No inventes un imperio donde todo sea perfecto. Porque el buen gusto es virtud de guardián de museo. Y si desprecias el mal gusto, no tendrá ni pintura, ni danza, ni palacio, ni jardines… Te verás privado por el vacío de tu perfección. Inventa un imperio donde simplemente todo sea ferviente.
Saint-Exupery – Ciudadela
Acá unas fotos.
Yo no estuve, yo no sé, yo no opino. No estoy seguro de su relevancia, validez o utilidad. Sí puedo decir que me cae bien.
Lo traigo también, acaso un poco de los pelos, a propósito de lo anterior; y también puede ser ilustración de otros pasados (siempre doy vueltas sobre lo mismo, ya lo veo) sobre lo de no perder de vista el dedo de Dios, que nunca va por donde uno espera, y lo podar falsas (que no altas) expectativas.
Pienso en un tipo de reproche (uno entre muchos; y no de los más frecuentados ni más virulentos; pero estos otros me ne fregan), que pone en duda la calidad cristiana del asunto. Algunos anti-católicos serios que no obstante profesan cierto aprecio —mayormente estético— por el cristianismo; algunos católicos serios (anti-juanpablistas) que… también le profesan cierto aprecio. Por las dos puntas, y por lugares intermedios y laterales, corre el reproche o la sospecha: esto es banal, esto es mediocre; esto no es serio; la religiosidad de estos jóvenes cristianos es mayormente de cartón pintado; girls just want to have fun; los de arriba que arman esto hacen mal (sea necedad o cálculo), y los católicos concientes que lo festejan también hacen mal (sea necedad o desesperación).
Claro que es más difícil (y quizás más urgente) medir calidades que cantidades. Y a mí no me cuesta nada desconfiar de fervores adolescentes, de cualquier signo**. Pero encuentro que tampoco me cuesta mirarlo con simpatía — y más cercana a la admiración que a la indulgencia. Un poco por lo de Saint-Exupery. Y porque en la actitud crítica hay, me parece, bastante de ese amor cómodo por otras religiosidades de mejor gusto, más lejanía… y menor realidad; ateos hay que pueden mirar con simpatía otras piedades populares —islam, hinduismo, paganismo— pero nunca esto; y católicos hay que añoran con demasiada ingenuidad devociones católicas de siglos pasados…
Pero, al fin de cuentas, es el mismo barro humano de siempre, el nuestro, tan impuro, tan poco de fiar y tan digno de amor hoy como en el Domingo de Ramos: después de todo, no hay por qué suponer que aquel griterío fuera de mayor calidad, que aquellas palmas fueran de mejor gusto, y que varios de aquellos niños entusiastas no terminarían insultándolo días después.* Con eso y con todo, creo que, hoy como entonces, el homenaje fue «justo y necesario».
(s Juan Crisóstomo)