Queda el lector advertido.
Siempre me ha llamado la atención que a tan pocos parezca llamarles la atención el comportamiento de Frodo en las Grietas del Monte del Destino.
Como sabemos, al final de tanto esfuerzo, se abandona al poder del anillo, se niega a tirarlo al fuego y lo reclama para sí.
Frodo, como también sabemos, es el héroe principal de la historia (imagen de Cristo, en algunos aspectos, dicen algunos). Y así es honrado por Aragorn, por Gandalf y por todos (lectores incluidos).
¿Por qué le dejamos pasar semejante traspié ? (O, si lo ponemos en otro plano: ¿qué necesidad tenía Tolkien de manchar así la foja de servicios de la figura principal, justo en el climax de la historia?)
Es raro, siempre me digo, que a casi nadie se le ocurra reprochar esto a Frodo -o a Tolkien. Y no porque a mí me parezca reprochable (al revés, lo tengo por uno de los muchos signos inequívocos de la genialidad de Tolkien), sino porque, justamente, me parece que (un poco como dice Kierkegaard a propósito de Cristo) es necesario ver lo chocante, superar la ocasión de escándalo para así ver la grandeza.
Quizás la mayoría de los lectores oscuramente vean esto, y es por eso que disculpan a Frodo. Quizás.
Entre muchas otras cosas, el episodio tiene a mis ojos un sentido moral: el de mostrar que la bondad o maldad de los actos de mi prójimo debe medirse dentro del rango de libertad de elección y acción que las circunstancias imponen. Y como no podemos saber qué pesa sobre el alma de cada uno (algún anillo maléfico, cargado -quién sabe- para salvar a otros), no podemos -en ese plano absoluto- juzgar a nadie.
En un par de cartas a sus lectores, el mismo Tolkien habla del tema. A él también le extrañaba que pocos se hubieran fijado en este aspecto.
Aunque hubo más de un escandalizado:
La Misión estaba condenada a fracasar como plan mundanal, y también estaba
condenada a terminar en desastre como la historia del proceso por el que el
humilde Frodo se dirigía al «ennoblecimiento», a su santificación. Fracasaría y fracasó
en lo que a Frodo concierne, al menos considerado solo. «Apostató» -y he recibido
una furiosa carta en la que se clamaba que debió haber sido ejecutado por
traidor, no honrado. Créame, sólo cuando leí esto tuve idea de cuan «tópica» debía
parecer esa situación. Surgió naturalmente del «plan» general concebido en lo fundamental
en 1936. No preví que antes de que el cuento se publicara entraríamos
en una era oscura en la que la técnica de la tortura y el quebrantamiento de la personalidad
rivalizaría con la de Mordor y el Anillo y nos plantearía el problema concreto
de hombres honestos de buena voluntad destruidos al punto de convertirse
en apóstatas y traidores.
Y por otro lado:
Somos criaturas finitas con limitaciones absolutas con respecto al poder de acción o de resistencia de nuestra estructura anímico-corporal. El fracaso moral de un hombre sólo puede afirmarse, me parece, cuando su esfuerzo o su capacidad de resistencia quedan por debajo de sus límites, y la culpa decrece cuanto más cerca se está de dichos límites…
[…]
Frodo, por cierto, fue «incapaz» como héroe tal como lo conciben las mentes simples: no soportó hasta el final; cedió, desertó.
No digo «mentes simples» con desprecio: con frecuencia ven con claridad la verdad simple y el ideal absoluto al que dirigir el esfuerzo, aun cuando resulte inalcanzable. Su debilidad, sin embargo, es doble. No perciben la complejidad de una situación dada en el Tiempo, en el que un ideal absoluto está atrapado. Y tienden a olvidar ese extraño elemento del Mundo que llamamos Piedad o Misericordia, que es también un requerimiento absoluto en el juicio moral (puesto que está presente en la naturaleza divina). En su más alto ejercicio pertenece a Dios.
En los jueces finitos de conocimiento imperfecto, el juicio debe emplear dos diferentes escalas de «moralidad». Ante nosotros mismos debemos presentarnos el ideal absoluto sin compromiso, pues no conocemos los límites de nuestra propia fuerza natural (más la gracia), y si no apuntamos a lo más alto, estaremos sin duda por debajo de lo que podríamos alcanzar. A los demás, a los que conocemos lo bastante como para emitir un juicio, debemos aplicar una escala atemperada por la «misericordia»: es decir, como con buena voluntad podemos hacer esto sin la tendencia inevitable en juicios acerca de nosotros mismos, debemos estimar los límites de la fortaleza de otro y sopesarla en relación con la fuerza de las particulares circunstancias.
(Con frecuencia vemos que los santos utilizan esta doble escala cuando se juzgan a si mismos al sufrir duras pruebas o tentaciones y juzgan a los demás en parecidas situaciones.) […]
Frodo emprendió su búsqueda por amor: para salvar del desastre, a sus propias expensas, si podía, al mundo que él conocía; y también con completa humildad, reconociendo que era del todo inadecuado para la tarea. Su verdadero compromiso consistía tan sólo en hacer lo que pudiera, tratar de hallar un camino y avanzar tanto por él como la fuerza de su mente y de su cuerpo lo permitía.
Es lo que hizo.
No veo que el quebrantamiento de su mente y su voluntad bajo demoníaca presión después del tormento sea más un fracaso moral mas que lo habría sido el quebrantamiento de su cuerpo, si hubiera sido estrangulado por Gollum o aplastado por la caída de una roca, por ejemplo.
Frodo, por cierto, fue «incapaz» como héroe tal como lo conciben las mentes simples: no soportó hasta el final; cedió, desertó.
No digo «mentes simples» con desprecio: con frecuencia ven con claridad la verdad simple y el ideal absoluto al que dirigir el esfuerzo, aun cuando resulte inalcanzable. Su debilidad, sin embargo, es doble. No perciben la complejidad de una situación dada en el Tiempo, en el que un ideal absoluto está atrapado. Y tienden a olvidar ese extraño elemento del Mundo que llamamos Piedad o Misericordia, que es también un requerimiento absoluto en el juicio moral (puesto que está presente en la naturaleza divina). En su más alto ejercicio pertenece a Dios.
En los jueces finitos de conocimiento imperfecto, el juicio debe emplear dos diferentes escalas de «moralidad». Ante nosotros mismos debemos presentarnos el ideal absoluto sin compromiso, pues no conocemos los límites de nuestra propia fuerza natural (más la gracia), y si no apuntamos a lo más alto, estaremos sin duda por debajo de lo que podríamos alcanzar. A los demás, a los que conocemos lo bastante como para emitir un juicio, debemos aplicar una escala atemperada por la «misericordia»: es decir, como con buena voluntad podemos hacer esto sin la tendencia inevitable en juicios acerca de nosotros mismos, debemos estimar los límites de la fortaleza de otro y sopesarla en relación con la fuerza de las particulares circunstancias.
(Con frecuencia vemos que los santos utilizan esta doble escala cuando se juzgan a si mismos al sufrir duras pruebas o tentaciones y juzgan a los demás en parecidas situaciones.) […]
Frodo emprendió su búsqueda por amor: para salvar del desastre, a sus propias expensas, si podía, al mundo que él conocía; y también con completa humildad, reconociendo que era del todo inadecuado para la tarea. Su verdadero compromiso consistía tan sólo en hacer lo que pudiera, tratar de hallar un camino y avanzar tanto por él como la fuerza de su mente y de su cuerpo lo permitía.
Es lo que hizo.
No veo que el quebrantamiento de su mente y su voluntad bajo demoníaca presión después del tormento sea más un fracaso moral mas que lo habría sido el quebrantamiento de su cuerpo, si hubiera sido estrangulado por Gollum o aplastado por la caída de una roca, por ejemplo.
Las dos cartas en cuestión, tan largas como apasionantes, están completas acá.