Crítica bíblica: Huck y el negro Jim

Uno de los diálogos más memorables de las «Aventuras de Huck Finn» (lindo libro de Mark Twain) es la discusión entre Huck (un chico de la calle, diríamos hoy, o poco menos) y Jim (un esclavo negro fugado) sobre el famoso caso de Salomón con las mujeres y el niño.
—…¿De qué vale medio niño? Yo no daría nada por un millón de medios niños.

—Pero, maldita sea, Jim, es que no entiendes nada…

—¿Quién? ¿Yo? Vamos. No me vengas diciendo a mí que no lo entiendo. Creo que entiendo lo que es sentido común y lo que no. Y el hacer una cosa así no tiene sentido. La pelea no era por medio niño; la pelea era por un niño entero, y el hombre que crea que puede solucionar una pelea por un niño entero con medio niño es que no sabe lo que es la vida. No me hables a mí del tal Salamón, Huck. Ya he visto yo a muchos así.

—Pero te digo que no lo entiendes.

—¡Dale con que no lo entiendo! Yo entiendo lo que entiendo. Y, entérate, lo que hay que entender de verdad es más complicado; mucho más complicado. Es cómo criaron al Salamón…

Después de todo, en otro plano, buena parte de los escépticos burlones que uno encuentra por ahí (a propósito de la Biblia, o de la religión en general), incluso intelectuales que escriben artículos en los diarios, no están muy lejos del negro Jim.

Pero eso no es lo peor. Lo peor es que muchos creyentes que tienen que responder a esos escépticos (y algunos también escriben en los diarios) están muy por debajo de Huck; éste al menos entendía la confusión del otro; Huck no hubiera pretendido defender la sabiduría de Salomón demostrando que era justo dar medio niño a cada mujer.

Le leí a Jim muchas cosas sobre reyes y duques y condes y todo eso, y lo bien que se vestían y lo elegantes que se ponían y cómo se llamaban unos a otros «su majestad», «su señoría», «su excelencia» y todo eso, en lugar de «señor», y a Jim se le salían los ojos y estaba muy interesado. Va y dice:

—No sabía que había tantos. Casi nunca había oído hablar de ellos, más que del viejo aquel del rey Salamón, sin contar los reyes de la baraja. ¿Cuánto cobra un rey?

—¿Cobrar? —digo yo—; pues lo menos mil dólares al mes si quieren; pueden llevarse lo que quieran; todo es suyo.

—Estupendo, ¿no? Y ¿qué tienen que hacer, Huck?

—¡No hacen nada! ¡Qué cosas dices! Están ahí y nada más.

—No; ¿de verdad?

—Pues claro que sí. No hacen más que estar ahí, salvo a lo mejor cuando hay guerra; entonces se van a la guerra, o si no van de caza. Sí, con halcones y todo eso… ¡Shhh! ¿no has oído un ruido?

Salimos del bosque a mirar, pero no había nada más que el paleteo de la rueda de un buque de vapor a lo lejos, que daba la vuelta a la punta, así que volvimos.

—Si —dije—, y otras veces, cuando las cosas están aburridas, se meten con el Parlamento, y si no hacen las cosas como quieren ellos, les cortan la cabeza. Pero donde más tiempo pasan es en el harén.

—¿En el qué?

—En el harén.

—¿Qué es el harén?

—Donde tienen a sus mujeres. ¿No sabes lo que es el harén? Salomón tenía uno donde había por lo menos un millón de mujeres.

—Pues es verdad; me… me se había olvidado. Un harén es una pensión, supongo. Seguro que en el cuarto de los niños hay mucho jaleo. Y seguro que las mujeres se pelean mucho, de forma que hay más jaleo. Pero dicen que el Salamón era el hombre más sabio que ha vivido. Yo no me lo acabo de creer, porque, ¿para qué iba un hombre tan sabio a querer vivir en medio de todo aquel escándalo? No… seguro que no. Un hombre sabio se haría construir una fábrica de calderas y entonces podría apagarlo todo cuando quisiera descansar.

—Bueno, pero en todo caso fue el hombre más sabio del mundo, porque me lo ha dicho la viuda, nada menos.

—Me da igual lo que haya dicho la viuda; no era tan sabio. Se le ocurrían algunas de las ideas más tontas que he oído en mi vida. ¿Sabes lo del niño que quería partir en dos?

—Sí, la viuda me lo contó.

—¡Pues entonces! ¿No te parece la idea más idiota del mundo? No tienes más que pensarlo medio minuto. Ese tronco de allá, ése es una de las mujeres; ése eres tú, el otro tronco; yo soy Salamón, y ese billete de un dólar es el niño. Los dos lo queréis. ¿Qué hago yo? ¿Voy a buscar entre los vecinos para ver de quién es el billete y dárselo al dueño, como es normal, como haría cualquiera que tuviese la menor idea? No; voy y rompo el billete en dos y te doy una mitad a ti y la otra a la mujer. Eso es lo que iba a hacer el Salamón con el niño. Y lo que yo te digo: ¿De qué vale a nadie medio billete? No se puede comprar nada con eso. ¿De qué vale medio niño? Yo no daría nada por un millón de medios niños.

—Pero, maldita sea, Jim, es que no entiendes nada…

—¿Quién? ¿Yo? Vamos. No me vengas diciendo a mí que no lo entiendo. Creo que entiendo lo que es sentido común y lo que no. Y el hacer una cosa así no tiene sentido. La pelea no era por medio niño; la pelea era por un niño entero, y el hombre que crea que puede solucionar una pelea por un niño entero con medio niño es que no sabe lo que es la vida. No me hables a mí del tal Salamón, Huck. Ya he visto yo a muchos así.

—Pero te digo que no lo entiendes.

—¡Dale con que no lo entiendo! Yo entiendo lo que entiendo. Y, entérate, lo que hay que entender de verdad es más complicado; mucho más complicado. Es cómo criaron al Salamón. Piénsalo: un hombre tiene sólo uno o dos hijos; ¿va ese hombre a andar partiéndoles en dos? No, ni hablar; no se lo puede permitir. Él sabe apreciarlos. Pero un hombre que tiene cinco millones de hijos por toda la casa, ése es diferente. A ése le da igual partir en dos a un niño que a un gato. Quedan muchos más. Un niño o dos más o menos no le importaban nada al Salamón.

Nunca he visto un negro así. Se le metía una cosa en la cabeza y ya no había forma de sacársela.


Mark Twain – Aventuras de Huck Finn (Cap 14)
# | hernan | 23-mayo-2005