Película rara, algo fascinante para mí; aunque no podría asegurar que es buena, ni recomendarla.
Resumo. Trae esta poesía al comienzo -y como fondo-. Y ángeles.
Pero unos ángeles particulares: andan por las calles de Berlín, visibles sólo para los niños (y nosotros, los espectadores) bajo la forma de hombres (y mujeres) corrientes… en blanco y negro. Invisibles para el resto, casi eternos (recuerdan hechos históricos, y el mundo anterior al hombre, el nacimiento de tal o cual río…), se pasean entre la gente, escuchan sus pensamientos, contemplan con ternura casi maternal esa extraña especie, registran lo que más vale la pena observar (las pequeñas cosas, diríamos, si la expresión no hubiera sido malbaratada). También tratan de llevar algún consuelo y aliento a los que sufren, a veces con éxito.
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Damiel (Bruno Ganz), precisamente, empieza a desear salir de su condición angélica para entrar al mundo; tener una historia propia, sentir frío, hambre, dolor físico… sostener una manzana en la mano. Ser un hombre, no un puro espíritu. No se trata de un deseo crispado, o desesperado (es un ángel «optimista», con perdón de la palabra); no se trata de rebeldía. Es un deseo, nomás, que va cuajando a lo largo de la película.
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Sospecharán acaso (o temerán) que el ángel se enamora de ella; sospecharán bien.
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Y está Peter Falk, el viejo teniente Columbo de la TV, que acá actúa en el papel de sí mismo: está participando en otra película dentro de la película. Pasea por Berlín,
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Un atardecer, Damiel lo encuentra en la calle, en un puesto de café… y para su sorpresa Peter Falk parece sentirlo («No te veo, pero sé que estás ahí»). Y empieza a hacer su encomio del mundo «carnal». «Hay tantas cosas buenas, acá, no sabes… tantas… fumar un cigarro, tomar un café como éste… y si lo haces acompañado, es hermoso. Dibujar: trazas una línea gruesa, otra fina… y entre las dos hacen una buena línea. Y un día frío como hoy, puedes juntar las palmas de tus manos, así… y las frotas despacio, una contra otra… no sabes lo bueno que es eso, lo bien que se siente. Pero no puedes sentirlo, no estás aquí. Quisiera que estuvieras aquí, que hablaras conmigo… porque soy un amigo… compañero» (la última palabra, en español) y le ofrece, a tientas, la mano.
Con esto tienen el tema y -los que no la hayan visto- podrán tal vez imaginar el resto.
Y sobre las lecturas que uno puede hacer (y hace) de todo esto, sea para aprobar, rechazar o dudar, habrá otro post.
Mientras tanto, dejo algunos enlaces.