101 preguntas sobre la Biblia). Reseña muy legible de las cristologías de Jesús (es decir, el testimonio que da Jesús de sí mismo, por sus actos y palabras en general, por sus proclamación sobre el Reino, y por sus afirmaciones explícitas sobre sí mismo) y las cristologías de los discípulos, específicamente los redactores del nuevo Testamento (a la luz de la resurrección, de la segunda venida, del ministerio público, de la vida oculta, de la encarnación, de la preexistencia), y cómo se integran en las fórmulas de Nicea y Calcedonia.
16. «Un judío marginal (tomo 1)», de John Meier. La obra fundamental, dicen (entre ellos B16) sobre el «Jesús histórico». Impresiona la erudición y cantidad de notas; pero recién el tomo 2 arranca con la vida pública de Jesús, así que me ha dejado gusto a poco. Veremos cómo sigue.
17. «Principios de filosofía», de Adolfo E. Carpio. Una obrita introductoria, para estudiantes, de un profesor de filosofía de la UBA (1974-1995). Muy legible y recomendable para autodidactas como uno – lamento no haberlo leído mucho antes. Trasmite el eros filosófico, sin dar impresión del facilismo vulgarizador. Sus preferencias van por Husserl y Heidegger, pero al que dedica más espacio es a Kant. Curiosamente, para mí, muestra bastante aprecio por la filosofía tomista (incluso la contemporánea) y poco aprecio por la filosofía analítica anglosajona (incluido Wittgenstein).
18. «La respuesta de los teólogos»: Congar, Danielou, Schillebeeckx, Schoonenberg, Rahner y Metz responden sobre los temas más acuciantes para la iglesia del postconcilio (1970). Aquí Danielou suena relativamente conservador… e incluso Rahner, que dialoga con Metz (me disgusta las veleidades de este con la «violencia revolucionaria», de moda entonces). Pero lo que más me dejó pensando es lo de Danielou sobre la problematicidad de un cristianismo con arraigo en las masas en una cultura no cristiana; y, si hay que entender que subistirá un resto, cómo entender ese resto (¿una elite?). Ampliaremos.
19. «Los evangelios y la historia», de Pierre Grelot. Buen repaso sobre problemas básicos de exégesis bíblica, en relación con la historia de la iglesia, la evolución del magisterio durante el siglo XX. Sobre todo, el espinoso tema de la historicidad. Hay parte de tono algo polémico (contra los conservadores), pero se me hace justo y necesario.
20. «La palabra inspirada», de L. A. Schökel (1964). Lindo libro sobre la inspiración bíblica, por un biblista español (el mismo de la «Biblia del peregrino»). Más de una vez me ha ocurrido, leer alguna frase oscura y preguntarme, «¿Esto no estará mal traducido? Tal vez en realidad diga…» … y entonces advierto que este es el original, que el autor escribe en castellano. Cuestión de reflejos, estoy tan poco acostumbrado…
21. «La presencia de Cristo en la Eucaristía», de E. Schillebeeckx. Teólogo progre, este libro causó escándalo en su momento, dicen. Lo estoy leyendo, no sé si está bien o mal, pero por ahora me resulta bien. Me extraña encontrarlo cercano a una teoría de Simone Weil (como ella misma reconocía, no tenía derecho a tener teorías sobre los sacramentos), de que la conversión eucaristica es sí una convención, pero una convención ratificada por Dios, y por lo tanto más real (y no menos) que la realidad. Pero es posible que la coincidencia esté sólo en mi imaginación – o que si la hay no signifique nada bueno.
22. «Rudolf Bultmann en el pensamiento católico», por varios autores. Bultmann, protestante desmitologizador, es uno de los demonios mayores para los católicos conservadores. Esta recopilación de ensayos, moderadamente críticos, arranca floja con un ladrillo de H Fries, pero más adelante mejora – con J. Blank, Geffre, y otros. En general, instructivo, sobre todo para uno que sólo conocía a Bultmann por (malas) mentas.
23. «El amor loco de Dios», de Paul Evdokimov. Ya citado aquí, este teólogo ortodoxo tiene un estilo muy particular, concentrado. Es de esos que en un párrafo me dicen más que otros en un libro. Me recuerda, en eso, a Simone Weil. Un hallazgo. Seguiremos citando.
24. «Yo y tú – Y otros ensayos», de Martin Buber. Otro descubrimiento, aunque este —el autor, el libro, el tema— es muy conocido. Es raro encontrar ensayos sobre temas tan fundamentales sin casi citas, sin referencias académicas – exceptuando al ignorante inculto que cree haber descubierto a pólvora; no es el caso. Fascinante. A releer y espigar más adelante. De paso, la edición (Ediciones Limod, Argentina, 2006) es otro raro placer, por el buen gusto en el diseño, impresión y encuadernación.
25. «La tradición bíblica», de Georges Auzou (1959). No lo terminé todavía, pero ya puedo recomendarlo. Un recorrido sobre toda la Biblia y las etapas de su formación, muy ameno y didáctico, ideal para los que andamos flojos en historia. (—Este no aparece en la foto. —Es que este fue quien sacó la foto. Ja ja. Ups. Perdón. No volverá a ocurrir).
PS: Resulta que dos tipos tan distintos como este p. Llorente y Thomas Merton se conocieron en 1968.
…. Quiso darme razones para probar su pacifismo, pero le rogué no detenerse en eso, porque precisamente yo era partidario de una victoria total contra el comunismo y gastaríamos el tiempo…
Mientras rodaba el coche le citaba yo versos del Cántico Espiritual de San Juan de la Cruz, que él escuchaba con una sonrisa beatífica. «Pastores los que fuerdes…» ¿Sabía Merton lo que era fuerdes? Sí, claro, cómo no. Fuerdes era una variante de fuereis. ¡Bien por Merton! Me confesó que el Cántico no se podía apreciar en ninguna traducción. Por eso había aprendido él español, para entender a los místicos españoles…