Archivo por meses: agosto 2005

Tapón de cera

¿No se sienten ustedes embotados?
¿No les parece que tienen los oídos tapados, los ojos miopes y legañosos?
¿No sienten que van por el mundo con la torpeza y la insensibilidad de un sonámbulo? ¿No tienen la sospecha —más aún: la seguridad— de que un mílimetro más allá de esta piel de rinoceronte que nos cubre el universo es algo nítido y deslumbrante?
¿No les espanta tener tan poca capacidad para el gozo —y aun también para la tristeza? ¿No creen que si uno pudiera limpiarse los ojos, si uno pudiera mirar con el alma desnuda el agua que sale de la canilla, el niño jugando en la plaza, las hebras del té que estoy tomando, el portero que manguerea la vereda a la mañana, la chica que lee a Bucay en el subte… si uno pudiera verdaderamente verlos, no creen que uno quedaría abrumado de admiración, de compasión, de alegría y de gratitud?
¿Y no creen que esta incapacidad tiene algo de trágico y de culpable?

Mística mistonga. O mala poesía, me dirán. No creo, vean. O sí, poesía; pero, justamente, en el sentido en que la poesía es más verdadera que la prosa.
Verdad, y también vida, por cierto.
Y yo creo que esa insensibilidad crónica —y modernamente agravada— es vecina de la muerte; parte de los efectos del fruto prohibido, si me permiten. Y pareciera que intuimos eso, y —como si nos faltara aire para respirar— buscamos sacudirnos esa modorra, buscamos sucedáneos que atraviesen esa costra y nos den un regusto de esa perdida emoción primordial; buscamos emocionarnos, en suma.
Envidia de los santos, de los que sabían emocionarse naturalmente (¿era Ignacio o Francisco el que les decía, llorando, a las flores: «Calla, calla, ya sé lo que me quieres decir»).

Un poco pensando en esto traje aquello de León Bloy, sobre la terrible y dichosa indefensión del alma en el cielo; y sus prefiguraciones, en los sueños. Y en el arte, digo yo. ¿No será acaso la marca del arte, la de prefigurar esa contemplación nítida, y la delectación que la acompaña?

Se me llenan de ejemplos la cabeza, agarro los que tengo más a mano (y que acaso serán útiles sólo para mí). Miyazaki: Totoro(sobre todo la escena cerca del inicio, cuando las niñas llegan a la nueva casa), Kiki (sobre todo el viaje inicial). Alegrías químicamente puras, y que sentimos tan cercanas, y en otro sentido, tan lejanas.
O la «eucatástrofe» de Tolkien. O… el arte, en suma. También la tragedia, naturalmente.
Y más que el arte: la devoción religiosa, por qué no. Esos momentos, más o menos escasos según los tiempos, en que uno pudo «rezar bien», o cuando uno vuelve de comulgar y…

Ehmmm…. momento, momento -me interrumpe el escolástico-; la emoción no es lo primordial, eso es concomitante; es un efecto; lo esencial es en todo caso la contemplación de la Verdad, percibida en un cierto plano. Ahora bien, esa contemplación produce alegría, naturalmente. Pero no hay que confundir, no hay que poner en primer lugar la emoción; eso es muy peligroso. Santo Tomás decía que…

Pero por esta vez, al escolástico le pediremos que hoy se calle. Y aun cuando yo siempre le he dado bastante voz, y he tratado a «la emoción» con la mayor desconfianza (sobre todo en lo que respecta a la … vida espiritual, digamos), hoy, en este contexto, me pongo del lado emocional. También insistir demasiado en que la emoción es un «mero efecto» y no algo por buscar por sí mismo, puede llevar -de hecho, creo que a veces lleva- a una especie de dualismo falso, paralelo al de «la fe» vs «las obras»; o el de la «ortodoxia» vs la «ortopraxis», y así…

Saber emocionarse, tener la piel fina, es parte de lo que nos toca, creo.
Signo -pero no mero signo- de salud.
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Cancioneros

Me comenta un lector sobre una adolescente de la Acción Católica que, cuando cantaba esto, en lugar de:
«… no importa lo que sea,
tú llámame a servir.»
decía:
… tu llama me hace hervir.
Una versión más sugerente para una adolescente, claro. Y la verdad es que suena exactamente igual.
Resistamos la tentación del chiste fácil (el de reconocer que muchas veces es preferible no entender ciertas letras; …. ups, no resistimos!), pero no dejaremos de recordar otra interpretación alternativa que me comentaba una amiga: en lugar de algunos parecen cantar
Vine a lavar a Dios…
El tema de los cancioneros de misa católicos es algo que me excede, en realidad. Ignoro si se habrá escrito (o se escribirá un día) alguna especie de compilación histórica; tampoco he leído o escuchado jamás alguna evaluación crítica (para bien o para mal) de las canciones, en sus letras y en sus músicas.

Ayer, sin ir más lejos, me tocó este Gloria; uno diría que las versiones musicalizadas del Gloria -como del Padre Nuestro, Agnus Dei, etc, deberían ser al menos literales; generalmente lo son, ésta, en cambio, se toma algunas libertades… en lugar de «sólo Tú eres Santo, sólo Tú Señor«, esta dice «Tú sólo el mismito Dios«. Es de suponer que el adjetivo intenta dar un toque familiar/autóctono; pero no me parece un lugar muy apropiado que digamos; además que esa familiaridad en ese contexto (imagínense, la feligresía de una parroquia porteña…) resulta afectado, muy poco natural.
Pero no vamos a pedir sentido del ridículo en estos ambientes.

Cuestión que con esto anduve pispeando algún cancionero de estos.
Me dio un poco de vértigo. Una demasía, realmente, y en varios sentidos…

Descubro así que yo también he escuchado (y acaso cantado) varias veces algunos versos sin entender lo que dicen (por ejemplo, en la misma canción dicha, recién ahora me desayuno que el tercer verso decía «desgaste años en mí«; también… téngase en cuenta que la ‘a’ de «años» se funde con la palabra anterior, y que se acentúa en la ‘o’…).
También reencuentro muchas canciones que escuchaba de adolescente en mi parroquia, y que parecen haber «pasado de moda» (yo siempre que leo aquello de Oscar Wilde sobre la moda y la fealdad, me acuerdo de las canciones de misa…).

Pero, después de todo, encuentro que he sido más afortunado de lo que pensaba; al lado de algunos horrores que se encuentran ahí, lo que cantan en mi parroquia es canto gregoriano, le garanto… Vayan algunos pocos ejemplos.
También encuentro algunas (pocas) cosas que me agradan. Para que no digan que sólo me quejo, o que tengo fobia a las «novedades»: esto, con su tono «provinciano», me sonó simpático -y apropiado para cuaresma:
La flor se marchita,
se seca el cardón
convertite hermano
que llega el Señor.
Pero igual, tampoco eso me llenaba… Por eso, seguí buscando.
Yo sabía que entre tanto fárrago tenía que encontrar algo que me representara, una canción que expresara los anhelos más profundos de mi corazón, algo que quisiera encontrar en los cancioneros de todas las parroquias.
Y mi esfuerzo fue recompensado. Lo encontré!.

Ilusiones y malentendidos

Hay gente que cree amarme, y me odia.
Lo decía Leon Bloy, justamente.
Siempre me impresionó esa frase, aunque no estoy seguro de entenderla.
Y encima, se me ocurre que aquello de Simone Weil podría servir de contrapunto… pero tampoco sabría explicar muy bien por qué.

Iluminados y obnubilados

Me llegan comentarios realmente insólitos, a veces…
Hoy, por ejemplo, alguien me dice:
…No se cuanta razón tenga ud. para demoler en unas cuantas lineas la obra de [ …] , que para muchos fue, y tal vez siga siendo un alimento literario de primera necesidad. Me parece que en su critica se luce mas en adjetivos que en razonamientos, por lo que temo haya leido la obra de este autor con la superficialidad propia de un escritor demasiado ensoberbecido y obnubilado por su talento. O a lo mejor la obra de este iluminado la comprendamos mejor los débiles o pobres de espiritu…
Suprimo el nombre del autor demolido, para que los lectores del blog puedan entretenerse adivinándolo. La respuesta, clickeando abajo.
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La tía Tula

Veo que mañana en el Konex pasan una película española del 64, «La tía Tula», dirigida por Miguel Picazo. Siempre me gustó la novela de Unamuno, y no sabía que existía una versión en cine; me da curiosidad. ¿Alguien la conoce?

Cuando yo era chico y veía el título de la novela (que por uno de esos azares se encontraba en la biblioteca de mi padre), suponía que «tula» -palabra desconocida para mí, no sabía que era un diminutivo de Gertrudis- era algún adjetivo; como si dijera: «la tía renga».

Naturalidad y artificio

¿A ud. qué frase de este fragmento le resulta más recordable?
… Alfanhuí sintió un trallazo en sus músculos y echó a correr por la nieve. La liebre iba saltando delante de él, haciendo cabriolas silenciosas sobre la nieve. Hacia una colina sin árboles corrieron. Todo blanco. Las nubes se habían quitado y hacía luna. Alfanhuí corría, respiraba cuanto quería. Abajo se veía la puerta de la cocina como un fogonazo abierto al campo. Alfanhuí se fue hacia un bosquecillo de chopos pelados que entreveraban la luna con sus varitas. Bajaba el bosquecillo por una ladera muy pendiente. Entre los árboles muy juntos, Alfanhuí y la liebre se pusieron a jugar, sorteando los chopos, trenzando sus huellas por el suelo nevado. Luego corrieron más lejos, pasaron el cauce, llegaron al molino, del molino a otra colina, de la colina a otro bosquecillo, circunvalando la casa, allá en lo bajo. Ahora daban caa a la trasera y no se veía la luz; pero la luna alumbraba mucho. Así corrieron y corrieron hasta que Alfanhuí se sació de respirar y llenó sus pulmones con el aire de la nieve.
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Yo te vi bajo la higuera

Hoy la Iglesia recuerda a San Bartolomé, (que se identifica con Natanael), uno de los apóstoles. De él desconocemos casi todo, (aunque existe una tradición legendaria que lo ubica como misionero en la India); sólo tenemos en firme estos versículos del evangelio de Juan:
Felipe se encuentra con Natanael y le dice: «Ese del que escribió Moisés en la Ley, y también los profetas, lo hemos encontrado: Jesús el hijo de José, el de Nazaret.»
Le respondió Natanael: «¿De Nazaret puede haber cosa buena?» Le dice Felipe: «Ven y lo verás.»
Vio Jesús que se acercaba Natanael y dijo de él: «Ahí tenéis a un israelita de verdad, sin doblez.»
Le dice Natanael: «¿De qué me conoces?» Le respondió Jesús: «Antes de que Felipe te llamara, cuando estabas debajo de la higuera, te vi.»
Le respondió Natanael: «Rabbí, tú eres el Hijo de Dios, tú eres el Rey de Israel.»
Jesús le contestó: «¿Por haberte dicho que te vi debajo de la higuera, crees? Cosas mayores has de ver. Te aseguró que verás a los ángeles del cielo bajar y subir alrededor del Hijo del Hombre.»
La historia no es del todo clara. Suele suponerse que Jesús vio a Natanael sentado en un patio interior de la casa -invisible desde afuera- o algo por el estilo; y que ante esta demostración de poder «mágico» el otro quedó tan impresionado como para llamarlo «Hijo de Dios y Rey de Israel». Aunque concedamos que semejante demostración es un poco chocante, como exagerada -y casi supersticiosa- la reacción. Tampoco queda claro cómo esto responde a la pregunta inicial, de por qué Jesús lo conoce como un israelita sin doblez. Puede postularse que Jesús sabía discernir esas cosas a simple vista, y que, justamente, como demostración -poética- de su poder vidente, menciona haberlo visto antes bajo la higuera (y si te vi en un lugar invisible, también puedo ver tu rectitud). Puede ser.

Pero yo recordaba hoy en misa la original «explicación» que daba Ana Catalina Emmerich. No la doy por buena, pero igual me gusta.

Según sus visiones -que espero recordar bien, hace mucho que lo leí y no tengo el episodio a mano- Jesús alude a algo ocurrido bastante tiempo antes del diálogo. Parece que Natanael era un joven piadoso, un judío que trataba de ser perfecto en el seguimiento de la ley, en acciones y pensamientos. Un día que se encontraba descansando debajo de una higuera en un lugar público, vio pasar unas mujeres y se vio tentado por malos pensamientos; como era su costumbre, trató de resistirse; pero la tentación arreció, y Natanael estaba cerca de abandonarse a las fantasías que le dictaba el demonio. En ese momento, pasó Jesús caminando por la calle, y lo miró; Natanael no lo conocía (esto fue antes de la «vida pública» de Jesús) pero esa mirada, plena de amor, de reconvención y de aliento, bastó para darle fuerzas y paz, y dejó una impresión inolvidable. Así, cuando ahora se reencuentra con Jesús, el rabí le recuerda aquel cruce de miradas, y Natanael lo reconoce y se conmueve.

Si damos por buena la historia de Ana Catalina -que no tiene mejor fundamento histórico que su misión a la India- todo el episodio tiene un color distinto, y acaso más fuerte. Podemos suponer entonces que Jesús, al llamarlo «auténtico judío sin doblez» estaba aludiendo a aquel momento: como si dijera: yo sé -y recuerda que lo sé- que eres un judío que se esfuerza por vivir rectamente, de obra y de corazón. Como también se entiende mejor la confesión entusiasta de Natanael. (Verdad es que no pega tan bien con el último versículo; lo que dice Jesús parece más bien abonar la exégesis común, de la videncia como signo milagroso).
En fin, poéticamente, al menos… me gusta.

Más allá de estos argumentos en pro y contra, basados en la consistencia interna del episodio, alguien podrá levantar objeciones más generales. Más allá de estos versículos y de Ana Catalina… ¿cabe imaginar -dirá alguien- que un episodio relatado en los evangelios (relatado para que lo conozcamos, se supone) haya sido universalmente malentendido por toda la cristiandad? ¿Puede ser que el evangelista quiso contar una cosa y todos los cristianos no hayamos entendido nada, o haya entendido otra cosa? ¿No se opondría esto de alguna manera al carácter inspirado de las Escrituras, y al obrar del Espíritu Santo?
Yo no sé. Pero si me preguntan, diría -con todas las salvedades del caso- que no me parece; que, en principio, me parece posible.

De paso, recuerdo que Simone Weil decía algo parecido de otros libros bíblicos, sobre todo del Apocalipsis; creía ella que muchas cosas nos resultan incomprensibles e impenetrables, no sabemos «de qué habla», porque hemos perdido claves (y conocimientos, y sabidurías). Y, peor: probablemente la pérdida sea definitiva.
No sé. Pero creo que yo tampoco tendría mayor problema en aceptar esa posibilidad.

Periodismo libre

Imaginación y libertad son requisitos para escribir en Clarín. De otra manera, sería difícil inventar titulares oblicuos que,en lugar de limitarse a resumir servilmente la noticia, sorprendan, llamen la atención, consigan hits y eduquen. Este titular salió en la tapa de la edición electrónica; queda claro el mensaje. Confrontemos con la noticia (en el mismo diario!).
«Primer sacerdote casado y con hijos». En realidad, es el primer caso en España de un pastor anglicano -casado- que tras convertirse al catolcismo es ordenado sacerdote; un caso contemplado y frecuente en países protestantes.
«Fue una gran decisión y recé mucho para tomarla» ¿La decisión de casarse? No. ¿La de hacerse cura? No. La de convertirse al catolicismo. Mire usted!
«No pude aceptarlo por una decisión bíblica» (sic) Hablará del repudio al celibato, pensará el lector que lea el título; la nota te deja en ayunas. Se trata en realidad de que el cura dejó el anglicanismo escandalizado por la ordenación de mujeres; eso es lo que no pudo aceptar, porque -según él- eso no tiene asidero bíblico.
Lo cierto es que el improbable lector de Clarín que no se conforme con el título y lea la nota, quedará muy decepcionado; uno esperaba un héroe y se encuentra con esto…

El problema

—Sí, sí, uno puede criticar esto de acá y lo de más allá, y tal vez de vez en cuando acierte… pero, en el fondo ¿sabés cuál es gran mal, el verdadero problema ?

—El problema … ¿con qué?

—Con todo… con la Iglesia, con el país, con el mundo.

—A la flauta. Decíme.

—El verdadero problema son los que …

—Perdón, perdón. Antes de seguir. ¿El problema, según vos, sería un grupo de gente?

—No, no es una demarcación de personas; se trata más bien de una actitud,una disposición espiritual, que distintas gentes tendrán en distinta medida. Pero resulta más gráfico -y más cómodo- hablar de personas, más o menos imaginarias, que ilustran esta actitud en su forma extrema. ¿Está bien? ¿Puedo seguir?

—Bueno, adelante.

—Bien. El gran problema… son los que están convencidos de saber dónde está el gran problema.

—…

—Me explico.

—Mejor…

—Por ejemplo… ¿viste esos curas que…?

—¿No podrías poner otro ejemplo? No me parece mal de tanto en tanto un poquito de anticlericalismo, al contrario, pero lo tuyo ya…

—Ja…hace poco me han tildado de clerical, sin embargo.. No importa. Tenés que haber escuchado (casi todos los domingos, me temo) a tal o cual cura «anti-pre-cv-II», que en cada sermón, y sin que venga a cuento, se pone a evocar cómo eran las cosas «antes del concilio», y cómo han cambiado (por suerte, claro está). Tono cómplice, nada agresivo. «Tal vez acá las personas mayores se acuerdan cómo era antes … » y ahí nos sale con algún rasgo antiguo-preconciliar-superado; el temor de Dios (o el infierno), las normas, las exterioridades, el triunfalismo, la falta de sentido comunitario, rasgos puritanos, desprecio al cuerpo, etc…

—Bueno, alguna cuota de razón puede tener, ¿no?

—Seguro. Pero ¿por qué caer en eso? Ni a sus feligreses le sirve -ellos tienen otros problemas y otras necesidades-, ni a él mismo. ¿Por qué tiene que decirlo? Porque alguna vez (en el seminario, es de suponer) le han mostrado: «Ahí está el problema, contra eso es lo que tenemos que luchar», y él se lo ha creído. Y se ha quedado congelado -intelectualmente, espiritualmente- en esa lucha; imaginaria, en gran medida; con sus slogans y sus lugares comunes (palabras como «comunidad», o «servicio», que no se les caen de la boca) y sobre todos sus males más o menos imaginarios. Y no ve males más reales y urgentes (a su alrededor y en su interior), y por lo mismo, no ve otros bienes -y no se ocupa de cultivarlos y hacerlos crecer, como es su obligación principal. La obsesión por extirpar un tipo particular de cizaña, no sólo hace arrancar el trigo; hace perder de vista otras cizañas más urgentes -y acaso más íntimas-, y sobre todo descuidar el cultivo de la buena semilla.

—No sé, no estoy seguro de que sea un caso muy frecuente, ni tan grave…

—Es sólo un ejemplo. Puedo ponerte mil, de todos lados. El tradicionalista que ha secado su alma en la lucha contra las herejías progresistas, que imagina entender lo que «verdaderamente» el catolicismo, que se enfurece por las desprolijidades litúrgicas y que, si en su mano estuviera (y aun reconociendo que no todo el pasado es mejor) haría volver la Iglesia un siglo atrás. Sé de católicos que ven en su misa dominical una especie de prueba a su paciencia, y lo único que le piden es «corrección» (que el cura no haga pavadas, digamos); el resto (digamos: que la liturgia tenga una piedad viva y no meramente respetuosa de la rúbrica; o que la celebración tenga una dimensión horizontal, comunitaria, sensible) todo eso es un «plus», en el mejor de los casos. Sospecho que algunos de estos católicos pueden llegar a entrar al seminario, no con la idea de entregar su vida (sus apegos y sus simpatías incluidas), y así salvarla, sirviendo a Dios en su Iglesia; sino con la intención primera de recomponerla, o al menos, de engrosar las filas de «los católicos fieles» (así he oído que se consideran) dentro del clero, para ayudar a evitar que los impuros copen la Iglesia y dilapiden la liturgia, el dogma y la tradición.

—Bien, ya les pegaste a los curas de los dos costados. Todo un alarde de equilibrio. ¿Dejamos un ratito al clero en paz?

—Uf. Sabés que de éstos los curas són pocos. Igual, quedándonos en el rubro religioso, podríamos mentar a otros. Por ejemplo, ya ves el tinte que está tomando el catolicismo español actual -tipificado en la mayoría de los blogs- centrado en la oposición exasperada al PSOE y al «lobby gay» (como les encanta decir), y que coquetean con el liberalismo. O («la otra derecha») el catolicismo más tradicionalista «duro» (más argentino y mexicano que español, pareciera), orgullosamente reaccionario, con sus propios enemigos ( el comunismo y el capitalismo vistos como la misma cosa -siempre es cómodo eso-, las conspiraciones del dinero y la masonería, el dominio de los medios que lavan el cerebro de los hombres). Pero ya nos estamos yendo hacia la política…

—No sé con qué me quedo.

—Sí, mejor vamos hacia terrenos menos turbios. Pero no dejaremos la política sin citar el ejemplo más frecuente: la posición socio-polítíca (demasiado nombre para tan poca cosa) de la inmensa mayoría, ese progresismo de una tibieza y una incosistencia deprimente: todos somos buenos y no discriminamos (a los homosexuales menos que a nadie) y buscamos un mundo mejor, y todos tienen el derecho de hacer lo que quieran, con tal de que no molesten, y viva la ecología y pobrecitos los hermanos indígenas, y que simpáticas son las religiones orientales y la pacha mama (todas las religiones son simpáticas mientras sean lejanas) y qué suerte que vivimos ahora que todos somos tan buenos, imaginense lo que serían las tinieblas de la edad media, y ahora todos podemos decir lo que queremos, y hasta elegimos a nuestro presidente, fíjense. Y aceptamos todas la religiones, (son útiles para los que no pueden pagar un analista) mientras no se quieran meter en la vida pública, claro. Ahhh… no saben lo que era todo antes. Antes, la gente (las mujeres sobre todo) eran tontos, dominados; el hombre hacía lo que los curas le decían, las mujeres hacían lo que los hombres les decían; ahora en cambio, hacemos lo que queremos, y disfrutamos de la vida. Y qué lástima que, estando todos de acuerdo (sobre todo los que escriben en los diarios y hablan por televisión) todavía el mundo no ande tan bien, pero todo llegará. Todos somos iguales, salvo los que no son como nosotros; es una lástima, pero hay enemigos. No son los comunistas, claro, sino los fascistas. Y los anticomunistas. Y los «de derecha». Los católicos .. no todos, algunos son de izquierda; pero los de derecha son de lo peor. Ah, y los militares; y la maldita policía. Y Bush. Y Menem. Y Aznar. Y EEUU. Y el Vaticano. Y el capitalismo. Y el liberalismo. Y el neo-capitalismo, y el neo-liberalismo y todas sus variantes (no sabemos muy bien sus diferencias, pero basta con saber que son malas). Y los represores, los homófobos, los xonófobos, los antisemitas, los nazis, los reaccionarios…

—Bueno, bueno, suficiente. Se entiende la idea… Pero esta variante, por extendida, debe ser más inofensiva, supongo yo… Y en todo caso, no debe ser tan común entre los que leen esto.

—Puede ser. Pero el principio es el mismo. Siempre la energía afectiva está centrada en un enemigo, apenas real. Y siempre es un espejismo, una trampa. La chica que desprecia a su abuela «obediente y casera», cree hacerlo en nombre de una vocación a una vida más plena y feliz; y su vida, es menos plena y feliz; haría mejor en tratar de vivir primero una vida más plena y feliz… para lo cual, acaso, ayudaría tratar de querer y admirar a su abuela. Lo mismo para muchacho que se enfurece contra los españoles que «exterminaron a los indios» y se enternece con el machu picchu y la pacha mama… pero después se ríe de los que van en procesión a la Virgen de Luján y se enoja con los que quieren defender el catolicismo en su faz cultural. Así también el cura progresista que lamenta la estrechez exclusivista de los tiempos preconciliares, tal vez haría bien en ser menos estrecho y más inclusivista con respecto a sus feligreses de sensibilidad tradicional. Y así. Pero no es este el punto.

—¿Y cuál es?

—Lo que decía al principio. El problema es creer saber dónde está el problema, como algo conceptualmente fijado. Eso es una trampa letal. Fijar la vista en el mal, en lugar de fijarla en el bien. Sobre todo cuando el mal así identificado nos agobia, nos angustia y nos impacienta; como un tumor a extirpar; cuando casi sentimos que «si pudiéramos eliminar eso», el mundo respiraría; no sería un paraíso, pero … sería un alivio, pensamos…

—Si no entiendo mal todo lo que decís (que por otro lado está un poco recargado, y no es muy original) hay varias objeciones obvias.
La primera, que esa advertencia parece una apología del quietismo. Para luchar contra el mal, es necesario verlo y -en cierta medida- escandalizarse. No sé si estás diciendo que ese escándalo hay que reprimirlo, que no hay que luchar contra el mal, o que esa lucha debe ser solamente interior, espiritual o qué se yo.

—Ninguna de esas cosas, aunque algo de todas ellas. Pero queden las respuestas para otro día, esto ya está muy largo.

—Anoto rápido, entonces, un par de objeciones más. Objeción histórica: muchos santos -y afines- se han dolido y han luchado contra males de ese tipo; Agustín contra el pelagianismo; Teresa se angustiaba pensando en «los luteranos»; Kierkegaard contra el hegelianismo; más: la Iglesia docente, el mismo Papa actual cuando denuncia tal o cual mal moderno.
Objeción semi-ad-hominem: si decís que el problema son los que creen saber dónde está el problema, entonces vos sos parte del problema.

—Vamos, eso último no es una objeción.


Canto gregoriano

Un sitio colombiano sobre canto gregoriano. Con lecciones, partituras y traducciones -y radio on-line.

La pavada

(Vía Amy) Hace nueve meses, un muchacho de 18 años que andaba en auto con su pandilla por Long Island, arrojó desde su auto un pavo contra un auto que pasaba; rompió el parabrisas y casi mata a la conductora, una mujer de 44 años, que debió ser operada.
Este lunes fue el juicio. Al momento de encontrarse cara a cara, él le pidió perdón, y ella lo abrazó, lo perdonó; y a sus instancias le dieron una pena mínima.

La historia (pueden leerla en inglés, no la encontré en español) está muy bien.
Pero tal vez lo más notable, lo más ilustrativo, sea este editorial del New York Times, que -sin dejar de felicitar el hecho- inserta una salvedad necesaria, para prevenir al lector del siglo XXI contra peligrosas conclusiones apresuradas:
Many have assumed that Ms. Ruvolo’s motivation is religious. But while we can estimate the size of her heart, we can’t peer into it. Her impulse may have been entirely secular.

Mucha gente ha supuesto que la motivación de la Sra. Ruvolo es religiosa. Pero, si bien podemos estimar la grandeza de su corazón, no podemos ver en su interior. Su impulso bien pudo haber sido enteramente secular.

Contando sílabas

A propósito de la medida de las coplas de Manrique, Diego me hace notar que no hace falta pronunciar esdrúlujos esos versos cortos. Y –touché– al pie de la misma página que enlacé está explicado el asunto.
Resulta que a veces el verso corto de las coplas de pie quebrado (de estructura 8-8-4) tiene cinco sílabas, porque su primera sílaba se cuenta como parte del segundo verso, si éste es agudo. Lo cual tiene sentido (sobre todo si asumimos que lo que escribimos 8-8-4 es en realidad 8-12), y se puede comprobar leyendo en voz alta. Por ejemplo:
…más que duró lo que vio,
porque todo ha de pasar
por tal manera.
El «por» del último verso habría que leerlo pegado al final del verso anterior.
El mismo Diego me aclara que la mayoría de pentasílabos en las coplas de pie quebrado se pueden entender así, aunque no siempre.

Bello et iocundo et robustoso et forte

[P.] – Usted se ha mostrado disgustado ante la incidencia de la «realidad virtual»sobre la vida de los niños de hoy.

[H. Miyazaki] – Cuando pienso en qué medida la computación ha dominado todo y ha eliminado ciertas vivencias, me da tristeza.
Mientras estábamos trabajando en la animación de Calcifer [un espíritu de fuego], algunos muchachos del staff me decían que nunca habían visto madera ardiendo.
¡Pues vayan a mirar!, les decía yo. […] Pienso que uno no puede hacer dibujos si no ha vivido las experiencias.
De acá . … Seguir leyendo

La relatividad del tiempo

Releo algo que escribí la semana pasada, y me hace gracia una especie de lapsus que cometí: el de suponer que un chico de dieciocho años pudiera decir «tan pronto» para referirse a un lapso de veinte años, en el futuro.
Sí, claro, «veinte años no es nada«… pero solamente para el que los mira desde este lado.

Coplas

Vayan una coplas españolas, del cancionero de Rodríguez Marín.

Málaga tiene la fama
del vino y del aguardiente
de las muchachas bonitas
y de los hombres valientes.


Con una buena media
y un buen zapato
hace una madrileña
pecar a un santo.


Câ bes que jago la cama
mardigo la suerte mía;
ay, cama! ¿pâ qué te jago,
si no tengo compañía?
Aragonés soy, señora,
yo mi patria no la niego;
más vale un aragonés
que veinticinco gallegos.


Dicen que las andaluzas
van derramando la sal;
nosotras las catalanas,
canela pura, que es más.


A las rejas de la cárse
no me bengas á yorá;
ya que no me quitas penas,
no me las bengas á da.

Mucho más que un nuevo concepto

Por lo general, los slogans publicitarios se mandan a hacer a medida. Aunque algunos comercios (los más modestos, uno esperaría; pero no siempre es el caso) se atienen a los lugares comunes de la propaganda. Así, por ejemplo, la verdulería Carlitos fácilmente se dará por contenta con algún slogan universal:

  • «Verdulería Carlitos. Un nuevo concepto en verdulerías»


  • O también:
  • «Verdulería Carlitos. Mucho más que una verdulería».

  • Si no me equivoco, estas dos son las más populares. Y me extraña un poco, porque -veracidad aparte- ninguna promete nada que al cliente le interese demasiado. Será que yo no soy un cliente estandard (cuando necesito comprar tomates, no busco nuevos conceptos en verdulerías, ni nada más que una verdulería), o será que estas cosas funcionan a profundidades mentales que sólo los iniciados (publicistas y psicólogos) comprenden.

    Algunos curas, preocupados por el evidente sopor de la feligresía que asiste a las misas dominicales, hacen esfuerzos (retoques litúrgicos) para hacer la misa más atrayente, menos aburrida. Se me hace que a algunos de esos algunos, alguno de esos slogans podría interesarle. «Misa de jóvenes en la parroquia N. Un nuevo concepto en misas» / «Vení a la celebración comunitaria de 11 del Padre X… Mucho más que una misa!«.

    El chico que te mira

    Un hombre se contempla, como si fuera otra persona, a sí mismo cuando tenía otra edad. No es algo muy original (ayer, nomás, hicimos algo así).
    La variante más frecuentada, y no sin razón creo yo, es la del hombre que se mira a sí mismo cuando era niño.
    Dolina, por ejemplo, describía en algún lado su mayor sueño imposible: regresar cargado de años a su casa natal; golpear la puerta… y ver que él mismo, niño, abre y contempla, algo huraño, al visitante… poder abrazar a ese niño, oír de nuevo la voz del abuelo en el fondo: («¿Quién es, Negro?«).
    «Nunca pude imaginar algo mejor que pudiera sucederme», decía Dolina.
    Y supongo que cualquiera puede entenderlo, y, en alguna medida, compartirlo.

    No es el lugar de salvedades contra falsas nostalgias, de infancia idealizadas y felicidades pasadas imaginarias.
    Podemos sospechar que, historias personales aparte, la infancia es una imagen del paraíso perdido; una especie de recuerdo del Edén que se nos ha dado a los hombres caídos. Y esa melancolía, punzante y dulce, tiene una intensidad especial cuando el niño que contemplamos es el niño que fuimos.
    También podemos traer más ejemplos…
    Dónde estará mi arrabal,
    quién se robó mi niñez.
    En qué rincón, luna mía,
    volcás, como entonces,
    tu clara alegría….

    (C. Castillo)

    Bien. Nada nuevo por acá.
    Lo que sí es nuevo, para mí al menos, es imaginar esa misma mirada invirtiendo los términos, o reflejándola: el niño-que-fue, mirando (con parecido interés y mezcla de sentimientos) al adulto-que-es. Y yo nunca habría imaginado que esa mirada pudiera ser un recurso artístico tan fuerte (y acaso algo más) antes de ver esa tremenda escena final de «Omohide Poro Poro» (Only yesterday / Ayer nomás).
    Cuento ahora algo del final, sí (y tan del final, que transcurre durante los créditos); pero total…

    Durante las casi dos horas de la película, la protagonista (Taeko, una mujer de 27 años que está pasando unas vacaciones en el campo) evoca su época de quinto grado, cuando tenía 10 años.
    Las escenas se suceden, saltando del presente al pasado y de vuelta al presente; historias triviales en el pasado, y diálogos algo insustanciales en el presente. «No pasa nada», como dicen. La historia es casi inexistente. No puede decirse que sea el nudo esa escena del final, ni siquiera el desenlace; sucede durante los créditos, ya lo dije; sería más bien un apéndice, o un epílogo.

    Lo que sucede, en un momento de crisis y decisión para Taeko-27, es esto (bueno, no estoy seguro de que sea lo que sucede: digamos mejor que así lo veo yo). Sucede que de pronto es Taeko-10 la que la está mirando a Taeko-27. Y con ella, las otras niñas, sus compañeras del colegio, (que a lo largo de la película hemos llegado a conocer, como personas reales, pedazos de su pasado).
    Eso, nomás, es lo que sucede.

    Taeko niña mira a Taeko adulta. La mira con un enorme interés, con algo de asombro, preocupación, solicitud, compasión… Usemos la palabra justa: con amor. Y más: con un amor maternal.

    (Un par de puntos a notar: Durante toda la secuencia -más de tres minutos, con una hermosa versión japonesa de «The Rose» de fondo- Taeko-27 jamás mira a Taeko-10. Un rasgo de genio. Acaso otro director habría caído en la trampa de hacer que las dos Taeko terminen mirándose a los ojos, sonriéndose… y todo se habría ido al diablo. Taeko-27 sólo mira hacia adelante, sólo se sabe mirada.
    Otro punto: los compañeros del colegio acompañan la mirada amorosa de Taeko niña; pero el matiz es diferente, menos ansiedad, más despreocupación, una simpatía más risueña y hasta algo burlona).

    No sé si podré con esto dar una oscura idea de por qué encuentro tan grande y tan conmovedora esta concepción. Alguna relación tendrá, digo yo, con la otra mirada (esta puede pensarse como una mirada refleja)… y también con esa condición inmutable que tiene el pasado, y que -como decía Simone Weil– le da una especie de carácter sagrado, infinitamente adorable. Esto no bastará, seguramente, para aclarar por qué puedo imaginarme a mi yo niño mirándome con esa mirada amorosa …y maternal; y por qué esto puede emocionarme, y -sobre todo- por qué puedo creer que esta imaginación y esta emoción no son ilusiones vanas, sino que tienen un sentido real y profundo.
    Pero, es claro que si estas cosas pudieran explicarse, el arte sería algo superfluo. Entre otras cosas.

    Jeeves hay uno solo

    Lo leí hoy, en las últimas páginas de una novelita policial de Dorothy Sayers (Strong Poison). Lord Wimsey habla con su mayordomo Bunter. Este responde a una sugerencia del lord detective:
    – Pardon me, my lord, the possibility had already presented itself to my mind.
    – It had ?
    – Yes, my lord.
    – Do you ever overlook anything, Bunter?
    I endeavour to give satisfaction, my lord.
    Caramba, pensé, este habla igualito que Jeeves… ¿Será que todos los mayordomos ingleses usan -o usaban- semejantes expresiones? Y sentí un breve amago de leve decepción… el inimitable Jeeves no es tan original, después de todo.
    Breve amago, digo, porque dos segundos después leí la siguiente línea del diálogo:
    – Well. then, don’t talk like Jeeves. It irritates me.
    El prestigio de Jeeves queda intacto, pues. Y el de Dorothy Sayers, con esto, sube un poquito.


    (Actualizado: Lo que son las casualidades… Al día siguiente de escribir esto, hurgando libros usados en Parque Rivadavia, encontré la novela en castellano -a $2. Resistí la tentación de llevarla, pero no la de buscar ese pasaje. El traductor -y no lo culpo- recortó las líneas citadas, sólo quedó la primera. )

    Reblandecido

    ¿Qué se fizo el rey don Juan?
    Los infantes de Aragón
    ¿Qué se fízieron? (*)
    ¿Qué fue de tanto galán,
    qué fue de tanta invención,
    como trujeron?(*)

    Y qué fue, me preguntaba yo estos días, de aquel chico de dieciocho años que cultivaba (penosamente, es verdad) ese pesimismo que se le antojaba una señal de inteligencia e independencia; que buscaba estremecimientos en la literatura maldita (lujuria que se cree mística) y la Biblia Negra de King Crinsom; que asustaba a su hermana leyéndole trozos de Lautremont, y se sentía cómplice de los sabios: Cortázar, Schopenhauer, Nietzche…; que despreciaba a casi toda la humanidad, que se avergonzaba de su estúpida religiosidad preadolescente y su eterna discapacidad social; que coqueteaba con el psicoanálisis; que gustaba creer que en el fondo la verdad es triste y trágica, y que abominaba de los finales felices y de todo lo que oliera a sentimentalismo optimista.

    Bien, tal vez exagero un poco; tal vez los recuerdos me traicionen.

    Pero, en todo caso, sí creo esto: si aquel chico hubiera podido verse a sí mismo, veinte años después, se habría sentido morir de espanto y desprecio.

    Y no es necesario traer a colación rosarios ni misas (aunque también…). Entusiasmos más pueriles (pero no menos intensos ni evidentes) como este, habrían bastado para desesperarlo. «Que asco….! ¿tanto, y tan pronto, puede llegar uno a reblandecerse?», imagino que pensaría.
    Pero yo no puedo guardarle rencor, ni siquiera desprecio. Por mi parte, hace tiempo que he hecho las paces con él.


    (* Hay que pronunciarlos esdrújulos esos versos, creo, para que midan bien. Aunque casi solamente en este discurso de Bioy Casares lo veo citado así. Al resto la medida parece no importar mucho. [Actualizado: error mío. Ver acá] )

    Es lo que hay

    A veces un lector me critica tal o cual entrada del blog y me advierte que eso «no es digno de mí«; o del blog. Lo cual siempre me deja un poco perplejo. Adivino, claro, la intención amable (una crítica presentada sobre un fondo de elogio) y generalmente puedo creer en la sinceridad del elogio.
    Pero…

    Miren, si me dicen que el blog es (en general) bueno, les diré que puedo creerlo (a veces lo creo).
    Si me dicen que es malo, le diré que también puedo creerlo (a veces lo creo).
    Si me dicen que tal o cual post es particularmente malo, o bueno, también podré creerlo.
    Pero no me digan que tal o cual post es indigno del blog, o indigno del autor. Eso no me parece que tenga mucho sentido. (Exagerando un poco: es como si me dijeran que esta alma que tengo es indigna de mí).
    Yo podría asegurar que todo lo que se escribe acá, lo mejor y lo peor, lo que al releerlo me satisface y lo que me avergüenza, es perfectamente digno del que lo escribe. Y más: si por algo me gustan los post peores, los post «indignos» (ignorancia, mala redacción, tono falso, violencia) es porque de hecho son dignos y son fieles. «Mostrando la hilacha», como me decía un lector, sí; también podría ser el lema de esto que hacemos.

    Lo anterior queda dicho (y sin ningún malhumor) de los momentos peores del blog. Otro tema son los que lamentan que uno uno limite sus ataques a sus propios enemigos. Pero a estos, los que que aplauden las flechas que vuelan hacia la izquierda y lamentan las que vuelan a la derecha (o viceversa), lo que saben que el nudo del problema (con la Iglesia y con el mundo) está «allá», (elija una dirección fija, y una distancia apreciable), a estos no tengo nada que decirles; en este post, al menos.

    Siembra y cosecha

    TSO se siente algo perturbado al considerar la (aparentemente escasa) influencia que han tenido algunos escritores católicos de fuste sobre sus amigos más cercanos, en términos religiosos.

    Pensar, por ejemplo, que la gran amiga de Flannery O´Connor, Betty Hester, destinataria de tantas cartas de tanta fuerza, dejó la Iglesia y murió atea.
    ¿No es este fracaso un punto en contra para Flannery? ¿No arroja alguna duda sobre su obra y su religiosidad?
    Es fácil responder «no», pero es difícil creer con toda el alma en ese «no». El fracaso, a nuestros ojos, mancha; más que el pecado.

    Yo he sentido algo parecido con otros; con Chesterton, sin ir más lejos. Al mismo tiempo que me alegraba su fuerte amistad con tantos ateos, y el aprecio que muchos escépticos le tenían y le siguen teniendo, alguna vocecita insidiosa me decía: «Sí, muy simpático y muy amable el tipo; elegancia inglesa, gracias que todos disfrutan. Sí. ¿Pero… cuáles son los frutos de conversión ? ¿No hay en eso una especie de indulgencia, un miedo a la pelea sangrienta ? Montones de páginas bien escritas, con argumentos ingeniosos y profundos… que son aplaudidos por los mismos ateos y que sin embargo no los convencen en lo más mínimo -Borges-… ¿Es realmente una virtud eso? Se supone que escribe para hacer apreciar el catolicismo; y en cambio sólo logra que lo aprecien a él, y su prosa.»

    De nuevo, es fácil tirar respuestas.
    Que él hizo lo que pudo. Que de hecho logró muchas conversiones. Que si no fuera por él, el catolicismo anglo-americano de hoy sería otra cosa. Que no esquivó las discusiones «sangrientas», que gastó plata y salud en defender la verdad. Pero no es fácil hacer callar a aquella vocecita… que en mi caso, además, tiene un ejemplo muy cercano: yo mismo; que leí y admiré a Chesterton sin ser cristiano, y sin convertirme.

    Y sé si pueden darse respuestas mucho más convincentes.
    Sólo queda atenerse a la noción (que creemos sin verla del todo, casi como la fe) de que lo que el mundo llama éxito vale bien poco, y que la eficiencia verdadera de un cristiano no la sabemos medir.
    Y, finalmente, lo que decíamos no hace mucho, sobre los fracasos de San Pablo en Atenas… y sobre todo, los fracasos del mismo Jesús. No sólo con el joven rico. Después de todo, el sábado santo más de un judío estaría diciendo algo parecido a lo de arriba : «Sí, el tipo tenía arrastre, todos lo escuchaban embobados… qué bien que habla, cómo sabe. Parecía que lo iban a hacer rey. No tengan miedo, les decía. Y mirá ahora…»

    La caída de Ionesco

    «¿Existe Dios? No» es un libro (ya comentado acá hace tiempo) de Christian Chabanis. De los ateos entrevistados, acaso el menos ateo, el menos a la defensiva y el más «desnudo», sea Eugene Ionesco (que conozco poco más que de nombre). Y que a mí me suena más religioso que muchos sermones. Van algunos párrafos:
    E. I. — […] pero yo he llegado a tener momentos de certeza. Viví una experiencia al respecto. Tenía diecisiete años y me paseaba un día por una ciudad de provincia, una mañana de junio. De pronto, el mundo me pareció transfigurado, me sentí arrastrado por una alegría desbordante, y me dije: «Ahora, pase lo que pase, sé». Siempre me acordaré de ese instante. […]
    No puedo contarle lo que fue aquello, porque verdaderamente no se puede contar. Hubo como un cambio en el aspecto mismo de la ciudad, de la gente, del mundo. Me parecía que el cielo estaba muy cerca, que casi lo tocaba. Tan sólo puedo hablar de intensidad, densidad, presencia, luz. Se puede describir más o menos con esas palabras. Pero no se puede definir.
    En todo caso, yo me decía en ese momento que estaba seguro. Si me hubiesen preguntado «¿seguro de qué?» no habría sabido responder. Estaba lleno de certidumbre, y me dije que nunca más me sentiría desdichado, que en los peores momentos me acordaría de ese instante.

    Esto se repitió con menos fuerza dos o tres años más tarde; después, nunca más. Hoy ya no es una cosa viva. No quedan más que imágenes luminosas.
    […]

    Fui al catecismo, a la escuela de pueblo, pero eso no me enseñó gran cosa. No obstante, puedo hablar de otro momento de gracia, el día en que llevé a cabo mi primera confesión.
    Tenía ocho años, no había cosas graves que confesar. Oía mal al cura en su pequeña tarima, y a no comprenderlo decía sí, sí, sí, a todas sus preguntas. Pero al final, al salir, sentí esa enorme alegría que volví a encontrar a los diecisiete años, esa alegría que se siente después de una confesión, como después de un paseo. Eso es lo asombroso; poder, por así decirlo, caer del cielo en cualquier momento. Pero, claro, también puede no ocurrir nada. Más tarde tuve cada vez menos experiencias de ese tipo.

    Intenté, hacia los treinta años, vivir de una manera religiosa, y aún más, hasta dedicarme a ayunos, plegarias, situarme lo más cerca posible de Dios, es decir, de sus iglesias. Y creo que llegué bastante lejos; o bastante alto. Pero no lo suficiente, ya que en un momento dado experimenté una especie de enorme añoranza del mundo terrestre, de la manera terrena de vivir. Me daba la impresión de que realmente estaba abandonando el mundo. Después la añoranza fue tan fuerte que … al principio vacilé, pero llegó el momento en que la añoranza venció. Entonces tuve la sensación verdadera de una caída. Ilustré esta aventura en escena, en la ascensión y caída de Choubert, en «Las víctimas del deber», pero naturalmente nadie entendió nada. Las explicaciones fueron otras, psicoanalíticas.

    C. Ch. -Las más fáciles

    E. I. —Sí, las más fáciles. Pero a partir de ese momento, puedo decir que abandoné el cielo, y me da la impresión de que el cielo me abandonó. Me hundí cada vez más en la vida: ávido, voraz. Mientras más envejezco, más ganas tengo de vivir, con una enorme glotonería, una sensualidad… el vino, la «vida» que es lo contrario de la verdadera vida, la gloria literaria, todo eso.
    Y siento que en el origen de todos esos enormes deseos, hay como una causa primera, mi primera falta: mi caída personal. Todos esos deseos que quieren ser colmados son como cosas que han de reeplazar lo que he perdido una vez; sin embargo, bien lo sé, no pueden reemplazarlo.
    Y a medida que envejezco me siento cada vez más lleno de deseo. Existe ahora una filosofía del deseo por la cual el hombre debe ser una máquina de desear.
    Deleuze dice que es preciso que el deseo sea saturado; lo cual es absolutamente imposible, y me parece una herejía.
    Yo sé que me equivoqué de camino, lo sé muy bien, pero no lo bastante. Tan solo lo sé de una manera abstracta, intelectual, cerebral.

    Ch. Ch. —¿Menos fuerte que su deseo?

    E. I. —Sí.

    Ch. Ch. —Todo lo que usted acaba de decir, lo podría repetir un cristiano sin cambiar una palabra. ¿Cómo experimentar, fuera de la fe, ese sentimiento terrible de no corresponder a la espera, al llamado de Dios? ¿Cómo sentirse lejos de alguien o de algo, sino porque uno cree, a pesar de la distancia, en ese alguien? «Las prostitutas los precederán en el Reino de los Cielos», dijo Cristo a los fariseos. Al escucharlo, estaba pensando en lo de Santa Teresa de Avila: «Nuestro deseo no teinen remedio». Nuestro deseo perdura y es verdadero hasta el final, y los remedios que le proponemos son igualmente vanos, ya que el verdadero objeto de nuestro deseos, el absoluto que satisfacería nuestra sed es, evidenteente, Dios. Nuestro deseo aspira a El, aun antes de conocerlo. Y si acaso el deseo equivoca su objeto, no obstante puede sobrevivir a todo y, con el tiempo aun puede crecer, como si el vacío por colmar fuera mayor.

    E. I. —Se vuelve feroz. Cuando voy a algún sitio y me ofrecen un vaso de whisky, tomo diez. Trato de hundirme por completo en la embriaguez…

    Más palabras

    Con algunos aportes de lectores, actualicé la lista de 250 palabras.
    No podía, por ejemplo, dejar de corregir la omisión de «forastero«, que alguien me hizo notar.

    Alma desarmada

    Del Diario de Leon Bloy, 26 de enero de 1907.
    Me comentaba Juana su extrañeza ante el poder que tienen algunas impresiones en los sueños.
    Es muy sencillo, le dije: en el sueño, el alma está desarmada ; es un anticipo de la vida eterna, venturosa o desventurada. Entonces, el alma no tendrá defensa contra el dolor, o contra la alegría.