Sin dejar rastros

Hace mucho que no meto poesía en el blog.
En buena medida, esto se debe a que un lector —amable e involuntariamente— me hizo tomar conciencia de que yo de poesía no entiendo nada («entender’ quiere decir «apreciar» acá). Lo cual me pondría en la melancólica disyuntiva de citar poesías prestigiosas (y por lo tanto ya muy conocidas y citadas) o poesías ignotas (y por lo tanto, dado mi escaso criterio, probablemente malas). Mejor dejarle la tarea a otros, entonces.

Vaya como excepción este soneto de Borges, ya citado en los comienzos de un blog (de cuyo nombre no quiero acordarme). Es uno de los pocos sonetos que he cifrado en mi (nada profética) memoria.
Sólo una cosa no hay. Es el olvido.
Dios, que salva el metal, salva la escoria
Y cifra en Su profética memoria
Las lunas que serán y las que han sido.

Ya todo está. Los miles de reflejos
Que entre los dos crepúsculos del día
Tu rostro fue dejando en los espejos
Y los que irá dejando todavía.

Y todo es una parte del diverso
Cristal de esa memoria, el universo;
No tienen fin sus arduos corredores
Y las puertas se cierran a tu paso;
Sólo del otro lado del ocaso
Verás los Arquetipos y Esplendores

(J. L. Borges)
Se me ocurría hoy que sus cuartetos bien podrían acompañar a esos programas (o instructivos) para borrar de la computadora los restos (historiales de navegación, «caches», cookies) que quedan tras los usos ‘non sanctos’ de Internet (pornografía, mayormente).
Para borrar todo «sin dejar rastros»… aseguran los vendedores.
Pero es mentira; siempre quedan rastros, le garanto. En la memoria de Dios, para empezar. Pero no solamente.
# | hernan | 15-mayo-2005