El mendigo absoluto

Leon Bloy fue apodado «mendigo ingrato» en son de insulto; él asumió el apodo con orgullo belicoso, al punto de titular así el primer volumen de su diario. Su página de presentación comienza con una especie de imprecación:
¡Maldición para aquel que no ha mendigado!
Nada hay más grande que mendigar.
Dios mendiga. Los ángeles mendigan. Los Reyes, los Profetas y los Santos mendigan.
Los muertos mendigan.
Todo lo que está en la Gloria y en la Luz, mendiga…
La idea (sugerida por no recuerdo qué versículo de las Escrituras) de que «Dios mendiga» —más: que Dios es el único mendigo verdadero, el único que tiene auténtico derecho a mendigar (derecho que se extiende a los míseros por una especie de privilegio)—, era muy cara para Bloy.
Ya notamos alguna vez una idea lejanamente parecida en Santa Teresita.
Hoy encuentro esta anotación en los borradores de Simone Weil:
«Black bull» Dios llega al alma despojado de todo su esplendor. Llega sólo como algo que pide ser amado.
No puede exhibir ningún título para ser amado, salvo el de ser el Bien absoluto.
Pero eso equivale a nada para la parte creada, mortal, carnal del alma. Para esa parte del alma, en cuyo nivel se sitúa la conciencia, Dios no tiene ningún título que lo haga digno de ser amado. Es el mendigo absoluto. Demanda amor sin mostrar nada que le dé derecho, y sin ofrecer nada a cambio. Es exclusivamente demanda. Absolutamente pobre…
# | hernan | 6-abril-2005