Deferencia apostólica y cobardía

No somos bastante valerosos. No tenemos toda la valentía necesaria.

Hemos asaltado y abierto brecha varias veces en el Pasado, el Público, la Lógica … pero no las hemos derribado hasta la última piedra.
En nosotros hay todavía algo del pasado, un poco de respeto por el pasado, un poco de nostalgia del pasado.

Hay todavía en nosotros un resto de respeto hacia la gente que va al teatro y lee los periódicos; un poco de miedo a los profesores, a los críticos, a los periodistas; un poco de comedimiento ante la gente seria.
Hay todavía en nosotros alguna preocupación por ser claros, un poco de susto ante el delirio sin ley, un poco de cuidado por el orden y la expresión.

En nuestros escritos existe todavía cierta apariencia de continuidad lógica. Conservamos el orden de las frases, la estructura de las oraciones, las formas consagradas.
Cuando hablamos, hay todavía una deferencia apostólica hacia quien nos escucha, hay un barniz de concesividad.
Cuando pintamos, hay todavía demasiados recuerdos de la realidad, una sombra de composición y una reminiscencia de líneas clásicas y conocidas.

No, mis queridos amigos, no somos bastante valerosos.
Hasta a nosotros nos falta valentía. Todavía somos demasiado cobardes. Aún tenemos un pie en lo ya hecho y lo ya dicho, y conservamos grandes manchas de racionalismo en alguna circunvolución de nuestro cerebro.

No tenemos la valentía de ser más vulgares.
No tenemos la valentía de ser más insultados.
No tenemos la valentía de ser más brutales.
No tenemos la valentía de ser más incomprensibles.
No tenemos la valentía de ser más zafados, más ignorantes, más maleducados, más irrespetuosos.
No tenemos la valentía de ser diferir más de todos los antiguos, modernos y contemporáneos.
No tenemos la valentía de ser más bestias, más bárbaros y más salvajes.
No tenemos la valentía de parecer cada vez más payasos y más ridículos.
No tenemos la valentía de parecer todavía más locos, más frenéticos, más maníacos, más delirantes, más furiosos.

A veces somos tan tímidos como aquellos que despreciamos y repudiamos.
En ciertos momentos nos mostramos tan vacilantes como aquellos que detestamos de todo corazón.
Algunos días somos tan miedosos como aquellos a quienes quisiéramos fusilar.
De un texto de Giovanni Papini, que murió en 1956.
Los tiempos son distintos, y no para mejor. Podríamos, digo yo, agregar a la lista el miedo a (la deferencia apostólica hacia, el temor a parecer payasos ante, a resultar incomprensibles para) los lectores de nuestro blog.
# | hernan | 14-mayo-2005