Archivo por meses: mayo 2005

Las elles y Marechal

Los hablantes argentinos (de Buenos Aires, sobre todo) practicamos el yeísmo de manera casi universal. Suena feo, en realidad; pero tenemos cosas peores.
En mis años infantiles, si no recuerdo mal, la pronunciación correcta española de la «elle» sólo se oía en ocasiones formales: sobre todo en boca de las maestras, en los discursos de los actos escolares. Y me llamaba la atención. (Más oscuramente recuerdo que en los primeros grados de la primaria se enseñaba la pronunciación española. Enseñanza exótica y rápidamente puesta a un costado, como tantas.)

Supongo que hoy las cosas han cambiado, y las maestras pronuncian (y enseñan) como hablan en la calle (pronúnciese cashe). Y no hay muchas ganas de usar lenguajes más o menos formales según el ámbito, sea en la pronunciación o en vocabulario.

Pensaba el otro día (haciendo un poquito de fuerza para encontrarle un lado conmovedor, y quedándome corto por varios metros) que tal vez el último vestigio lo constituyan algunas señoras que leen las lecturas de misa.

Me sorprendió doblemente la radio, unas noches atrás: alguien recitaba poesías … de Leopoldo Marechal (segunda)… y pronunciando las elles… Aunque con culpable inseguridad, hay que decirlo, alternando «lliantos» con «cabayos». Curioso.
Veo de paso, que el poema en cuestión («A un domador de caballos») no está en Internet. Ausencia que trataré de llenar en cuanto pueda hacer andar el scanner.

# | hernan | 31-mayo-2005

El tiempo de los profanos

De los fragmentos juveniles de Mircea Eliade:
… pero, se nos objetará ¿acaso sólo un místico estará cualificado para juzgar una experiencia mística? ¿sólo un creyente estará en condiciones de opinar sobre una creencia?
En efecto, así debe ser.
No se puede juzgar una realidad espiritual más que conociéndola; y no se la puede conocer más que enfocándola en su propio plano de existencia. De igual modo, no se puede juzgar una obra de arte más que conociéndola, contemplándola en el plano estético; se la puede aceptar o rechazar, pero antes hay que conocerla, hay que amarla. Sólo amando la poesía se pueden contemplar los objetos poéticos, y estar cualificado para juzgar a un poeta.
Amando las realidades suprasensibles (es decir, creyendo en su existencia y su autonomía) se puede juzgar, se puede recibir o rechazar una metafísica, un dogma o una experiencia mística.
En uno y otro caso, se tiene que estar cualificado: no confundir los planos, no ser un profano

Por supuesto, semejantes afirmaciones hoy no convencen a casi nadie. Y no están hechas para eso, por otra parte.
Pero siempre resulta interesante observar la intromisión, cada vez más profunda, del profano en la vida espiritual y cultural de Europa.
Hace dos o tres siglos, la confusión de planos se manifestaba en los niveles superiores: la teología y la filosofía, el dogma, las ciencias naturales (usamos esta expresión, claro, en el sentido que tuvo desde el Renacimiento hasta Linneo). Pero desde el siglo XIX, la intervención de los profanos ha tenido una amplitud inimaginable. Así, los hechos espirituales han sido identificados con los niveles de realidad más bajos; el pensamiento con el cerebro, el genio con la locura, la santidad con la sexualidad…
# | hernan | 31-mayo-2005

Kiki: otra de Miyazaki

Perdón (y ni siquiera puedo prometer que no se repetirá). Es que al fin vi las dos películas que me quedaban de Miyazaki.
Después tal vez armemos un comentario panorámico de las siete (algo notable es el desacuerdo entre los admiradores sobre cuáles son las mejores: al punto que no hay una de las siete películas que no sea considerada por algunos como la preferida).
Pero hoy quiero decir dos palabras sobre Kiki.
Hoy, que es un aniversario de cierta relevancia en mi vida (hace 20 años, aprendiendo a vivir solo a Buenos Aires, sorteo del servicio militar con número bajo, y esas raras rachas de felicidad que uno a veces liga de joven; y no hablo de la colimba! ) no quiero dejar de agradecer (a quienes corresponda, de Dios, y de Miyasaki para abajo) la profunda y limpia felicidad que me ha procurado este fin de semana «Kiki’s delivery service» («El servicio de entregas de Kiki»); una historia muy simple y redonda de una bruja de 13 años que aprende a vivir sola en una ciudad, como un rito de iniciación. Bellísima.
La pueden conseguir, en video o DVD, acá.
# | hernan | 30-mayo-2005

Amistades no transitivas

Le explicaba hoy a un amigo, que anda pensando en empezar su blog, los pro y los contra que veo en los comentarios abiertos. Y le decía que, en mi caso, la cosa no pasa tanto -hoy- por el temor a insultos o ataques. Más bien es que sospecho que mis lectores son demasiado variopintos (pocos pero variopintos) para llevarse bien entre ellos y discutir con fruto (y para eso son los comentarios).
Es algo análogo a esa especie de delicadeza (o timidez; o egoísmo, o falta de fe) que nos retrae de intentar juntar a ciertos amigos que uno tiene.
# | hernan | 30-mayo-2005

Raras coincidencias

Dicen algunas malas lenguas que nuestro presidente, se escapó de Buenos Aires este 25 de mayo -y frustró así el tradicional Te Deum– porque se le hacen cuesta arriba los sermones de nuestro obispo.
Suponiendo que así sea, no estoy muy seguro de compartir la indignación de muchos católicos de por acá.
Y por otro lado, yo mismo, el sábado pasado estuve a punto de ir a la celebración de Corpus Christi en Plaza de Mayo, y al final no fui… y no me animo a confesarle cuán cerquita anduvieron mis motivos, vea.
# | hernan | 30-mayo-2005

Genealogías

Un genograma, según acabo de descubrir, es un formato para graficar árboles genealógicos.
Notación de un grado de detalle insospechado -para mí-. Separaciones, divorcios, concubinatos, matrimonios múltiples (faltan «matrimonios homosexuales», pero a todo se llegará), relación afectiva (estrecha, conflictiva, distante, quebrada) y relación habitacional. Embarazos … y abortos («espontáneos e inducidos»).

Me cuesta creer, me da un poco de vértigo imaginar que existen árboles genealógicos que incluyen los «abortos inducidos»; pero es verdad que uno tiene tan poco mundo…


[Actualizado: Un lector -médico- me hace notar que el historial de abortos de una persona (y, puedo suponer, también en alguna medida de sus antecesores) tiene interés desde el punto de vista médico tanto en la investigación de sus causas como de sus efectos; y, obviamente, importa distinguir los espontáneos de los inducidos.]
# | hernan | 27-mayo-2005

En busca del lenguaje mítico perdido

Un hilo de discusión en ETF.
Dice Abel, sobre la posibilidad de recuperar la «mirada mítica»:
… Es verdad que uso muchas veces la expresión «cambiar la cabeza», pero suelo aclarar que lo hago porque es la traducción más ajustada a la palabra que la Biblia usa para «conversión»: «metá – noia»: cambiar de criterios, de cabeza.
Ahora bien, ese «cambio de cabeza» puede realizarse de varios modos: una propuesta frecuente es volver a lo que ya se usó y funcionó. Así, muchas veces se admira el orden del mundo de la sociedad clásica o medieval, y se propone volver a ese orden del mundo… lo considero por completo imposible. Precisamente porque ese «orden bello del mundo» (ese «cosmos» dirían los griegos) depende de una mirada que no es la nuestra, y sometida también a tensiones y contradicciones que si las viviéramos no las aceptaríamos.
Si lo antiguo fue un orden bello y se salió de él, es porque algo no resolvía, que intentamos resolver nosotros.
No, lejos de mi mentalidad y de mi discurso proponer ninguna especie de «revival» de la mentalidad antigua.
Más bien lo que digo es que ya tenemos la mirada poética que se requiere, sólo que no la utilizamos, en bien de privilegiar, de todo el lenguaje disponible, sólo un aspecto, el demótico y exacto. Sin él no nos estaríamos comunicando en este momento, ya que precisamente sólo el lenguaje demótico es capaz de idear ordenadores y autopistas de la información, y más que de idear, sólo él los puede realizar.

[…]
El criterio de «hablar al hombre moderno en su lenguaje» suena marketineramente tentador… el problema es cuando sales con la linterna de Diógenes a buscar ese hombre moderno, y no lo encuentras en ninguna parte, porque la Modernidad murió hace rato, sólo la estamos terminando de enterrar.

En el mensaje anterior decía que la sospecha como sistema empieza con la formulación del «Mito del Ser», el mito filosófico por excelencia, formulado por Parménides en el inicio mismo del siglo V aC: «Un sólo mito como vía queda: es».
Ese mito del ser acaba (también en un cambio de siglo, curiosamente), cuando alguien (Nietzsche) llega a formular: «El Ser: el más vacío de todos los conceptos». A partir de allí no se puede contar más con lo que daba unidad a nuestro entorno cultural, no hay ya algo común a todos, que pudiera ser la base del intercambio comunitario de signos, es decir, de la comunicación. Porque aquello que daba su peso al intercambio de signos, resultó ser el más vacío de todos los conceptos.
Por eso hablamos de una «post-modernidad», porque estamos más allá de la posibilidad reunidora del ser, pero más acá de nada nuevo… somos apenas unos «post» algo, que no son todavía nada nuevo. Muchas veces se escucha hablar de la «postmodernidad» (sobre todo en nuestros ambientes católicos) como si fuera algo que elegimos a voluntad: -«yo quiero ser postmoderno», -«yo no». La postmodernidad es una época del lenguaje, no se elige: quiere decir tan sólo que no existe más el hombre moderno, por lo que no hay un lenguaje para dirigirse a él…
# | hernan | 27-mayo-2005

Sin comentarios

La gente sigue preguntandome por qué no pongo un sistema de comentarios abiertos. Tema trillado, aunque no resuelto. No lo descarto… pero no me decido.
¿Por qué? Ya lo he dicho hace tiempo. Las circunstancias han cambiado algo, pero no mucho.
Para decirlo brevemente: veo pocas probabilidades de escribir posts como este y tener comentarios como estos.
Pero, bien… no lo descarto.
# | hernan | 26-mayo-2005

Huelga docente

Es extraño que los tiempos anden tan escasos de maestros; que tanta sed vaya acompañada tanta ausencia -cantidad y calidad- de referentes, gurúes, sabios, líderes…
No sé, a mí esta ausencia no deja de asombrarme.
Y no estoy seguro si debo sentir alivio o temor.

A ver. De qué sed estamos hablando.
Pareciera que cada época y cada sociedad tiene sus pasiones, así como tiene sus aporías. Diversos amores y odios, más o menos informes y más o menos ordenados, que alimentan ideologías y enardecimientos compartidos; recortes de lo existente (o de lo imaginado) en los que las sociedades ven encarnado el Mal (o el Bien; pero por oposición, generalmente).
¿Qué «sociedades»? Todas; la del adolescente standard; la de los burgueses mediatizados; la de tales o cuales católicos, también.
Podemos restringir o ampliar, a gusto. Y en estos tiempos masivos, podemos sobre todo ampliar, y fijar la atención en las pasiones globalizadas, las más visibles.

Ahora bien, si no me equivoco, estas pasiones son difíciles de expresar como un todo orgánico, como (porque) sus aporías son difíciles de desenredar. La frustrante complejidad de lo real; la humillante -y por lo mismo inconfesada- comprobación de que ningún gráfico cartesiano (ni la multiplicación de gráficos y de dimensiones) alcanza para aclarar qué estamos buscando y adónde estamos yendo. Como Chesterton notaba, sanar al mundo es infinitamente más complejo que sanar a una persona; porque todos tenemos más o menos claro qué es estar sano … cuando se trata de la salud corporal de un individuo; y entonces el problema se reduce a buscar el tratamiento para llegar a este estado; conocemos la meta, el problema es encontrar el camino. Y creemos el caso de la salud del mundo es análogo; pero no, en verdad no sabemos qué es la salud, en ese plano; no sólo no podemos ponernos de acuerdo con otros hombres al respecto, ni siquiera con nosotros mismos. Es fácil -y hoy día es muy prestigioso- creer que uno cree en una «utopía»; pero apenas lo pensamos un poco (en verdad, tratamos de no pensarlo), las cosas «no nos cierran»; esa utopía ni siquiera tiene existencia en nuestro pensamiento; apenas imaginamos haberla concebido (el sólo pensarla ya es una utopía; utopía al cuadrado; y tal vez escapismo al cuadrado).

Nos mueven -creemos- un manojo de convicciones -aprobaciones apasonadas y rechazos inapelables- pero a la hora de armar con ellos un utopía coherente, no armonizan tan bien como era de esperar.

Ejemplos sobran. El caso de los abortistas es un poco particular, pero representativo (y cómodo para mí, concedo): cualquier progresista «sabe» que «todos los hombres son iguales», y que es una injusticia que clama al cielo suponer que un premio Nobel ario es «más hombre» que un indígena Down de una tribu africana; y que, por otro lado, matar a un hombre es un crimen. Pero al mismo tiempo «sabe» que la mujer tiene derecho a abortar. Racionalizar esto, le llevaría a afirmar que «ser hombre» es algo que admite grados (de manera que un feto de pocos días «no es hombre», de varios meses «casi no es», el recién nacido «casi es», y así). Lo cual «no cierra».
Una aporía, una incomodidad intelectual la mayoría ocultarán bajo la alfombra, en la esperanza de que algún filósofo posmoderno francés sabrá responder, hoy o mañana.
Y, abortismos aparte, el axioma de «todos los hombres son iguales» se topa con objeciones más filosóficas, pero igualmente evidentes: la del nominalismo (y, como decía Borges con involuntario cinismo, «hoy todos somos nominalistas»). Según todos los modernos «sabemos», todo concepto genérico corresponde a una abstracción aproximativa, y no a una realidad (puesto que -digamos- «silla» es una palabra -convencional- que designa una serie de características según la cual pueden clasificarse -con un grado de pertenencia mayor o menor- las cosas del universo; y es obvio que al romper una silla puede ir haciéndole perder su «silleidad» por grados, sin que exista un momento preciso en que deje de ser una silla), de modo que lo mismo valdrá para el concepto «hombre»; por lo cual el dogma de la igualdad de los hombres carece de significado.

Y otras dificultades más fuertes, e igualmente omnipresentes: la aporía del materialismo frente al criterio de verdad (en cuanto consideramos al «pensamiento» como un simple proceso químico-neuronal, no es fácil determinar cómo un pensamiento puede ser «verdadero» y otro «falso»; entre ellos, el pensamiento de que todo pensamiento es un simple proceso químico-neuronal), y el del cientificismo y la ética (y el mecanicismo y la libertad): (¿cuánta física cuántica tendremos que aprender para saber qué está bien y qué está mal?).

Insisto: no traigo estas aporías para refutar nada (no refutan nada); y las hay en otras sociedades, insisto.
Y todas tienen y tendrán respuestas, o intentos de respuestas.
La cuestión es que hay multitudes que conviven (o convivimos; pueden reemplazar la tercera persona del plural por la primera en todo este post, si gustan) con estas incomodidades, sin muchas esperanzas de resolverlas; multitudes que tratan de no mirarlas, para seguir «en la lucha»; que tienen miedo a vacilar y a estar en el error. Y que sin saberlo esperan a alguien que, sin defraudarlos, confirmándolos en sus convicciones, desate esos nudos. Algún sabio -de pasiones correctas, de pensamiento claro y de palabra segura- que resuelva esas contradicciones y articule el discurso coherente y eficaz que en el fondo todos esperaban escuchar.
Y poder decir al resto de los hombres: escuchenlo, escuchenlo a él.

El público lleva muchísimo tiempo esperando, son enormes las ganas de romperse las manos aplaudiendo. Sería una satisfacción y un alivio enorme.
Y nada.

El Anticristo… estará pensando alguno.
Sí, por que no.
Y Cristo, también [*].
Claro está.

Pero igual, es raro que no haya más maestros.
Teloneros, si quieren. Discípulos del Maestro, o ensayos del Anti.
No se ven maestros, ni con las minúsculas más minúsculas.
¿Será que uno es corto de vista?

Ahora… si pensamos más bien en los ensayos del Anti (y los tiempos, o la predisposición personal, empujan mayormente a eso), la ausencia de estos maestros podría ser un signo de consuelo (falta mucho…). Pero no es seguro de que debamos ansiar que eso se demore. Y tampoco es seguro que esa ausencia no sea parte de la escenografía, una manera de aumentar esa sed, y ganar un aplauso más fuerte.
Por eso digo, no sé si sentir alivio o temor.


[* Por cierto, Cristo es el único Maestro que trae las respuestas que necesitábamos. Pero no son las respuestas que esperábamos escuchar. Pega mucho más alto, o mucho más bajo. Muchos celosos fariseos encontraron sus respuestas muy por debajo de lo que esperaban. Quién sabe, tal vez algunos cristianos -y de los más ardientes- están esperando al Anticristo, y no lo saben]
# | hernan | 26-mayo-2005

Crítica bíblica: Huck y el negro Jim

Uno de los diálogos más memorables de las «Aventuras de Huck Finn» (lindo libro de Mark Twain) es la discusión entre Huck (un chico de la calle, diríamos hoy, o poco menos) y Jim (un esclavo negro fugado) sobre el famoso caso de Salomón con las mujeres y el niño.
—…¿De qué vale medio niño? Yo no daría nada por un millón de medios niños.

—Pero, maldita sea, Jim, es que no entiendes nada…

—¿Quién? ¿Yo? Vamos. No me vengas diciendo a mí que no lo entiendo. Creo que entiendo lo que es sentido común y lo que no. Y el hacer una cosa así no tiene sentido. La pelea no era por medio niño; la pelea era por un niño entero, y el hombre que crea que puede solucionar una pelea por un niño entero con medio niño es que no sabe lo que es la vida. No me hables a mí del tal Salamón, Huck. Ya he visto yo a muchos así.

—Pero te digo que no lo entiendes.

—¡Dale con que no lo entiendo! Yo entiendo lo que entiendo. Y, entérate, lo que hay que entender de verdad es más complicado; mucho más complicado. Es cómo criaron al Salamón…

Después de todo, en otro plano, buena parte de los escépticos burlones que uno encuentra por ahí (a propósito de la Biblia, o de la religión en general), incluso intelectuales que escriben artículos en los diarios, no están muy lejos del negro Jim.

Pero eso no es lo peor. Lo peor es que muchos creyentes que tienen que responder a esos escépticos (y algunos también escriben en los diarios) están muy por debajo de Huck; éste al menos entendía la confusión del otro; Huck no hubiera pretendido defender la sabiduría de Salomón demostrando que era justo dar medio niño a cada mujer.

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# | hernan | 23-mayo-2005

Algo de Newman

Me apresuré en calificar de «edición poco cuidada» libro de Newman de editorial Monte Carmelo que compré hace poco. Ahora leí más y puedo rectificar: es una edición calamitosa. Al parecer, se conformaron con el corrector ortográfico del Word; no hay faltas de ortografía, pero millones de erratas, duplicación de párrafos, errores de sintaxis y puntuación… cosas que sólo un revisor humano puede corregir, y que son mucho más molestas que las faltas de ortografía («conversación» en lugar de «conversión»; «inmortalidad» en lugar de «inmoralidad», etc).
Penosamente, vamos leyendo cositas sueltas.

Esto es de una carta privada a Ward, 1849:
… Los clérigos italianos, a los que deseo sinceramente seguir en dogmática, no son a mi entender los mejores apologistas -ahora bien, la «demostración del cristianismo» es el punto en el cual la dogmática y la apologética se encuentran en terreno común. Es el territorio de ambos, y lo cierto es que no puedo admitir en general el modo italiano de tratar la cuestión, a menos que yo malentienda sus palabas, y ellos las mías.
Desconocen absolutamente a las herejías como realidades; viven, al menos los romanos, en un lugar cuyo orgullo es no haber dado nacimiento a ninguna herejía, y creen convincentes pruebas que de hecho no lo son. De modo que están habituados a tratar los argumentos en favor del catolicismo como si fueran demostraciones, a no ver ninguna fuerza en las objeciones, a presuponer que toda perplejidad intelectual es obstinación de mala voluntad…
Un poco de contexto para los que necesiten o gusten.
John Henry Newman (1801-1890) era un pastor anglicano, intelectual conocido y apreciado, que se convirtió al catolicismo en 1845. Fue una conversión muy sonada, por el peso del tipo, por lo difícil del paso (el «papismo» era muy mal visto en la Inglaterra de aquel tiempo, en parte implicaba un ostracismo cultural) y por todo lo que arrastró: varios compañeros del «grupo de Oxford» en su momento, y con el correr de los años toda una serie de católicos ingleses que serían en buena parte hijos de Newman ( Chesterton, sobre todo; y la cuenta sigue).
Newman era un tipo muy especial, con una rara honestidad intelectual unida a una afabilidad (y aun timidez) en el trato, combinada con una envidiable independencia a la hora de juzgar y decir. Con todo este equipaje, y en ese ambiente, puede uno imaginarse que la vida post-conversión no le fue fácil. Muchas enemistades y desconfianzas, no sólo del lado anglicano, sino -y sobre todo- del lado católico. Recibió unos cuantos palos de los correligionarios, en todos los niveles; aunque también reconocimientos (fue hecho cardenal en 1879); y unos cuantos fracasos, cómo no.
Ortodoxo, en el mejor sentido de la palabra; por eso mismo, fue considerado heterodoxo o poco menos por algunos guardianes de la iglesia. Demasiada vida independiente, demasiada originalidad había en este inglesito recién llegado… Es famosa la cita de aquel monseñor, indignado porque Newman favorecía la participación del laicado en temas eclesiales: «¿Cuál es la incumbencia de los laicos? La caza y los esparcimientos; de eso sí que entienden. Pero no tienen derecho alguno a inmiscuirse en los asuntos eclesiásticos (…). El doctor Newman es el hombre más peligroso de Inglaterra«.

Hoy, muchos los consideran el teólogo más relevante de su siglo. Y es el único que aparece citado en el nuevo Catecismo.
# | hernan | 22-mayo-2005

Sueños, visiones y realidad

Camassia debe ser una de las cabezas más racionales y más autocríticas del ambiente de los blogs cristianos; pocos desconfían tanto de sus propias pasiones a la hora de tratar de pensar con libertad; pocos logran combinar tanto interés ante las cosas (hechos e ideas) con tanto desinterés personal (llamo «interés» acá a ese vicio que nos tienta a torcer los hechos y los razonamientos para favorecer nuestras posiciones ideológicas y nuestra comodidad intelectual).
Por eso, lo de este post es doblemente notable a mis ojos.

Cuenta Camassia algunas «visiones» (o algo por el estilo) que a veces le vienen, y que la tienen algo perpleja.
Simple sueños, dirá un escéptico -o un freudiano- con moderna suficiencia (como si los sueños no fueran ya un misterio). Pero no es seguro que sean sueños, y si lo son, son de una categoría especial; muy vívidos, incalificables.
…Les doy un ejemplo, especialmente contundente y bíblicamente correcto (la mayoría no lo son). Fue un sueño extremadamente vívido que tuve cuatro años atrás, antes de que empezara a ir a la iglesia (ni siquiera sentía interés en tal cosa).
Soñé que era Eva en el exilio, que a su vez dormía y soñaba estar todavía en el Edén. Me recuerdo, especialmente, nadando en un río de agua muy clara y límpida, explorando las cosas bajo el agua con mucho interés. Los peces no me temían en absoluto, y se juntaban en torno mío, tan interesados como yo. Todo estaba en calma, no había miedo en ninguna parte; no había siquiera la idea del miedo.
Entonces me despertaba (como Eva, quiero decir; Camassia seguía durmiendo) y recordaba dónde me encontraba; y sentía la oscura y fatal certeza de que yo había estropeado aquello, y había perdido todo.
Qué tal. Ya quisiera uno semejantes sueños.

Pero lo que a Camassia la asombra no es el tema, sino la calidad de la visión, la sensación de realidad, no menor que la «realidad real», aunque al mismo tiempo muy distinta (radicalmente distinta) a cualquier otra experiencia de la vida normal, y por lo mismo muy difícil de describir (y de olvidar!).

Yo no sé nada de todo eso, ni por teoría ni por experiencia. Recuerdo sí algunos pocos casos librescos (lo de C. S. Lewis al sentir la presencia de su mujer muerta; lo de Andre Frossard en su conversión), pero no sé si serán cosas parecidas.

Pero, además de que ya el sueño en sí es notable, me parece enormemente sugestiva la conexión que hace Camassia con otro temita que se las trae, y -si no me equivoco- con alguna relación con aquello que decíamos ayer: los episodios del evangelio en los que aparece Jesucristo resucitado. Todos los detalles misteriosos de las apariciones, parecen sugerir a algo parecido: una realidad de un orden distinto, algo tan nuevo y tan diferente a todas las otras experiencias, que uno no puede relatar así nomás, con las palabras y las imágenes de siempre.

Y ya que mentábamos a C. S. Lewis, y ya que la Eva nadadora inocente del sueño de Camassia me hizo recordar a la dama de Perelandra, viene a cuento esta página del mismo libro.
… Ransom se dejó atrapar en un extenso interrogatorio al no poder ocultar que asociaba cierta idea muy definida a dicha expresión. Hasta llegó a decir -bajo extrema presión- que en aquella circunstancia, la vida se le presentaba como una «forma coloreada». Cuando le preguntaron «qué color», adoptó una expresión extraña y sólo pudo decir «¡Qué colores! ¡Sí, qué colores!…». Pero entonces lo arruinó todo al agregar, «…desde luego, no era realmente un color, en ningún sentido. Quiero decir, no lo que nosotros llamamos color», y no dijo una palabra más durante toda la noche. […]

…. estoy casi seguro de que pensaba en algo que había experimentado durante el viaje a Venus.
Aunque tal vez lo más misterioso que dijo sobre el mismo fue lo siguiente. Yo lo estaba interrogando sobre el tema (cosa que él no permitía con mucha frecuencia) y había dicho incautamente:
—Por supuesto me doy cuenta de que para ti es algo demasiado vago como para poder expresarlo en palabras
cuando me reprendió en tono bastante duro, para hombre tan paciente, diciendo:
—Por el contrario, lo vago son las palabras. El motivo por el que no puede ser expresado es que se trata de algo demasiado definido para el lenguaje…
# | hernan | 19-mayo-2005

Los milagros y las cartas

Internet monk (buen blog, calvinista o ex, o algo así; en inglés) se pregunta por qué las cartas de San Pablo no mencionan nunca los milagros de Jesús (dejemos cosas como la Encarnación y la Resurrección aparte; eso excede el concepto de «milagro»).
Toda una cuestión.
De las respuestas aportadas por los lectores, selecciono y retoco algunas de las que me parecen más atendibles:

  • Los evangelios, para esa altura, ya estaban establecidos en la tradición oral (y estaban empezando a ponerse por escrito). Las cartas son una forma de expresión diferente, se trata no tanto de contar cosas ya sabidas (y que, al estar fijadas en la enseñanza oral ni necesitan repetición ni permiten reelaboración personal) sino de expresión personal, espontánea y libre. De hecho, los milagros no aparecen en las cartas de Pablo ni en las demás [objeción 1: sin embargo sí se relatan en las cartas otros episodios de los evangelios; objeción 2: no se trata sólo de que no se relatan los milagros, sino de que no se hace alusión a ellos: no se usan]

  • Pablo predicaba a un mundo en general pagano, no judío. Pero los milagros eran argumentos de peso para los judíos, para los otros era más bien motivo de escándalo. [objeción: en Corintios cita expresamente el «don de milagros» como uno de los carismas; además, como se dijo, tampoco las otras epístolas los mencionan, y algunas iban dirigidas a judíos]

  • Para cuidar su «autoridad de apóstol». Pablo se distinguía de los otros apóstoles por no haber sido un discípulo de Jesús durante su vida terrena. Al mismo tiempo, se encarga varias veces de recalcar que él no es menos que los otros apóstoles, que predica el mensaje de Cristo con la misma autoridad que ellos. Pero no podía hablar de los milagros si no era remitiéndose a la autoridad de los otros. Por eso, mejor no meterse con eso. Sólo hablará de Cristo crucificado y resucitado («que se apareció a los Doce, y por último a mí») [objeción: suena sugestivo, pero algo traído de los pelos]


  • Por cierto, no hay que descartar que se trate de un detalle no significativo, una pura casualidad. Pero si no conviene descartarlo, tampoco conviene conformarse con eso demasiado rápido. En general, digo.
    # | hernan | 19-mayo-2005

    Los José de Molokai

    El domingo pasado beatificaron a la monja Mariana de Molokai. Fue la que, con otras monjas bajo su dirección, se estableció en 1886 en la isla de los leprosos, siguiendo la obra del padre Damian, pocos años antes de su muerte.

    El padre Damián (belga; también beato ahora) había hecho un trabajo admirable y sacrificado. Pero no conseguía colaboradores que aguantaran la vida en la isla; o que lo aguantaran a él: parece que el cura tenía un carácter difícil y un trato tosco… Pero, cuando ya estaba leproso y con su obra en peligro de extinción, llegó José Dutton. Y poco después —cumpliendo una promesa hecha antes— la madre Mariana.

    Quiero dedicarle unas palabras al «hermano José«, un raro y lindo tipo. Era un yanqui cuarentón, elegante, ex soldado de la guerra civil; dejaba atrás una vida mundana, un matrimonio deshecho, años de juerga y alcohol… luego vino la conversión, el bautismo, y hasta un intento frustrado de vida monacal con los trapenses de Kentucky («Ud tiene pasta de jefe», dicen que le dijo el abad «Y hay tanta gente que necesita ser dirigida!»). Poco después se enteró de la vida del padre Damián por una revista, y ahí se decidió a ofrecerse como colaborador (1886).

    Fue recibido con desconfianza, pese a la carta de recomendación de un obispo y sus maneras convincentes y sencillas. Muchas personas han dicho que querían ayudarme, señor, —le dijo el cura secamente— varios se ilusionaban con la idea de ser mártires de la lepra. Pero eso no basta aquí. Dutton le explicó que no venía en busca de aventuras románticas, que era sano y buscaba un lugar donde su vida y su fuerza pudiera ser útil.

    Para probarlo, Damián le propone un período de prueba algo prolongado (tres años), pero el otro responde: Quiero quedarme para siempre en Molokai. Y se quedó, nomás; no ya tres años, sino cuarenta y cinco.

    Fue seguramente un enorme alivio para el padre Damián; aunque éste nunca prodigaba los elogios — ni el otro los esperaba.

    Sólo una noche… sentados ambos en la galería, el padre inesperadamente le soltó:

    —Usted ha sido un hombre eficaz, hermano.

    Dutton quedó cortado, y balbuceó algo sobre limitarse a seguir los deseos del fundador… Este continuó, con su voz destemplada:

    Usted ha hecho la tarea más ingrata: la de seguir los trabajos iniciados por otro. Eso nunca es agradable. Pero usted lo hizo con buena voluntad. La buena voluntad es una cosa casi divina. Usted tiene una gran disposición para el bien, hermano.

    Después se levantó para salir, quejándose de sus dolores y envolviéndose en la capa. Y desde el umbral lo bendijo.

    Todo esto lo leí, hace mucho, del libro de Ann Ross. No es mucho, y vaya uno a saber cuánto hay de novela… Igual, el episodio se me ha quedado impreso en la memoria. Junto con una simpatía intensa —y que no sé explicarme del todo— por este José Dutton.

    # | hernan | 18-mayo-2005

    Rebeldes y rebeldes

    Más del libro de Danièlou, «Escándalo de la verdad»:
    …no es lo absurdo del mundo lo que suscita la rebelión, es la rebelión quien introduce primero en el mundo el absurdo, para buscar luego una justificación; los escritores de que hablamos tienen necesidad del mal para rebelarse; porque el pesimismo es el alimento necesario de la rebelión.
    Lo primero es la voluntad de rebelión; y porque ellos tienen de antemano esa voluntad de rebelión, porque de antemano quieren decir no al mundo, porque de antemano quieren poner en duda la creación, porque de antemano quieren negarse a reconocer que este mundo es bueno, que es obra de Dios, por eso buscan por todas partes las razones qué les sirvan para rechazarlo, y por eso la rebelión inventa el pesimismo, busca el escándalo, subraya lo peor, se aparta de todo lo que pueda ser válido, y todo ello para poder decir el no que quiere decir.

    Pero -se me dirá- hablar así, ¿no es minimizar todo lo qué en el mundo justifica la rebelión? En un mundo absurdo la rebelión es la única cosa todavía posible, el último refugio de la libertad. Esta negativa a sacar partido de su condición es la verdadera señal de la grandeza del hombre. En este sentido se la encuentra tanto entre cristianos como entre no cristianos. Los grandes rebeldes del mundo moderno son Rimbaud, Nietzsche, Camus, pero también Dostoievski, Bloy, Bernanos, todos aquéllos que, según las palabras de la Juana de Arco de Péguy, no «toman una resolución por nada». Se da entre espíritus tan distintos un cierto aire de familia, una comunidad de rebeldes.
    Pero en el interior de esa comunidad, en ese plano de grandeza en que los reúne su rebelión común, ésta suena, sin embargo, de modo muy diferente.
    (no podía yo dejar de citar un texto que pone a Dostoievski, Bloy y Bernanos en fila…)
    … Seguir leyendo
    # | hernan | 18-mayo-2005

    La dicha sopla donde quiere

    Sí, está bien hacer el elogio del fracaso… hasta cierto punto.
    ¿Y hasta qué punto? Digamos… hasta el punto en que el repudio del éxito deviene en repudio de la felicidad. Me dirán que todos desean la felicidad (es más, es una especie de axioma…); pero hay formas y formas de desear; hay formas desesperadas, que terminan despreciando ese mismo deseo.
    Me dirán que esto puede suceder en pocos sofisticados, me dirán que es raro, que no es ese el problema del mundo actual, que los hombres en general hoy más bien pecan por buscar demasiado (y mal) la propia felicidad; y que sobre eso hay que «trabajar». Pero lo dudo. Creo más bien que las dos cosas, las dos formas de desesperación, van juntas. Existe -y acompaña como una sombra todas esas ruidosas pretensiones de felicidad trivializada que se ven por ahí- una especie de atracción morbosa por la desgracia, el ‘sucio vértigo de la tristeza’ (Bernanos), un pesimismo que parece cosa de sabios. No se trata ya del fracaso personal, humano y mundano (no definitivo, siempre con posibilidad de redención o reflejo celestial) sino del fracaso cósmico del mismo Dios; el mismo Dolina lo dice así «Puede concebirse un pesimismo todavía más hondo: el universo es tal vez un fracaso. Vivimos entre los restos melancólicos de un propósito maravilloso que salió mal.»
    Una ensalada bastante venenosa de romanticismo con estoicismo, en el peor sentido de ambas palabras.

    A propósito de esto puede venir bien esto de un libro de Danièlou que estoy leyendo estos días:
    … Las relaciones entre el hombre y la felicidad son francamente extrañas. La dicha escapa a quienes la persiguen y visita a quienes no la buscan. Como el Espíritu, sopla donde quiere.
    Los antiguos la identificaban con la diosa Fortuna. Y los más sabios de entre ellos recomendaban no fiarse de ella.
    Y es cierto que el modo de no verse jamás defraudado es no esperar nada. Pero esta sabiduría es a su vez muy pequeña. Porque la dicha es la vocación del hombre.
    Más vale sufrir sin renunciar a la dicha, que encontrar la paz renunciando a ella. El hombre valiente es el que continúa creyendo en la dicha a pesar de todos los fracasos y todos los mentís. Al final, siempre brillará ante él el verdadero rostro de la dicha.

    Porque la dicha, al fin de cuentas, no reside en la posesión de ningún bien particular, sino en el descubrimiento del sentido de la existencia y en la comunicación con lo absoluto. La tristeza está en la disgregación; nos invade cuando ya no sabemos adonde vamos; se halla en la división de los deseos, en la dispersión del corazón. La dicha está en la unidad. Habita en las profundidades del corazón, en un santuario inaccesible, donde no se encuentra a merced de nada. Por encima de la diversidad, la dicha es la unidad secreta de los acontecimientos, la que hace de ellos una vocación, la armonía fundamental de la existencia, su marcha hacia Dios.

    Los hombres se equivocan cuando oponen el deber y la dicha. Un secreto orgullo les hace suponer que el deber es más puro cuando no espera recompensa. Hay en el fondo de esto un jansenismo al que los franceses son más propensos que otros. Montherlant reconoce que lo que lo atrae en Port-Royal es su noción de que el sufrimiento es la grandeza suprema.
    Claudel, que creía en la dicha, tenía razón al denunciar ese masoquismo. Porque Dios quiere nuestra dicha. Nos pide que le permitamos hacernos dichosos.
    La afirmación de la coincidencia final del bien y la dicha, de la libertad y el destino, es la reivindicación radical de la existencia humana, a pesar de todos los mentís evidentes que crean las apariencias. Y la afirmación es verdadera, no sólo para la vida futura, sino para la vida presente.
    (Lo de la dicha como una plenitud que se da en la unidad interior, en la no dispersión del corazón, tiene probablemente mucho que ver -y el mismo Danielou lo cita alguna vez, creo- con lo que decía Kierkegaard, de que «la pureza de corazón es querer una sola cosa«.)
    # | hernan | 17-mayo-2005

    Totoro

    Estoy un poco pesado con Miyazaki, ya lo sé (más de un lector podrá dar fe: en estos días es casi imposible pasar el umbral de mi casa sin quedar obligado a ver unos minutos de algún dibujo japonés, sentado delante de la PC, disimulando en lo posible la perplejidad y emitiendo a intervalos comentarios apreciativos).
    Ya pasará, supongo.

    Bueno, la cuestión es que acá me hice otra recopilación de cien imágenes de Mi vecino Totoro (clickeando se ven más grandes); en orden cronológico, como siempre.

    # | hernan | 17-mayo-2005

    Orden peligrosa

    Esa orden me parece muy peligrosa porque no sólo los perfectos sino también los jóvenes e imperfectos que tendrían que estar sometidos durante algún tiempo a la disciplina conventual para doblegarse y ser probados, salen de a dos a recorrer el mundo.
    Otra cita de «Las cruzadas» , de Regine Pernoud, librito apasionante que terminé hace poco. El que lo dice es Santiago de Vitry, obispo de Acre, alrededor de 1218, durante el sitio de Damieta (Egipto). Se refiere, claro, a la flamante orden franciscana. Precisamente, por esos días, el poverello de Asís andaba por Egipto, visitando los campamentos de los cruzados, y entrevistándose con el sultán. Dice el mismo Santiago de Vitry:
    Vimos al primer fundador y maestro de esta orden, a quienes todos los otros obedecen como a prior; es un hombre simple e iletrado, amado de Dios y de los hombres; lo llaman hermano Francisco…
    Impresionante, ese siglo XIII. Y, leído por los que lo vivieron, toda la historia de las Cruzadas es conmovedora. Habrá muchas lecturas, ya sé. Pero por ahora me quedo con esta. Una mescolanza de almas y motivos; ingenuidades brutales, para el bien y para el mal; heroísmos y traiciones, santidad e impureza (pero la misma impureza tiene algo de puro…).
    Y por sobre todo: el fracaso. (En este siglo, sobre todo, las cruzadas fueron una larga serie de fracasos). Demasiado humano, dirá alguno. Pero justamente eso es lo que lo hace conmovedor.
    La figura de San Luis, rey de Francia, sobre todo (héroe, santo; y «fracasado») es emocionante. Yo había leído alguna biografía (hagiografía) suya sin que me moviera demasiado; tuve que leer un librito de historia para admirarlo (…y en cuanto santo). Más para otra vez.

    Esto que sigue es de Joinville, senescal y compañero de San Luis.
    Por las heridas que recibí durante las Carnestolendas, la enfermedad del ejército me tomó la boca y las piernas y tuve unas fiebres tercianas dobles y un catarro de cerebro tan grande que el catarro me corría de la cabeza por las narices; y por esta enfermedad me metí en la cama, a mitad de la cuaresma.
    Y mi sacerdote me cantó la misa delante de mi cama en mi pabellón, y él tenía la enfermedad que yo tenía. Sucedió que mientras consagraba el sacramento se desvaneció. Cuando vi que iba a caer al suelo, como tenía puesta mi cota, salté de la cama sin calzarme, lo tomé en mis brazos, y le dije que con toda tranquilidad consagrase su sacramento, pues yo lo sostendría hasta que hubiera terminado.
    Volvió en sí e hizo su consagración y terminó de cantar entera la misa, y nunca más volvió a cantarla.
    # | hernan | 16-mayo-2005

    Santidad circular

    —A ver. Al fin y al cabo ¿para qué vivimos?
    —Ehmm… digamos que … para dar gloria a Dios.
    —¿Y eso cómo se hace ?
    —Hay que ser santo, por supuesto. La santidad es condición necesaria y suficiente para glorificar a Dios.
    —¿Y en qué consiste, concretamente, eso de ser santo?
    —Hacer todo (trabajar; vivir) para la gloria de Dios, claro está.
    —Parece un círculo vicioso.
    —Al contrario… por lo que se refiere al adjetivo. Por lo demás, sabrás que en buena filosofía el círculo es la figura perfecta.
    —Dejate de filosofías (buenas o malas) y de jueguitos de palabras. La verdad es que a mí eso de «ser santo» me suena demasiado ambicioso. Ahora, lo de «trabajar por la gloria de Dios»… eso me va mejor. Te digo más… creo que por ese lado algo puedo llegar a hacer.
    —¿Sí? ¿En qué tipo de trabajo pensás?
    —Bueno, nada del otro mundo… decir que soy católico abiertamente, escribir cartas a los diarios, ir a las marchas contra el aborto. Armar un sitio web, incluso; o un blog católico… ortodoxo. Defender las verdades de la Iglesia ante los ataques insidiosos de este mundo anticristiano y…
    —…
    —¿Qué te pasa? ¿Por qué esa cara? No pretendo que mi obra sea gran cosa. No soy la Madre Teresa, ni Juan Pablo II, trabajo en las medidas de mis posibilidades. Pero es «trabajo para la gloria de Dios». ¿O no?
    —No sé; será. A mí lo que me asusta es que pongas todo eso como una alternativa a la santidad. Yo no dije que «tenés que ser santo o trabajar para la gloria de Dios». Son cosas que se siguen una de la otra, y se alimentan entre sí. Un círculo, justamente…
    —Mirá, yo soy un pecador; pero trabajo; otros hacen menos. No seré un santo, pero trato de abrir los ojos de la gente a la verdad; y puedo esperar que gracias a mi trabajo haya más católicos… y más santos. Y en la misa de hoy se leyó aquello de San Pablo, de que en la Iglesia «hay diversidad de ministerios», de carismas, de dones.
    —¡Pero eso no podés aplicarlo a la santidad! La santidad no es un carisma o un ministerio que les toque a algunos cristianos. Es para todos, absolutamente…
    —Eso suena muy lindo. El caso es que ni yo ni vos somos santos. Mientras tanto… yo trabajo. Vos criticás, nomás; no sé si lo tuyo es más santo… sí diría que es más cómodo.
    — Eeehhh, calma, calma. No se trata de quién es más santo. Lo que importa es hacer la voluntad de Dios y esquivar las trampas del diablo. Acordate que lo mismo le da que uno se pierda por carta de más o por carta de menos; por atacar a Cristo o por defenderlo.
    —No creo que nadie pueda perderse por defender a Cristo. ¡Vamos!
    —Tal vez no por defenderlo, propiamente. Pero sí por imaginar defenderlo. Cuando ese «trabajo» pasa a ser tiempo vital que uno malgasta para hacerse santo; o peor, una excusa para no llegar a serlo, una coartada…
    —Ah, claro. Entiendo. Para vos primero hay que ser santo, y sólo después, cuando ya sos perfecto y no tenés una manchita que limpiar en tu alma ni oración que rezar, ahí salís a predicar. Excelente. Con ese criterio, el mismo San Pablo (que decía que «no hago el bien que quiero, hago el mal que no quiero») no debería haberse largado a viajar y a convertir paganos…
    —No dije eso. Volvemos (circularmente) a lo del círculo… Para empezar: la santidad no es un rango de impecabilidad que uno alcanza -con suerte- en un determinado momento; lo de «esperar a ser santo» es una ridiculez. Y para terminar: lo que digo es que ese «trabajo» de glorificación de Dios debe estar en la línea de la santidad, debe ser causa y consecuencia de la santificación personal. Si no es así, es tiempo perdido, o algo peor (si es que hay algo peor que el tiempo perdido).
    —¿Y por casa cómo andamos?
    —¿Qué…?
    —Hombre ¿qué es este blog que hacés, y qué es este post mismo? ¿No es un «trabajo», en ese sentido negativo? ¿Coopera todo esto para tu propia santificación? ¿A quién le estás hablando de coartadas y de excusas?
    —Eehhhhhh…! Eso es trampa. Golpe bajo. El personaje no puede volverse contra el autor, ¡dónde se ha visto!
    —Ja. Preguntale a Unamuno.

    # | hernan | 15-mayo-2005

    Sin dejar rastros

    Hace mucho que no meto poesía en el blog.
    En buena medida, esto se debe a que un lector —amable e involuntariamente— me hizo tomar conciencia de que yo de poesía no entiendo nada («entender’ quiere decir «apreciar» acá). Lo cual me pondría en la melancólica disyuntiva de citar poesías prestigiosas (y por lo tanto ya muy conocidas y citadas) o poesías ignotas (y por lo tanto, dado mi escaso criterio, probablemente malas). Mejor dejarle la tarea a otros, entonces.

    Vaya como excepción este soneto de Borges, ya citado en los comienzos de un blog (de cuyo nombre no quiero acordarme). Es uno de los pocos sonetos que he cifrado en mi (nada profética) memoria.
    Sólo una cosa no hay. Es el olvido.
    Dios, que salva el metal, salva la escoria
    Y cifra en Su profética memoria
    Las lunas que serán y las que han sido.

    Ya todo está. Los miles de reflejos
    Que entre los dos crepúsculos del día
    Tu rostro fue dejando en los espejos
    Y los que irá dejando todavía.

    Y todo es una parte del diverso
    Cristal de esa memoria, el universo;
    No tienen fin sus arduos corredores
    Y las puertas se cierran a tu paso;
    Sólo del otro lado del ocaso
    Verás los Arquetipos y Esplendores

    (J. L. Borges)
    Se me ocurría hoy que sus cuartetos bien podrían acompañar a esos programas (o instructivos) para borrar de la computadora los restos (historiales de navegación, «caches», cookies) que quedan tras los usos ‘non sanctos’ de Internet (pornografía, mayormente).
    Para borrar todo «sin dejar rastros»… aseguran los vendedores.
    Pero es mentira; siempre quedan rastros, le garanto. En la memoria de Dios, para empezar. Pero no solamente.
    # | hernan | 15-mayo-2005

    Confusiones y objeciones

    De un diccionario de usos correctos del español:
    vergonzoso, sa: ‘Que causa vergüenza’ (acción vergonzosa). ‘Que se avergüenza con facilidad’ (joven vergonzosa).
    No debe confundirse su denotación con la de vergonzante (adj) ‘que tiene vergüenza; se aplica sobre todo al que pide limosna con disimulo o encubriéndose’
    «No debe confundirse» implica que de hecho suele confundirse .
    Si esas fueran todas las confusiones… dirá alguno.

    De paso: es notable cuántos parecen dar por sentado que haber previsto una objeción equivale a haberla contestado… ¿no? En la misma nota hay un caso (y acaso en este mismo post); pero sobre todo en la retórica de periodistas-ensayistas. Y, peor, cuando la misma objeción es incorporada a la argumentación para anularla. Algún día tengo que armar una galería de ejemplos, hay miles.

    # | hernan | 15-mayo-2005

    Deferencia apostólica y cobardía

    No somos bastante valerosos. No tenemos toda la valentía necesaria.

    Hemos asaltado y abierto brecha varias veces en el Pasado, el Público, la Lógica … pero no las hemos derribado hasta la última piedra.
    En nosotros hay todavía algo del pasado, un poco de respeto por el pasado, un poco de nostalgia del pasado.

    Hay todavía en nosotros un resto de respeto hacia la gente que va al teatro y lee los periódicos; un poco de miedo a los profesores, a los críticos, a los periodistas; un poco de comedimiento ante la gente seria.
    Hay todavía en nosotros alguna preocupación por ser claros, un poco de susto ante el delirio sin ley, un poco de cuidado por el orden y la expresión.

    En nuestros escritos existe todavía cierta apariencia de continuidad lógica. Conservamos el orden de las frases, la estructura de las oraciones, las formas consagradas.
    Cuando hablamos, hay todavía una deferencia apostólica hacia quien nos escucha, hay un barniz de concesividad.
    Cuando pintamos, hay todavía demasiados recuerdos de la realidad, una sombra de composición y una reminiscencia de líneas clásicas y conocidas.

    No, mis queridos amigos, no somos bastante valerosos.
    Hasta a nosotros nos falta valentía. Todavía somos demasiado cobardes. Aún tenemos un pie en lo ya hecho y lo ya dicho, y conservamos grandes manchas de racionalismo en alguna circunvolución de nuestro cerebro.

    No tenemos la valentía de ser más vulgares.
    No tenemos la valentía de ser más insultados.
    No tenemos la valentía de ser más brutales.
    No tenemos la valentía de ser más incomprensibles.
    No tenemos la valentía de ser más zafados, más ignorantes, más maleducados, más irrespetuosos.
    No tenemos la valentía de ser diferir más de todos los antiguos, modernos y contemporáneos.
    No tenemos la valentía de ser más bestias, más bárbaros y más salvajes.
    No tenemos la valentía de parecer cada vez más payasos y más ridículos.
    No tenemos la valentía de parecer todavía más locos, más frenéticos, más maníacos, más delirantes, más furiosos.

    A veces somos tan tímidos como aquellos que despreciamos y repudiamos.
    En ciertos momentos nos mostramos tan vacilantes como aquellos que detestamos de todo corazón.
    Algunos días somos tan miedosos como aquellos a quienes quisiéramos fusilar.
    De un texto de Giovanni Papini, que murió en 1956.
    Los tiempos son distintos, y no para mejor. Podríamos, digo yo, agregar a la lista el miedo a (la deferencia apostólica hacia, el temor a parecer payasos ante, a resultar incomprensibles para) los lectores de nuestro blog.
    # | hernan | 14-mayo-2005

    Los católicos de las pampas

    Una entrevista en La Nación a Woody Allen; otro que parece envejecer mal (y resistiéndose;acaso venga a ser la misma cosa).
    Forzado a hablar de la Argentina, menta a Borges y luego «los clichés que tenemos los estadounidenses: las pampas, los gauchos, los mejores bifes del mundo».
    Le preguntan por la muerte («…la tragedia última, máxima. No hay nada después de eso. Es la cesación de toda esperanza.«); y consecuentemente se declara irreligioso, y niega cualquier tipo de inmortalidad. Tiene gracia -involuntaria- esta especie de disculpa inesperada:
    «No sé cómo les caerá a los católicos de su país, pero no hay nada después de la muerte.»
    Uno se imagina a la multitud de admiradores argentinos de Woody Allen, escandalizados, quemando los videos… ¡Woody no va a misa, qué horror, se nos cayó el ídolo!

    Me pregunto si el periodista le habrá explicado que eso también es un cliché, y que, hoy y acá, «los católicos argentinos» son aproximadamente igual de raros que los gauchos de las pampas; y ciertamente mucho más raros que los buenos bifes.
    # | hernan | 11-mayo-2005

    Predicando la cruzada

    Más de las Cruzadas. De una carta de Santiago de Vitry, cruzado, obispo de Acre, año 1216. Este se dedicaba a predicar la Cruzada al pueblo:
    …al llegar a Génova, los ciudadanos, que me habían recibido muy bien, se apoderaron de mis caballos, quieras que no quieras, para partir al asalto de una fortaleza. Es costumbre de la ciudad, cuando parten hacia alguna expedición, apoderarse de los caballos que encuentran en el camino, sea cual fuere su dueño. Las mujeres permanecieron en la ciudad.
    Yo, entretanto, hice lo que pude y prediqué la palabra de Dios a muchas mujeres y a algunos hombres. Numerosas mujeres nobles y ricas tomaron la cruz. Los hombres se habían llevado mis caballos y yo hice que sus mujeres tomaran la cruz [*].
    Eran tan fervientes y devotas que apenas si me dejaban un instante de reposo, desde el alba hasta la noche, y tenía que decirles palabras edificantes y también confesarlas.
    Cuando los ciudadanos regresaron de la expedición, al ver que sus mujeres e hijos habían tomado la cruz, luego de escuchar mi predicación, también ellos tomaron la cruz con mucho fervor y amor.

    Permanecí en la ciudad de Génova durante todo el mes de septiembre y a menudo prediqué los domingos y los días de fiesta al pueblo. A pesar de que yo no conocía su lengua, miles de hombres se convirtieron a Dios y tomaron la cruz.

    No quise volver [a mi obispado de Acre] sin haber defendido por doquier a los cruzados donde los oprimen con tributos y otras exacciones. Si no lo hiciera, no escucharían la palabra de mi predicación y en cambio me escupirían en la cara, pro no haber sido capaz de protegerlos como les prometí en mis sermones.
    Anota Regine Pernoud esta observación interesante: «Recordemos, para tener idea clara de lo que significaba la tarea de un predicador de la cruzada, que nadie estaba autorizado a predicarla sin haber tomado antes la cruz, y que debía haber leído el Corán y conocer la religión de Mahoma antes de encaminarse hacia Tierra Santa


    [* Me hizo mucha gracia esta frase. De paso: «tomar la cruz» significa algo así como «hacerse cruzado»]
    # | hernan | 10-mayo-2005

    Fondo

    Cada tanto pienso cambiar la imagen de fondo de la cabecera. La que hay ahora proviene de Porco Rosso, la película de animación de Miyazaki.

    # | hernan | 10-mayo-2005

    El tono y la ortodoxia

    Aquel que sufre injustamente debe apiadarse —en primer lugar— de Dios, obligado a permitir la injusticia.
    Y lo mismo en cuanto a los sufrimientos del prójimo.


    Simone Weil – nota suelta de sus «Escritos de Londres»
    No viene mal traer algo de Simone, de vez en cuando; por varios motivos. Por ejemplo, después de un intercambio epistolar con un lector, español él, artífice de un sitio/blog de esos católicos que ya saben, esa militancia que ya hablamos (75% de los artículos contra el «lobby gay», el gobierno izquierdista, el aborto, el progresismo y los condones falibles; 25% a favor de la Iglesia, siempre y cueste lo que cueste -honestidad intelectual incluida), y que respondió a mis críticas no muy delicadas con gentileza y gratitud (aunque nada más), acotando al final: «A veces siento que no eres lo suficientemente ortodoxo en tu doctrina, así y todo me gusta tu tono».
    Tiene gracia, si bien se mira.
    Y con esto me sigo ganando amigos…

    Pero todo esto no importa mucho. Mejor olvidarse un rato, y releer lo de Simone.
    # | hernan | 10-mayo-2005

    Así se reza

    Lo cuenta un musulmán, Usama, emir sirio del siglo XII, en su autobiografía. Corría el año 1140. Hacía 50 años que los cruzados habían conquistado Jerusalén (la perderían en 1187); unos veinte años atrás habían surgido los templarios, monjes-soldados que protegían a los peregrinos en el camino entre Jerusalén y el puerto.
    Los vencidos (los musulmanes) convivían con los vencedores (cruzados, francos en su mayoría), con un curiosa y en cierta manera reconfortante mezcla de odios elementales y amistad sincera. Y, desde ya, se trataba de gentes que no estaban muy dispuestas a hacer de su religión un aspecto lateral o negociable:
    De entre los francos que habitan en sus territorios [en Tierra Santa], los recién llegados se muestran mucho más inhumanos que sus predecesores, afincados entre nosotros y familiarizados con los musulmanes.

    Nos da una muestra de la maldad de los francos (¡a quienes Alá maldiga!) lo que sucedió cuando fui a Jerusalén.
    Entré a la mezquita Al-Aksa. Al lado había una pequeña mezquita que los francos transformaron en iglesia.
    Cuando entré en la mezquita Al-Aksa, ocupada por los templarios, mis amigos, me señalaron la pequeña mezquita para que hiciera mis oraciones. Entré y glorifiqué a Alá.

    Estaba entregado a mi oración cuando un franco se arrojó sobre mí, me aferró y volviéndome la cara hacie el oriente, me dijo: «Así se reza!». Un grupo de templarios se precipitó sobre él, se apoderaron de su persona y lo arrojaron fuera. Volví a rezar.
    Aquel hombre, burlando la vigilancia de los templarios, se arrojó nuevamente sobre mí y volvió mi cara hacie el oriente, repitiéndome: «Así se reza!». Los templarios volvieron a precipitarse sobre el y lo expulsaron.

    Después me pidieron disculpas y me dijeron: «Es un extranjero que llegó hace pocos días del país de los francos. Nunca ha visto a nadie que no rezara mirando hacia el oriente«.
    Respondí: «He rezado bastante por hoy».

    Salí, asombrado de ver cómo aquel diablo tenía el rostro alterado, cómo temblaba y qué impresión le produjo el ver a alguien rezando en dirección de la kibla [La Meca].
    De «Las cruzadas», de Regine Pernoud, un librito muy interesante, hilvanado con escritos de cronistas de la época, que estoy leyendo estos días.
    # | hernan | 8-mayo-2005

    Subió a los cielos

    […] estas dos posibilidades, expresadas con las palabras cielo e infierno, son posibilidades del hombre, […]
    El hombre puede darse a sí mismo la profundidad que llamamos infierno; hablando con claridad, diremos que consiste formalmente en que él no quiere recibir nada, en que quiere ser autónomo. […] El infierno consiste en querer-ser-únicamente-él-mismo, cosa que se realiza cuando el hombre se encierra en su yo.
    Por el contrario, la esencia de lo alto, de lo que llamamos cielo, consiste en que sólo puede recibirse. El cielo es esencialmente lo no-hecho, lo no-factible; con terminología de escuela alguien ha dicho que es como gracia de un donum indebitum et superadditum naturae (un don no debido, y añadido a la naturaleza).
    El cielo como amor realizado siempre puede regalarse al hombre; su infierno, en cambio, es soledad de quienes no aceptan el don, de los que rehusan el estado de mendigos y se encierran en sí mismos.

    Todo esto nos muestra qué es el cielo considerado cristianamente. No hemos de considerarlo como un lugar eterno y supramundano, ni tampoco como una región eterna y metafísica. Diremos más bien que se entrelazan el «cielo» y la «ascensión de Cristo al cielo»; sólo en esta unión veremos el sentido cristológico, personal e histórico del mensaje cristiano sobre el cielo.
    […]

    Por eso el cielo es mucho más que un destino privado e individual. Depende necesariamente del «último Adán», del hombre definitivo, y por eso se integra necesariamente en el futuro común de la humanidad. […]

    […] La afirmación de la ascensión al cielo que, como hemos visto, es decisiva para la comprensión del más allá de la existencia humana, no es menos decisiva para entender el problema de la posibilidad y sentimiento de la relación humana con Dios.
    […] Alguien a raíz de nuestras afirmaciones podría decir: bien, es cierto que Dios puede oír, pero podría preguntarse: ¿puede escuchar? ¿No es la oración de súplica un grito que la criatura lanza a Dios, un truco piadoso que eleva psíquicamente al hombre y lo consuela, porque muy pocas veces es capaz de otras formas de oración? ¿No es todo esto una simple forma de relacionar al hombre con la trascendencia, aunque en verdad nada sucede ni puede cambiarse? Lo que es eterno sigue siendo eterno, lo que es temporal, temporal, ¿hay algún camino que vaya de uno al otro?
    […]La encarnación de Dios en Jesucristo en virtud de la que el Dios eterno y el hombre temporal se unen en una única persona, no es sino la última concreción de la extensión temporal de Dios. En la existencia humana de Jesús Dios ha cogido el tiempo y se ha metido en él. En él se nos presenta personificada la extensión temporal de Dios. Como dice Juan, Cristo es verdaderamente la «puerta» entre Dios y el hombre (Jn 10,9), su «mediador» (1 Tim 2,5), en quien lo eterno tiene tiempo.
    En Jesús nosotros, hombres temporales, podemos dirigirnos a lo temporal, a nuestros contemporáneos en el tiempo; en él, que es tiempo con nosotros, tocamos simultáneamente lo eterno, porque él es tiempo con nosotros y eternidad con Dios.
    J. Ratzinger.
    # | hernan | 8-mayo-2005

    Minimizando el riesgo

    Nuestra experta en concilios empieza a responder a las expectativas de sus partidarios. Además de traer nuevos argumentos igualmente gruesos para incriminar a la Iglesia católica por su misoginia [*], se largó a hablar del aborto, fuerte y claro.
    Bueno… digamos mejor, fuerte. Lo de claro… más o menos. Página 12 dio esta versión:
    “Yo no estoy en contra de la vida, pero si hay alguna mujer que quiere abortar por algún motivo que parezca lo suficientemente serio, tiene que poder hacerlo en condiciones de seguridad en las que no arriesgue su vida”, concluyó.
    Pero parece que en realidad no, no concluyó; parece que hubo un corte piadoso. Los demás ( La Nación, LNP, IB; Clarín miró para otro lado) traen una versión más larga y más sabrosa:
    Yo no estoy en contra de la vida, pero si hay alguna mujer que quiere abortar por algún motivo que parezca lo suficientemente serio, tiene que poder hacerlo en condiciones de seguridad en las que no arriesgue su vida ni la de la criatura. Porque de lo que no nos acordamos nunca es qué pasa después con los niños que nacen.
    Si realmente dijo eso, se comprende el corte de Página 12…


    [* «…durante muchísimo tiempo dijo que en los varones el alma se anidaba antes que en las mujeres, como si [nosotras] fuéramos de segunda». Algún amigo debería advertirle a nuestra prestigiosa jueza que la expresión «de segunda» es una vulgaridad de mesa redonda de TV, miseria de lenguaje que denota miseria de pensamiento. Y que, siguiendo su razonar, la Anatomía del siglo XXI también las debe considerar «de segunda», al afirmar que su cerebro es más chico que el cerebro del hombre.]
    # | hernan | 8-mayo-2005

    La oración y los tiempos difíciles

    Estoy leyendo, entre otras cosas, los ejercicios que predicó Francois Xavier Nguyen Van Thuan ante la curia romana (Juan Pablo II incluido) en el año 2000.
    El tal Nguyen Van Thuan, obispo vietnamita, muerto hace poco, fue arrestado en 1975 por el gobierno comunista y pasó 13 años en la cárcel, nueve de ellos incomunicado.
    Después de mi liberación muchas personas me dijeron: «Padre, habrá tenido usted mucho tiempo para rezar en la prisión».

    No es tan sencillo como se podría pensar. El Señor me permitió experimentar toda mi debilidad, mi fragilidad física y mental.
    El tiempo transcurre lentamente en la cárcel, sobre todo durante el aislamiento. Imaginaos una semana, un mes, dos meses de silencio… Son tremendamente largos, pero cuando se transforman en años, se convierten en una eternidad. Hay días en que, aplastado por el cansancio y por la enfermedad, no llegaba a recitar una oración.

    Pero es verdad: se puede aprender mucho sobre la oración, sobre el genuino espíritu de oración, justamente cuando se sufre por no poder rezar a causa de la debilidad física, de la imposibilidad de concentrarse, de la aridez espiritual, con la sensación de estar abandonados por Dios y tan lejos de Él que no se le puede dirigir la palabra.

    Y quizá precisamente en esos momentos es cuando se descubre la esencia de la oración y se comprende cómo poder vivir ese mandamiento de Jesús que dice: «Es preciso orar siempre» .
    Tiene su peligro leer esto, (al igual que lo que dice Santa Teresita, de sus dificultades para rezar el Rosario; o la noche oscura de San Juan de la Cruz), porque nuestra alma se agarra de donde puede, y puede pretender excusar con esos ejemplos su debilidad («si esos a veces rezaban poco y mal, yo no puedo pretender demasiado; no hay que preocuparse, entonces…»). Es peligroso confundir sequedad con tibieza.
    Pero, claro, toda verdad tiene sus peligros.
    … Seguir leyendo
    # | hernan | 7-mayo-2005

    Los ángeles de Wim Wenders (3)

    Pero, siguiendo con lo anterior, me dice el mismo Luis:
    …¿no ves alguna traza de la Encarnación en la idea de Wenders? Es posible que no sea consciente, pero en el inconsciente cristiano europeo eso está indudablemente. Y de algún modo «subcreativo» nos muestra algo de la «subjetividad» de Cristo.
    Nunca me gustó ese argumento apologético (al estilo de St Hillaire) de la Encarnación como si un hombre se hiciera un gusano, o una cucaracha. Es decir, lo Nobilísimo inferiorísimo. Esa no puede ser la «perspectiva» de Cristo. Más bien debe ser una mirada amorosa, interesada; de nuevo «sus delicias son andar con los hijos de los hombres».
    Entre otras cosas, porque la dicotomía radical que plantea la Encarnación no es materia-espíritu, sino Dios-hombre y si querés, Ser-ser encarnado.
    Está bien. Me faltaba un post -y es este- para decir en qué sentido la «tesis» de la película es -o puede ser- cristiana.
    En el anterior, intenté decir en qué sentido podría no serlo (de hecho, como dije, creo que leerla en este sentido no sería justo).

    Por un lado, quedamos en que no sería cristiano creer que la vida puramente espiritual de los ángeles es menos plena que la vida humana terrenal, o creer que lo espiritual es una fantasía y lo sensual la realidad. Sería una forma de materialismo (filosófico), muy extendido en el mundo, por cierto.
    Pero tampoco sería cristiano despreciar nuestra condición encarnada; sería una forma de espiritualismo… otra herejía.
    Error de cuño neoplatónico (frecuente también en muchas religiones orientales). Contra esto, Tomás de Aquino (entre otros) dice que el hombre no es un alma que se vale de un cuerpo (como un vestido, o una herramienta) sino un alma y un cuerpo.
    En «Muerte e inmortalidad», Pieper ve trazas del error espiritualista en algunas formas cristianas de hablar de la muerte, cuando se dice con cierta liviandad que «el cuerpo muere, pero el alma es inmortal»; expresión dudosa por lo menos: en buena filosofía, lo que muere es el hombre. Y cita Pieper, de las «Cuestiones disputadas», un objeción : «Tras la muerte, el alma bienaventurada es definitivamente liberada del cuerpo; y en ese estado se parece más a Dios, que es espíritu puro». Tomás se plantea esa objeción (que, dice Pieper «se presenta con la tentadora fastuosidad de una argumentación ‘espiritual’ y sublime, que parecerá a muchos digna de aplauso») para rechazarla de plano, contestando que «el alma humana unida con el cuerpo es más semejante a Dios que el alma separada, porque aquella posee su propia naturaleza de una manera más perfecta».

    Y todo esto, que puede sonar demasiado filosófico a alguno, está como mostrado -espléndidamente, incontestablemente- en el Nuevo Testamento. La Encarnación de Cristo no es un dato menor, vamos (de paso: algunos antiguos sostenían que Cristo no tenía un alma humana, que Dios sólo asumió un cuerpo como quien se pone un vestido; lo cual es una herejía [*]). Y si hacía falta más, está el dogma de la Resurrección de los Cuerpos.

    Puede ser que el cristianismo en alguna época (cristiandad barroca, jansenismo… ) haya estado cerca de olvidar todo esto; tal vez porque su cristología acentuó demasiado la «teología de la cruz» a expensas de la «teología de la encarnación», para usar los términos de Ratzinger.

    Nos importa no olvidarlo, creo yo.
    Alegrarnos de vivir con esta alma y este cuerpo, en este mundo, con este viento, este frío, estos colores y estas rugosidades. Frotar las manos, y oler un café.
    Dar gracias por estar acá.

    Cosas que a mí me llevó bastante tiempo empezar a aprender. Y en eso estamos.
    Chesterton puede ayudarnos, claro está. O San Francisco de Asís.
    Por ahí, quién te dice, una peliculita de Wenders también.


    [* De paso, y a propósito de tantos que aparentan creer que las herejías son una expresión de audacia y vigor intelectual; como este ejemplo muestra, la cosa es más bien al revés]
    # | hernan | 6-mayo-2005

    Los ángeles de Wim Wenders (2)

    Puede uno mirar con disgusto «Las alas del deseo», en rechazo de lo que aparenta ser su «tesis»: que en la vida terrena, carnal, existe una plenitud que no se encuentra en la vida desencarnada, angélica, espiritual.

    Confieso que cuando vi la película por primera vez, la miré con esos ojos, severos y críticos. Hace mucho tiempo, y yo andaba dando vueltas a la entrada de la Iglesia, sin animarme a entrar, si no recuerdo mal… Pero, religión aparte, ya de antes venía ese rechazo hacia las filosofías baratas en circulación… (un poco pretencioso y pedante que era uno, tal vez; fan de Dolina, al fin y al cabo).
    Y es parte de esas filosofías baratas, me decía yo, poner al hombre por encima de los ángeles, creer que el espíritu es algo vago, casi inexistente, una abstracción; y así, lo que vale es lo tangible, lo terreno (y con un paso más llegábamos al Carpe Diem de «La sociedad de los poetas muertos», que tanto me indignaba).

    Bien, no reniego completamente de mi rechazo. Por supuesto que existe esa filosofía, complaciente exitosa y sensual (y barata) que no quiere escuchar que el «espíritu» es una realidad mayor que la materia, y que el ángel tiene una plenitud de ser que nos abrumaría si se nos mostrara (Yo también venía leyendo a Rilke, y su «Terrible es todo ángel … » , la belleza terrena como un reflejo debil de la belleza del ángel).

    Y a propósito de esto, Luis me comenta una observación similar de Lewis (en «El gran divorcio» ? no lo encuentro ahora), refutando la falacia de que lo espirtual es más débil, más tenue que lo material.

    Y un famoso crítico de cine dice algo parecido, trasladado a su ambiente: que los curas y las monjas por lo general sólo interesan a Hollywood a causa de sus votos de castidad… si los rompen, eso sí. Y que, de igual modo, los ángeles sólo interesan a Hollywood cuando envidian la sensualidad (sexualidad) del ser humano, y se quieren encarnar.
    No está mal.

    Y más o menos eso pensé yo hace tanto años, aplicándolo a «Las alas del deseo». El crítico de marras, sin embargo, se lo aplica a «City of Angels», una especie de remake…; pero a la original, no.
    Y yo, ahora, tampoco.

    Y bien… es sabido (yo, al menos, lo fui sabiendo de a poco) que cuando uno descubre una verdad importante, olvidada, en riesgo de desaparición, empieza a ver por todos lados manifestaciones de ese olvido y esa ceguera; cegándose a su vez a verdades opuestas (igualmente importantes), olfateando herejías (intelectuales, estéticas o religiosas) donde hay ortodoxia, y convirtiéndose uno mismo en un pobre y triste hereje.

    Dios nos libre; que el mundo no nos ayuda a librarnos (ni el diablo, ni la carne).

    Otra objeción a Wenders, distinta de la anterior aunque conectada, es la que un católico podría hacer a su angeología. Esos no son ángeles, los ángeles son otra cosa, dirá alguno (y citará el Catecismo, o la Suma Teológica).
    Protesta bastante infantil, claro está, pero no completamente despreciable (digo yo, que acaso en parte también la hice mía). Con la misma ingenuidad, uno podría preguntarse por la religión de Wenders, y si él cree o no en los ángeles…
    Pero esto sería como preguntar a Tolkien si creía en los elfos. Y así como Tolkien decía que, en última instancia, los elfos en su mitología representan un aspecto del ser humano, los ángeles de Wenders son también -digo yo- una creación poética, una fantasía que representa (y, esperamos, ilumina) algún aspecto de lo humano. No hay por qué pedirle más.

    Y no me hablen ahora de los peligros de la New Age, y la moda de los ángeles truchos. Ya sé. Para el caso, importa poco.
    # | hernan | 5-mayo-2005

    Cartas de no lectores

    Suelen preguntarme (sobre todo católicos que tienden a imaginarse demasiado cerca del martirio o las catacumbas) si me llegan muchos comentarios insultantes. Como si uno estuviera agitando una bandera boquense en la tribuna de River. No es tan así el asunto. Primero, porque es muy cómodo imaginar que uno es del reducido bando de los buenos que se animan a decir la verdad en un mundo donde mandan los malos; pero las cosas siempre son un poco más complejas. Segundo, porque un blog (en general; y este blog no es excepción) es leído por muy poca gente, y de ella casi nadie es hostil. Y los pocos hostiles que caen, no gastan energías en insultar; se van, nomás.
    Verdad es que a veces, algún que otro mensajecito me llega. Más en los primeros tiempos que ahora (tal vez porque entonces los blogs éramos pocos, y por eso había menos «segmentación»); y hasta me hice acreedor a una parodia. Pero ahora caen pocos.

    Además, cuando llegan palos, no siempre son previsibles. De hecho los últimos han estado cayendo del lado derecho, como quien dice («ni siquiera sos cristiano, sos un judío hdp», «basura, esclavacho, pelotudo de los suburbios», «si esta es una página católica, yo soy maría antonieta, hdp, porque no te metés con los judios, pedazo de huacho»). Y montones de insultos más gruesos que les ahorro. Y que en cierta manera, me honra recibir. El mundo es más grande de lo que uno cree.

    Pero el de hoy sí podría ser un ejemplo típico del (por decirlo así) lector bobalicón; hasta me resulta un poquito querible…si hago el esfuerzo de creer que es muy joven.
    Me parece malísimo lo q hacés, si hay alguien q no necesita defensa es la iglesia, siempre bien sostenida por los poderosos

    En vez de esta fantochada xq no contás las barbaridades q se han hecho en nombre del catolicismo en todo el mundo en 2000 años y en América en 500? o vos no estás enterado de la represión de conciencia q significa el cristianismo, de los genocidios de indios, de como se sostiene al hambre en el mundo xq es la mejor máquina de crear fieles, del oro del vaticano..?

    donde vivís, en un tupper..?
    Pobre. Buscar esto y caer acá… no estoy seguro de que se lo merezca.
    # | hernan | 5-mayo-2005

    Los ángeles de Wim Wenders

    «Las alas del deseo» (prefiero con mucho el título original: «El cielo sobre Berlín») es una película de Wim Wenders; no sé si de culto, pero ciertamente bien conocida por los cinéfilos. La volví a ver hace un par de semanas.
    Película rara, algo fascinante para mí; aunque no podría asegurar que es buena, ni recomendarla.

    Resumo. Trae esta poesía al comienzo -y como fondo-. Y ángeles.
    Pero unos ángeles particulares: andan por las calles de Berlín, visibles sólo para los niños (y nosotros, los espectadores) bajo la forma de hombres (y mujeres) corrientes… en blanco y negro. Invisibles para el resto, casi eternos (recuerdan hechos históricos, y el mundo anterior al hombre, el nacimiento de tal o cual río…), se pasean entre la gente, escuchan sus pensamientos, contemplan con ternura casi maternal esa extraña especie, registran lo que más vale la pena observar (las pequeñas cosas, diríamos, si la expresión no hubiera sido malbaratada). También tratan de llevar algún consuelo y aliento a los que sufren, a veces con éxito.
    Damiel y Cassiel, dos de ellos, se reúnen para contarse sus contemplaciones; al parecer, para eso están el mundo… si es que propiamente «están en el mundo».

    Damiel (Bruno Ganz), precisamente, empieza a desear salir de su condición angélica para entrar al mundo; tener una historia propia, sentir frío, hambre, dolor físico… sostener una manzana en la mano. Ser un hombre, no un puro espíritu. No se trata de un deseo crispado, o desesperado (es un ángel «optimista», con perdón de la palabra); no se trata de rebeldía. Es un deseo, nomás, que va cuajando a lo largo de la película.

    Hay otros personajes: Marion, una camarera de bar que ahora está probando fortuna trabajando de trapecista en un circo pequeño… con un vestido angélico-circense (con alas de plumas de gallina). Busca consuelo de su vida solitaria y gris escuchando música, en su tocadiscos y en recitales de club (hay un par de escenas con Nick Cave cantando). «Ser feliz, como lo soy ahora…», piensa, en la escena en que sus compañeros de circo arman un pequeño festejo-despedida (el circo fracasa, como es de rigor) a la intemperie, entre las casillas rodantes, y ella bebe y canta con ellos, y se siente -fugazmente- entre amigos.
    Sospecharán acaso (o temerán) que el ángel se enamora de ella; sospecharán bien.

    Está Homero, un anciano que recorre la biblioteca y la ciudad, recordando el pasado y haciéndose preguntas sobre el tiempo y las cosas. El está lleno de memorias y de relatos, pero cada vez son más raras las rondas de oyentes dispuestos a escucharlo. Los hombres siguen cada cual su camino, buscan en soledad, sin hablar entre sí. Pero, se dice Homero, «cuando la humanidad se olvide de los contadores de historias, ese día se habrá quedado sin niñez».

    Y está Peter Falk, el viejo teniente Columbo de la TV, que acá actúa en el papel de sí mismo: está participando en otra película dentro de la película. Pasea por Berlín, disfruta de las cosas (de los rostros de la gente, sobre todo, que gusta dibujar).
    Un atardecer, Damiel lo encuentra en la calle, en un puesto de café… y para su sorpresa Peter Falk parece sentirlo («No te veo, pero sé que estás ahí»). Y empieza a hacer su encomio del mundo «carnal». «Hay tantas cosas buenas, acá, no sabes… tantas… fumar un cigarro, tomar un café como éste… y si lo haces acompañado, es hermoso. Dibujar: trazas una línea gruesa, otra fina… y entre las dos hacen una buena línea. Y un día frío como hoy, puedes juntar las palmas de tus manos, así… y las frotas despacio, una contra otra… no sabes lo bueno que es eso, lo bien que se siente. Pero no puedes sentirlo, no estás aquí. Quisiera que estuvieras aquí, que hablaras conmigo… porque soy un amigo… compañero» (la última palabra, en español) y le ofrece, a tientas, la mano.

    Con esto tienen el tema y -los que no la hayan visto- podrán tal vez imaginar el resto.

    Y sobre las lecturas que uno puede hacer (y hace) de todo esto, sea para aprobar, rechazar o dudar, habrá otro post.
    Mientras tanto, dejo algunos enlaces.
    # | hernan | 4-mayo-2005

    Redundantes y feos

    Entre las varias «canciones de misa» [*] que me causan alguna crispación, hay un «Agnus Dei» cuyo final dice:
    …danos paz a nosotros,
    a nosotros danos paz.
    (o «dadnos», si prefieren). Y -como si le hubiera salido lindo- lo repite.
    Siempre me pareció feo, un atentado contra la lengua española.
    Sin embargo, encuentro ahora que la gramática de Seco da por bueno el uso de los «pronombres redundantes«, al menos en general; y viendo algunos ejemplos, y pensándolo un poco, es lógico.
    No sé si en este caso la redundancia es aceptable; a mí, me seguirá sonando feo.


    [* No era un «Santo» sino un Agnus Dei (Cordero de Dios). ]
    # | hernan | 4-mayo-2005

    Bellezas

    Aquí (en inglés) un ateo [*] cuenta la fascinación con la que vivió (pegado al televisor) todo lo sucedido en el Vaticano en el mes que pasó: agonía y muerte de Juan Pablo II, funerales, cónclave, elección del nuevo Papa.
    Simplemente: fue una belleza.

    La pasión interpretada en el sufrimiento público de Juan Pablo II y su agonía, seguida del funeral y la asunción gozosa de un nuevo Papa fue una muestra viva e inspiradora de la fe católica. Incluso un cínico como yo puede ver la similitud metafórica con los últimos días de Cristo y su subsiguiente resurrección. Después de todo, no es necesario aceptar una fe para apreciar el arte de la fe.

    En un mundo tan falto de verdaderas sorpresas, dice, todo el proceso de la elección con sus detalles (la incomunicación de los cardenales, los juramentos de secreto, las fumatas, el anuncio y la multitud en la plaza) lo mantuvo con el corazón en vilo. Fue como una obra de teatro perfecta, que logró emocionar a un viejo ateo…

    Bien. Desde nuestro lado, hay muchas maneras de leer esto. Por ejemplo
    1. La ingenua-partidista: qué bueno, un ateo amable y de buena voluntad. Qué lindo que en lugar de despreciarnos disfrute de esa emoción y de esa simpatía. Quién sabe si esto no lo acercará algo a la Iglesia, y algún día… quién sabe.
    2. La simpática: Bien por el tipo; bien por «entregarse» a la belleza del asunto (bien que aprehendida en un nivel elemental; no deja de ser real) y por decirlo con esa … inocencia. Después de todo, no muchos católicos tienen la sensibilidad para percibir y disfrutar de esas alusiones a muertes y resurrecciones.
    3. La indulgente: Buen tipo, tal vez; pero pobre tipo. Da un poco de vergüenza ajena, hacer de esa emoción —sincera pero pueril— un texto periodístico… Bueh, lo creerá un gesto de generosidad, y acaso lo sea.
    4. La despectiva-integrista: Buena voluntad, tal vez, pero mala cabeza. Lo suyo es mera emoción estética. No nos hace ningún honor —ni nos acerca— al referirnos su excitación de televidente. No se trata de un espectáculo, no se trata de teatro. La grandeza de estas cosas no se ve desde afuera, y disfrutarlas así, en este plano, te deja tan lejos de la religión como el peor comecuras.

    Incluso podrá uno interpretar en clave cínica-conspirativa, sospechando una intención burlesca y paródica. Para todo hay.
    Pero mejor, en lugar de elegir entre estas lecturas (que apuntan a juzgar -mal o bien- al tipo) podemos verlo con otro foco: en lugar de ver qué nos dice eso del autor, ver qué nos dice de la Iglesia.
    A mí no me importa tanto si es el tipo es más o menos sincero, más o menos profundo; si su emoción es legítima, significativa … religiosa. Pero sí me importa que la Iglesia sea capaz de provocar esas emociones. No es suficiente, pero es necesario y es urgente, creo yo.
    La Iglesia no puede despreciar estas impresiones, son un síntoma. Exagerando un poco, yo postularía que la liturgia católica debería poder gustar a un ateo de buena voluntad y buen gusto. Exagerando un poco más: yo quisiera que las oraciones pergeñadas por nuestros pastores, los discursos y los rituales, tuvieran que pasar el filtro -o la rehechura- de algún poeta, de alguien que sepa lo que es la belleza aunque no sepa -necesariamente- lo que es el cristianismo.


    [*De paso: su concepto de «ateo» no me convence nada. «This means that I don’t follow the teachings of any particular theology. Or, to put it more bluntly, I’ve never heard a creation story that I believe» No veo que ni «seguir una teología» o creer una «historia de la creación» (??) jueguen un papel determinante en ser o no religioso.]
    # | hernan | 2-mayo-2005