… Los santos sustitutos (abdal) no son ni mahatmas (cuyo esfuerzo
ascético es intransmisible y está «milagrosamente» cargado de esterilidad),
ni grandes hombres (cuyas creaciones sociales mueren con las
ciudades de este mundo), ni siquiera inventores o descubridores (santos
del calendario positivista, cuya sucesión es discontinua y fortuita).
Sin duda, la suma de la experimentación científica secular no deja de crecer, pero no es más que para acelerar el proceso de desintegración por sobrediferenciación (y «fisión») de las ciudades de este mundo.
La ciencia experimental puede «insensibilizar», e incluso suprimir cada vez más los sufrimientos del cuerpo, pero éstos morirán igualmente; mientras que la santidad «sustituta» se encuentra «sensibilizada» por Dios para compadecer a los corazones rotos y «cardados», cuya herida transfigura en consuelo, fuente de curaciones inmortales.
Aquí hemos considerado a Hallaj como una de esas almas entregadas como sustitutas de la comunidad musulmana o, más bíblicamente, de todos los hombres entre los creyentes en el Dios del Sacrificio de Abraham, entre los peregrinos expatriados, gerim, que desean encontrarse al morir en el «seno de Abraham», donde ese Dios realizará su promoción espiritual inmortal.
Esto nos eleva por encima de Carlyle y Gundolf y su «culto a los héroes», tótems de raza, nación o clase. Y de los hagiógrafos académicos que «canonizan» a religiosos o laicos, como «bienhechores de la humanidad».
Proponemos aquí la trascendencia absoluta del más humilde de los actos heroicos, como piedra angular única de la ciudad eterna. La historia de las religiones así concebida lo considera como el eje y ápice del mundo en movimiento hacia el más allá, incluso si el autor de este acto lo olvida, o él mismo es mal comprendido o ignorado para siempre.
Se ha podido considerar la historia total de la humanidad hasta el Juicio como un tejido esférico, cuya cadena espacial tridimensional de «situaciones dramáticas» inconscientemente sufridas por la masa, está atravesada, «armada» por una trama: la que la lanzadera irreversible de los instantes teje con las curvas de vida originales de las almas «reales», compasivas y reparadoras, ilustres u ocultas, que realizan el diseño divino.
Una de esas almas es la de Hallaj.
No es que el estudio de su vida, plena e intensa, recta y compacta, ascendente y entregada, me haya entregado el secreto de su corazón. Es más bien él quien ha sondeado el mío y lo sondea todavía…
Louis Massignon, del prefacio de su libro sobre Hallaj (en rigor, la versión resumida)
que estoy empezando. Mañana comentaremos algo más sobre
ambos.Sin duda, la suma de la experimentación científica secular no deja de crecer, pero no es más que para acelerar el proceso de desintegración por sobrediferenciación (y «fisión») de las ciudades de este mundo.
La ciencia experimental puede «insensibilizar», e incluso suprimir cada vez más los sufrimientos del cuerpo, pero éstos morirán igualmente; mientras que la santidad «sustituta» se encuentra «sensibilizada» por Dios para compadecer a los corazones rotos y «cardados», cuya herida transfigura en consuelo, fuente de curaciones inmortales.
Aquí hemos considerado a Hallaj como una de esas almas entregadas como sustitutas de la comunidad musulmana o, más bíblicamente, de todos los hombres entre los creyentes en el Dios del Sacrificio de Abraham, entre los peregrinos expatriados, gerim, que desean encontrarse al morir en el «seno de Abraham», donde ese Dios realizará su promoción espiritual inmortal.
Esto nos eleva por encima de Carlyle y Gundolf y su «culto a los héroes», tótems de raza, nación o clase. Y de los hagiógrafos académicos que «canonizan» a religiosos o laicos, como «bienhechores de la humanidad».
Proponemos aquí la trascendencia absoluta del más humilde de los actos heroicos, como piedra angular única de la ciudad eterna. La historia de las religiones así concebida lo considera como el eje y ápice del mundo en movimiento hacia el más allá, incluso si el autor de este acto lo olvida, o él mismo es mal comprendido o ignorado para siempre.
Se ha podido considerar la historia total de la humanidad hasta el Juicio como un tejido esférico, cuya cadena espacial tridimensional de «situaciones dramáticas» inconscientemente sufridas por la masa, está atravesada, «armada» por una trama: la que la lanzadera irreversible de los instantes teje con las curvas de vida originales de las almas «reales», compasivas y reparadoras, ilustres u ocultas, que realizan el diseño divino.
Una de esas almas es la de Hallaj.
No es que el estudio de su vida, plena e intensa, recta y compacta, ascendente y entregada, me haya entregado el secreto de su corazón. Es más bien él quien ha sondeado el mío y lo sondea todavía…