(viene de aquí)
Sé que este vejamen que vengo haciendo tendrá nulo interés para los que ignoran a Castellani, y para el resto será o bien trivial o bien indignante. Y esta entrega es particularme pesada – para colmo debo hacer constar aquí más que nunca mi ignorancia; no estoy seguro de casi nada de lo que sigue.1 Anticipo entonces un resumen -mis tesis o conclusiones- para quien prefiera saltearse (con o sin aquiescencia) lo que le sigue después. Lo que yo, provisionalmente y a modo de fiscal, digo es:
El tema del doctorado de Castellani es más que un pecadito de vanidad o falsedad. Para empezar, su título de Doctor en Filosofía a duras penas lo califica de doctor, en el sentido que el mundo acádemico entiende la palabra. En particular, no se equipara a un doctor en Teología -lo cual (fraudulentamente, al parecer) pretendió ser. Y en ningún caso (menos en el suyo) se justifica que exhibiera ese título, ni para argumentar ni para engalanar su nombre de autor. Haberlo hecho es, objetivamente hablando, una falta de modales grosera e inexcusable, una desubicación evidentísima -si no a los ojos encandilados de sus adictos, sí a los del resto del mundo, sus superiores entre ellos. Aún más ridículo fue pretender (y dar a entender) que tal título le confería, dentro de la Iglesia, una especie de derecho o autoridad como sabio o maestro de la doctrina. Todo indica que tenía unas ideas absurdas y novelescas (el «doctor medieval») de lo que un diploma de doctor representaba. A este combinado hay que sumar, sí, sus vanidades y sus tergiversaciones al respecto; y también su obstinada obnubilación -y su carencia de humor2– a la hora de admitir todo esto, siquiera frente al espejo, siquiera en parte.3 Todo lo cual sugiere problemitas serios (complejo agudo de inferioridad, diría yo para empezar), cuantimás en un intelectual cristiano. Esta no es una psiquis sana. Castellani puede ser, acaso, un desequilibrado con talento y chispazos de genio, pero no un maestro o un sabio.
Consideremos ante todo, hermanos míos -diría el fraile de Chesterton– ¿qué es un doctor? Enlazo al DRAE, la Wikipedia (en inglés, eso sí) y la vieja Catholic Encylopedia (1908); no están mal. Digamos rápidamente que el título de doctor proviene de las universidades medievales, originalmente significaba «capacitado para enseñar», pero enseguida se armaron colegios y pasó a ser un título habilitante para enseñar; a veces sinónimo de profesor o maestro (magister), a veces restringido a los más excelentes. Desde el punto de vista de la instrucción es «el último y preeminente grado académico». Modernamente (a partir del siglo XIX y sobre todo en el XX y hoy) el doctorado se otorga por estudios de postgrado (abogados y médicos usan el título en otro privilegiado sentido) , y normalmente requiere un trabajo de investigación con publicación de tesis -por lo menos. De paso: en parte de Europa y EEUU se usa al efecto la sigla PhD, que significa Doctor en Filosofía, pero esto supone el concepto amplio de filosofía como «saber» – así uno puede ser PhD en Biología, por ejemplo.
El doctorado, tradicionalmente, «habilita para enseñar» (aunque, claro, calificaciones menores -licenciatura, profesorado- pueden bastar). ¿Y qué aplicación tiene todo esto, en la Iglesia católica, para el Doctor en Teología? La misma, creo yo. La autoridad y habilitación que confiere el título es para el rol docente -en sentido estricto: el que da clases de teología a alumnos de teología en una escuela o universidad. Punto. Lo que quiero decir (porque a veces pareciera que Castellani se confunde o quiere confundir) es que el título de Doctor en Teología no tiene ninguna significación canónica-eclesial fuera de ese ámbito docente; no es ningún permiso ni garantía de calidad doctrinaria, no es una especie de sello que confiriera una especie de carácter, ni privilegios ni autoridad especial para enseñar la religión cristiana, en sentido general – al pueblo. Por ejemplo -si no me equivoco- un libro escrito por un Doctor en Teología requiere (o requería) el imprimatur del obispo, como cualquier hijo de vecino.
¿Y con respecto a los jesuitas en particular, en la época aquella? ¿Tenían muchos doctores, era requisito para algo…? Yo no sé, pero Google me informa que…
… antes [de 1915], los jesuitas tenían prohibido hacer uso de los títulos académicos que habían recibido; y los que completaban sus estudios dentro de la Compañía no recibían tales títulos. Pero, debido a la urgente necesidad de maestros en las escuelas de EEUU que requerían títulos, el general actual el padre Ledochowski aprobó el permiso dado por su predecesor a los jesuitas americanos para aceptar grados académicos y hacer uso de ellos. Además aprobó determinar ciertos requerimientos relativos a los exámenes y tesis para aquellos grados académicos, en adición a los examenes habituales en la formación de estudios jesuita […] El grado de «doctor en filosofía» solamente debería ser otorgado a aquellos que habían dedicado varios años a la investigación, después de haber terminado el curso de filosofía. Además, prohibió hacer uso de estos títulos, por ejemplo, adjuntándolos al nombre del autor en libros, periódicos o en catálogos escolares; salvo que las leyes del Estado lo requirieran, y siempre con el sufijo «S.J.»
The Jesuits and Education: The Society’s Teaching Principles and Practice – By William J. McGucken – 1932
Interesante. Según esto, la Compañía aceptó los títulos académicos para poder meter a los suyos en colegios y universidades. Algo entendible, y que a cualquier docente actual probablemente resulte familiar… En cuanto al requisito de que el doctorado en filosofía se otorgara sólo tras estudios de investigación (de posgrado; y, se sobreentiende, con tesis), adicionales a los cursos de formación jesuita… sospecho que ya lo habían relajado para el tiempo de Castellani. Esto lo sugieren las páginas que siguen: muchos jesuitas reclamaban -y tiene sentido- que con siete u ocho años de estudiar filosofía, más que un mero título de grado -licenciatura-, bien podían recibir un doctorado. Y esta comprensible relajación debe ser, adivino, lo que le permitió a Castellani conseguir su diploma de Doctor en Filosofía, en la Gregoriana, sin haber rendido tesis, con sólo el examen ad gradum…
—Examen de grado aprobado, felicitaciones. Y, por el mismo precio, aquí le damos un diploma de Doctor en Filosofía, le va a ayudar para conseguir trabajo allá en Sudamérica; sabemos que lo usará con criterio, por el bien de la Compañía. Ahora, si estudia un par de añitos más y presenta una tesis le damos el de Doctor en Teología -un doctorado en serio, ¿no le interesa?
—Gracias, no tengo tiempo, me estoy yendo a Francia. Con este me alcanzará. Además… el papel dice Doctor en Filosofía, sí, pero es denominación meramente formal, no específica, inesencial. Bien puedo considerarme doctorado en Teología, ¿no? ¿O mejor Filosofía y Teología?
—Ehmmm, este… no.
—Pero, sí. Más allá de lo que diga la letra, la realidad es que yo aquí cursé en la facultad de Teología, estudié más teología que filosofía, rendí el examen ad-gradum de filosofía y teología, y me dieron el título de Doctor. Si me lo dieron es que lo merezco. Y ¿por qué lo merezco? Por lo que estudié y rendí. Es… irrefragable. Leonardo Castellani, Doctor en Filosofía y Teología por la Gregoriana, sí señor… suena bien; ya van a ver aquellos…
—¿De qué parte de Sudámerica me dijo que era usted?
—Soy argentino ¿por qué?
—Por saber, nomás.
Yo -hasta nueva información- imagino que más o menos así fue la cosa.
¿Regiría en 1935 aquella prohibición para «usar los títulos adjuntándolos al nombre del autor en libros, periódicos»? No lo sé; pero el espíritu de la prohibición parece claro y lógico… y, el hecho es que cuesta encontrar jesuitas que hagan tal uso («chapa») del título. Cuesta mucho. Yo no encontré ni uno.
Un ejemplo cualquiera: John Hardon, jesuita, Doctor en Teología (con tesis – no encontré un solo doctor en teología sin tesis). Dos libros, ninguna mención del título.
Otro más a mano: cuando Castellani dejó su trabajo de la Suma Teológica, lo retomó Ismael Quiles, jesuita español, también Doctor en Filosofía (en España, ad gradum como él, supongo; pero en los tiempos habituales: a los 24 años). Las portadas siguientes de la Suma sólo cambiaron el nombre de Castellani por Quiles… pero ahora los títulos doctorales desaparecieron: «Ismael Quiles S.I.» y basta.4
¿Le haría gracia al cura que le disparáramos con munición suya? No creo…
Una Gallina había puesto un huevo y cacareando alborotaba a todo el vecindario. La Nianduza le preguntó:
—¿Qué pasa? ¿Por qué alborotás de ese modo?
—Porque he puesto un huevo.
—No es verdad —dijo la Nianduza—, Yo también he puesto un huevo. Vos alborotás de ese modo simplemente porque sos Gallina.
(Decíamos ayer)
Castellani repetía a cada paso: «Yo soy Doctor en Teología». Pero no porque fuera Doctor en Teología, sino simplemente porque era Castellani.
Algunas citas:
… Cuando yo pienso que un argentino con doctorados de las dos más grandes universidades del mundo no puede entrar en nuestra universidad, porque un reglamento le exige un “título argentino”, y cuando dócil y pacientemente intenta obtener el sublime “título argentino” (la reválida) es atajado insidiosamente por medio de barreras burocráticas, me dan ganas de llorar, no por mí, que ya he estudiado y puedo estudiar más si quiero —y el que ha estudiado bien estudia siempre— , sino por los jóvenes que han de estudiar todavía, y sobre todo por la patria.
(Lugones – Liberalismo – Nueva crítica – 1955)
¿Así que «las dos más grandes universidades del mundo»? ¿Seguro? ¿Así que «dócil y pacientemente»? ¿«no por mí»?… ¿«ha estudiado bien» y «estudia siempre»?
Un profesor alemán me dijo en Berlín: «No hay Universidad más atrasada en el mundo que la Sorbona… excepto Buenos Aires». Está en manos de los masones; sin embargo allí sería del todo inconcebible tener un profesor, y menos un Rector, que fuese un plagiario convicto; delito máximo en un Maestro.
Mi paso por las Universidades europeas me cerró la puerta de la Universidad Argentina. Por supuesto, en una cueva de ladrones no van a admitir como compañero a un policía, y ni siquiera a alguien que no sea ladrón…
(Castellani por Castellani – p 104)
Aparte del resto (la presuntuosidad y la maledicencia – el tema plagio ya lo tocamos) yo me pregunto si sus quejas acerca de las dificultades burocráticas con las «reválidas» no tendrían que ver con sus doctorados inflados o inexistentes.
Hay un incidente, del mismo libro, que pasa de castaño oscuro – excede el Castellani oscuro que estoy pintando en este vejamen. No lo cito, sólo resumo: imputa a un tipo (dice su nombre; y su condición de judío) el haberle «quemado los títulos» cuando presentó sus papeles para un concurso en la Universidad Estatal. Y para peor dice que «esto lo sé por su propia hija» – y da su nombre. Esto apesta… y sinceramente quisiera creer que no es tan malo como huele. Lo traigo acá sólo porque Randle lo menciona en la biografía, para preguntarse si esto podría explicar la desaparición del diploma de Doctor en Teología; él lo juzga inverosímil; yo -por si hacía falta decirlo- también.5
Preguntará alguno por qué leo libros políticos y escribo en un diario político, si por ventura eso es necesario para bautizar o confesar. A mí en Roma me han dado un título de maestro. Yo no soy divulgador de fórmulas remanidas, yo soy un doctor en Teología, o sea un hombre que debe ver la Teología en la realidad y no sólo en los libros —si quiere salvar su alma.
(Decíamos ayer – 29 de agosto de 1943).
Si yo dijera: Castellani hace constar aquí que ha recibido el título de Doctor en Teología como constancia y encomio de su saber, y de ello deduce que tiene el derecho a dedicar su tiempo y energías (y el capital de su formación espiritual e intelectual, pagados por su Compañía)… para escribir artículos de política en la revista Cabildo; y no sólo el derecho, sino el religioso deber… si yo dijera eso, mi razonamiento sería un poco sofístico. Sí, pero menos que el suyo.
Le escribo con motivo del próximo Concilio Plenario Argentino, del que S. I. será teólogo; supuesto que en esta tierra ganadera donde los teólogos no abundan mucho —y se necesitan unos 150 para hacer un concilio— de los pocos teólogos que yo conozco, usted es el más competente. No puedo suprimir el hecho de que yo lo soy también, por la Gregoriana de Roma, con notas sobresalientes, y diploma bulado firmado por S.S. el papa Pío XII y el general de los jesuítas Wladimir Ledochowskí. No creo que lo que sabía yo al dar examen ad gradum en 1931 lo haya desaprendido y no lo sepa ahora. Ellos entonces firmaron que yo era doctor sacro «cum licentia ubique docendi«. Yo sospecho que sigo siéndolo, y que ahora tengo otra firma más: la firma de la tribulación soportada por amor de Jesucristo; que es, como si dijéramos, la firma de Nuestro Señor.
(Carta a Ms. Rau 1953)
Tomá mate. Como si el «diploma bulado firmado por el papa» fuera poco… y como si las tribulaciones (¿soportadas? ¿por amor de Jesucristo?) hicieran de uno un mejor teólogo. Lo del «doctor sacro cum licentia ubique docendi» ya me empieza a causar gracia (y, de veras, ¡me gustaría tanto saber que, al menos, el cura se reía al escribir esto! pero hoy por hoy, lo siento, no tengo motivos para creerlo).
A propósito: decía antes que los delirios de Irene Caminos, sobre los logros intelectuales únicos y casi sobrehumanos del cura, quizás no sean cosa exclusiva de su cabecita loca. Quizás no sean tan ajenos: ni ajenos a Castellani, ni ajenos a sus lectores adictos. Por lo que hace a lo primero, yo no puedo dejar de sospechar que la memoria de ella no hizo más que deformar y aumentar un poco los datos; pero que quien le pasaba esos datos («doctor sacro cum licentia ubique docendi«), quien le llenaba la cabeza hablándole de sí mismo con fabulosas medias verdades no podía ser otro que el mismo Castellani. (Y esas fantasías de que «su título lo habilita a enseñar Filosofía y Teología, aquí, como en Inglaterra, la China o el Japón, sin reválida», parece un eco de aquellas quejas del cura…) Por otro lado, buena parte de los encomios desmesurados de ella figuran en prólogos o solapas de sus libros editados en vida – y también en escritos incluidos en Jauja (revista dirigida por Castellani, recuerdo). No puedo hacer más que suposiciones aquí… pero todo esto también huele feo.
De otra carta a otro obispo, años después, con parecido tono:
Tengo el título de doctor en teología y filosofía refrendado por la Santa Sede; o sea lo que llamaban antaño de doctor sacro. Un doctor que preguntado por quienquiera en cosa de su oficio, no respondiese por miedo a los poderosos ¿peca? «Peca mortalmente» respondió Geoffroy des Fontaines, en el siglo XIII, ante la Universidad de París (Carta a mons. Caggiano, 1966 )
Títulos dudosos aparte (pero pará un poquito: ¿»antaño llamaban doctor sacro»? ¿o sea que ahora no? la otra carta daba a entender otra cosa)… el razonamiento6 no tiene pies ni cabeza. ¿Qué tiene que ver el concepto de doctor que usa Geoffroy des Fontaines en el siglo XIII con el título que te da un diploma de la Gregoriana en el siglo XX? ¿De qué «miedo a los poderosos» está hablando? Y (me imagino al obispo, agarrándose la cabeza) ¿quién cuernos le preguntó algo…?? ¿…y «en cosa de su oficio»??? ¿qué oficio???
De paso: lo que Castellani trata en su carta a Caggiano es un montón de problemas eclesiales (ad intra). Sus planteos son seguramente muy atendibles, quizás inteligentes y aún (estirándome mucho) proféticos. Mechados, eso sí, de abundantes impertinencias, presuntuosidades pueriles y resentimientos apenas maquillados («Loado sea Dios que en mis obras no se ha deslizado nunca el más pequeño error doctrinal; pues eso a El se debe. Todo mi trabajo se ha dirigido casi desde mi niñez al servicio de Dios y de su Iglesia: Dios se me ha manifestado agradecido. . . y nadie más. Mi obra por lo menos está en gracia de Dios. Todo el mundo sabe que tengo razón, incluso su eminencia; todo el mundo sabe que no me la darán, incluso yo»). Todo esto hace díficil tomarlo en serio. El cura parece tener una especie de «complejo de Savonarola»: acá está todo mal, y déjeme que le explique todo lo que está mal, y qué mediocres son todos, y cómo todo se está yendo al garete, y cómo puede ser que nadie haga nada, y que yo sea el único que lo ve, y nadie me escucha, y si a mí me va mal en la Iglesia es signo de lo mal que anda la Iglesia, y etc. Ahora bien, bienvenido cada tanto -y en ciertas situaciones- un Savonarola; pero, entre muuuchas otras cosas -y de peso-… un Savonarola no arranca esgrimiendo su «título de doctor en teología y filosofía».
No tengo autoridad para juzgar a este peregrino exegeta de oficio (y los que la tienen parece que duermen) pero mi opinión particular (y de doctor en Teología) puedo darle…
La cita es de Jauja (1969), el peregrino exegeta es Severino Croatto, y el libro que critica es «Historia de la salvación». Creo que «juzgar» quiere decir aquí «censurar» -esa es la autoridad que no tiene, mientras que sí tiene (por ser doctor en Teología) autoridad intelectual-doctrinal como para criticarlo en Jauja -es decir, para enseñar a sus lectores.
[Teilhard de Chardin] ha caído en la peor de las herejías, el modernismo; y, según creemos, es un heresiarca virtual. Este no es aún, en este año 1951, el dictamen de la Iglesia, sino el de un doctor privado, Doctor en Teología.
(«Hijos de un mismo padre», «Ensayos religiosos»: en Cristo ¿vuelve o no vuelve?)
Parecido a lo anterior (ya se ve que no agoté las citas anti-Teilhard en el otro post). No estoy seguro de entender el concepto de «doctor privado».
Yo no pude ver a Teresa Neumann, y eso que fui desde París para eso. Fue así: había una orden severa del General de los Jesuitas que ningún jesuita pudiera ver a la Vidente; yo me deshice para ser exceptuado, por ser doctor en Teología y en Psicología y no hubo caso.
(Psicología humana)
Ja, se me hace que Ledochowski no había tenido esa utilidad del título en mente…
Un par de menciones sobre doctorados ajenos, lamentables por distintos motivos, -pero muestran el relieve absurdo que daba él al título:
…a mí me acusaron de milenista y me siguen acusando, el Presbítero Doctor, (que no es doctor), Mejía.
… El día de San Perón de 1949 fui expulsado de la Compañía […] es posible que mi ex alumno, el asesor del Vaticano II hubiese ya comenzado a acusarme de hereje en informes secretos, cosa que sigue haciendo después de muchos años, para acopiar méritos, me refiero al Doctor (que no es Doctor) Pbro. Mejía.
Catecismos para adultos [sic]
Meinvielle es el verdadero doctor en Teología de la República Argentina.
(Jauja 22)
Esta última afirmación -aparentemente no un mero elogio de cortesía, sino espontáneo y sincero- podría entrar en el top 10 de las barbaridades del cura. Para colmo de males, esta no tiene ninguna gracia. (Sí, uno pueda leerlo en clave irónica, como lamento por la miseria teológica argentina; pero además de ser pobre chiste, y además de ser falso, está lejos de la intención del autor). Deprimente.
Cierro con un texto mejor, para no quedarme con tan mal regusto. Aquí parece tener un rapto de humildad («ahora todos somos doctores»), y él se sitúa en realidad (y contra lo que decía en la carta de arriba) del lado de los repetidores. Aunque me pregunto si en la realidad verdadera él se vería reflejado más del lado de los locuaces seguros o de los tartamudos forcejeadores…
En aquel tiempo los letrados eran raros y ser letrado o sea doctor era una cosa seria […] Los llamaban doctores, que significa enseñadores. Tenían bajo sí a los repetidores. Eran pocos, ya lo dije. Hoy día con el progreso moderno todos somos doctores. Los repetidores eran los medioletrados, como un servidor de ustedes. Son tipos con fluencia de parola —en tanto que los doctores casi todos son tartamudos—, capaces de agarrar rápido las ideas, explanarlas, exponerlas, hacerlas interesantes, vulgarizarlas. Son los que tienen, como dice el hispánico, facilidad. Las doctrinas difíciles de los maestros en sus bocas devienen fáciles; las oscuras se vuelven claras; las técnicas y duras se hacen amenas; las diversas se homologan y contactan. Los discípulos aman a este hombre brillante, claro y seguro —sobre todo los discípulos más discipulares—, mucho más que al doctor pesado que lucha y forcejea…
(Cabildo, 21 de julio de 1943. – Las canciones de Militis)
quisieran enseñarle el camino a un doctorado [sic] en Teología, con veinte años de familiaridad de la Suma…» En el prólogo a un libro de Helvio Botana sentencia que el mismo no es herético: «Soy
Doctor en Teología y por lo menos las obras de los otros tengo autoridad
para juzgar… en primera instancia»
1 El lector puede ayudar a disminuir mi ignorancia con sus correcciones y aportes – siempre bienvenidos. La pedantería, ya es asunto más difícil.
2Su biógrafo afirma: «Castellani nunca se creerá del todo que él es el héroe de la película, jamás perderá esa humorística humildad que siempre nos ha hecho sonreír, que siempre lo caracterizará.». (Por eso decía yo: no mucho más sentido crítico que Irene Caminos.) Castellani jamás perdió esa «humorística humildad», eso es verdad – porque jamás la tuvo.
3 Aclaro que no tengo información clasificada sobre Castellani (escritos inéditos, informaciones de terceros, etc), todo lo que sé es lo que cualquiera puede saber por los libros publicados. Para lo que me atañe, basta; puesto que sólo estoy vejando al Castellani público, el «maestro de la fe» que le dicen.
4 Nótese: no sólo «Doctor en Teología» sino «Doctor en Teología por la Gregoriana». Vanidoso hasta el papelón. Me pregunto, si en lugar de viajar a Europa hubiera completado su formación jesuita en Buenos Aires, como estaba previsto… ¿habría estampado «Doctor en Teología por Villa Devoto»?
5 De paso, y porque algunos me reprocharán que rebusco en los rincones más oscuros del cura, un detalle curioso. El libro arriba mencionado (Castellani por Castellani) es una selección de artículos de Castellani (algunos inéditos)… una selección que quiere ser ‘a favor’, se entiende. Y está hecha por el mismo editor -creo- de las «Domingueras prédicas», recopilación de homilías que incluye esta nota: «Algunas pocas expresiones y ocasionalmente algún pasaje de estas homilías han sido omitidas porque podían prestarse a mala interpretación».
6 Esta apelación a tal sentencia de Godofredo ya la había usado veinte años atrás (Decíamos ayer – p. 202 – 7-Oct-1944), con otra de sus curiosas correspondencias ad-hoc: «Las disputas públicas de la universidad medioeval eran el periodismo de aquel tiempo.»
No me resulta trivial ni indignante, pero sí deseo que termine quedando equilibrado con el fondo del «deshinchamiento», que no pienso que tenga que ver con estas cosas (aunque sirven de presupuestos y contextos), sino con lo más importante: la «doctrina». Su valor como teólogo, su valor como exégeta, su valor como hermeneuta de la cultura y como crítico literario.
Lo que cuentas viene bien para entender que junto a la expresión de «intuiciones geniales» en esos campos, se le note bastante la falta de una «práctica académica», sobre todo en la cita, la ponderación y la crítica de la opinión ajena.
Muy interesante toda la información que nos ha facilitado.
He devorado los 9 artículos muy rápidamente. Quizás sea, pues, culpa mía, pero no recuerdo haber leído algo que me interesa especialmente: ¿sabemos a qué se debe la suspensión a divinis de Leonardo Castellani? ¿En algún momento pidió perdón por algo? ¿Es verdad que Juan XXIII le «devolvió la Misa»?
Gracias!