Puede uno mirar con disgusto
«Las alas del deseo», en rechazo de lo que aparenta ser su «tesis»: que en la vida terrena, carnal, existe una plenitud
que no se encuentra en la vida desencarnada, angélica, espiritual.
Confieso que cuando vi la película por primera vez, la miré con esos ojos,
severos y críticos. Hace mucho tiempo, y yo andaba dando vueltas a la entrada
de la Iglesia, sin animarme a entrar, si no recuerdo mal… Pero, religión aparte, ya
de antes venía ese rechazo
hacia las filosofías baratas en circulación…
(un poco pretencioso y pedante que era uno, tal vez; fan de Dolina, al fin y al cabo).
Y es parte de esas filosofías
baratas, me decía yo, poner al hombre por encima de los ángeles, creer que el espíritu
es algo vago, casi inexistente, una abstracción; y así, lo que vale es lo tangible,
lo terreno (y con un paso más llegábamos al Carpe Diem de
«La sociedad de los poetas
muertos», que tanto me indignaba).
Bien, no reniego completamente de mi rechazo. Por supuesto que existe esa filosofía,
complaciente exitosa y sensual (y barata) que no quiere escuchar que el «espíritu» es una
realidad mayor que la materia, y que el ángel tiene una plenitud de ser que
nos abrumaría si se nos mostrara
(Yo también venía leyendo a
Rilke, y su «
Terrible es todo ángel … » , la belleza terrena como un reflejo debil de la belleza del ángel).
Y a propósito de esto, Luis me comenta una observación similar de
Lewis (en «El gran divorcio» ? no lo encuentro ahora), refutando la falacia de que lo espirtual es más débil, más tenue que lo material.
Y un famoso crítico de cine dice
algo parecido, trasladado a su ambiente: que los curas y las monjas por lo general sólo interesan a Hollywood a causa de sus votos de castidad… si los rompen, eso sí. Y que, de igual modo, los ángeles
sólo interesan a Hollywood cuando envidian la sensualidad (sexualidad) del ser humano, y se quieren encarnar.
No está mal.
Y más o menos eso pensé yo hace tanto años, aplicándolo a
«Las alas del deseo».
El crítico de marras, sin embargo,
se lo aplica a «City of Angels», una especie de remake…; pero a la original,
no.
Y yo, ahora, tampoco.
Y bien… es sabido (yo, al menos, lo fui sabiendo de a poco)
que cuando uno descubre una verdad importante, olvidada, en riesgo de desaparición,
empieza a ver por todos lados manifestaciones de ese olvido y esa ceguera;
cegándose a su vez a verdades opuestas (igualmente importantes), olfateando
herejías (intelectuales, estéticas o religiosas) donde hay ortodoxia, y convirtiéndose
uno mismo en un pobre y triste hereje.
Dios nos libre; que el mundo no nos ayuda a librarnos (ni el diablo, ni la carne).
Otra objeción a Wenders, distinta de la anterior aunque conectada, es la que un católico
podría hacer a su angeología.
Esos no son ángeles, los ángeles son otra cosa, dirá alguno (y citará el Catecismo,
o la Suma Teológica).
Protesta bastante infantil, claro está, pero no completamente despreciable (digo yo, que
acaso en parte también la hice mía). Con la misma ingenuidad, uno podría
preguntarse por la religión de Wenders, y si él cree o no en los ángeles…
Pero esto sería como preguntar a
Tolkien si creía en los elfos.
Y así como Tolkien decía que, en última instancia, los elfos
en su mitología representan un aspecto del ser humano, los ángeles de Wenders
son también -digo yo- una creación poética, una fantasía que representa (y, esperamos,
ilumina) algún aspecto de lo humano. No hay por qué pedirle más.
Y no me hablen ahora de los peligros de la New Age, y la moda
de los ángeles truchos. Ya sé. Para el caso, importa poco.