Lejos de estas miserias, en el siglo X, Hallaj (o Hallâj, o al-Hallâj) fue un místico musulmán (sufí) que según parece alcanzó algún tipo de
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Louis Massignon, intelectual y diplomático francés, estudioso del mundo árabe, a principios del siglo XX se dedicó a estudiar a Hallaj con pasión y convicción. Y tanto llegó a convencerse de la autenticidad de la experiencia religiosa de Hallaj («mártir de la fe») que lo invocó como intercesor en momento difícil de su vida; y así, de agnóstico se convirtió … al catolicismo. Fue toda su vida un católico ferviente, con una espiritualidad y unas devociones algo atípicas (entre ellas, por nuestra amiga Ana Catalina Emmerich).
Pero la huella que ha dejado en la cultura del siglo XX es su estudio sobre Hallaj, modelo de aproximación cristiana a la religiosidad musulmana, y que -según dicen– ha influenciado grandemente en la actitud «oficial» de la Iglesia hacia el Islam.
Entre nosotros, fue admirado y glosado por el padre Castellani. (Esto último acaso me sirva para ahorrame comentarios de lectores malhumorados en clave católica tradicional, batalla de Lepanto, ecumenismo entrecomillado y esas yerbas. Pero no lo digo por eso. Lo digo para contar cómo me enteré de Hallaj y Massignon).
[* … y quizás aun con Jesucristo y los judíos … dice el mismo Massignon!]