Simplemente: fue una belleza.
La pasión interpretada en el sufrimiento público de Juan Pablo II y su agonía, seguida del funeral y la asunción gozosa de un nuevo Papa fue una muestra viva e inspiradora de la fe católica. Incluso un cínico como yo puede ver la similitud metafórica con los últimos días de Cristo y su subsiguiente resurrección. Después de todo, no es necesario aceptar una fe para apreciar el arte de la fe.
En un mundo tan falto de verdaderas sorpresas,
dice, todo el proceso de la elección con sus detalles
(la incomunicación de los cardenales, los juramentos
de secreto, las fumatas, el anuncio y la multitud en la plaza)
lo mantuvo con el corazón en vilo. Fue como una obra
de teatro perfecta, que logró emocionar a un viejo ateo…
La pasión interpretada en el sufrimiento público de Juan Pablo II y su agonía, seguida del funeral y la asunción gozosa de un nuevo Papa fue una muestra viva e inspiradora de la fe católica. Incluso un cínico como yo puede ver la similitud metafórica con los últimos días de Cristo y su subsiguiente resurrección. Después de todo, no es necesario aceptar una fe para apreciar el arte de la fe.
Bien. Desde nuestro lado, hay muchas maneras de leer esto. Por ejemplo
1. La ingenua-partidista: qué bueno, un ateo amable y de buena voluntad. Qué lindo que en lugar de despreciarnos disfrute de esa emoción y de esa simpatía. Quién sabe si esto no lo acercará algo a la Iglesia, y algún día… quién sabe.
2. La simpática: Bien por el tipo; bien por «entregarse» a la belleza del asunto (bien que aprehendida en un nivel elemental; no deja de ser real) y por decirlo con esa … inocencia. Después de todo, no muchos católicos tienen la sensibilidad para percibir y disfrutar de esas alusiones a muertes y resurrecciones.
3. La indulgente: Buen tipo, tal vez; pero pobre tipo. Da un poco de vergüenza ajena, hacer de esa emoción —sincera pero pueril— un texto periodístico… Bueh, lo creerá un gesto de generosidad, y acaso lo sea.
4. La despectiva-integrista: Buena voluntad, tal vez, pero mala cabeza. Lo suyo es mera emoción estética. No nos hace ningún honor —ni nos acerca— al referirnos su excitación de televidente. No se trata de un espectáculo, no se trata de teatro. La grandeza de estas cosas no se ve desde afuera, y disfrutarlas así, en este plano, te deja tan lejos de la religión como el peor comecuras.
Incluso podrá uno interpretar en clave cínica-conspirativa, sospechando una intención burlesca y paródica. Para todo hay.
Pero mejor, en lugar de elegir entre estas lecturas (que apuntan a juzgar -mal o bien- al tipo) podemos verlo con otro foco: en lugar de ver qué nos dice eso del autor, ver qué nos dice de la Iglesia.
A mí no me importa tanto si es el tipo es más o menos sincero, más o menos profundo; si su emoción es legítima, significativa … religiosa. Pero sí me importa que la Iglesia sea capaz de provocar esas emociones. No es suficiente, pero es necesario y es urgente, creo yo.
La Iglesia no puede despreciar estas impresiones, son un síntoma. Exagerando un poco, yo postularía que la liturgia católica debería poder gustar a un ateo de buena voluntad y buen gusto. Exagerando un poco más: yo quisiera que las oraciones pergeñadas por nuestros pastores, los discursos y los rituales, tuvieran que pasar el filtro -o la rehechura- de algún poeta, de alguien que sepa lo que es la belleza aunque no sepa -necesariamente- lo que es el cristianismo.
[*De paso: su concepto de «ateo» no me convence nada. «This means that I don’t follow the teachings of any particular theology. Or, to put it more bluntly, I’ve never heard a creation story that I believe» No veo que ni «seguir una teología» o creer una «historia de la creación» (??) jueguen un papel determinante en ser o no religioso.]