Cuando uno ha cambiado un cuerito de la canilla, cuando sabe cómo funciona todo -y qué precario es todo- aprende a ser delicado, a cerrar la canilla haciendo la mínima presión necesaria. Los que no lo saben, los meros usuarios que sólo han advertido que una presión extra a veces sirve para detener una pérdida, bien pueden llegar creer que siempre conviene apretar lo más posible – y que así estamos ayudando a la canilla a hacer su trabajo.
A propósito del vaso de agua que suele acompañar al café, un amigo que, por cuestiones laborales, es conocedor del tema, me hizo notar lo siguiente. El quid del café después de las comidas es quedarnos con un sabor placentero en la boca. El sorbo de agua sólo tiene sentido (y esa era la costumbre original) si se toma antes: para enjuagarse la boca y prepararla mejor al disfrute. Que hoy el agua suela beberse después es una completa aberración, que contradice el sentido del rito – y sólo puede significar que el café es tan malo que no llega a cumplir su cometido originario, y que nosotros ya hemos olvidado ese cometido.
Me parece que esto podría servir para armar un par de fábulas. Pero a mí, pensar en moralejas, me da pereza.
Para mi la paradoja de la canilla es lo que me inspiró para esudiar Sistemas, para mi fue una epifanía desarrollar en Assembler IBM 360 y entender el concepto de offset, saber como los unos y ceros de un componente electrónico temrinan al final en cosas tan complejas como un webserver o un router.
Celebro que vuelques en artículos del blog estas breves observaciones.