Archivo por meses: enero 2006

Algo de culpa

Una de las ilusiones con las que el diablo (nos) tienta a muchos cristianos es la de creer de que se está del lado del Bien en la medida en que se sufre por la existencia del Mal; cuando -claro está- tal medida la da exclusivamente el bien que se hace.
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Basura reaccionaria

… Ignora voluntariamente a Dostoyevsky … Después de haber leído «La casa de los muertos» y «Crimen y castigo», no ha querido leer «Los hermanos Karamazov» ni «Los demonios».
«Conozco el tema de esas obras malolientes, y eso me basta con creces. Había iniciado la lectura de «Los hermanos Karamazov», pero no pude proseguir más allá de las escenas en el monasterio, al comienzo del libro. En cuanto a «Los demonios», es una basura reaccionaria … y yo no tengo tiempo que perder. He abandonado el libro después de haberlo hojeado. Una literatura semejante me es inútil. ¿Qué puede aportarme?»
El citado es Lenin. De «Los orígenes intelectuales del leninismo», de Alain Besancon, que estoy leyendo.

Ahora me recuerdo (tendría yo 18 o 20 años) rebuscando en la biblioteca de barrio (Olegario Andrade, Junín) todo lo que tuviera que ver con Dostoyevsky… y topando con una historia de la literatura rusa. Recuerdo cuánto me chocó (y en cierta manera, me dolió) ver que el autor -ruso- maltrataba a mi querido Fedor; una crítica severa, a la que apenas sobrevivía «La casa de los muertos»; oscuramente sospeché el origen -ideológico, más que literario- del repudio. Igual, durante un buen tiempo me resistí a leer «Los demonios» por su fama de libro politizado… y reaccionario, claro.

El bautismo de Camus

Ya aludimos alguna vez al precepto periodístico: «Nunca dejes que la verdad te arruine un buen titular». Claro, con sólo ver la lista de las noticias más leídas en un diario on-line, uno puede entenderlo.
Ahora… ¿regirá el precepto para los medios católicos también? Bueno, miren… no sé. Y esto no será acaso un ejemplo hecho y derecho… pero…

Es un titular efectivo (para un medio católico, claro). ¿Es verdadero? Puede discutirse (puede discutirse también si el medio es católico; de acuerdo).
El hecho es que -literalmente- el título es verdadero; pero … yo creo que no es verdadero.

El que lee el título imagina a Camus, moribundo, pidiendo -y recibiendo- el bautismo. Leyendo el artículo, uno aprende que un pastor metodista dice que Camus -poco antes de su muerte … en un accidente- se acercó para hablar con él, «en un progresivo acercamiento al cristianismo» … y que Camus le dijo que «Es imposible vivir sin sentido»[*]. La palabra bautismo ni siquiera se menciona en el cuerpo del artículo. ¿Pidió el baustismo? ¿Y… lo recibió?
Los lectores -escasos, imagino- de ese medio que tengan algún sentido crítico y quieran asegurarse de la veracidad de un título tan rimbombante, buscarán y encontrarán.
Brevemente: si creemos al reverendo, único testigo, a 50 años del suceso (yo puedo creerlo, pero no pondría las manos en el fuego; además que se trata de un libro recién publicado…), Camus habló con él y quiso recibir el bautismo cristiano. Y no lo recibió… por la simple razón de que Camus ya estaba bautizado. Y a la exhortación de confirmarse, de participar en la vida eclesial, Camus se opuso terminantemente. Y eso fue todo.

Lo cual no deja de ser muy interesante -caso de ser verdad-. Ahora… creo yo que meter semejante título y después ser tan vago en el texto de la noticia, es faltar un poquito a la verdad. Sí, el título es literalmente verdadero. Pero… al revés de lo que decía Machado:
Cuando dos gitanos hablan
ya es la mentira inocente:
se mienten mas no se engañan.
… ese título no miente, pero engaña. Y de la inocencia, no me animaría a juzgar.


[* Aparte: lo de «no se puede vivir sin sentido», en boca de cierta apologética cristiana, es un recurso de dudosa calidad. Que sólo Dios puede fundar un sentido para el vivir del hombre, será verdad -yo lo creo-; pero deducirlo con tanta rapidez es una liviandad y una falta de honestidad intelectual; que, como todas dichas faltas, a la larga termina volviéndose en contra del apologista]

Quasi palea

Hoy es la fiesta de Santo Tomás de Aquino (1225-1274).
Napolitano, hijo de condes, se hizo fraile de la nueva orden dominica -contra la oposición rabiosa de la familia. Estudió en las universidades de Nápoles, Colonia y París. Si su retraimiento y taciturnidad se correspondían con el estereotipo del intelectual, su físico -muy corpulento- no tanto; sus compañeros estudiantes lo apodaron «el buey mudo». Discípulo de Alberto Magno, a quien sucedió en la cátedra, pronto se hizo conocer por su notable vigor intelectual, su equilibrio -contra la oposición de muchos católicos tradicionalistas, propugna la «nueva filosofía» (corriente aristotélica) a la que «bautiza»- y su intensa vida ascético-espiritual. Escribió varias obras filosóficas y teológicas, su obra cumbre es la famosísima Suma Teológica.
Para más información, pueden ir acá. O, mejor, leer el libro que Chesterton le dedicó.

En 1273, dejó de escribir. Al parecer, había tenido alguna experiencia mística… Y si no era la primera vez, esta había sido algo especial.
Se cuenta que, presionado por su discípulo-secretario (que no se resignaba a que la Suma quedara inconclusa) sólo alcanzó a responderle: «Ah, Reginaldo, al lado de las cosas que vi, todo lo que he escrito me parece como paja» (quasi palea).

Bueno. Como he contado alguna vez, mi tiempo de retorno a la Iglesia coincidió con el tiempo en que me gradué como ingeniero. Entonces me hice a mí mismo un regalo: la Suma Teológica (en la edición de 20 tomos del Círculo de Lectores).
Nunca tuve cabeza filosófica ni teológica; pero Santo Tomás me inspiraba confianza. No tanto por los tomistas, ni por los Papas… más que nada, por el hecho de que, antes que teólogo, era un santo.

Sin embargo, muchos católicos hacen una lectura diferente, casi opuesta: para muchos, ese «quasi palea», ese lamento (lamento?) de Tomás, en cierta manera desacredita -o al menos minimiza la importancia y la validez- de la teología. Y acaso de la razón, en general. Como si todo esto fuera vanidad frente a la mística. Como si el tiempo que Tomás pasó revolviendo libros, disputando con averroístas y agustinistas, y escribiendo la Suma, hubiera sido tiempo perdido, o poco menos. Como si Tomás se hubiera arrepentido de su labor intelectual.

Yo, lo veo al revés, más bien tiendo a pensar -de primera- que el hecho de haber recibido Tomás una gracia mística, un preludio de la visión beatífica capaz de hacerlo despreciar su obra teológica, es más bien una especie de premio; un fruto que muestra lo bueno que era el árbol, y que -en cierta manera- confiere una autoridad especialísima a su obra teológica.
Yo confío más en Tomás en cuanto teólogo cuando veo que llegó a ser un místico capaz de despreciar su teología. Y siento que si llegó a ese grado de santidad, no fue a pesar de su labor de teólogo, sino más bien como consecuencia -parcial al menos- de él.

Así lo vi siempre, sin detenerme a analizarlo, irreflexivamente. Y no me animaría a defender este punto de vista, entiendo que a priori es tan plausible como el otro. No tengo muchos argumentos; y comprendo que el hecho de que, quince años después, esa impresión (contrariamente a otras muchas) siga intacta, tampoco es un argumento que pueda convencer a nadie.

No sonrías, no te estamos filmando

El cartelito con pretensiones de agudeza es francamente odioso (hace veinte años Dolina se quejaba en la Humor contra la plaga del «cartel inteligente» en las oficinas de entonces); peor cuando es la vestimenta jocosa de un mensaje desagradable («Sonría, lo estamos filmando«).
Parece que los chinos del mercado de mi cuadra, en cambio, todavía mantienen algo de la mentada dignidad milenaria. El cartel que pegaron -con cinta scotch, en papel cortado a tijera- en las góndolas, advierte con un candor refrescante:
Atención: si te encuentro
robando aténgase
alas consecuencia
de sus actos.
Estrictamente sic. Y para asegurarme de haberlo memorizado exacto tuve que pasar unas cuantas veces, y mirarlo con un detenimiento que bien pudo haber resultado sospechoso. Podría decir que he tenido que arriesgar la vida para hacerles llegar esta información. Pero mantengamos la humildad, mejor.

ex nihilo

A propósito de manejos turbios con series no convergentes, Juan Pablo me recuerda que, en el mismo libro de Kline, se cita el caso de la serie oscilante S = 1 – 1 + 1 – 1 + 1 … que dio muchísimo que hablar. En particular, Grandi (sacerdote él) pretendía ilustrar con ella un caso de «creación de la nada»; porque, agrupando de cierta manera los términos, la serie «da» 0, y reagrupándola, da 1.
S = 1 – 1 + 1 – 1 + 1 … =
  = (1 – 1) + (1 – 1) + ( 1 – … =
  = 0 + 0 + 0 … = 0

S = 1 – 1 + 1 – 1 + 1 … =
  = 1 – (1 – 1 ) – (1 – 1) – (1 – 1 ) … =
  = 1 – 0 – 0 – 0 … = 1
En fin. Muchos otros decían que «daba 1/2», por los argumentos más diversos (expansiones en serie, e -incluso- probabilidades).
Acaso valga la pena aclarar que no sólo hay que tener cuidado con las series no convergentes: aún las series convergentes, (sobre todo si la convergencia no es «absoluta»), tienen sus trampas para incautos. Así por ejemplo, es sabido que a pesar de que la suma sea conmutativa, una serie convergente con signos alternados no puede reordenarse impunemente.

De paso, Juan Pablo me señala la existencia de una materia sobre Historia de las Matemáticas, obligatoria para el profesorado de matemáticas en la UBA; aunque -dice- que no parece despertar gran entusiasmo entre los estudiantes…

Y en el dos mil también

Estoy leyendo, salteado pero con interés, un tomo de una Historia de la Matématicas («El pensamiento matemático de la Antigüedad a nuestros días», Morris Kline). Siglos 18 y 19, con bastante detalle y nada de indulgencia -el autor no es un mero divulgador, evidentemente- [*]. Me he llevado algunas sorpresas, sobre todo con los tiempos; me extrañó por ejemplo descubrir cuán tarde se llegó al concepto actual de la función de variable real, de los números complejos, y -sobre todo- del álgebra de matrices (Cayley, 1850, básicamente). Si a mí, mero ingeniero y sin mucha inclinación por la historia, me interesa tanto -y, según creo, me aporta bastante a mi «cultura matemática», se me ocurre que los matemáticos denserio deberían tener alguna materia sobre esto en su carrera. Pareciera que no, sin embargo. Lástima, si es así.

Una graciosa y atípica salida de tono del autor, tratando de las ecuaciones de onda en el siglo 18:
Se publicaron hasta finales de siglo muchos otros artículos, de los que los anteriores son sólo una muestra, sobre la cuerda vibrante y la cadena colgante. Los autores continuaron sin estar de acuerdo, corrigiéndose unos a otros y cometiendo toda clase de errores al hacerlo, incluyendo contradicciones con lo que ellos mismos habían dicho e incluso probado. Formularon afirmaciones, argumentos y refutaciones sobre la base de razonamientos poco rigurosos y, a menudo de, simplemente, predilecciones y convicciones personales. Sus referencias a artículos para probar sus argumentos no demostraban lo que afirmaban y también recurrían al sarcasmo, la ironía, la invectiva y el autobombo. Mezclados con estos ataques estaban los acuerdos aparentes para buscar favores, particularmente con D’Alembert, que tenía una considerable influencia con Federico II de Prusia y como director de la Academia de Ciencias de Berlín.
Las cosas no han cambiado para mejor, ciertamente. Pero, para todos los que viven -o hemos vivido- ese mundo moderno de papers, congresos y subsidios, puede resultar una especie de consuelo.


[*Lástima que la edición española -Alianza- sea un poco descuidado. Pero tratándose de un libro lleno de fórmulas matemáticas, encontrar que la primera fórmula tiene un error evidente… es deprimente]

Razón, no; corazón, menos

No faltará quien crea que mis reparos al racionalismo, mi molestia ante esa tranquilidad con la que tantos cristianos hablan de la «existencia de Dios» (y tantos escépticos hablan de su no existencia), no sea al fin y al cabo más que una manera delicada de rebajar a su mínima expresión aquello del Concilio Vaticano 1, o aquellas vías de Santo Tomás; y en suma, menospreciar el papel de la razón y de la teología dentro del cristianismo. Y no faltará quien interprete todo esto (aprobándolo, es de temer) como si estuviera diciendo que la fe «es cosa del corazón«, más que de la cabeza; que a Dios se llega por lo afectivo, más que por lo intelectivo.
Pues… no. Ni por asomo. Lo siento por Unamuno, o por Pascal (si es que a Pascal le cae el sayo; no estoy seguro), pero ese dualismo de razón vs corazón, con el corazón tirando a favor de la fe, y la razón en contra, siempre me pareció una ilusión tonta y peligrosa.

Si la razón sola no alcanza, el corazón… menos. No se trata de razón o corazón; ni siquiera de razón y corazón (en todo caso, habría que aclarar esos conceptos, que los dos pueden tomarse demasiado bajo; tal vez si dijéramos «intelecto» -mejor que razón- y «voluntad» -mejor que «corazón», y muchísimo mejor que «sentimientos»- … podríamos empezar a hablar). Se trata de todo el hombre.


Copio abajo un texto de Danielou, del libro «Dios y nosotros», donde explica algo de esto, bastante bien para mi gusto (aunque estos franceses suelen ser un poco demasiado verbosos; y eso que recorté bastante…)

El conocimiento de Dios, viene a decir Danielou, es un «problema límite» para la razón, y en ese sentido -y sólo en ese sentido-, reconociendo ese límite, la razón puede llegar a él. Pero no puede pasar de ahí.
«Conocerlo» implica renunciar a verlo como un «objeto», y exige una «postura», una conversión. Cosa que ni la razón -ni el corazón- pueden hacer, ni solos ni juntos. El hombre, este hombre, Juan Pérez, ese es el que puede.
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Encíclica

Acá o acá.

No asustarse por lo de las «70 páginas» que dice La Nación (no es larga; si copian y pegan en un Word, Times 12pt, son 30 páginas), ni porque sea de Ratzinger… Es muy clara y fácil de leer.
Dado que, según dicen, la publicación se atrasó por temas de traducción, habría esperado que la versión española fuera mejor (tiene varios bemoles: fue deprimente topar, ya en la primera frase, con un cliché tan rancio como «claridad meridiana»). Pero, como decía Borges (creo) sobre Dostoyevsky, la calidad de un novelista se impone a las traducciones traidoras; y aunque este no sea el caso (ni es novela, ni la traducción es realmente traidora), algo de eso hay.

En fin: lectura obligada y recomendada.

Series divergentes

Camino a mi trabajo, el 86 pasa por unas cuadras no muy agradables, con paredes abundantes en graffitis. Yendo por Irigoyen, mirando hacia la izquierda, se ve la entrada de un cine porno para oficinistas, apenas reconocible; de hecho, y curiosamente, el incógnito ha aumentado con los años: no hay afiches ni avisos, apenas se vislumbra la ventanilla de la caja, casi sobre la vereda, con una persiana metálica blanca que nunca está completamente abierta. En la dicha persiana, entre pintadas varias, alguien ha escrito una conocia paradoja-falacia matemática, jugando con una serie (sumatoria de infinitos números):
S = 1 + 2 + 4 + 8 + ….
S = 1 + 2 (1 + 2 + 4 + ….)
S = 1 + 2 S
S = -1
Los pasos parecen correctos, pero el resultado es absurdo: no puede ser que una suma de números positivos sea igual a -1.
La explicación (y la moraleja … matemática), es que las series divergentes son engendros con dudoso derecho a la existencia. Si nos atrevemos a tratar con ellas como si fueran entes matemáticos hechos y derechos, nos hundiremos en el absurdo y la irracionalidad.
Esto, que cualquier estudiante de ingeniería sabe, fue duro de entender y aceptar: muchos grandes matemáticos de los siglos XVII y XVIII trabajaban con series divergentes, con poco o ningún pudor; sospechaban que estaban haciendo algo mal, pero los resultados muchas veces «cerraban». La necesidad de rigor empezó a hacerse sentir lentamente. Se lamentaba Abel en una carta de 1826:
Las series divergentes son una invención del diablo… Usándolas se puede llegar a cualquier conclusión, y es así como estas series han dado lugar a tantas falacias y paradojas…
[*]
Recién en el siglo XIX se aclaró el concepto de «convergencia», y se dictaminó que sólo es lícito operar con series convergentes. Y una condición necesaria (no suficiente) para que una serie lo sea, es que sus términos «tiendan a cero». No es el caso, claro, de la serie que motivó la paradoja: sus términos aumentan cada vez más, ergo, no puede converger.

Vaya uno a saber por qué alguno tuvo la ocurrencia de estampar esa paradoja en semejante lugar. Puedo imaginarme a algún estudiante de matemáticas, esperando el colectivo (pero los colectivos para en la mano opuesta), para satisfacción propia o para impresionar a sus amigos.
También podría imaginarme que alguno quiso hacer alguna alusión a la pornografía y la lujuria, esas cosas que divergen, siempre creciendo y no convergiendo a nada real. Sería demasiado imaginar, ya lo sé.

Lo que te queda bien (ambigüedades)

Que la cuestión de «lo que te queda bien» tiene sus ambigüedades, no hace falta decirlo (pero digámoslo). Como también tiene sus ambigüedades el personaje de Sophie, la protagonista de Howl’s moving castle (última película de Miyazaki, que estrenan el 9 de febrero en los cines argentinos).
¿Y qué tiene que ver ? Veamos.

Sophie (no hace falta haber visto la película; y tampoco te cuento el final) es una joven algo tímida, retraída, no muy linda, con una evidente dificultad para situarse en el mundo y disfrutar de la vida. Al comienzo de la historia, una bruja celosa la transforma en anciana. Sophie entonces huye de su tienda de sombreros y también del pueblo —no queda muy claro por qué—, para dar con el castillo móvil del mago Howl, donde se auto-conchaba como sirvienta. Sigue entonces una historia de aventura y de amor -a través de la superación del egoísmo, por parte de ella y del mago- con otros temas de fondo, que no importa tratar acá (como no importa juzgar cuánto es obra de Miyazaki y cuánto de Dianne Wynne Jones).

Lo que me interesa ahora es la reacción notable de Sophie: no sólo se sobrepone muy rápido al terrible maleficio, sino que en cierta manera parece verse favorecida. Resulta una anciana animosa y alegre, nada apocada, que se termina imponiendo a los extraños y variopintos habitantes del castillo, y haciéndose querer. Dos rasgos:
Uno: Desayunando a orillas del lago, tras limpiar el castillo, Sophie mira el paisaje con emoción y comenta: «Es extraño… nunca en mi vida había sentido tanta paz«.
Dos: antes de la transformación, la joven Sophie ha rechazado la invitación de sus alegres compañeras de trabajo para presenciar el desfile militar en el pueblo; la vemos después ponerse el sombrero y mirarse al espejo antes de salir a la calle: esboza un gesto de coquetería, una sonrisa femenina… pero enseguida la borra, enfurruñada (adivinamos que se ve fea y sin gracia) se encasqueta el sombrero hasta los ojos y sale. Sin embargo, a la mañana siguiente -la primera tras su metamorfosis- Sophie-anciana se mira al espejo, y se da ánimo con una sonrisa: «No estás tan mal, abuela. Y la ropa por fin te queda bien

A Sophie le queda bien la vejez. Sin dudas.
Pero de esto pueden hacerse varias lecturas.

En una primera lectura (fue mi primera lectura) eso es una especie de mérito; nos congratulamos por su adaptación, aprendemos a admirar y querer a Sophie-anciana (alguien llegó a decir que no deseaba que recuperara su juventud), vemos su nueva vida como una especie de florecimiento, la revelación de un alma generosa que llevaba oculta, y que al fin logra mostrar, para bien de ella y de los que la rodean.

Pero a la segunda lectura… surgen ambigüedades. ¿No está demasiado conforme Sophie con su vejez prematura? ¿Lo suyo es valentía, o una forma oculta de cobardía? En todo caso, parece señal de un problema de fondo.
Más: a lo largo de la historia, asistimos a algunos rejuvenecimientos fugaces, que siempre tienen lugar cuando Sophie «se abandona«: al dormir, al decirle en sueños su amor a Howl, y al defenderlo con pasión ante la maga Suliman (y cuando ésta le hace notar su enamoramiento, Sophie se retrae, se asusta… y vuelve a ser anciana). Y también cuando, rejuvenecida, se anima a soñar un futuro junto a Howl… de pronto recuerda «que no es hermosa», se niega a admitir sus protestas, se resigna… y vuelve a envejecer. Y pronuncia, con sonrisa triste, la frase clave: «Lo bueno de ser viejo, es que no tienes mucho que perder».

Acá se ve, creo yo, en qué sentido el conformismo puede ser cobardía. En el mismo sentido en que hay humildades torcidas, y resignaciones que son un traición a la vocación de grandeza de todo hombre.
La vejez, en parte, le sirve a Sophie como un escudo, una excusa tramposa; una garantía contra el fracaso… al precio de esperar poco y nada.
Renunciar a la felicidad, ¿es mérito o pecado? Puede ser cualquiera de las dos cosas, según en qué plano se conciba esa felicidad. (Si no hubiera más de un plano, aquella frase de Jesús «El que quiera salvar su vida la perderá» se anularía a sí misma). Y -hombres ambiguos que somos- podemos movernos en una mezcla de esos planos.
En el caso de Sophie, creo que las dos lecturas son complementarias, y que el mérito que conlleva la primera es intrumental para redimir lo que implica la segunda.

Pero, naturalmente, si sólo se tratara de Sophie… no me habría gastado en escribir este post.

[Buena parte de este post viene disparado por este interesante análisis, de la película; en francés -pueden traducirlo al inglés con Google- ]

Lo que te queda bien

Abajo va un soneto, de autor argentino, que conocí hace tiempo. No sé si es bueno, tal vez no. A mí me ha quedado prendido en la memoria el último terceto, nomás. O menos: el verso penúltimo y antepenúltimo. O (lo descubro ahora al trascribirlo) menos aún : un verso inexistente, que es ambos versos dichos, y ninguno de ellos (y tal vez mejor que ambos; de hecho, percibo ahora con cierta molestia la falta de simetría en la construcción: el verbo «sienta» con «le» la primera vez, solamente).
…qué bien le sienta al alma ser valiente,
qué bien sientan al cuerpo los metales…
Y lo que me ha quedado de ese endecasílabo casi inexistente, es —en esa cadencia poética— la noción de que es altamente significativo que una cosa «nos quede bien» [*]: que, en cierto plano, eso es indicio de que la cosa es buena … para nosotros.

Por poner un ejemplo: a veces sentimos (los varones, sobre todo) cierto pudor, cierto miedo a caer en el ridículo o la afectación al hacer públicamente cualquier gesto «devoto». No siempre es injustificado ese temor; pero se me hace que casi siempre está fundado en una especie de orgullo. Porque, cuando vemos eso mismo -hecho con naturalidad- en otro, automáticamente pensamos: le sienta bien.
Incluso —por poner ejemplo aún más humilde y con un tufillo puritano— hace muchos años un amigo, compañero de trabajo (para nada puritano, y ayuno de inquietudes religiosas o ascéticas, al parecer) me criticó al escucharme decir malas palabras: «A vos no te queda bien», me dijo. Me asombró, me hizo gracia, pero al mismo tiempo, supe, confusamente, que tenía razón. Y que debería haberme dado cuenta, con sólo mirarme un poco desde afuera.
Más en general -y más alto- : parece que algún tipo de presión social nos hace creer que a nosotros la virtud no nos sienta bien; a los ojos de los hombres al menos. Y sin embargo, con sólo mirar con un poco de atención al prójimo, es fácil adivinar que no es así, más bien es al revés. Cuando vemos la humildad, el ascetismo, la virtud -la santidad- en un alma, automáticamente pensamos: le queda bien.

E inversamente, si un acto de virtud sienta mal, es de presumir que hay una artificiosidad de fondo, y por lo mismo una falsedad. Más o menos, lo que decía la carmelita de Bernanos.

Y vamos al soneto:

A Sansón Carrasco

Carrasco, por la luz que alumbra el día,
y un poco por la sombra que te ha herido,
resígnate a decir si no has querido
la doblatura extrema de tu hombría.

Confiesa por la voz que se moría
que un fuego te sedujo enardecido,
nacido y por mortal ya renacido
llamado por tu Dios caballería.

¿Acaso no sentiste que en la frente
la luna es sólo blanca a los leales,
y acaso no supiste en tu premura

qué bien le sienta al alma ser valiente,
qué bien sientan al cuerpo los metales,
qué poco importa en esto la cordura?


Pablo Schipani

[* Yo leo el verbo «sentar» en la acepción 5 («Cuadrar, convenir a otra o a una persona, parecer bien con ella, o al contrario. Esta levita no sienta. El hablar modesto le sienta bien.»), como también -más coloquialmente- decimos «te queda bien», referido a una vestimenta o un hábito. Tal vez el poeta se refería más bien a la acepción 6 o 7]

Educación

Me crucé ayer con algunos que se manifestaban para apoyar a Ibarra. Entre los muchos carteles que portaban, uno de ellos proclamaba, en prolijas letras de imprenta (no era de esos carteles artesanales, sino de los hechos en serie), esta mística ecuación:
Ibarra = educación pública
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Existir, existe cualquiera

— ¿Por qué no te cae bien fulano? Es buen chico…
— Sehm…. buenos chicos somos todos.
Eso le contesté una vez (yo era joven; y algo menos caritativo que ahora, espero) a mi madre; no importa a cuento de qué o de quién.
Supongo que puede intuirse en qué medida -modesta- esa chuscada -modesta- expresa una verdad. Más o menos, en el sentido en que decíamos ayer que, al fin y al cabo, no es tan fundamental eso de que Dios existe: existir… existe cualquiera.

Quiero decir que, a mi ver, hay una especie de manoseo irreverente, una cierta falta de delicadeza que a su vez denota una falta de vida interior -de fe, si quieren- en buena parte de las afirmaciones de los creyentes, cuando nos toca exponer nuestra fe ante los incrédulos. Decimos, muy sueltos de cuerpo, «Dios existe»; y ahí nos quedamos, satisfechos y desafiantes; si a mano viene, argüiremos y rejuntaremos razones y sinrazones para defender esa certeza; si no, lo mismo da.
Pero el espíritu -y el conjunto de razones y sinrazones- del que afirma esto no se ve que difiera, esencialmente, del que defiende la existencia de cualquier cosa, o la verdad de cualquier opinión (la existencia de los extraterrestres, la maldad de Stalin, la superioridad de Linux, la nulidad artística de George Lucas o las buenas ondas energizantes que emite un sahumerio de sándalo). Y el pobre Dios queda reducido a un objeto -ni trascendente ni inmanente-, entre otros objetos … y de existencia hipotética. Y así planteadas las cosas, el escéptico inteligente tiene buenas razones para descreer: demasiados objetos y demasiadas opiniones forja la imaginación humana, para su comodidad… Humano, demasiado humano, dirá; con más razón de la que uno quisiera.

Que hay algo de peligroso y de falso en «afirmar demasiado», cuando de Dios se trata, no seré el primero en decirlo. En realidad -y no sólo en el plano de la existencia- todos los místicos cristianos han insistido en la «teología negativa»: si lo ves, no es Dios. El mismo Santo Tomás, el mismo capo de los teólogos, que demostraba la existencia de Dios por cinco caminos con una calma que a veces resulta exasperante, también era un místico; y así, no tiene empacho en afirmar que lo más alto que podemos conocer de Dios es que no lo podemos conocer. Es decir, que toda afirmación que hacemos sobre El es parcialmente falsa, analógica; propiamente hablando, sólo podemos decir cómo Dios no es.

¿Demasiado místico? No sé, no creo, miren. El nuevo Catecismo [43] dice algo muy parecido, citando justamente al mismo Tomás:
Dios transciende toda criatura. Es preciso, pues, purificar sin cesar nuestro lenguaje de todo lo que tiene de limitado, de expresión por medio de imágenes, de imperfecto, para no confundir al Dios «inefable, incomprensible, invisible, inalcanzable» (Anáfora de la Liturgia de San Juan Crisóstomo) con nuestras representaciones humanas. Nuestras palabras humanas quedan siempre más acá del Misterio de Dios.

Al hablar así de Dios, nuestro lenguaje se expresa ciertamente de modo humano, pero capta realmente a Dios mismo, sin poder, no obstante, expresarlo en su infinita simplicidad. Es preciso recordar, en efecto, que «entre el Creador y la criatura no se puede señalar una semejanza tal que la diferencia entre ellos no sea mayor todavía» (Cc. Letrán IV: DS 806), y que «nosotros no podemos captar de Dios lo que él es, sino solamente lo que no es y cómo los otros seres se sitúan con relación a él» (S. Tomás de Aquino, Suma contra gentiles. 1,30).
Pero claro… son de esos párrafos que la mayoría de los católicos tendemos a leer sin mucha atención, como expresiones devotas y algo bombásticas, sin mucho contenido que nos pueda costar -y servir- digerir.

Y vayan por ahora un par de citas más; después seguiremos, me temo.
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Cuarenta años

Nunca es tarde … cuando el discurso es bueno. De Ratzinger (perdón: Benedicto XVI, no me acostumbro) a la curia romana. Buena parte está dedicada al balance del Concilio Vaticano II, a cuarenta años, y cómo marca la relación de la Iglesia con el mundo modernos… y esas cosas.

Entre otros temas, contesta implícitamente -y a veces explícitamente- a los tradicionalistas que se quejan, por ejemplo, de que el Concilio prácticamente contradice el Syllabus de Pío IX y etc etc.
…en este conjunto de continuidad y discontinuidad en diferentes niveles consiste la naturaleza de la verdadera reforma. En este proceso de novedad en la continuidad debíamos aprender a captar más concretamente que antes que las decisiones de la Iglesia relativas a cosas contingentes —por ejemplo, ciertas formas concretas de liberalismo o de interpretación liberal de la Biblia— necesariamente debían ser contingentes también ellas, precisamente porque se referían a una realidad determinada en sí misma mudable. Era necesario aprender a reconocer que, en esas decisiones, sólo los principios expresan el aspecto duradero, permaneciendo en el fondo y motivando la decisión desde dentro…

…La ardua disputa entre la razón moderna y la fe cristiana que en un primer momento, con el proceso a Galileo, había comenzado de modo negativo, ciertamente atravesó muchas fases, pero con el concilio Vaticano II llegó la hora en que se requería una profunda reflexión. Desde luego, en los textos conciliares su contenido sólo está trazado en grandes líneas, pero así se determinó la dirección esencial, de forma que el diálogo entre la razón y la fe, hoy particularmente importante, ha encontrado su orientación sobre la base del Vaticano II.

Ahora, este diálogo se debe desarrollar con gran apertura mental, pero también con la claridad en el discernimiento de espíritus que el mundo, con razón, espera de nosotros precisamente en este momento. Así hoy podemos volver con gratitud nuestra mirada al concilio Vaticano II: si lo leemos y acogemos guiados por una hermenéutica correcta, puede ser y llegar a ser cada vez más una gran fuerza para la renovación siempre necesaria de la Iglesia.
En fin, nada que vaya a dejar muy contentos a nuestros amigos de Panorama Católico…

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Voces búlgaras

No suelo recomendar música; escucho poco, y aprecio menos. Pero por esta vez me animo a sugerirles que prueben a conocer -si no lo conocen ya- esta extraña y fascinante música búlgara.
Se trata música de origen campesino; son unos coros femeninos, muy vibrantes y con unas armonías y timbres muy especiales. No sigue además los patrones rítmicos a los que estamos habituados, casi parece carecer de ritmo (como canto gregoriano)… pero lo mejor es escuchar algunas muestras, en el link de arriba, o en estos otros.
Conocí esta música por una película… japonesa (estudio Ghibli, claro).

Existir… es lo de menos

Pueden leer (en inglés) una serie de posts en Tom de Disputations sobre el «conocimiento natural de Dios», la razón y la fe y esas cosas. La discusión sobre todo, vale la pena.

A mí lo que más me dejó pensando, porque conecta bastante con otros temas que me están dando vueltas (en relación también con los algunos dualismos que los mismos cristianos suelen dar por buenos, y los malentendidos entre creyentes y escépticos) es lo siguiente: Como es sabido, el Concilio Vaticano I (siglo XIX) lanzó el anatema, contra los que dicen «que Dios, uno y verdadero, nuestro creador y Señor, no puede ser conocido con certeza a partir de las cosas que han sido hechas, con la luz natural de la razón humana». Anatema que no sólo les pega a los escépticos, sino también -y sobre todo- a los fideístas.
Es claro que hoy esto resulta difícil de digerir, aún entre los católicos. Y -como el mismo Tom dice- se tiende a minimizar esta enseñanza: sí, nos decimos… será cierto que en principio uno puede llegar a Dios mediante la sola razón, pero … vamos, de hecho nadie o casi nadie puede… Pero si así fuera, si eso quisieron decir los Padres del CVI… mejor no hubieran declarado nada; ganas de tirar anatemas al cuete…
Creo que nuestro problema -como dicen por ahí en la discusión- en parte es el concepto estrecho que tenemos los modernos de «la sola razón», como decía el cardenal en el post del otro día. Pero hay otro aspecto, que acaso no sea menos importante.

Supongamos que le pedimos a un católico -más o menos informado- que nos diga en qué sentido la Iglesia se opone (en este anatema y en su magisterio en general) al fideísmo. Probablemente dirá algo así: «La Iglesia afirma que la existencia de Dios es demostrable racionalmente, a partir del mundo creado». Y parece que está bien.
Pero sin embargo, dice Tom, si leemos con cuidado veremos que el canon del CVI jamás habla de «demostrar la existencia de Dios mediante la razón» (en verdad, la expresión «existencia de Dios» no aparece en ningún lado) sino de «conocer con certeza a Dios mediante la luz de la razón».
Bah, sutilezas ; ¿no es lo mismo?, dirán (y dicen). A mí me parece que no es una sutileza, creo que hay un matiz importante.

Tengo la intución -fuerte aunque oscura- que estamos cometiendo (creyentes y ateos) un error de enfoque peligroso al poner la «existencia de Dios» en el centro de la cuestión religión vs. ateísmo; (como si Dios no tuviera otra cosa que hacer que «existir»).
«Cristiano (deísta, en general) es aquel que cree en la existencia de Dios.
Ateo es aquel que no cree en la existencia de Dios»
. Todos dan por buena este par de definiciones.
Hummmm… no sé, no sé… me parece que hay algo mal en algún lado.

Ampliaremos. (Bah… no sé… en realidad, lo que me gustaría es que alguien me pase alguna referencia a algún teológo que haya tratado esta cuestión… debe haberlo, seguramente). [*]

PS: Por cierto, no estoy dicendo que la cuestión de la «existencia de Dios» carezca sentido ni mucho menos. Y alguno me tirará con esto; bien, ya lo sé. Pero sabiéndolo, no dejo de decir lo dicho.
Por otro lado, y aunque acá me meto en aguas demasiadas profundas, dicen los filósofos que el concepto de existencia, es mucho menos simple de lo que los ingenuos sospechamos (por ej)… y en cierta medida, «moderno» … sospechosamente moderno. Y volviendo a la Suma, si en inglés también traducen «existence«, en el original es «esse» -el «ser» de Dios; de si «Dios es» o si «hay Dios», como traducen otros…- Tomás casi no usa la palabra «existencia» en ese contexto, parece que Duns Scoto fue el pionero … razón de más para sospechar)


[* Esteban me señala que Gilson y -sobre todo- Cornelio Fabro han tratado el tema. A buscar…]

Foto antigua

Recordé recién una vieja gracia infantil: la de jactarse de saber responder a la pregunta «¿Cuantas estrellas hay?» (La respuesta, tramposa, se basa en que «cincuenta» suena igual a «sin cuenta»… sobre todo en Argentina).

Bien puede servir de epígrafe a esta historia que relata Bruckberger -un dominico medio raro, del que sólo conozco una «Carta abierta a Jesucristo»:
… le sucedió a un viejo judío al que conocí cuando estaba en Marruecos. Era tan viejo en esa época que seguramente está muerto ahora. La historia que me contaba era para él un recuerdo de infancia, se remonta pues a más de un siglo.
Tenía él cuatro o cinco años y formaba parte de una tribu que vivía bajo una carpa. En el Sahara yo mismo he visto esas inmensas carpas, tan amplias como las lonas de circo, capaces de albergar a las más numerosas familias, donde viven, comen, conversan, toman té de menta con los huéspedes de paso, donde todos se reúnen durante la noche para dormir según las afinidades. Son tan amplias que cada uno tiene allí un mínimo de intimidad. En las noches glaciales, como pueden serlo en el desierto, hasta los jóvenes animales son admitidos, camellos bebés, burritos, corderitos y cabritos.

El niño dormía junto a una vieja mujer que velaba por él y cuidaba de su educación. Una noche de primavera, apremiado por alguna necesidad natural, se deslizó fuera de la carpa y se sintió maravillado. ¿Podía ser que hubiera en el firmamento tantas estrellas, tanto esplendor? Los perfumes tan vivos del Sahara, en la noche de los primeros calores que hacen brotar una multitud de florecillas coloreadas como alfombras de Oriente, le hacían perder la cabeza. En los parques vecinos, los animales resollaban, sensibles ellos también a esas caricias llegadas de todas partes y que se insinuaban en lo profundo de los sueños.
Al niño le pareció que esa noche era la más hermosa desde la creación del mundo porque era la primera cuya belleza experimentaba. Se sentía como dentro de una cuna. Sin embargo, todo aquello era tan inmenso, tan apacible, que la armonía de su corazón le parecía regular el orden del universo, hasta los astros más lejanos.
Por un sentimiento muy violento, supo que todo estaba listo, ¿listo para quién?, ¿listo para qué? ¡Para él sin duda, pero también para Algún Otro!

En ese momento escuchó la voz de la vieja que lo llamaba. A disgusto volvió a la carpa y fue a tenderse en su lugar.
Luego, para defenderse de los reproches, dijo en voz baja: «Sal a ver, sal a ver, la noche es tan bella… ¿No crees que el Mesías podría venir hoy?»
-Y la vieja con un tono cortante respondió: «¡Olvida al Mesías! ¡Aprende a contar!»

El muchachito era un irreductible. Cuando lo conocí, en su extrema vejez, casi no sabía contar y se preocupaba poco por ello. Se había hecho rabino. Era muy pobre y feliz, uno de esos israelitas de quienes habla el Evangelio, «en quien no hay doblez». Seguía esperando al Mesías. Jamás había aceptado el universo limitado de la vieja mujer…

85?? Pues … vaya!

El fin de semana anduve estrenando estanterías, y aproveché para poner algo de orden en la biblioteca. El melancólico hallazgo de siempre, el de los libros que he comprado y no he leído; y encima -más alarmante- descubrir que alguno de esos libros lo he comprado dos veces.
Más alarmante, en otro sentido, fue descubrir que el estante de 1.25 mts no me alcanzó para meter todos los libros de P. G. Wodehouse que tengo; acabo de contarlos: 85. Una demasía por donde se la mire. Una enfermedad.

Aprovecho, ya que estamos,para reseñar «Pues, vaya!«. Es una recopilación-homenaje que no me parece muy recomendable. Dos factores en contra: Primero: no tiene mucho sentido estas selecciones de «lo mejor» para alguien como Wodehouse, sobre todo cuando se comete el disparate de meter capítulos sueltos de las novelas; es como esos compilados de «lo mejor de Beethoven» que traen los movimientos más «destacados» (o peor, fragmentos de los movimientos). Y segundo, y principal: la traducción española -en los textos traducidos para esta edición- es floja, con algunos errores conceptuales graves (como Bertie diciendo malas palabras: totoalmente fuera de lugar).
Pero hay un punto a favor, ya comentado: la estupenda introducción de Stephen Fry, el actor. Impecable (casi; esgrimir a Roderick Spode para limpiar a PGW de sospechas pro-fascistas me parece débil e innecesario). Me gustó tanto que la subí acá.

3 am

«El exorcismo de Emily Rose» -la película- asigna una significación especial a las 3.00 am, como la hora propia de los demonios. Y da como «razón de conveniencia» el estar en las antípodas de la hora de la muerte de Cristo (según la tradición, las tres de la tarde), la cual sería la hora «santa» por excelencia.
No suena muy convincente, y no sé si se trata de una creencia que tenga algún arraigo popular..
En el blog de Amy se discutió el asunto. A mí, no me impresiona demasiado; la verdad es que me siento igual de lejos de aquellos (cristianos o no) que se afanan en repudiar estas imaginerías por irracionales, supersticiosas e infantiles, como de los que se la toman muy en serio.

Algunos notan que la hora está aproximadamente en el medio del tiempo que dedicamos al sueño; y que puede asignarse -un poco convencionalmente- a esos despertares «en medio de la noche», cuando nos cuesta volver a dormirnos; momento que pareciera especialmente propicio para rezar por los muertos. Y que -notan otros- también parece especialmente propicio para el suicidio.

Bueno… sin necesidad de haber leído lo último, a cualquier argentino de mi generación le habrá venido a la mente lo que me vino a mí, cuando vi la película: esta linda canción de Charly García. (audio)

PS: Elena me señala esta letra de Simon y Garfunkel

Adulterio y herejía

Encuentro una frase de Victor Hugo, bastante citada, al parecer, en esos sitios que recopilan frases sonoras y -presumiblemente- agudas:
La libertad de amar no es menos sagrada que la libertad de pensar. Lo que hoy se llama adulterio, antaño se llamó herejía.
Me hizo gracia. Pobre Víctor Hugo, es tan típico… Todo un pensamiento.
Un lindo gol… en contra.
Ilustra muy bien lo contrario de lo que pretendía ilustrar.

Efectivamente, monsieur. Es una razón de proporcionalidad. O -como decían los escolásticos- una analogía de proporcionalidad.
«Libertad de amar» es a «adulterio» como «libertad de pensar» es a «herejía».
Efectivamente. Usted lo ha dicho.

Dualismos y monismos modernos

Un artículo (de «First Things» ; en inglés) del cardenal Schönborn, sobre la evolución y el «diseño inteligente»; y de yapa, las relaciones de la teologìa, la filosofìa y la ciencia.
No es uno de mis temas más frecuentados, en mi cabeza y en el blog. No tengo, por lo tanto, muchas opiniones formadas. Y la mayoría de las cosas que leo al respecto (de cualquier lado de la discusión) no me llena, por lo general.
De lo que dice el cardenal, sin embargo (y haciendo constar que no llego a estar de acuerdo ni en desacuerdo con varias de sus afirmaciones), hay unas cuantas cosas que me caen bien. Sobre todo, porque las críticas -los llamados de atención, si quieren- van dirigidas no solo a los escépticos sino también -acaso sobre todo- a los cristianos. Esto, en especial:
En la actualidad el dualismo espíritu-materia domina el pensamiento cristiano sobre lo real. Por «dualismo espíritu-materia» entiendo el hábito de pensamiento que hace concebir a la realidad física bajo las categorías reduccionistas de la ciencia moderna (es decir: positivismo), combinado de alguna misteriosa manera con la creencia en las realidades inmateriales del espíritu humano y divino, las cuales son conocidas solamente por la fe (es decir: fideísmo)
Me suena certero. Ese dualismo es letal; y, si por oponerse a él tantos escépticos caen en un monismo racionalista (en el mejor de los casos), del otro lado los cristianos con tendencias fideístas terminan cayendo en alguna forma de irracionalismo. Si algo tienen que criticar los cristianos a los «evolucionistas», debe ser por el lado de la razón, no por el lado de la fe. Claro que para eso hace falta tener el concepto adecuado de lo que es la «razón»; y en estos tiempos, a cristianos y escépticos eso se les hace cuesta arriba. Por eso, tal vez, gran parte de las discusiones evolucionistas anti-evolucionistas a veces me suenan a pelea equivocada, a errores en el mismo plano.
…La razón humana es mucho más que el conocimiento «científico» positivista. En verdad, la ciencia sería imposible si primeramente no pudiéramos captar la realidad de las naturalezas y las esencias, los principios inteligibles del mundo. Podemos, sí, estudiar la naturaleza con las herramientas y las técnicas de la ciencia moderna, y hacerlo con provecho. Pero no olvidemos jamás -como lo han olvidado algunos científicos modernos- que si nuestro estudio de la realidad se apoya en métodos reduccionistas, sólo arribaremos a un conocimiento incompleto. Para captar la realidad tal como es, debemos volver a nuestro conocimiento precientífico y postcientífico, ese conocimiento tácito que atraviesa la ciencia, ese conocimiento que, críticamente examinado y refinado, llamamos filosofía.
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Búsqueda de Dios

… «Yo busco», me escribe usted.
De manera que usted, profesor de filosofía, usted, cartesiano, cree con Malebranche que la verdad se busca! ¡De manera que cree que el espíritu humano puede algo! Es como creer que, aplicándose a ello con voluntad, alguien que tenga los ojos negros podría cambiarlos por otros de color celeste, con bordes dorados.
Terminará usted por comprender que nada se encuentra hasta el día en que se ha renunciado con la mayor humildad a buscar lo que se tenía al alcance de la mano sin saberlo.
En lo que a mí respecta, le declaro que nunca he buscado ni encontrado nada… a menos que llame hallazgo al hecho de chocar ciegamente contra el umbral y por el mismo golpe verme lanzado de lleno en la Casa de la Luz.
De una de las primeras cartas de Leon Bloy a Jacques Maritain (agnóstico entonces).

A Simone Weil (ya lo hemos dicho antes) tampoco le gustaba la expresión «búsqueda de Dios», (y de la verdad, y del Bien); le parecía que denotaba una falsa idea de la actitud que al hombre se le pide. Y no me importa repetir la cita porque, a pesar de la terminología poco convencional, nunca deja de impresionarme:
..el esfuerzo para mirar la pureza es algo muy difícil, muy violento, pero absolutamente distinto de lo que generalmente se llama esfuerzo, acto de voluntad. Serían necesarias otras palabras para hablar de él, pero el lenguaje no las posee. El esfuerzo por el cual el alma se salva se asemeja al esfuerzo por el cual se mira, se escucha, por el cual una novia dice sí. Es un acto de atención y de consentimiento.

Por el contrario, lo que suele llamarse voluntad es algo semejante a un esfuerzo muscular. La voluntad pertenece al nivel de la parte natural del alma. El buen ejercicio de la voluntad es sin duda una condición necesaria de la salvación, pero lejana, inferior, muy subordinada, puramente negativa. El esfuerzo muscular del campesino arranca las malas hierbas, pero sólo el sol y el agua hacen crecer el trigo. La voluntad no opera en el alma ningún bien. Los esfuerzos de la voluntad sólo tienen un lugar en el cumplimiento de las obligaciones estrictas. Siempre que no hay obligación estricta, hay que seguir ya la inclinación natural, ya la vocación, es decir el mandato de Dios. Los actos que proceden de la inclinación no son evidentemente esfuerzos de voluntad. Y en los actos de obediencia a Dios, se es pasivo; cualesquiera sean las penas que los acompañen, cualquiera sea el despliegue aparente de actividad, no se produce en el alma nada semejante al esfuerzo muscular; hay sólo espera, atención, silencio, inmovilidad, a través del sufrimiento y la alegría. […]

Porque la voluntad es impotente para lograr la salvación la noción de moral laica es un absurdo. Pues lo que se llama moral sólo se refiere a la voluntad, y a lo más muscular -por así decirlo- que hay en ella. La religión, por el contrario, corresponde al deseo, y el deseo es el que salva.[…]

La metáfora de la búsqueda de Dios evoca esfuerzos musculares de la voluntad . Pascal, es verdad, contribuyó a la difusión de esa metáfora. Cometió algunos errores, especialmente el de confundir en cierta medida la fe con la autosugestión. En las grandes imágenes de la mitología y del folklore, en las parábolas del Evangelio, es Dios quien busca al hombre. En ningún pasaje del Evangelio se trata de una búsqueda emprendida por el hombre. El hombre no da un paso si no está empujado o expresamente llamado. El papel de la futura esposa es esperar.[…]

La búsqueda activa es dañosa, no sólo al amor, sino también a la inteligencia cuyas leyes imitan las del amor. […]

Cuando se trata de bien verdadero, la búsqueda lleva al error. El hombre no debe hacer otra cosa que esperar el bien y rechazar el mal. No debe hacer esfuerzo muscular sino para impedir que el mal lo mueva. En la paradoja que constituye la condición humana, la virtud auténtica en todos los planos es algo negativo, al menos en apariencia. Pero esta espera del bien y de la verdad es más intensa que toda búsqueda. La noción de gracia en oposición a la de virtud voluntaria, la de inspiración en oposición a la de trabajo intelectual o artístico, son dos nociones que, si se las comprende bien, expresan esta eficacia de la espera y el deseo.
Las prácticas religiosas están íntegramente constituidas por la atención animada de deseo. Por eso ninguna moral puede reemplazarlas.
Y si alguno después de esto entiende que se trata de quedarse cruzado de brazos, sin necesidad de trabajo (y de ascesis y de pureza) intelectual, esperando recibir acaso-algùn-día una iluminación sobrenatural… yo no tengo la culpa.

Tampoco hay por qué -aun creyéndole a Simone- rechazar de plano la expresión; todo se trata de entender lo que se quiere decir. Y por otro lado, sobran referencias más autorizadas que la de Simone a la expresión «búsqueda de Dios».
El mismo Juan Pablo II, por ejemplo (y citando a Pascal! JP2 lo quería mucho, se ve: lo cita a menudo).
Y más y más.
Y aún más autorizada, una cita de la Biblia.
Pero es claro que una cosa no contradice -necesariamente- la otra. Y si de tirar citas se tratara (no se trata), podría tirar esta con la que topé la semana pasada:
Me he dejado hallar por quienes no me buscaban; me manifesté a quienes no preguntaban por mí.
Lo dice San Pablo (Rom 10:20) citando a Isaías (65:1); y aunque se refiere específicamente al pueblo judío, sospecho que el mismo Pablo no objetaría su aplicación espiritual…

Cosas de Google: me divirtió encontrar que el Diccionario Soviético de Filosofía trae una entrada llamada «Búsqueda de Dios«; se trata al parecer de una especie de movimiento o corriente de pensamiento religioso («burguesa» y obra de «decadentes»). «La teoría de la búsqueda de Dios estaba dirigida, ante todo, contra la visión marxista de la sociedad y se basaba en las concepciones filosófico-teológicas de Soloviov. « Supongo que se tratará de Soloviev.

Miyazaki y anime – 2

Seguimos.
Me olvidé de hacer constar que el enlace al «animé cristiano» lo obtuve via Basia me; en el post Meredith se pregunta por la posibilidad de tener un «catholic anime» (ciertamente no en la línea de ese «anime cristiano») y aporta algunas observaciones interesantes.

También me olvidé de mencionar los OVA, que son anime en formato de serie corta, algo intermedio entre película y serie de TV, y que se destina directamente al mercado doméstico, en VHS o DVD, fuera del circuito comercial típico (TV y cines). Nunca vi una, pero me interesa el concepto de distribución alternativa.
Además, hay que notar que los formatos película-OVA-serie TV forman una graduación no sólo en lo que respecta a longitud (dos horas para una película, 50 capítulos de media hora para una serie [*], valores intermedio para un OVA), sino en cuanto a la calidad del detalle visual. Esto es, naturalmente, por factores económicos.
Digamos también que la música suele jugar un papel importante, pero como fondo, nunca como intermedio musical a la Disney. Y que en general las películas están muy alejadas de las convenciones Disney en lo que respecta al desarrollo de la historia; por ejemplo, en lo que respecta a complejidad.

Y no diré mucho más; ya dije más de lo que sé. Pueden mirar la entrada de la wikipedia, pueden entrar a un portal cualquiera de los tantísimos que hay para tener un panorama adicional, y una muestra de las obras más renombradas. Como verán, las obras de Miyazaki (más focalizadas al cine que a la TV) a veces están, a veces no.
Esta historia del anime tiene un apartado especial para el estudio Ghibli.



Como dije, he visto muy poco animé fuera de Miyazaki/Ghibli. Y de TV, casi nada (no tengo…). Recuento:
Ghost in the Shell / Ghost in the Shell 2 – Innocence Son un par de películas (1995 y 2004) bastante famosas, ambiciosas… y algo pretenciosas. Futurista, negra y realista en el dibujo; puntos en común con 2001, Blade Runner, The Matrix, Inteligencia Artificial (sólo en el tema: la frontera entre el robot y el hombre). De culto, presentada en festivales de cine «serio». Argumento complejo, montones de citas literarias y alusiones filosóficas. Interesante, pero no estoy seguro de que esté bien lograda. Me impresionó el tema musical de Innocence (que acompaña los créditos iniciales). No me entusiasmó, pero entiendo el culto…

Voices from a distant star Película corta, hecha casi intégramente por un chico con una Mac (caso insólito). Animé bien típico, personajes estilizados, con la chica de enormes ojazos brillantes y pollerita corta, imaginería espacial (lucha robótica con extraterrestres en el espacio incluida), y enamorados que se comunican con mensajitos en el celular. Todos los elementos para no gustarme. Pero me gustó. Muy bien lograda. Lo que más he disfrutado fuera de Miyazaki/Ghibli.

Astroboy: Ha salido ahora una edición de la vieja serie en DVDs, en español, y alquilé el primer par. Me aburrió enseguida, la verdad.

Metrópolis: película con lejanas reminiscencias de la de Fritz Lang. Con Tezuka, el creador de Astroboy (se notan afinidades en el dibujo «redondeado» de los personajes). No me convenció, ni el concepto ni la realización. Sin embargo, el climax resulta impactante, por la buena idea de meter una música deliciosamente anticlimática (Ray Charles cantando un jazz de los ’20 mientras todo se derrumba); lo único recordable para mí.

Un par de rarezas:
Marimite, o «Maria-sama ga Miteru» , o, en español: «La Virgen María nos está mirando». Bueno… con ese título, tenía que ver de qué se trataba. Es una serie de TV, con y para chicas. Romántica -con algún toque de lesbianismo-, empalagosa, con mucho desarrollo de personajes. El título alude simplemente al colegio (católico) donde trascurre la historia; las alusiones religiosas son meramente epidérmicas, por lo que vi… Que no fue mucho, no pasé del primer capítulo; no logró interesarme, aunque tampoco disgustarme.

Kamichu Otra serie nueva (¿y dónde la veo? cosas que se consiguen por Internet…) La empecé a ver porque leí loas a la calidad del dibujo («Es impresionante, es raro una serie con semejante detalle, parece una película de Miyazaki», decían por ahí). Y algo de eso hay. Pero no mucho más. En los tres capítulos que vi no alcanzó a levantar vuelo.

Hay otras cosas más famosas y conseguibles que estas últimas: Akira, Steamboy, Cowboy Bebop… pero no las he visto todavía.

En fin: nada que, en mi apreciación, se acerque siquiera a Miyazaki. Continuaremos pues con él.

[Meros ejemplos. Arien acota : «Lo normal en una serie es que cada temporada dure 13 o 26 capítulos (que es lo que cabe en un DVD), normalmente 26. Las de 50 o más, ya son series largas tipo Dragon Ball o Saint Seiya. Hay pocas de 50 capítulos, como Full Metal Alchemist.» También me dice que los OVAs suelen ser «capítulos al margen de la serie, mejor dibujados, con mucha más calidad, que desarrollan historias alternativas o puntos que han quedado oscuros en la serie.«, y me tira otros autores: (Katsuhiro Otomo) y series (Evangelion, Kenshin). ]

Se aprovechan de nuestra credulidad

Y no pasó en España, sino en Italia. Un ateo hizo juicio a un cura (como representante de la Iglesia católica) por aprovecharse de la credulidad de la gente y enseñar falsedades… Puesto que, como toda la gente informada sabe, Jesús no existió. El juez ahora tiene que decidir.

Puestos a demandar, y ya que en realidad la mayoría de los ateos admiten que Jesús existió ¿por qué mejor no cambiar «existencia» por «resurrección»? Si es cierto que la Iglesia enseña que Jesús resucitó, debería demostrar que eso es cierto. Caso contrario, están engañando al pueblo, y el Estado tiene el deber de defender a los ignorantes. Ergo…

Es verdad que en el caso del italiano, está el hecho de que es autor de un libro sobre la inexistencia de Jesús… así que no es difícil imaginar motivos más pedestres. Pero también es fácil no imaginarlos.