Estoy leyendo estos días, con mucho gusto y provecho, «Jesús, el Cristo«, del cardenal Walter Kasper. Esto, por ejemplo, lo leí hoy:
La necesidad de una fundamentación teológica de la solidaridad entre los hombres se hace especialmente clara cuando no sólo dirigimos esperanzados nuestra mirada hacia un reino futuro de libertad, justicia y paz, sino también cuando nos acordamos de las generaciones pasadas, incluyéndolas en nuestra solidaridad.
Sin solidaridad con los muertos y su sufrimiento sin palabras, toda solidaridad entre los hombres y toda fe en la redención no sólo sería incompleta, sino que también continuaría siendo abstracta y, en definitiva, cínica. Si los sufrientes del pasado no tuvieran consuelo y la injusticia que se les hizo no tuviera expiación, o sea, si el asesino terminara triunfando sobre su víctima, en la historia valdría el derecho del más fuerte; la historia sería pura historia de los vencedores. Una solidaridad reducida al presente y al futuro sería, en realidad, una nueva injusticia contra las víctimas del pasado; se acabaría por decir que son la escoria de la historia del mundo.
Ahora bien, no hay hombre que pueda hacer volver a los muertos ni enmendar los sufrimientos del pasado. Esto sólo puede hacerlo Dios, que es señor de la vida y la muerte. El puede hacer justicia incluso a los muertos, cuando él mismo desciende al reino de la muerte, cuando se solidariza con los muertos, y así, precisamente porque la muerte no puede retenerlo, hacer saltar los lazos de ésta y rompe su poder. En este contexto se hace teológicamente claro el significado del credo cuando habla del descensus ad inferos (o inferna), de la bajada al reino de la muerte. Por muy mítico que sea el lenguaje, este motivo enseñado por la Escritura (cf. especialmente 1 Pe 3, 18 s), el credo apostólico (DS 16. 27. 76, etc.) y por el dogma eclesial (DS 801. 852. 1077), no es un mito superado. Se trata de un elemento esencial de la fe en la importancia salvífica de la muerte y resurrección de Jesucristo. Esto no quiere decir que represente un acontecimiento salvífico independiente y nuevo, agregado a la muerte y resurrección. Lo que significa es más bien que Jesús en su muerte y por su resurrección verdaderamente se solidariza con los muertos, fundando así la verdadera solidaridad entre los hombres más allá de la muerte. Se trata del derrocamiento definitivo de ésta por la vida en Dios, se trata de la victoria universal y definitiva de la justicia de Dios en la historia.