… Es fácil para un niño señalar las fallas del sermón del cura,
mientras vuelve el domingo de la iglesia a casa.
Pero es imposible ver ese amor oculto que hace que un hombre,
a pesar de sus limitaciones intelectuales, sus neurosis y su falta de fortaleza, renuncie a su vida para servir al pueblo de Dios, por más torpemente que lo haga…
De una carta de Flannery O’Connor, citada en Compostela.
En el inglés original acá .
Archivo por meses: enero 2005
Hallaj y Massignon
Breve información, y no muy confiable (recién
los estoy conociendo). Pero… en estos tristes tiempos en que el Islam
es para Occidente poco más que una bandera
política (de un lado, la derecha liberal
-yanqui, sionista… española– con sus demonizaciones interesadas, del otro una izquierda que
a despecho de sus consignas
laico-progresistas no puede dejar de mirar con cierta
simpatía a un enemigo del enemigo)… acaso no
venga mal.
Lejos de estas miserias, en el siglo X, Hallaj (o Hallâj, o al-Hallâj) fue un místico musulmán (sufí) que según parece alcanzó algún tipo de unión con Dios, y se entregó voluntariamente como sacrificio. Así, fue condenado por hereje (azotado, mutilado y crucificado) en el año 922 por las autoridades religiosas musulmanas. En los años que siguieron se convirtió en una leyenda, objeto de devoción popular y fue lenta y parcialmente rehabilitado (y lo sigue siendo) dentro del Islam (puede trazarse algún leve paralelo con Juana de Arco y los católicos [*]) .
Louis Massignon, intelectual y diplomático francés, estudioso del mundo árabe, a principios del siglo XX se dedicó a estudiar a Hallaj con pasión y convicción. Y tanto llegó a convencerse de la autenticidad de la experiencia religiosa de Hallaj («mártir de la fe») que lo invocó como intercesor en momento difícil de su vida; y así, de agnóstico se convirtió … al catolicismo. Fue toda su vida un católico ferviente, con una espiritualidad y unas devociones algo atípicas (entre ellas, por nuestra amiga Ana Catalina Emmerich).
Pero la huella que ha dejado en la cultura del siglo XX es su estudio sobre Hallaj, modelo de aproximación cristiana a la religiosidad musulmana, y que -según dicen– ha influenciado grandemente en la actitud «oficial» de la Iglesia hacia el Islam.
Entre nosotros, fue admirado y glosado por el padre Castellani. (Esto último acaso me sirva para ahorrame comentarios de lectores malhumorados en clave católica tradicional, batalla de Lepanto, ecumenismo entrecomillado y esas yerbas. Pero no lo digo por eso. Lo digo para contar cómo me enteré de Hallaj y Massignon).
[* … y quizás aun con Jesucristo y los judíos … dice el mismo Massignon!]
Lejos de estas miserias, en el siglo X, Hallaj (o Hallâj, o al-Hallâj) fue un místico musulmán (sufí) que según parece alcanzó algún tipo de unión con Dios, y se entregó voluntariamente como sacrificio. Así, fue condenado por hereje (azotado, mutilado y crucificado) en el año 922 por las autoridades religiosas musulmanas. En los años que siguieron se convirtió en una leyenda, objeto de devoción popular y fue lenta y parcialmente rehabilitado (y lo sigue siendo) dentro del Islam (puede trazarse algún leve paralelo con Juana de Arco y los católicos [*]) .
Louis Massignon, intelectual y diplomático francés, estudioso del mundo árabe, a principios del siglo XX se dedicó a estudiar a Hallaj con pasión y convicción. Y tanto llegó a convencerse de la autenticidad de la experiencia religiosa de Hallaj («mártir de la fe») que lo invocó como intercesor en momento difícil de su vida; y así, de agnóstico se convirtió … al catolicismo. Fue toda su vida un católico ferviente, con una espiritualidad y unas devociones algo atípicas (entre ellas, por nuestra amiga Ana Catalina Emmerich).
Pero la huella que ha dejado en la cultura del siglo XX es su estudio sobre Hallaj, modelo de aproximación cristiana a la religiosidad musulmana, y que -según dicen– ha influenciado grandemente en la actitud «oficial» de la Iglesia hacia el Islam.
Entre nosotros, fue admirado y glosado por el padre Castellani. (Esto último acaso me sirva para ahorrame comentarios de lectores malhumorados en clave católica tradicional, batalla de Lepanto, ecumenismo entrecomillado y esas yerbas. Pero no lo digo por eso. Lo digo para contar cómo me enteré de Hallaj y Massignon).
[* … y quizás aun con Jesucristo y los judíos … dice el mismo Massignon!]
Santidad sustituta
… Los santos sustitutos (abdal) no son ni mahatmas (cuyo esfuerzo
ascético es intransmisible y está «milagrosamente» cargado de esterilidad),
ni grandes hombres (cuyas creaciones sociales mueren con las
ciudades de este mundo), ni siquiera inventores o descubridores (santos
del calendario positivista, cuya sucesión es discontinua y fortuita).
Sin duda, la suma de la experimentación científica secular no deja de crecer, pero no es más que para acelerar el proceso de desintegración por sobrediferenciación (y «fisión») de las ciudades de este mundo.
La ciencia experimental puede «insensibilizar», e incluso suprimir cada vez más los sufrimientos del cuerpo, pero éstos morirán igualmente; mientras que la santidad «sustituta» se encuentra «sensibilizada» por Dios para compadecer a los corazones rotos y «cardados», cuya herida transfigura en consuelo, fuente de curaciones inmortales.
Aquí hemos considerado a Hallaj como una de esas almas entregadas como sustitutas de la comunidad musulmana o, más bíblicamente, de todos los hombres entre los creyentes en el Dios del Sacrificio de Abraham, entre los peregrinos expatriados, gerim, que desean encontrarse al morir en el «seno de Abraham», donde ese Dios realizará su promoción espiritual inmortal.
Esto nos eleva por encima de Carlyle y Gundolf y su «culto a los héroes», tótems de raza, nación o clase. Y de los hagiógrafos académicos que «canonizan» a religiosos o laicos, como «bienhechores de la humanidad».
Proponemos aquí la trascendencia absoluta del más humilde de los actos heroicos, como piedra angular única de la ciudad eterna. La historia de las religiones así concebida lo considera como el eje y ápice del mundo en movimiento hacia el más allá, incluso si el autor de este acto lo olvida, o él mismo es mal comprendido o ignorado para siempre.
Se ha podido considerar la historia total de la humanidad hasta el Juicio como un tejido esférico, cuya cadena espacial tridimensional de «situaciones dramáticas» inconscientemente sufridas por la masa, está atravesada, «armada» por una trama: la que la lanzadera irreversible de los instantes teje con las curvas de vida originales de las almas «reales», compasivas y reparadoras, ilustres u ocultas, que realizan el diseño divino.
Una de esas almas es la de Hallaj.
No es que el estudio de su vida, plena e intensa, recta y compacta, ascendente y entregada, me haya entregado el secreto de su corazón. Es más bien él quien ha sondeado el mío y lo sondea todavía…
Louis Massignon, del prefacio de su libro sobre Hallaj (en rigor, la versión resumida)
que estoy empezando. Mañana comentaremos algo más sobre
ambos.Sin duda, la suma de la experimentación científica secular no deja de crecer, pero no es más que para acelerar el proceso de desintegración por sobrediferenciación (y «fisión») de las ciudades de este mundo.
La ciencia experimental puede «insensibilizar», e incluso suprimir cada vez más los sufrimientos del cuerpo, pero éstos morirán igualmente; mientras que la santidad «sustituta» se encuentra «sensibilizada» por Dios para compadecer a los corazones rotos y «cardados», cuya herida transfigura en consuelo, fuente de curaciones inmortales.
Aquí hemos considerado a Hallaj como una de esas almas entregadas como sustitutas de la comunidad musulmana o, más bíblicamente, de todos los hombres entre los creyentes en el Dios del Sacrificio de Abraham, entre los peregrinos expatriados, gerim, que desean encontrarse al morir en el «seno de Abraham», donde ese Dios realizará su promoción espiritual inmortal.
Esto nos eleva por encima de Carlyle y Gundolf y su «culto a los héroes», tótems de raza, nación o clase. Y de los hagiógrafos académicos que «canonizan» a religiosos o laicos, como «bienhechores de la humanidad».
Proponemos aquí la trascendencia absoluta del más humilde de los actos heroicos, como piedra angular única de la ciudad eterna. La historia de las religiones así concebida lo considera como el eje y ápice del mundo en movimiento hacia el más allá, incluso si el autor de este acto lo olvida, o él mismo es mal comprendido o ignorado para siempre.
Se ha podido considerar la historia total de la humanidad hasta el Juicio como un tejido esférico, cuya cadena espacial tridimensional de «situaciones dramáticas» inconscientemente sufridas por la masa, está atravesada, «armada» por una trama: la que la lanzadera irreversible de los instantes teje con las curvas de vida originales de las almas «reales», compasivas y reparadoras, ilustres u ocultas, que realizan el diseño divino.
Una de esas almas es la de Hallaj.
No es que el estudio de su vida, plena e intensa, recta y compacta, ascendente y entregada, me haya entregado el secreto de su corazón. Es más bien él quien ha sondeado el mío y lo sondea todavía…
La tentación de Boromir
Del evangelio de hoy, dando vueltas al tema de la siembra,
me llamó la atención ese versículo 27:
Estirando un poco la parábola, acaso, se me ocurre que esto niega aquello de que «el fin justifica los medios«.
Porque los hombres nos imaginamos conocer los mecanismos -aun morales- del mundo, los procedimientos capaces de producir tal o cual bien; creemos que disponer y accionar esos mecanismos (aunque a veces involucren actos turbios -el «mal menor»), eso es hacer el Bien.
Pero acción y efecto (estribillo de diccionario) son cosas distintas.
Y pareciera que el mundo nos dice que debemos apuntar al Bien como efecto (resultado), mientras que Cristo —digo yo— nos dice que se trata de un acto, nomás (nomás?). [*] Hacer el bien.
Sembrar. La planta crecerá, si Dios quiere, sin que sepamos cómo; (y es casi milagroso, a nuestros ojos, que la planta crezca). Si creemos saber cómo crece, nos engañamos. Lo único que sabemos es que es lo que a nosotros nos toca es sembrar.
Hacer el bien, esa es manera —la única manera— de producir Bien.
Es muy difícil de creer, si lo pensamos un poco (sobre todo si pensamos que el bien es infinitesimal —una semilla de mostaza; un hobbit—)
Y tal vez creerlo —creer que por alguna disposición providencial e incomprensible en este universo el árbol malo no puede dar frutos, y que sólo el bien produce el bien— no esté muy lejos de creer en Dios.
Simone Weil diría que son la misma cosa.
[* Naturalmente, el lector hará bien en presuponer que toda contradicción entre las afirmaciones del cristiano que escribe acá y las de este otro —que hoy recordamos— debe achacarse a una deficiencia de pensamiento y/o de expresión del primero. Pero también hará bien en no apresurarse a buscar contradicciones donde no las haya.]
26 … También decía: «El Reino de Dios es como un hombre que echa el grano en la tierra;
27 duerma o se levante, de noche o de día, el grano brota y crece, sin que él sepa cómo…
No sabemos cómo. 27 duerma o se levante, de noche o de día, el grano brota y crece, sin que él sepa cómo…
Estirando un poco la parábola, acaso, se me ocurre que esto niega aquello de que «el fin justifica los medios«.
Porque los hombres nos imaginamos conocer los mecanismos -aun morales- del mundo, los procedimientos capaces de producir tal o cual bien; creemos que disponer y accionar esos mecanismos (aunque a veces involucren actos turbios -el «mal menor»), eso es hacer el Bien.
Pero acción y efecto (estribillo de diccionario) son cosas distintas.
Y pareciera que el mundo nos dice que debemos apuntar al Bien como efecto (resultado), mientras que Cristo —digo yo— nos dice que se trata de un acto, nomás (nomás?). [*] Hacer el bien.
Sembrar. La planta crecerá, si Dios quiere, sin que sepamos cómo; (y es casi milagroso, a nuestros ojos, que la planta crezca). Si creemos saber cómo crece, nos engañamos. Lo único que sabemos es que es lo que a nosotros nos toca es sembrar.
Hacer el bien, esa es manera —la única manera— de producir Bien.
Es muy difícil de creer, si lo pensamos un poco (sobre todo si pensamos que el bien es infinitesimal —una semilla de mostaza; un hobbit—)
Y tal vez creerlo —creer que por alguna disposición providencial e incomprensible en este universo el árbol malo no puede dar frutos, y que sólo el bien produce el bien— no esté muy lejos de creer en Dios.
Simone Weil diría que son la misma cosa.
[* Naturalmente, el lector hará bien en presuponer que toda contradicción entre las afirmaciones del cristiano que escribe acá y las de este otro —que hoy recordamos— debe achacarse a una deficiencia de pensamiento y/o de expresión del primero. Pero también hará bien en no apresurarse a buscar contradicciones donde no las haya.]
Los derechos de Dios (2)
Otra punta de Simone Weil, que puede ayudar.
Aunque los argumentos que parten de imaginar un hombre abstraído de su sociedad -de su prójimo- en su inmensa mayoría me fastidian («Imaginate un tipo solo en una isla…«), esto es otra cosa.
Decía Simone, argumentando que el concepto de «obligación» humana es más primordial que el de «derecho» [*] (en el sentido que todo derecho se deriva de una obligación pero no a la inversa), lo siguiente:
[* Me apresuro a agregar que también me fastidian -casi tanto como los argumentos isleños- esos reparos tradicionalistas contra la exaltación -laica, si quieren- de los «derechos del hombre», y las reinvidicaciones de unos deberes -y un orden- entendidos al modo que lo entiende la derecha. Pero, claro está, Simone es otra cosa.]
Aunque los argumentos que parten de imaginar un hombre abstraído de su sociedad -de su prójimo- en su inmensa mayoría me fastidian («Imaginate un tipo solo en una isla…«), esto es otra cosa.
Decía Simone, argumentando que el concepto de «obligación» humana es más primordial que el de «derecho» [*] (en el sentido que todo derecho se deriva de una obligación pero no a la inversa), lo siguiente:
Un hombre solo en el universo no tendría ningún
«derecho»; pero sí tendría obligaciones.
Lo cual está muy lejos, me parece, de ser
una trivialidad.
[* Me apresuro a agregar que también me fastidian -casi tanto como los argumentos isleños- esos reparos tradicionalistas contra la exaltación -laica, si quieren- de los «derechos del hombre», y las reinvidicaciones de unos deberes -y un orden- entendidos al modo que lo entiende la derecha. Pero, claro está, Simone es otra cosa.]
Leonbluá y Perón, un solo corazón
…Por eso, cuando veo en este mundo de sombras y de egoísmo, que se levanta la voz justicialista de nuestro peronismo, me acuerdo siempre de aquello que dijo León Bloy: «Napoleón es el rostro de Dios en las tinieblas«.
Para nosotros, acepto esta frase por lo que significa, y haciéndole un poco de plagio a León Bloy, digo que para nosotros –y con mucha justicia y gran certeza- Perón es el rostro de Dios en la oscuridad, sobre todo en la oscuridad de este momento que atraviesa la humanidad.
Esta curiosa barbaridad es de Eva Perón. Si no me equivoco, en «La razón de mi vida»
también aparece una mención a Bloy, (quizás la misma cita, o quizás esta
otra:
«No concibo el cielo sin Perón» ). Para nosotros, acepto esta frase por lo que significa, y haciéndole un poco de plagio a León Bloy, digo que para nosotros –y con mucha justicia y gran certeza- Perón es el rostro de Dios en la oscuridad, sobre todo en la oscuridad de este momento que atraviesa la humanidad.
Bien, no hace falta ser un refutador de leyendas para suponer que estos lamentables textos esperpénticos en realidad no fueron escritos por Eva Perón. No importa.
El caso es que me causa gracia la relación de Bloy con el peronismo; inesperada y un poco incomprensible, aun para mí… También recuerdo, de mis tiempos de rebuscador incansable de librerías de usados [*], mi sorpresa al encontrar una edición «peronista» de «El Alma de Napoleón» de Leon Bloy, acompañada de algún escrito del general…
Y, política aparte, es extraño y un poco melancólico pensar que en la Argentina de hace medio siglo Leon Bloy era un escritor medianamente conocido; por cierto, creo que las únicas traducciones completas al español de sus diarios son argentinas: de la editorial Mundo Moderno (un nombre escasamente adecuado, diría yo; pero podemos pasarlo por alto). Y el caso de Borges (por quien lo conocí, dicho sea de paso), que lo leyó de joven y siempre lo recordaba.
Me pregunto cómo habrá sido eso, cómo una semilla tan exótica pudo prender (aunque sea efímeramente) en semejante tierra. No sé.
[* Demasiadas repeticiones de la palabra «de«. Es un defecto de la lengua española, dicen.]
Los derechos de Dios
Escribió Maritain:
Continuará
La noción de derecho es incluso más profunda
que la de obligación moral, pues Dios tiene
un derecho soberano sobre sus criaturas
y no tiene ninguna obligación moral hacia
ellas (aunque se deba a sí mismo darles lo
que su naturaleza exige).
Y Simone Weil retrucaba (con calma y con violencia,
como es su estilo):
Ni la noción de obligación ni la de derecho
son adecuadas para Dios, pero la de derecho
lo es infinitamente menos. Pues la noción
de derecho está infinitamente más alejada
del puro bien.
Estoy con Simone, una vez más.
(Como si a uno le diera el cuero para meterse a juzgar
entre Maritain y Simone Weil!). Irresponsable, una vez más.Continuará
Evangelización y eficacia
Ayer, San Pablo; hoy Timoteo y Tito, dos de sus discípulos. Lindo el fragmento
de la carta que se lee hoy:
Y encuentro que casualmente hoy se lee en el evangelio la parábola del sembrador, que me viene como anillo al dedo.
Porque estaba pensando en uno de los intentos fallidos de Pablo, la predicación a los atenienses. Refinados e intelectuales atenienses, que lo escucharon con tolerancia… hasta que mentó la resurrección de los muertos.
Pobre cosecha.
Y recordaba algún sermón que escuché, de un cura que le echaba la culpa a Pablo del fracaso: el apóstol debe adecuarse al auditorio, hablar su mismo lenguaje; y Pablo no lo logró -decía este cura.
¿Será así? Yo no lo veo tan claro. A juzgar por todo el discurso que antecede, uno ve que Pablo se esforzaba por hablar en el lenguaje del oyente (por ejemplo, en Fides et Ratio Juan Pablo II lo pone como un ejemplo del esfuerzo del evangelizador por buscar puntos en común, la porción de verdad compartida; y también está lo de 1 Cor 9,22). Ahora, a juzgar por el resultado…
Pero, ¿está bien juzgar por el resultado? Está claro que el evangelizador debe esforzarse, con todos los medios a su alcance, con inteligencia y caridad, para tocar el alma del oyente. Pero ¿podemos medir la calidad de una misión evangelizadora según un criterio de eficacia? ¿Cada misionado que no se convierte es una prueba en contra del misionero? No creo… ¿no? Aparte de la dificultad de discernir las conversiones reales de las aparentes (y lo mismo con las «no conversiones»), y de discernir las causas, la misma parábola del sembrador parece negar estos criterios de eficacia. Porque el sembrador desparrama la semilla sin mirar mucho el terreno.
Y finalmente, porque el mismo Jesucristo pasó su vida pública predicando; y tuvo muchos notorios fracasos ; el del joven rico, por ejemplo (sin contar el grito «Barrabás, Barrabás!» del Viernes Santo).
Mucho derroche y poca eficacia… dirá alguno.
Que lo diga, nomás.
Pablo, apóstol de Cristo Jesús por designio de Dios, llamado a anunciar la promesa de vida que hay en Cristo Jesús, a Timoteo, hijo querido; te deseo la gracia, misericordia y paz de Dios Padre y de Cristo Jesús, Señor nuestro.
Doy gracias a Dios, a quien sirvo con pura conciencia, como mis antepasados, porque tengo siempre tu nombre en mis labios cuando rezo, de noche y de día.
Al acordarme de tus lágrimas, ansío verte, para llenarme de alegría, refrescando la memoria de tu fe sincera, esa fe que tuvieron tu abuela Loide y tu madre Eunice, y que estoy seguro que tienes también tú.
Por esta razón te recuerdo que reavives el don de Dios, que recibiste cuando te impuse las manos; porque Dios no nos ha dado un espíritu cobarde, sino un espíritu de energía, amor y buen juicio.
No te avergüences de dar testimonio de nuestro Señor y de mi, su prisionero. Toma parte en los duros trabajos del Evangelio, según la fuerza de Dios…
Pablo sí que podía hablar de energía… Aunque, si con Timoteo
y con Tito le fue bien, con otros no tanto.
Doy gracias a Dios, a quien sirvo con pura conciencia, como mis antepasados, porque tengo siempre tu nombre en mis labios cuando rezo, de noche y de día.
Al acordarme de tus lágrimas, ansío verte, para llenarme de alegría, refrescando la memoria de tu fe sincera, esa fe que tuvieron tu abuela Loide y tu madre Eunice, y que estoy seguro que tienes también tú.
Por esta razón te recuerdo que reavives el don de Dios, que recibiste cuando te impuse las manos; porque Dios no nos ha dado un espíritu cobarde, sino un espíritu de energía, amor y buen juicio.
No te avergüences de dar testimonio de nuestro Señor y de mi, su prisionero. Toma parte en los duros trabajos del Evangelio, según la fuerza de Dios…
Y encuentro que casualmente hoy se lee en el evangelio la parábola del sembrador, que me viene como anillo al dedo.
Porque estaba pensando en uno de los intentos fallidos de Pablo, la predicación a los atenienses. Refinados e intelectuales atenienses, que lo escucharon con tolerancia… hasta que mentó la resurrección de los muertos.
Pobre cosecha.
Y recordaba algún sermón que escuché, de un cura que le echaba la culpa a Pablo del fracaso: el apóstol debe adecuarse al auditorio, hablar su mismo lenguaje; y Pablo no lo logró -decía este cura.
¿Será así? Yo no lo veo tan claro. A juzgar por todo el discurso que antecede, uno ve que Pablo se esforzaba por hablar en el lenguaje del oyente (por ejemplo, en Fides et Ratio Juan Pablo II lo pone como un ejemplo del esfuerzo del evangelizador por buscar puntos en común, la porción de verdad compartida; y también está lo de 1 Cor 9,22). Ahora, a juzgar por el resultado…
Pero, ¿está bien juzgar por el resultado? Está claro que el evangelizador debe esforzarse, con todos los medios a su alcance, con inteligencia y caridad, para tocar el alma del oyente. Pero ¿podemos medir la calidad de una misión evangelizadora según un criterio de eficacia? ¿Cada misionado que no se convierte es una prueba en contra del misionero? No creo… ¿no? Aparte de la dificultad de discernir las conversiones reales de las aparentes (y lo mismo con las «no conversiones»), y de discernir las causas, la misma parábola del sembrador parece negar estos criterios de eficacia. Porque el sembrador desparrama la semilla sin mirar mucho el terreno.
Y finalmente, porque el mismo Jesucristo pasó su vida pública predicando; y tuvo muchos notorios fracasos ; el del joven rico, por ejemplo (sin contar el grito «Barrabás, Barrabás!» del Viernes Santo).
Mucho derroche y poca eficacia… dirá alguno.
Que lo diga, nomás.
El perseguido
Hoy es la fiesta de la conversión de San Pablo; está contada (cosa rara)
tres veces en el mismo libro de la Biblia (Hechos, cap. 9, 22 y 26).
Pablo bien podría haber objetado a Jesús esa (repetida) acusación: «[yo soy el que] tú persigues» : yo no te persigo a vos, diríamos tal vez en su lugar, persigo a tus partidarios… a esos cristianos. Pareciera, sin embargo, que a los ojos de Jesús -y a los nuevos ojos de Pablo- una cosa es inseparable de la otra. (Y seguramente es un eco de aquello de «quien a vosotros os rechaza, a mí me rechaza«, Lc 10:16).
Podemos entonces decir: perseguir a la Iglesia es perseguir a Cristo. Y nos quedamos contentos.
¿Podemos? ¿No hace falta distinguir entre perseguir a los cristianos en masa, perseguir a ciertos cristianos, a ciertos eclesiásticos, perseguir a la Iglesia en cuanto institución, etc ? Me parece que, para lo que nos ocupa, no hace falta distinguir. Claro que esto no implica que un cristiano sea intocable y que si yo le pego una trompada a un cristiano le estoy pegando a Cristo; claro que no se trata de eso. Pero sí que atacar a un cristiano en tanto cristiano, a la Iglesia en tanto novia de Cristo, etc… eso sí es atacar a Cristo.
Con esto último, casi todo moderno enemigo del cristianismo pretenderá excusarse: «Bueno… a mí Iglesia me revienta porque [insertar aquí alguna justificación histórica-política-cultural-psicológica-sociológica], pero no porque tenga nada contra Jesús». Pero el ejemplo del mismo Pablo desmiente todas (bueno… casi todas) esas coartadas; ataque mejor intencionado que el del celoso judío Saulo será difícil de encontrar por estos lugares y en estos tiempos…
Dos cosas más.
Uno: Nos complace (a nosotros, cristianos) saber esto: que cuando «nos» persiguen, cuando atacan a «nuestra» Iglesia, Jesús juzga que lo están atacando a él. Peligrosa complacencia. Mejor será, digo yo, que no pretendamos saber cuáles golpes de nuestros enemigos pegan a Jesús; eso no es cosa nuestra. Peligrosa -tal vez blasfema- insolencia sería, la de creer que al defender a la Iglesia estamos «defendiendo a Jesús«. [*]. (Sin contar con que una cosa es compartir los golpes recibidos, y otra compartir la inocencia).
Dos: Otra objeción que podría haber puesto Pablo:
«¿Que yo te persigo? Yo no quería ni esperaba encontrarte. Más bien parece que vos me estabas persiguiendo a mí!». Objeción un poco chusca, pero que también tiene su verdad y su miga.
Y dejémoslo acá, porque esto está demasiado largo y no quisiera terminarlo citando a Cortázar (ups!)
[* A propósito de esto: algún día tengo que tratar de explicar(me) por qué esa expresión de «Los derechos de Dios» me cae tan -pero tan– mal]
… Yo de cierto soy judío, nacido en Tarso de Cilicia, pero criado en esta ciudad, instruido a los pies de Gamaliel,estrictamente conforme a la ley de nuestros padres, celoso de Dios, como hoy lo sois todos vosotros.
…
Yo ciertamente había creído mi deber hacer muchas cosas contra el nombre de Jesús de Nazaret; lo cual también hice en Jerusalén. Yo encerré en cárceles a muchos de los santos, habiendo recibido poderes de los principales sacerdotes; y cuando los mataron, yo di mi voto. Y muchas veces, castigándolos en todas las sinagogas, los forcé a blasfemar; y enfurecido sobremanera contra ellos, los perseguí hasta en las ciudades extranjeras.
Ocupado en esto, iba yo a Damasco con poderes y en comisión de los principales sacerdotes, cuando a mediodía, oh rey, yendo por el camino, vi una luz del cielo que sobrepasaba el resplandor del sol, la cual me rodeó a mí y a los que iban conmigo.
Y habiendo caído todos nosotros en tierra, oí una voz que me hablaba, y decía en lengua hebrea: Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues? Dura cosa te es dar coces contra el aguijón.
Yo entonces dije: ¿Quién eres, Señor?
Y el Señor dijo: Yo soy Jesús, a quien tú persigues. Pero levántate, y ponte sobre tus pies; porque para esto he aparecido a ti, para ponerte por ministro y testigo de las cosas que has visto, y de aquellas en que me apareceré a ti, librándote de tu pueblo, y de los gentiles, a quienes ahora te envío, para que abras sus ojos, para que se conviertan de las tinieblas a la luz, y de la potestad de Satanás a Dios; para que reciban, por la fe que es en mí, perdón de pecados y herencia entre los santificados.
Un detalle que hasta hace poco no había tenido en cuenta:
…
Yo ciertamente había creído mi deber hacer muchas cosas contra el nombre de Jesús de Nazaret; lo cual también hice en Jerusalén. Yo encerré en cárceles a muchos de los santos, habiendo recibido poderes de los principales sacerdotes; y cuando los mataron, yo di mi voto. Y muchas veces, castigándolos en todas las sinagogas, los forcé a blasfemar; y enfurecido sobremanera contra ellos, los perseguí hasta en las ciudades extranjeras.
Ocupado en esto, iba yo a Damasco con poderes y en comisión de los principales sacerdotes, cuando a mediodía, oh rey, yendo por el camino, vi una luz del cielo que sobrepasaba el resplandor del sol, la cual me rodeó a mí y a los que iban conmigo.
Y habiendo caído todos nosotros en tierra, oí una voz que me hablaba, y decía en lengua hebrea: Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues? Dura cosa te es dar coces contra el aguijón.
Yo entonces dije: ¿Quién eres, Señor?
Y el Señor dijo: Yo soy Jesús, a quien tú persigues. Pero levántate, y ponte sobre tus pies; porque para esto he aparecido a ti, para ponerte por ministro y testigo de las cosas que has visto, y de aquellas en que me apareceré a ti, librándote de tu pueblo, y de los gentiles, a quienes ahora te envío, para que abras sus ojos, para que se conviertan de las tinieblas a la luz, y de la potestad de Satanás a Dios; para que reciban, por la fe que es en mí, perdón de pecados y herencia entre los santificados.
Pablo bien podría haber objetado a Jesús esa (repetida) acusación: «[yo soy el que] tú persigues» : yo no te persigo a vos, diríamos tal vez en su lugar, persigo a tus partidarios… a esos cristianos. Pareciera, sin embargo, que a los ojos de Jesús -y a los nuevos ojos de Pablo- una cosa es inseparable de la otra. (Y seguramente es un eco de aquello de «quien a vosotros os rechaza, a mí me rechaza«, Lc 10:16).
Podemos entonces decir: perseguir a la Iglesia es perseguir a Cristo. Y nos quedamos contentos.
¿Podemos? ¿No hace falta distinguir entre perseguir a los cristianos en masa, perseguir a ciertos cristianos, a ciertos eclesiásticos, perseguir a la Iglesia en cuanto institución, etc ? Me parece que, para lo que nos ocupa, no hace falta distinguir. Claro que esto no implica que un cristiano sea intocable y que si yo le pego una trompada a un cristiano le estoy pegando a Cristo; claro que no se trata de eso. Pero sí que atacar a un cristiano en tanto cristiano, a la Iglesia en tanto novia de Cristo, etc… eso sí es atacar a Cristo.
Con esto último, casi todo moderno enemigo del cristianismo pretenderá excusarse: «Bueno… a mí Iglesia me revienta porque [insertar aquí alguna justificación histórica-política-cultural-psicológica-sociológica], pero no porque tenga nada contra Jesús». Pero el ejemplo del mismo Pablo desmiente todas (bueno… casi todas) esas coartadas; ataque mejor intencionado que el del celoso judío Saulo será difícil de encontrar por estos lugares y en estos tiempos…
Dos cosas más.
Uno: Nos complace (a nosotros, cristianos) saber esto: que cuando «nos» persiguen, cuando atacan a «nuestra» Iglesia, Jesús juzga que lo están atacando a él. Peligrosa complacencia. Mejor será, digo yo, que no pretendamos saber cuáles golpes de nuestros enemigos pegan a Jesús; eso no es cosa nuestra. Peligrosa -tal vez blasfema- insolencia sería, la de creer que al defender a la Iglesia estamos «defendiendo a Jesús«. [*]. (Sin contar con que una cosa es compartir los golpes recibidos, y otra compartir la inocencia).
Dos: Otra objeción que podría haber puesto Pablo:
«¿Que yo te persigo? Yo no quería ni esperaba encontrarte. Más bien parece que vos me estabas persiguiendo a mí!». Objeción un poco chusca, pero que también tiene su verdad y su miga.
Y dejémoslo acá, porque esto está demasiado largo y no quisiera terminarlo citando a Cortázar (ups!)
[* A propósito de esto: algún día tengo que tratar de explicar(me) por qué esa expresión de «Los derechos de Dios» me cae tan -pero tan– mal]
Brideshead
Y me di el gusto: al fin conseguí hacerme de
la versión filmada
de Brideshead Revisited (serie televisiva, para la BBC; 11 horas; con
Jeremy Irons).
Una maravilla. Verdaderamente impresionante.
Ya hablaré más de esto. Por ahora, me limito a poner (de nuevo?) el enlace a esta guía sobre la obra (novela y serie), muy completa y con un sorprendente (comparando con lo que uno ve por ahí) buen sentido. En inglés, eso sí.
Y hablando de sensateces e insensateces, una buena noticia que obtengo del mismo sitio: parece que hay un guión para una nueva versión a filmarse (esta vez para cine) de la novela; con el guionista de «Pride and Prejudice» y el director de la última Harry Potter. Lo novedoso es que en esta versión, la religión no jugaría ningún papel; a lo más, un papel negativo (el factor que estropea todo; Dios sería -en palabras del guionista- el malo de la película). ¿Y cuál es la buena noticia? Que la filmación está teniendo muchos problemas para arrancar, y por lo que se ve, hay buenas probabilidades de que nunca llegue a filmarse.
Una maravilla. Verdaderamente impresionante.
Ya hablaré más de esto. Por ahora, me limito a poner (de nuevo?) el enlace a esta guía sobre la obra (novela y serie), muy completa y con un sorprendente (comparando con lo que uno ve por ahí) buen sentido. En inglés, eso sí.
Y hablando de sensateces e insensateces, una buena noticia que obtengo del mismo sitio: parece que hay un guión para una nueva versión a filmarse (esta vez para cine) de la novela; con el guionista de «Pride and Prejudice» y el director de la última Harry Potter. Lo novedoso es que en esta versión, la religión no jugaría ningún papel; a lo más, un papel negativo (el factor que estropea todo; Dios sería -en palabras del guionista- el malo de la película). ¿Y cuál es la buena noticia? Que la filmación está teniendo muchos problemas para arrancar, y por lo que se ve, hay buenas probabilidades de que nunca llegue a filmarse.
Poco tiempo
Dejé el blog en días en que tenía poco tiempo
para escribir. Ahora que me toca retomarlo, resulta
que tengo menos.
Mala suerte; se hará lo que se pueda.
¿Mala suerte? Mejor será no quejarse.
Seguramente «no tener tiempo» es en muchos casos menos una desgracia que una culpa. (¿En cuáles casos? Bueno, casi con seguridad si uno es soltero… por ejemplo).
Nuestra común ceguera para ver cada hora de la vida (esta hora, sobre todo) como el don que Dios nos hace para que le devolvamos (¿cómo? no necesariamente estudiando ni rezando ; cualquier cosa que sea ocasión para alabar a Dios en su creación; acaso caminar por una plaza, o hablar con un amigo; pero, ciertamente, no leer noticias en la web ni jugar ajedrez en Yahoo… y probablemente, tampoco para lo que este mundo llama «trabajo»).
Leon Bloy se entristecía al oir a un hombre prometer dedicarse a la lectura y a la formación intelectual-espiritual … después de jubilarse. Sí, pero el mismo Bloy se lamentaba de haber malgastado en sueños vanos (no obstante religiosos) su vida:
Y aun sabiéndolo, y constándome que no sé aprovechar mi tiempo libre (tiempo libre?) fantaseo (vanas fantasías, me dice Simone) con tomarme algún «año sabático» alguna vez.
Entonces, se me ocurre ahora, al fin de cuentas puede resultar que este sea el mejor momento para cargarme con este fardo del blog (que, sí, es un placer; pero también una carga, y bien pesada a veces) justo cuando ando con poco tiempo. Puede ser esta obligación que me impongo una especie de mecanismo de defensa, contra un mundo que me quiere comprar el alma (la vida, el tiempo) a cambio de chucherías tentadoras (y a cambio de la embriaguez).
Que, si esto del blog es una vanidad, hay vanidades peores. Y, por el mismo criterio antedicho, acaso no sea tan mala manera de invertir el tiempo (o mejor: de devolverlo); no tan bueno como rezar, pero casi tanto como caminar por una plaza o hablar con un amigo.
Ojalá.
Mala suerte; se hará lo que se pueda.
¿Mala suerte? Mejor será no quejarse.
Seguramente «no tener tiempo» es en muchos casos menos una desgracia que una culpa. (¿En cuáles casos? Bueno, casi con seguridad si uno es soltero… por ejemplo).
Nuestra común ceguera para ver cada hora de la vida (esta hora, sobre todo) como el don que Dios nos hace para que le devolvamos (¿cómo? no necesariamente estudiando ni rezando ; cualquier cosa que sea ocasión para alabar a Dios en su creación; acaso caminar por una plaza, o hablar con un amigo; pero, ciertamente, no leer noticias en la web ni jugar ajedrez en Yahoo… y probablemente, tampoco para lo que este mundo llama «trabajo»).
Leon Bloy se entristecía al oir a un hombre prometer dedicarse a la lectura y a la formación intelectual-espiritual … después de jubilarse. Sí, pero el mismo Bloy se lamentaba de haber malgastado en sueños vanos (no obstante religiosos) su vida:
«No hice lo que Dios quería de mí, esto es muy cierto. Más bien, he soñado lo que yo quería de Dios ; y heme aquí, a los sesenta años, no teniendo en mis manos más que papel»
Y aun sabiéndolo, y constándome que no sé aprovechar mi tiempo libre (tiempo libre?) fantaseo (vanas fantasías, me dice Simone) con tomarme algún «año sabático» alguna vez.
Entonces, se me ocurre ahora, al fin de cuentas puede resultar que este sea el mejor momento para cargarme con este fardo del blog (que, sí, es un placer; pero también una carga, y bien pesada a veces) justo cuando ando con poco tiempo. Puede ser esta obligación que me impongo una especie de mecanismo de defensa, contra un mundo que me quiere comprar el alma (la vida, el tiempo) a cambio de chucherías tentadoras (y a cambio de la embriaguez).
Que, si esto del blog es una vanidad, hay vanidades peores. Y, por el mismo criterio antedicho, acaso no sea tan mala manera de invertir el tiempo (o mejor: de devolverlo); no tan bueno como rezar, pero casi tanto como caminar por una plaza o hablar con un amigo.
Ojalá.