Penosamente, vamos leyendo cositas sueltas.
Esto es de una carta privada a Ward, 1849:
… Los clérigos italianos, a los que deseo sinceramente seguir en dogmática, no son a mi entender los mejores apologistas
-ahora bien, la «demostración del cristianismo» es el punto en el cual la dogmática y la apologética
se encuentran en terreno común. Es el territorio de ambos, y lo cierto es que no puedo admitir en general el modo
italiano de tratar la cuestión, a menos que yo malentienda sus palabas, y ellos las mías.
Desconocen absolutamente a las herejías como realidades; viven, al menos los romanos, en un lugar cuyo orgullo es no haber dado nacimiento a ninguna herejía, y creen convincentes pruebas que de hecho no lo son. De modo que están habituados a tratar los argumentos en favor del catolicismo como si fueran demostraciones, a no ver ninguna fuerza en las objeciones, a presuponer que toda perplejidad intelectual es obstinación de mala voluntad…
Un poco de contexto para los que necesiten o gusten.Desconocen absolutamente a las herejías como realidades; viven, al menos los romanos, en un lugar cuyo orgullo es no haber dado nacimiento a ninguna herejía, y creen convincentes pruebas que de hecho no lo son. De modo que están habituados a tratar los argumentos en favor del catolicismo como si fueran demostraciones, a no ver ninguna fuerza en las objeciones, a presuponer que toda perplejidad intelectual es obstinación de mala voluntad…
John Henry Newman (1801-1890) era un pastor anglicano, intelectual conocido y apreciado, que se convirtió al catolicismo en 1845. Fue una conversión muy sonada, por el peso del tipo, por lo difícil del paso (el «papismo» era muy mal visto en la Inglaterra de aquel tiempo, en parte implicaba un ostracismo cultural) y por todo lo que arrastró: varios compañeros del «grupo de Oxford» en su momento, y con el correr de los años toda una serie de católicos ingleses que serían en buena parte hijos de Newman ( Chesterton, sobre todo; y la cuenta sigue).
Newman era un tipo muy especial, con una rara honestidad intelectual unida a una afabilidad (y aun timidez) en el trato, combinada con una envidiable independencia a la hora de juzgar y decir. Con todo este equipaje, y en ese ambiente, puede uno imaginarse que la vida post-conversión no le fue fácil. Muchas enemistades y desconfianzas, no sólo del lado anglicano, sino -y sobre todo- del lado católico. Recibió unos cuantos palos de los correligionarios, en todos los niveles; aunque también reconocimientos (fue hecho cardenal en 1879); y unos cuantos fracasos, cómo no.
Ortodoxo, en el mejor sentido de la palabra; por eso mismo, fue considerado heterodoxo o poco menos por algunos guardianes de la iglesia. Demasiada vida independiente, demasiada originalidad había en este inglesito recién llegado… Es famosa la cita de aquel monseñor, indignado porque Newman favorecía la participación del laicado en temas eclesiales: «¿Cuál es la incumbencia de los laicos? La caza y los esparcimientos; de eso sí que entienden. Pero no tienen derecho alguno a inmiscuirse en los asuntos eclesiásticos (…). El doctor Newman es el hombre más peligroso de Inglaterra«.
Hoy, muchos los consideran el teólogo más relevante de su siglo. Y es el único que aparece citado en el nuevo Catecismo.