Palabras de Benedicto XVI, de la audiencia de ayer sobre San Buenaventura:
Jesucristo es la última palabra de Dios – en él Dios lo ha dicho todo, donándose a sí mismo. Más que si mismo, Dios no puede decir, ni dar. El Espíritu Santo es Espíritu del Padre y del Hijo. Cristo mismo dice del Espíritu Santo: «…os recordará todo lo que yo os he dicho» (Jn 14, 26), «tomará de lo mío y os lo comunicará» (Jn 16, 15). Por tanto no hay otro Evangelio más alto, no hay otra Iglesia que esperar. Por eso también la Orden de san Francisco debe insertarse en esta Iglesia, en su fe, en su ordenamiento jerárquico.
Esto no significa que la Iglesia está inmóvil, fija en el pasado y no pueda haber novedades en ella. Opera Christi non deficiunt, sed proficiunt: las obras de Cristo no van atrás, no disminuyen, sino que progresan, dice el Santo en la carta De tribus quaestionibus. Así san Buenaventura formula explícitamente la idea del progreso, y esta es una novedad respecto a los Padres de la Iglesia y a gran parte de sus contemporáneos. Para san Buenaventura Cristo ya no es, como lo era para los Padres de la Iglesia, el final, sino el centro de la historia; con Cristo la historia no termina, sino que comienza un nuevo periodo. Otra consecuencia es la siguiente: hasta aquel momento dominaba la idea de que los Padres de la Iglesia eran el culmen absoluto de la teología, todas las generaciones siguientes podían solo ser sus discípulas. También san Buenaventura reconoce a los Padres como maestros para siempre, pero el fenómeno de san Francisco le da la certeza de que la riqueza de la palabra de Dios es inagotable y que también en las nuevas generaciones pueden aparecer nuevas luces. La unicidad de Cristo garantiza también novedad y renovación en todos los periodos de la historia.
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En este punto, quizás sea útil decir que también hoy existen visiones según las cuales toda la historia de la Iglesia en el segundo milenio habría sido un ocaso permanente; algunos ven el ocaso inmediatamente después del Nuevo Testamento. En realidad, Opera Christi non deficiunt, sed proficiunt, las obras de Cristo no van hacia atrás, sino que progresan. ¿Qué sería la Iglesia sin la nueva espiritualidad de los cistercienses, de los franciscanos y dominicos, de la espiritualidad de santa Teresa de Ávila y de san Juan de la Cruz, etc.? También hoy vale esta afirmación: Opera Christi non deficiunt, sed proficiunt, van adelante. San Buenaventura nos enseña el conjunto del necesario discernimiento, también severo, del realismo sobrio y de la apertura a los nuevos carismas dados por Cristo, en el Espíritu Santo, a su Iglesia. Y mientras se repite esta esta idea del ocaso, hay también otra idea, este «utopismo espiritualista», que se repite. Sabemos de hecho que tras el Concilio Vaticano II algunos estaban convencidos de que todo fuese nuevo, que hubiese otra Iglesia, que la Iglesia preconciliar hubiese acabado y que tendríamos otra, totalmente «otra». ¡Un utopismo anárquico! Y gracias a Dios los sabios timoneles de la barca de Pedro, el papa Pablo VI y el papa Juan Pablo II, por una parte defendieron la novedad del Concilio y por la otra, al mismo tiempo, defendieron la unicidad y la continuidad de la Iglesia, que es siempre Iglesia de pecadores y siempre lugar de Gracia.
Del mismo -entonces no Benedicto XVI sino Ratzinger-, en el muy jugoso reportaje «La sal de la tierra» (1996).
—¿Puede concebirse que después de una pérdida cuantitativa de creyentes, que ya no sienten interés por el cristianismo, pueda haber una cristiandad cualitativa que conserve y concentre el contenido de la fe? El Cardenal Lustiger dice que la cultura contemporánea no será el final de la religión ni, por tanto, del cristianismo. Sugiere otros planes y proyectos que llevan a pensar en nuevos comienzos. «La humanidad vivirá sólo si quiere» -según Lustiger- «pues se halla en todo momento ante el tribunal de los más jóvenes. Pero, la misma libertad que se tiene ahora y que permite incluso destruir el propio planeta, se tiene también para ser cristiano, si se quiere. Ahora, —dice el Cardenal— nos encontramos ante los comienzos de la era de los cristianos».¿Comparte esta opinión?
—Yo no me atrevería a decir que nos encontramos ante la era de los cristianos. Porque, ¿qué es, exactamente, la era de los cristianos? En lo que sí puedo estar conforme es en que el cristianismo siempre tiene la posibilidad de recomenzar. En alguna ocasión he escrito que el cristianismo es al mismo tiempo, como un grano de mostaza y árbol, es Viernes Santo y Domingo de Pascua al mismo tiempo. Nosotros nunca consideramos el Viernes Santo en pasado, porque lo tenemos siempre presente, y la Iglesia tampoco llega a ser un árbol completo, terminado, porque de ser así, en algún momento se secaría y habría que talarlo; pero no es así, siempre está en la situación del grano de mostaza. En ese sentido, estoy de acuerdo con él; siempre nos hallamos ante un nuevo comienzo, y eso mismo conlleva las esperanzas de todo comienzo. El cometido de creer desde y en la libertad y como manifestación de libertad, frente a un mundo deteriorado, también comporta una esperanza, la esperanza de poder seguir proclamando una expresión cristiana. Efectivamente, una era de cristianismo cuantitativamente reducido puede aportar mucha vitalidad a ese cristianismo más consciente. En ese sentido, podríamos estar ante una especie de era cristiana. Pero yo no me atrevería a hacer pronósticos sobre el tiempo que pueda tardar en llegar, ni si será un proceso lento o rápido. En cualquier caso, lo que sí quisiera destacar de todo esto es que: «en el cristianismo siempre hay un nuevo comienzo». Ahora, en nuestro tiempo, ya se están dando y los seguirá habiendo siempre. Y, además, generarán nuevas y sólidas estructuras para el cristianismo.
Pero yo creo sinceramente que se están produciendo resurgimientos silenciosos de los paganos que convergen, hacia una —digamos— nueva Iglesia, y aquella experiencia que tuvo el Señor con sus discípulos vuelve a repetirse. Cuando les dijo «Nunca he visto fe como ésta en Israel», el Señor confiaba, por así decir, en la fe que brotaba de un mundo totalmente paganizado. También puede suceder esto con los cristianos de nuestros días que con frecuencia se cansan de su fe, y la ven como un pesado fardo que han de arrastrar y que no llevan con alegría.
… el cristianismo es siempre como el grano de mostaza, y, precisamente por eso, vuelve siempre a rejuvenecer. Aunque no podemos vaticinar que la fe vuelva a tener en la historia una estructura semejante a la de la Edad Media, cuando todo estaba marcado por el signo de la cruz. Pero estoy totalmente convencido de que la fe seguirá estando presente en la historia. Estará de algún modo rejuvenecida, con una energía nueva y sobreviviendo a la humanidad; estoy seguro de ello.
De todas formas, esa experiencia negativa que ahora tenemos, el saber que cuando no hay fe todo se viene abajo y acaba en inmenso vacío, eso, no nos devuelve la fe. Eso acaba simplemente en una resignación fatal, o en el escepticismo, o en puro cinismo, o, peor aún, conduce al hombre a su propia destrucción.
Yo nunca me he imaginado dando un golpe de timón a la historia. Los caminos de Dios nunca conducen a resultados rápidamente mensurables, y eso puede comprobarse viendo cómo Jesucristo acabó en la Cruz. Esto, a mi me parece muy importante, porque hasta sus discípulos le hacían preguntas parecidas «¿qué pasa?», «¿por qué no nos siguen?», y entonces el Señor les respondía con las parábolas del grano de mostaza o de la levadura, para que comprendieran que la medida que utiliza Dios no es la de las estadísticas precisas. Sin embargo, lo que aconteció con el grano de mostaza y un poco de levadura fue algo enormemente importante y decisivo, aunque ellos entonces no lo podían ver.
Para conocer los resultados en estas cuestiones, yo creo que hay que olvidarse totalmente de proporciones cuantitativas. No somos un negocio que se contabilice haciendo cálculos del tipo «estamos vendiendo mucho», «tenemos una buena política de ventas». Nosotros prestamos un servicio que después ponemos en manos del Señor. Y eso no quiere decir que lo que hagamos sea inútil. Actualmente, por ejemplo, la fe está resurgiendo con mucha fuerza entre los jóvenes de todos los continentes.
Quizá haya llegado el momento de despedirnos de una Iglesia clerical. Posiblemente estemos ante una nueva época de la historia de la Iglesia muy diferente, en la que volvamos a ver una cristiandad semejante a aquel grano de mostaza, que ya está surgiendo en grupos pequeños, aparentemente poco significativos, pero que gastan su vida en luchar intensamente contra el Mal, y en tratar de devolver el Bien al mundo; están dando entrada a Dios en el mundo. He comprobado que, en Alemania también existen nuevos movimientos religiosos de este género, pero no quisiera citar nombres concretos. Probablemente no habrá conversiones en masa al cristianismo, no se darán cambios que pudieran ser considerados ejemplares para la historia, pero existe una presencia nueva y muy fuerte de la fe, que da aliento a los hombres. Ahora hay más dinamismo, más alegría. Hay una presencia nueva de la fe llena de significado para el mundo.
Y de la segunda parte del reportaje, ya citado:
Por eso en absoluto estoy en contra de que personas que no van a la iglesia durante todo el año, acudan a ella al menos en nochebuena, o en nochevieja, o en ocasiones especiales, porque ésta es todavía una forma de sumarse, en cierto modo, a la bendición del Santísimo, a la luz. Por tanto, ha de haber distintos tipos de adhesión y participación, tiene que existir una apertura interna de la Iglesia.