A veces un lector me critica tal o cual entrada del blog
y me advierte que eso «no es digno de mí«; o del blog.
Lo cual siempre me deja un poco perplejo. Adivino, claro,
la intención amable (una crítica presentada sobre un fondo de elogio)
y generalmente puedo creer en la sinceridad del elogio.
Pero…
Miren, si me dicen que el blog es (en general) bueno, les diré que
puedo creerlo (a veces lo creo).
Si me dicen que es malo, le diré que también puedo creerlo
(a veces lo creo).
Si me dicen que tal o cual post es particularmente malo, o bueno,
también podré creerlo.
Pero no me digan que tal o cual post es indigno del blog, o indigno
del autor. Eso no me parece que tenga mucho sentido.
(Exagerando un poco: es como si me dijeran que esta alma que tengo es indigna
de mí).
Yo podría asegurar que todo lo que se escribe acá, lo mejor y
lo peor, lo que al releerlo me satisface y lo que me avergüenza,
es perfectamente digno del que lo escribe.
Y más: si por algo me gustan los post peores, los post «indignos»
(ignorancia, mala redacción, tono falso, violencia) es
porque de hecho son dignos y son fieles. «Mostrando la hilacha»,
como me decía un lector, sí; también podría ser el lema de esto
que hacemos.
Lo anterior queda dicho (y sin ningún malhumor)
de los momentos peores del blog. Otro tema son los que lamentan
que uno uno limite sus ataques a sus propios enemigos.
Pero a estos, los que que aplauden las flechas que vuelan
hacia la izquierda y lamentan las que vuelan a la derecha
(o viceversa), lo que saben que el nudo del problema (con
la Iglesia y con el mundo) está «allá», (elija una dirección
fija, y una distancia apreciable), a estos
no tengo nada que decirles; en este post, al menos.