Tom de Disputations se pregunta
por qué consideramos especialmente benéfica
la oración delante del Sagrario donde se guarda
el Santísimo Sacramento.
La Iglesia católica, en efecto, alienta la práctica
de la adoración Eucarística, por lo
cual habría que deducir que esta forma de oración
tiene una «fuerza» especial.
¿De qué se trata?
¿Es algo relacionado con la
cercanía
del que reza con Jesucristo sacramentado… o no?
¿A menor distancia, mayor gracia ?
Mmmhhmm … no debe ser tan simple la cosa,
pues aparentemente (nota Tom)
no vale
rezar detrás de la pared de la Iglesia…
(parece que ejercieran una especie de efecto
blindaje…)
como tampoco rezar demasiado cerca
(digamos a menos de 50 cm: eso sería una impertinencia).
Tom nos regala un gráfico
muy útil para nuestras mentes de ingenieros cartesianos
(lo copio traducido y retocado)
que ilustra la «intensidad» que deberíamos asignar a ese
«campo de fuerza» («el rojo indica un mayor «nivel de gracia») según la posición respecto del Sagrario, visto desde arriba.
A algunos les costará tomar en serio ese gráfico, y la
idea de que realmente exista una intensidad de gracia
con una determinada distribución espacial alrededor
del Sagrario.
Entre esos se contarán todos los lectores de este blog… espero.
Ahora bien, si no nos convence esta explicación
«física»,
¿qué nos queda?
Nos queda la explicación
«psicológica», claro.
Vamos a ella.
Podemos postular que la oración delante del Sagrario
tiene una intensidad especial por factores psicológicos:
el orante está en un espacio especialmente sacro
—hay un ambiente de silencio y recogimiento, suponemos—
y, sobre todo, él por la fe
sabe (
es conciente de que)
tiene frente suyo a Jesús sacramentado. Esto debería predisponer
a la devoción, a la conversación interior con la divinidad;
a una oración más intensa, y por ende más efectiva.
¿Nos llena esta explicación? Espero que no.
Todo eso es seguramente cierto (y cualquier ateo
materialista estaría de acuerdo), pero si sólo se trata
de eso, la
realidad y el misterio se nos escapan
de entre los dedos. Son de esas explicaciones
(reduccionistas) que, al decir de Chesterton,
«explican todo el universo, al precio de tornar
al universo indigno de necesitar una explicación».
Explicaciones que en lugar de fundamentar, disuelven.
Todo eso podrá parecerme muy satisfactorio para explicar la oración de otros hombres (
objetivados); pero de hecho es absolutamente impotente para fundamentar
mi oración;
yo (yo, Hernán, 38 años, realmente existente, con este cuerpo y esta alma, acá en Buenos Aires, en el año 2005) sé que
no rezaría -como rezo- delante del Sagrario si creyera
que esa explicación psicológica es la explicación última.
¿Y cuál es esa explicación última ? preguntará algún lector…
Ah… si fuera capaz de contestar eso, no estaría escribiendo
en un blog, vea.
Tom intenta una analogía, que me parece bien
rumbeada, con el concepto de
sacramento:
Creo que podríamos decir
que la adoración Eucarística es,
informalmente hablando, un sacramento:
el signo de pasar un rato acompañando
a Jesús, realiza lo que significa.
[…]
Así, no es el hecho de estar físicamente cerca
del Santísimo lo que hace tan fuerte a la oración
delante del Santísimo. Es, pienso, el hecho de
que al estar en presencia del Santísimo,
significamos —físicamenteo—
nuestra cercanía a Cristo. Hacemos uso de la parte
material de nuestro ser, reflejando la naturaleza
del Sacramento, y disponiendo así un medio
para que las gracias infinitas del Sacramento
nos sean concedidas.
Naturalmente, (o sobrenaturalmente)
cada vez nos es más difícil comprender lo que es un
sacramento.
Quien más quien menos, todos somos un poco cartesianos;
nuestra cabeza se inclina (como un reflejo) a considerar las cosas
bien como «verdaderamente reales» (física: la objetividad), o bien como «ideales o mentales» (psicología: la subjetividad).
Por eso, este post de Tom me parece importante, más que
por la aplicación particular, como ejemplo. Acá tenemos
un caso (no un sacramento, pero un análogo), una realidad
sobre la cual nuestra cabeza cartesiana sólo concibe dos alternativas
excluyentes: o bien es algo «físico» (y terminamos en el ridículo
de gráfico de fuerzas) o bien es algo «psicológico» (y terminamos
negando la realidad y la trascendencia).
Importa tener conciencia de esta
alternativa con que nos tienta nuestra cabeza, para acordarse de
que es una alternativa mentirosa. Letal para nuestra vida sacramental, para empezar (pero no solamente, me temo).
Ni física, ni psicología, entonces. O mejor dicho: física, psicología y
mucho más.