Evangelización y eficacia

Ayer, San Pablo; hoy Timoteo y Tito, dos de sus discípulos. Lindo el fragmento de la carta que se lee hoy:
Pablo, apóstol de Cristo Jesús por designio de Dios, llamado a anunciar la promesa de vida que hay en Cristo Jesús, a Timoteo, hijo querido; te deseo la gracia, misericordia y paz de Dios Padre y de Cristo Jesús, Señor nuestro.
Doy gracias a Dios, a quien sirvo con pura conciencia, como mis antepasados, porque tengo siempre tu nombre en mis labios cuando rezo, de noche y de día.
Al acordarme de tus lágrimas, ansío verte, para llenarme de alegría, refrescando la memoria de tu fe sincera, esa fe que tuvieron tu abuela Loide y tu madre Eunice, y que estoy seguro que tienes también tú.
Por esta razón te recuerdo que reavives el don de Dios, que recibiste cuando te impuse las manos; porque Dios no nos ha dado un espíritu cobarde, sino un espíritu de energía, amor y buen juicio.
No te avergüences de dar testimonio de nuestro Señor y de mi, su prisionero. Toma parte en los duros trabajos del Evangelio, según la fuerza de Dios…
Pablo sí que podía hablar de energía… Aunque, si con Timoteo y con Tito le fue bien, con otros no tanto.
Y encuentro que casualmente hoy se lee en el evangelio la parábola del sembrador, que me viene como anillo al dedo.

Porque estaba pensando en uno de los intentos fallidos de Pablo, la predicación a los atenienses. Refinados e intelectuales atenienses, que lo escucharon con tolerancia… hasta que mentó la resurrección de los muertos.
Pobre cosecha.

Y recordaba algún sermón que escuché, de un cura que le echaba la culpa a Pablo del fracaso: el apóstol debe adecuarse al auditorio, hablar su mismo lenguaje; y Pablo no lo logró -decía este cura.

¿Será así? Yo no lo veo tan claro. A juzgar por todo el discurso que antecede, uno ve que Pablo se esforzaba por hablar en el lenguaje del oyente (por ejemplo, en Fides et Ratio Juan Pablo II lo pone como un ejemplo del esfuerzo del evangelizador por buscar puntos en común, la porción de verdad compartida; y también está lo de 1 Cor 9,22). Ahora, a juzgar por el resultado…
Pero, ¿está bien juzgar por el resultado? Está claro que el evangelizador debe esforzarse, con todos los medios a su alcance, con inteligencia y caridad, para tocar el alma del oyente. Pero ¿podemos medir la calidad de una misión evangelizadora según un criterio de eficacia? ¿Cada misionado que no se convierte es una prueba en contra del misionero? No creo… ¿no? Aparte de la dificultad de discernir las conversiones reales de las aparentes (y lo mismo con las «no conversiones»), y de discernir las causas, la misma parábola del sembrador parece negar estos criterios de eficacia. Porque el sembrador desparrama la semilla sin mirar mucho el terreno.
Y finalmente, porque el mismo Jesucristo pasó su vida pública predicando; y tuvo muchos notorios fracasos ; el del joven rico, por ejemplo (sin contar el grito «Barrabás, Barrabás!» del Viernes Santo).
Mucho derroche y poca eficacia… dirá alguno.
Que lo diga, nomás.
# | hernan | 26-enero-2005