Cerca del final de Pabellón de cáncer —creo que es un fragmento bastante conocido— Solzhenitsyn pinta la conmoción del personaje que en el zoológico, frente a la jaula del mono, se topa con la pura evidencia moral, la simple calificación («un hombre malo») ayuna de ideología.
Por aquí y en estos días dicen que «Lo importante es el modelo, no dos o tres casos de corrupción», «La corrupción me importa mucho menos que la ideología» y variaciones. Política… Yo, de política, sólo sé que no sé nada. Y aunque, como adivinarán, no tengo mucha sintonía con estos que abominan de la «santurronería» y la «moralina burguesa» (o, en argentino: de «medio pelo»), no me costaría creer que tienen su cuota de razón; razón en general y hasta en particular. Ya sé que, en general, la indignación ética suele ser hipócrita y ocultar otros motivos – aunque, una vez más, quién desenmascarará a los desenmascaradores… En fin, con su pan se lo coman, los unos y los otros, los campeones de la ética y los de la ideología.
Pero el caso más me interesa por algunas analogías que se me van ocurriendo últimamente. Pienso, como primer ejemplo, en católicos que, en comparación a lo presente, añoran a ciertos papas renacentistas de moral muy dudosa, pero —dicen— de impecable ortodoxia. Y quien dice papa, dice clero; y dice Iglesia, y dice cristiandad.
¿Se trata de una cuestión de ortodoxia? Puede ser… pero, ortodoxia entendida al modo ideológico. ¿Ortodoxia vs ortopraxis? Dudo que aquí corresponda oponer «creer lo correcto» a «hacer lo correcto». Porque lo que tales militantes privilegian y aprueban en tales gobernantes (papas o presidentes) éticamente imperfectos… no es solamente una teoría, un credo o un discurso; es también un hacer —sea una excomunión o una expropiación1. Tendrán sus faltas morales, dicen (que, desde ya, reconocemos y deploramos), pero eso es… moral privada, asunto comparativamente irrelevante para lo que importa; si en su rol son ortodoxos (no sólo en lo que dicen y piensan, sino en lo que obran)… hacen bien.
No es, entonces, que estos altivos desdeñadores de la moral (burguesa o humanista) se desinteresen del bien, a expensas de una verdad teórica. Sí que les importa (mucho) hacer la buena obra2; y sí que les importa (muchísimo) exponer la maldad de los malos (cuando hablamos de un Videla, ahí nos ponemos muy moralistas). Pero, claro, no es un bien sin más; es un bien que está ligado a un credo. No es esa bondad ramplona, que cualquiera sabe reconocer, así sin más; es el bien de los iniciados. Lo otro, también existe, y es válido – pero eso no es lo que importa. Y si le das importancia, entonces es que no entendés nada – o, peor, te hacés el que no entendés3.
Moral sectaria, en última instancia: incluso en contradición con el credo profesado (fraternidad, democracia, ley natural… catolicismo). Apelación a un presunto bien superior que cimenta la militancia – y el fanatismo. Negación de la solidaridad, la universalidad y de la posibilidad real de que los hombres podamos convencernos y entendernos.
Leslek Kolakowsky – Intelectuales contra el intelecto
La separación de los bienes en estos planos, el superior sectario y el inferior universal, va de la mano con el planteo falsamente realista: «Si tuviéramos políticos/clérigos a la vez ortodoxos y éticos, sería ideal. Mientras tanto, mientra no tengamos aquello, yo me decanto por la ortodoxia». Falso, porque es falsa la independencia que supone entre el hecho y la alternativa. Si nos instalamos en este «mientras tanto», nunca tendremos aquello.
Pero, repito, no se trata de política – ni siquiera de política eclesial.
Continuará
2. «Contra malicia, milicia» o «No se trata de interpretar el mundo sino de transformarlo», a elección.
3. Palos que llueven sobre los críticos: sobre Kolakowsky, por ejemplo, cuando pretendía preguntarse si algún catecismo de la izquierda ponía a la tortura como pecado capital.