Hojeo libros, al azar de los estantes de una biblioteca pública – placer antiguo y siempre nuevo. Entre otros, «Antes del fin«, de Sábato. Pobre Sábato, lo he admirado demasiado, cuando adolescente, y después lo he despreciado demasiado. A pesar de su pomposidad y su pesadez, hoy lo respeto.
Pocas cosas encuentro en este libro que me interesen (algunos datos biográficos), pocas que me irriten (sus eternos berretines de maestro, gurú de jóvenes angustiados) y menos que me sorprendan. Me reconfortan (hay que ser…) las referencias familiares: Simone Weil, Dostoyevsky, San Agustín… y (entre las sorpresas) von Balthasar : parece que Sabato ha leído su libro sobre santa Teresita. También aprendo que en su últimos años se había acercado al catolicismo (comunión incluida) por el influjo de su amiga de entonces, Elvira:
[Elvira] González Fraga tiene –se nota– extensa formación religiosa. Una madre religiosa que, además, era matemática.
“Ella consideraba que los colegios de monjas eran ateizantes, porque era importante tener una visión trascendente del mundo y esta gente que habla de Dios como de su tío… chau”
Así que mamá la llevó a ver los anillos de Saturno en el verano ecuatorial. Un cuerpo a cuerpo con “lo trascendente”.
(Patricia Kolesnicov, Clarín, 29/05/2011)
Me gustó eso. Con todas las objeciones, sí. Sí, está bien. Todas estas metáforas («tío» o «papá») son ambivalentes. Concedido que, en cierto sentido, poner a Dios lejos, en «lo trascendente», no es cristiano. Concedido que cierta cercanía y familiaridad es justa y necesaria. Pero entiendo que aquí no se trata de esta familiaridad.
A mí más bien me recordó aquello de aquel jesuita rioplatense que, a propósito de las discusiones sobre la comunión a los divorciados, pretendía extraer de la Biblia «la opinión de Dios Padre mismo acerca de la situación de estos bautizados y de si pueden acceder a comulgar en la santa misa.»
Chau…
«soy Dios, no hombre; en medio de ti yo soy el Santo» (Oseas 11,9)
Incluso a pesar de la encarnación, o precisamente para que a encarnación siga siendo una completa gracia, inesperada, fruto inimaginable de la creatividad divina, Dios no es ni puede ser tratado como un hombre.
Jesús enseñó la familiaridad con Dios, pero nunca a costa de la infinita diferencia entre Dios y nosotros. Incluso el prólogo de san Juan, el que más lejos llega en términos de comprensión de la encarnación dirá que «al Padre nadie lo ha visto jamás, el Unigénito, que está en el seno del Padre, él nos lo ha traducido» (1,18), aunque para que esa distancia no se transforme de nuevo en reverencia puramente religiosa, unidireccional del hombre a Dios (que al cabo confunde la trascendencia con la mera lejanía), dice también en el mismo evangelio: «Felipe, quien me ha visto a mí, ya ha visto al Padre» (Jn 14,9)
Gracias por el post