Archivo por meses: noviembre 2009

Traductores de Pascal

Algunos lectores aportaron datos sobre el tema. Se agradece.

Resumiendo: la trasposición «conscience» => «religious conviction» parece exclusiva de las traducciones inglesas, nadie (por ahora) encontró tal cosa en las ediciones francesas ni en las traducciones españolas. Y todo apunta a la traducción de un tal W. F. Trotter en 1909.

 

Un ejemplo en español:

«Nunca se hace el mal tan plenamente y tan alegremente como cuando se hace con conciencia»
(Editorial Cátedra, colección Letras Universales. En edición de Mario Parajón. Madrid, 1998. Página 297, punto 813)

En cuanto a las ediciones francesas, las primeras fueron bastante manoseadas, dicen, para no irritar a los jesuitas o los jansenistas según el caso. La que anotaron Condorcet y Voltaire sufrió agregados (tal vez de ahí el «una faux principe de conscience» en lugar de «conscience»). Hubo otras mejores (M. Bossut, 1779; Reanud 1812; Faugère 1844). Pero la primera edición seria y completa parece ser la de Brunschvicg en 1897; desde entonces pasó a ser la versión autorizada. En ella, al igual que todas las que incluían el pensamiento en cuestión, se lee:

895. Jamais on ne fait le mal si pleinement et si gaiement que quand on le fait par conscience.
(variante: «una faux principe de conscience»)

Para entonces ya se habían hecho muchas traducciones al inglés ( Walker 1688 ) ; Kennett (~1710), Edward Craig- London (1825). En esta de 1804 se lee:

We never do evil so cheerfully and effectually, as when we do it upon a false principe of conscience.

Las traducciones del siglo XX se basaron mayormente en la edición de Brunschvicg. Entre ellas, tuvo mucha difusión la de W. H. Trotter (1909), sobre la que basaron otras posteriores (Warrington 1960). Y es en esta edición donde, al parecer, se lee por primera vez la frase que cita Dawkins y su tropa:

Men never do evil so completely and cheerfully as when they do it from religious conviction.

La culpa original, entonces, y hasta nuevo aviso, recae sobre Mr. Trotter.

¿Cómo se explica? ¿Traducción demasiado libre? ¿Simple distracción? ¿Deformación interesada? Todo puede ser. Pero en cualquier caso me deja perplejo. Un error tan chocante (a mis ojos al menos), y que haya sobrevivido todo un siglo…

Biblias y trincheras – 2

En aquellos comentarios, el inquisidor anónimo hacía notar que las metodologías, teorías y conclusiones de los estudios bíblicos modernos varían mucho (y muy rápido) al correr del tiempo: hoy dicen una cosa, mañana otra. Compárense, decía a modo de ejemplo (y es buen ejemplo), las anotaciones críticas de las diferentes ediciones de la Biblia de Jerusalén.

Demos por sentado ese hecho, precisiones aparte. Ahora bien, tenemos un hecho, ¿qué haremos con él? Si observamos que en una disciplina intelectual-científica los especialistas varían sus afirmaciones muy frecuentemente, podemos pensar varias cosas:

1) Tanta variación es signo de desorientación o volubilidad; falta de consistencia, probablemente charlatanismo. La tal ciencia no merece siquiera ese nombre.

2) Idem, pero solo para las corrientes contemporáneas. Antes era otra cosa; ahora ha perdido respetabilidad, pero no esa ciencia en sí sino esos científicos, que agarraron por caminos errados. Habrá que esperar a que alguien retome la cosa al modo antiguo.

3) Habría que ver si esos cambios tienen un desarrollo orgánico. Sería malo que fueran una sucesión de modas, teorías que van surgiendo y que luego se van descartando por otra sin aportar nada – o si el movimiento fuera una especie de cuesta abajo, cada vez más rápido y tambaleantes hacia un precipicio. Pero si cada teoría es una contribución positiva, si aporta algo al desarrollo, entonces no es mal signo.

4) Habría que discenir si la mutabilidad es signo de inmadurez, o de transición, o de vitalidad, o de senilidad. Y cómo se ubica esta característica dentro de la historia de las ciencias vecinas, de la ciencia en general y de la cultura en general.

5) Habría que preguntar a los mismos estudiosos cómo ven ellos esa misma cuestión.

6) Podríamos limitarnos a deducir que las conclusiones son, en esa ciencia y en este contexto, siempre provisionales. Y rechazar a los que (estudiosos o no) nos las pretenden vender como definitivas.

Estas y más cuestiones podemos ponderar. Pero el que está atacando no tiene tiempo ni ganas: los hechos hay que usarlos para atacar. Puesto que la opción 1 hay que dejársela a los escépticos, hay que rumbear por la 2 o la 6. Y siempre (más heat que light) con mala conciencia, siempre, porque sabe que muchos de sus ataques son inconsistentes y podrían ser usados en su contra (en compensación, él también gustará ese placer belicoso de usar las armas del adversario: como reprochar con soberana suficiencia a los «modernos» el «estar atrasados»)

Pero antes de atacar, convendría aclararnos a nosotros mismos cuáles son nuestras respuestas a estas cuestiones (y recordar: «no sé» es una respuesta válida). Yendo al caso: Que la crítica bíblica cambie tan seguido de conclusiones ¿menoscaba sus conclusiones y su valor como ciencia o no? ¿Hay un progreso real o no? ¿Qué opina al respecto el magisterio de la Iglesia – o el juicio personal de los últimos papas? ¿Las «conclusiones» de la biblia de Straubinger, por ejemplo1, son científicamente más confiables que las de la última Biblia de Jerusalén o no? ¿Un cristiano culto que quiere leer cristianamente la Biblia (es decir: tratar de escuchar la palabra de Dios) hará bien o mal en leer esas notas? ¿Los estudiosos bíblicos -Abel en particular- cometen habitualmente el error de dar por definitivas su conclusiones, que siempre son provisorias, o no?

Con respecto a esta última pregunta, (cuya respuesta el inquisidor, al modo sofista, da por respondida sin responderla) yo contestaría un no con reservas; no conozco mucho a los estudiosos bíblicos. Y, miren uds., si revuelvo mi memoria para buscar un ejemplo de ese pecado… recuerdo al padre Castellani, explicando a su adicto público argentino la solución definitiva al problema sinóptico (casi veinte siglos de disputas, y el problema lo viene a resolver -un tajo al nudo gordiano- el padre Jousse, con una teoría al gusto de la sensibilidad tradicionalista… justito para cuando el cura argentino cae a Europa a tomar clases de teología bíblica con él como profesor). Naturalmente, los mismos que sienten el impulso de tirar estos palos a Abel no se les ocurrirá imputar este pecado a Castellani. Cosas de partido.

Otro hecho, no menos evidente que los vaivenes de la teología bíblica, es que el catolicismo más conservador (incluso en los mejores sentidos de la palabra) ha mirado a esa teología moderna con desconfianza y hostilidad: casi toda exégesis o crítica que divergiera de las creencias de los Padres, casi toda teología nueva y viva les suena a un sabotaje de la Ilustración contra el cristianismo, sea deliberado o no. Pareciera que para algunos fuera motivo de orgullo el atraso de España en este aspecto (en relación a Europa, digo; de nosotros ni hablemos), casi como si fuera sello de calidad católica… ¿Habrá que decir, parafraseando a Unamuno, «¡Que hagan teología ellos!»? Pero ¿puede bastarnos con eso? Es otra cuestión que tampoco veo planteada, así desnuda.

Verdad es que se trata de algo más complicado que el de una ciencia cualquiera, hay una cuestión religiosa en el medio. Y para los cátolicos, hay dos aspectos importantes, a mi ver:

Primero: en la economía de la ciencia teológica los actores son tres: los teólogos, el pueblo y el magisterio. Dibújese el triángulo con las interacciones (todos con todos), las tensiones y la complejidad del asunto. Me gusta esa complejidad, de hecho. (De paso, me parece que estos inquisidores conservas se posicionan aquí no tanto como pueblo que reclama a los teólogos, sino más bien como un para-magisterio que pretende defender al pueblo ingenuo contra la mala influencia de los teólogos). Habría mucho que decir, pero baste con esto: en el catolicismo ningún actor desconoce a los otros, ni olvida ninguna de las relaciones – en principio, claro está; pero no en teoría.

Segundo: el catolicismo rechaza el fideísmo. Y especialmente entre los conservadores, tiene mucho prestigio Santo Tomás… y sus rentas (escolástica y neoescolástica) – más tendencia hay a caerse del otro lado del caballo (racionalismo). Esto crea un afortunado contrapeso contra la tentación de mandar toda la ciencia y toda la inteligencia al diablo (quédense con todo eso, la sabiduría del mundo es necedad para los cristianos, nos vamos a las catacumbas) y provoca una tensión algo incómoda pero probablemente saludable – a pesar de todos los complejos de inferioridad intelectual y todos los lamentables maquillajes (para el espejo, sobre todo) de erudición y suficiencia.

Con esto, y con todo, sigue siendo cierto que estos brotes de hostilidad contra la inteligencia so pretexto de celo religioso, estos miedos tan vecinos a los del avaro, son feos signos. Y, me temo, muy representativos del catolicismo hispano2.

 

Los católicos modernos odian el arte con un odio salvaje, atroz, les asusta la Belleza como una tentación de pecado, como el Pecado mismo, y la audacia del genio les horroriza como una mueca de Lucifer.

… decía Leon Bloy, en su estilo. No hay más que trasponer la hipérbole, con la Inteligencia en lugar de la Belleza, y el genio teológico en lugar del artístico…

El mismo Castellani lamentaba la poca preocupación de los católicos (clero y laicos) por estos temas, y la escasa lectura y meditación de la Biblia (comentaba, no recuerdo donde, que si uno iba a consultar a un cura cualquiera por episodio de Jonás y la ballena, por considerarlo increíble y absurdo, el tal cura no sabría dar una buena respuesta). Pero hoy, como ayer, el catolicismo de trinchera está demasiado ocupada con la propaganda y la denuncia y los anticonceptivos y los gays y el obispo tal y la monja cual y los abusos litúrgicos y los medios y los gobiernos… ¡Ah, si todos fueran católicos, pero católicos en serio, como nosotros… otro gallo nos cantaría!

Yo sigo esperando que otro gallo nos cante.


1. La Biblia de Straubinger (~ 1948) goza de buena consideración entre los católicos tradicionalistas de por acá, quizás sea hoy (2009) la preferida. Y por sus notas, sobre todo. Afirma, por ejemplo, que Moisés escribió el Pentateuco; que no hay dudas de la identidad del autor del cuarto evangelista con el discípulo amado y el apocaleta; y ni de la autoría de las cartas paulinas – ni siquiera Hebreos.

2. Por ejemplo. «… vienen siendo algunos portales católicos de la web quienes más vigor apologético están mostrando en el ámbito de la Iglesia Católica. Aquí tienen ustedes, sin ir más lejos, InfoCatólica.com…» Sin ir más lejos, efectivamente. En el texto (un ejemplo entre mil) queda muy clara la jerarquía (infierno, purgatorio y paraíso) de los teólogos católicos; que vienen a ser, en esta mirada, soldados de la apologética. Y nótese cuánto pesan en esta mirada detalles como la inteligencia —por no hablar de la alegría creadora.

Biblias y trincheras

Cité hace poco una palabras de Abel (teólogo de ETF) a propósito del panorama desolador que veía él en los sitios católicos hispanos en cuestiones bíblicas… entre otras cosas. Además de suscribir yo ese juicio, referencié un hilo de discusión en ese foro (ya que estamos, enlazo algo más).

Me gané con esto algunos reproches airados (hay recomendaciones que parecen hechas a propósito para desprestigiar al que recomienda – súmese a este Abel mis citas de Ana Catalina Emmerich y de Miyazaki … «no se dirá que no hago todo lo posible por asegurar el fracaso de mis libros» ironizaba Leon Bloy tras dedicar su libro a un mariscal Bazaine, condenado por traidor de guerra y más o menos tan popular en su Francia como Videla en nuestra Argentina).

Y no me da la gana de advertir que cuando uno cita o recomienda algo no necesariamente está expresando su acuerdo. Porque, en verdad, el hecho de citar o recomendar indica que al menos uno lo considera digno de mención, algo que vale la pena detenerse a mirar. Lo cual, al fin y al cabo, ya es una toma de posición… acaso más relevante que el pedestre «estar de acuerdo». Como decía Castellani, en uno de los editoriales de la revista que dirigía:

«El director no se hace responsable de las ideas u opiniones vertidas por sus colaboradores, sino de solamente las que ponga bajo su firma.» Esta «advertencia» que ponen las revistas y mi amigo Mambrú me incita a poner, es enteramente inútil: porque todo lo que publica lo ha juzgado el Fulano digno de publicarse; y por tanto, lo ha hecho en cierto modo suyo.

Verdad es que ese cierto modo puede ser dialéctico: hay quizás una opinión que no es la suya pero que estima conveniente que se debata; hay una idea que tiene por exagerada o inexacta, pero «anda por ahí», y el expresarla con exactitud puede ser parte a precisarla o corregirla; hay una aplicación errónea de un principio importante, pero el principio está; y su mismo zafamiento puede ser estímulo a meditarlo y ahondarlo […]

Quiero decir que esta revista no se destina a enseñar, sino a educar, por pretencioso que esto suene; no a hacer propaganda sino a hacer luz; o exactamente a suscitar «la luz que lleva en sí todohombre que viene a este mundo»

Pues… eso. Lo que va en negrita, sobre todo. Luz para mí mismo, también. Aunque los sitios católicos mayoritarios parezcan atenerse más bien al «more heat than light». Y no es que el «heat» me sea ajeno. Al contrario, los acaloramientos del inquisidor me son muy familiares, son parte mía -aunque sean más parte de mi pasado que de mi presente. Yo he reaccionado en forma muy parecida.

El «inquisidor anónimo» en los comentarios de este post es un ejemplo muy ilustrativo. Ejemplo: este juzga una burrada (y como se evidencia en su andanada de sarcasmos adolescentes, le causa auténtica irritación) que Abel se atreva a …

… negar que San Juan el Evangelista sea el autor del Apocalipsis… contradiciendo, como al pasar (¿vio?), a los Padres Apostólicos (por ej. a San Policarpo, cuyo testimonio lo tenemos a través de San Ireneo) o al mismísimo San Justino, o a un par de concilios.

Y después:

…en aquél hilo, el tal Abel, propone «poner la fe entre paréntesis», usar el método «histórico crítico», etc., al tiempo que se sueltan insultos (fundamentalistas, timoratos, ingenuos, etc.) contra quienes no tienen porqué dudar si el Sermón de la Montaña fue dicho en una montaña o si San Juan Evangelista es el autor del Apocalipsis.

¿Qué quiere decir, como dice Abel que los Padres «no hicieron sino interpretar con los medios de los que disponían en su momento»? ¿Eran minusválidos?…

Querrá decir, digo yo… lo que dice: «interpretar con los medios de los que disponían en su momento»; y que hoy tenemos más medios. Es una verdad de Perogrullo -y que no les mueve un pelo si el que lo dice es Castellani. Pero hay acá una irritación de entrada que condiciona todo, una ofuscación que estorba la lectura, la reflexión y la expresión. A mí me interesa por lo pronto más esa ofuscación que las particularidades del caso -no me detendré a responder semejante montón de tonterías (digamos al pasar, y en letra chiquita, que el «método histórico-crítico» no es para el magisterio católico la abominación que este sujeto parece dar por sentado, de hecho ha sido taxativamente reconocido como válido y aun -en su medida y lugar- imprescindible – por otro lado, Abel no lo favorece especialmente, con leer sus mensaje poco debería bastar para comprobarlo.)

¿De donde proviene esa ofuscación? En primera aproximación: es el instinto conservador, naturalmente. Cuando este instinto prima, el cristianismo se mira (sí, señor, es una cuestión de mirada) como una ciudad a defender de los ataques del mundo. Y todo se evalúa según esa concepción: la de la cristiandad asediada: ¿en qué bando milita este? ¿a quién ayuda? ¿es de los que nos atacan? ¿o es de los nuestros?

Así, puestos frente a un teólogo, evaluaremos antes que nada para qué lado tira: su calidad no se medirá en primer lugar por su inteligencia, erudición, sensatez y libertad de espíritu; todo esto es un plus deseable, pero lo importante es que sea «de buena línea». Ortodoxia y tradición, entendidas estas palabras en su más pobres sentidos. Como pontificaba el editor de un lamentable sitio católico:

Santo Tomás estableció el método filosófico oficial de la Iglesia y acuñó terminología que define a la perfección ciertas verdades de Fe. Naturalmente no agotó la teología, ni todas sus opiniones son verdades de Fe. Por eso es maestro universal, Doctor Común. Su teología fue canonizada en Trento, como la Misa Romana lo fue por la Quo Primum… Ahora bien, dice la Iglesia, apartarse de Santo Tomás es signo de «novedad», es decir, de error. No así, profundizarlo, discernir su verdadero pensamiento (leerlo a él y no a los reductores de su doctrina), formular respuestas a problemas modernos en base a su corpus doctrinal manteniendo sus categorías de pensamiento: fundamentalmente la filosofía del ser (no el racionalismo, el idealismo o el existencialismo).

Según esto, entonces, lo que importa es tener claro este ranking, clasificar malos y buenos teólogos en esa escala. ¿Cómo calificamos? En gran medida, por mero contagio: si el teólogo X cita a un teólogo malo sin repudiarlo, pierde un punto; si lo encomia, pierde dos; y así. Después, aunque los que peleamos en las trincheras por ahí no tenemos mucho tiempo de estudiar, sabemos a bulto qué cosas vienen a socavar los enemigos desmitologizadores con sus novedades: esas creencias antiguas que no formarán parte de la fe pero sí de la tradición, aunque sea con minúscula. Y poner en duda todo eso que creyeron nuestros abuelos es sembrar escándalo en nuestra fe (sobre todo la de los débiles… que están a nuestro cuidado). Si tal creencia fue lo suficientemente buena para San Agustín —o para San Alfonso María de Ligorio— debe ser suficiente para nosotros; otra cosa sería presunción.

De aquí surgen criterios fáciles y seguros: ¿tal escriturista dice que tal evangelio fue escrito en año N? tendrá mejor calificación cuanto más pequeño sea N. ¿Identifica en una sola persona al «discípulo amado», al autor del cuarto evangelio, el de las cartas joánicas, y el apocalipsis? Es de los nuestros. ¿Dice que pueden ser dos? Es sospechoso. ¿Afirma que son dos o más? Malo, caca. Lo mismo con las Marías, los Isaías, etc. Después, sí, entre los buenos preferiremos a los más eruditos, inteligentes o productivos (y, simétricamente, de entre los malos, odiaremos especialmente a los más potentes). Pero… después.

Nótese que aquí, en las trincheras, la calificación del teólogo (malo o bueno) no apunta a la simple calidad en cuanto teólogo (bondad intelectual, etc; como se dice que un matemático «es bueno» o una guitarra «es buena»). Aquí la maldad del «teólogo malo» es moral, es una culpa deliberada. Merece nuestra hostilidad. Odium theologicum.

Trato de describir, a mi modo pesado, repetitivo y previsible (y en gran parte, por experiencia propia) una tipología y unos mecanismos. Que son los que se disparan en muchos católicos cuando caen a leer un teólogo medianamente inteligente y libre de ataduras facciosas —como este Abel— y les hacen encender luces rojas y sirenas de alarma. Pero es claro que estos mecanismos son automáticos y casi imperceptibles. Después vienen las justificaciones y los alegatos. Pero, en nuestro interior, la sentencia ya fue dictada: las palabras del abogado sólo sirven para… propaganda.

—¿Y qué esperás lograr al describir estos mecanismos?
—Supongo que ponerlos más a la luz, para relativizarlos y —si en buena conciencia así lo juzgamos— rechazarlos.
—¿Qué podríamos ganar con eso?
—En general, dejar respirar la inteligencia (propia y ajena), aventar suspicacias y miedos que envenenan el ambiente. En particular, tener una teología viva -y tener católicos que se dediquen más a rumiar la palabra de Dios que al chisme clerical y la militancia facciosa.
—¿Pero te parece que ese catolicismo conservador está contra la inteligencia? Esos defienden la escolástica, el primado del intelecto, rechazan el fideísmo… ¿No?
—Sí… es parte del problema… y, quiero esperar, parte del remedio.

A seguir otro día.

Vivimos de rentas

Me llaman la atención sobre esta cita de Flannery O’Connor («Es cierto que no tenemos teólogos de la crisis, pero en los países del este hay muchos mártires, cuya sangre cuenta mucho más en el orden místico de las cosas.»), en relación con algo que yo decía hace un tiempo, con cierta liviandad.

Y está muy bien; viene bien.

Pero importa evitar una lectura parcial o unilateral (peligro de las citas sueltas), como si la abundacia de mártires pudiera ser —en el pensamiento de Flannery— motivo de conformismo ante la escasez de teólogos («¡Que inventen los otros!» decía famosamente Unamuno cuando oía lamentos por el atraso científico-técnico de España). Para exponer con fidelidad su pensamiento (que es, en esta cuestión, el mío), creo que lo anterior debe leerse conjuntamente con esta otra cita, de la misma, de una carta a su amiga «A» (Betty Hester), 22 /10/1958, sólo un mes después.

… Estoy sorprendida de que no sepas nada sobre los teólogos de la crisis; en todo caso, no hagas virtud de la ignorancia porque no lo es. Son los teólogos protestantes más importantes que escriben hoy en día, y es una desgracia que sean mucho más espabilados y creativos que sus colegas católicos. Tenemos muy pocos pensadores que puedan compararse con Barth y Tillich, tal vez ninguno.

No es una edad en que se elabore teología católica de calidad. Vivimos de rentas, y ha llegado el momento de hacer una nueva síntesis. Necesitamos desesperadamente que alguien haga en el siglo XX lo que santo Tomás hizo con el saber del siglo XIII.

Por supuesto, crisis significa algo distinto para el católico que para el protestante. Para ellos es la disolución de sus iglesias, para nosotros es la pérdida del mundo. Verdad es que hemos producido artistas que acaso puedan ser considerados artistas de la crisis, por ejemplo Bernanos y Péguy…

Lévi-Strauss y Chabanis

Ya que de ateos hablábamos…

En las disputas ideológicas (política, religión, etc), cuando las partes en discordia pueden delimitarse -grosso modo- en bandos, la trampa más común en la que uno cae es la mala caracterización del enemigo. Es el procedimiento básico, para consolidad y activar la posición propia, ver y hacer ver la peor cara del adversario. Es difícil resistir a la tentación porque (además de ser el efecto estimulante evidente… y las malas secuelas no tanto) generalmente, de las partes* de cada bando, las más estridentes son las de peor calidad. Y, por lo mismo, estas son las que preferimos mirar y escuchar, y tomar por los auténticos representantes del enemigo. (No hacen falta ejemplos, espero).

Murió estos días Claude Lévi-Strauss, un ateo de calidad intelectual. Supongo yo esto último, sin haber leído nada de él, por sólo prestigio y lejanos elogios (pero al fin y al cabo, estas cosas bien puede pesar, incluso tanto o más que los juicios basados en las propias lecturas). En realidad, lo único que leí de él fue un diálogo con Chabanis, del libro «¿Existe Dios? No», ya mencionado por aquí. No es, con toda seguridad, de lo más memorable de Lévi-Strauss (ni siquiera lo más interesante de aquel libro), pero puesto que no se encuentra en internet, y que no viene mal para ilustrar lo anterior, acá lo trascribo.

 

*Entiéndase aquí por «partes» los grupos, o las personas individuales, o también las «partes del alma» en cada individuo.

De Pascal – y las huestes de Dawkins

«Los seres humanos nunca hacen el mal de manera tan completa y feliz como cuando lo hacen por religión»
Blaise Pascal

La frase circula muchísmo, tanto en inglés como en español. Es hoy una de las municiones preferidas de la militancia atea. (Nunca deja de sorprenderme lo que sigue pesando el prestigio y la fama -aun entre los enemigos declarados de todo argumento de autoridad – ¿por qué una frase tal habría de tener tanto mayor peso, más poder de convicción por haberla pronunciado un personaje famoso? – pero ese es otro tema).

Topé estos días por milésima con esta cita, en el contexto habitual, y se me dio por investigar su origen. Parece que el difusor principal (fuente directa o indirecta del 99% de los copy-paste en foros y páginas web, apostaría) es Dawkins.

Me llamó la atención por la obvia razón (¿obvia para mí, solamente?) que Pascal no es precisamente un militante del ateísmo, sino más bien lo contrario. Que Dawkins y sus huestes recurran a la autoridad de un apologista cristiano, ya es un poco raro (aunque, queda dicho, importa solo el brillo del nombre a la hora de traer una cita – y además, acaso lo traigan creyendo -o queriendo hacer creer- que «hasta un cristiano, cuando se sincera, reconoce que… »etc). Pero las intenciones y las ignorancias de estos me importan poco. Lo que me interesaba era saber dónde escribió Pascal eso, y en qué sentido lo decía.

Yo había leído hace tiempo —y con bastante fruición— los Pensamientos, y no recordaba nada por el estilo. Pero mi memoria es frágil, y los Pensamientos son muy desordenados y varían con cada edición: como se sabe, se trata de anotaciones sueltas -a veces muy fragmentarias- que Pascal destinaba a una obra apologética, a favor del cristianismo, que no llegó a terminar. Fui entonces a buscar por Internet. En español no encontré nada. Busqué en inglés, y encontré, en algunas ediciones, ese texto, como pensamiento 813, 894 o 895. Por ejemplo.

«Men never do evil so completely and cheerfully as when they do it from religious conviction.»

Bien. Pero sigo en ayunas sobre qué quiso decir Pascal, y, como ven, el contexto no ayuda. Vamos a buscar el original, a ver si se perdió algún matiz en la traducción. Encuentro el texto en francés (pdf – p. 147)… y la diferencia parece algo más que un matiz.

«Jamais on ne fait le mal si pleinement et si gaîment que quand on le fait par conscience.»

(O en otras versiones : «…. quand on le fait par una faux principe de conscience.»)

O sea: «Jamás se hace el mal tan plenamente y tan gozosamente como cuando se hace en (siguiendo la) conciencia». O en la otra variante, que parece una paráfrasis, «siguiendo un falso principio de conciencia». (La frase, de paso, la encontré después citada según el original en este artículo católico en español). Y bien. Hasta aquí llegué. Me quedan varias perplejidades.

¿Cómo es que «par conscience» (o «par una fax principe de conscience») fue a parar a «from religious conviction»? Me cuesta creer que sea una contaminación ideológica. ¿Habrá otras traducciones? (Yo no encontré).

¿Cómo es que hay dos variantes en francés? Se entiende que haya diferencias entre las ediciones en el orden y la selección, pero ¿no hay un texto crítico, fijado?

¿Alguno tiene una edición en español que contenga ese pensamiento?

¿A qué apuntaba Pascal con ese pensamiento? Difícil saberlo, así sin más; pero es yo supongo que se refería a la insuficiencia de la conciencia personal como guía moral… lo cual, contando con su cristianismo jansenista, podría ser pie para justificar la necesidad de una ley (no natural, seguramente) y de la gracia necesaria para cumplirla. En todo caso, nada muy afín al sentir de las huestes ateas, se me hace.

Y también me da curiosidad (aunque menos) de saber si Dawkins conocerá mínimamente el pensamiento (si no los Pensamientos) de Pascal; y si era conciente de la disonancia al usar la cita.

Pero, como sea, esto no viene para pegarle a la militancia atea, disfruten ellos («plenamente y gozosamente») la multiplicación de sus citas y sus jactancias de videntes en un mundo de ciegos. Lo mío es una curiosidad más bien literaria -se trata de Pascal, que seguramente seguirá siendo leído cuando Dawkins quede olvidado. Tal vez algún lector tenga algo que aportar.

Heridas propias y ajenas

El sofisma, en suma, vendría a ser: «Yo acepto —cristianamente— que me desprecien y me injurien; pero no acepto —y no debo aceptar— que desprecien e injurien al cristianismo». Sofisma me parece, porque pretende poner límites a una virtud, y por motivos presuntamente no egoístas; pero sin dejar de ser egoísmo. Porque allí «cristianismo» es en verdad parte de «lo mío», extensión de mi yo… como puede sospecharse, con solo poner en su lugar alguna otra cosa —o persona— cercana y querida.

Lo veo en analogía con otra oposición, acaso más común -al menos al nivel conciente: la del perdón. «Yo puedo perdonar las ofensas de alguien contra mí – pero no puedo perdonarle las ofensas contra mi prójimo. No puedo y no debo». Como decía Iván Karamazov: «No quiero que la madre perdone al verdugo: no tiene derecho a hacerlo. Le puede perdonar su dolor de madre, pero no el de su hijo, despedazado por los perros.»

Que hay algo desencaminado acá, no es difícil de creer, y aun de demostrar… en teoría, claro —cualquiera que haya pasado en la vida por la experiencia real, topar con un hombre que con deliberación y frialdad hizo (o peor: hace) sufrir a un ser querido… sabe que el perdón se hace más que cuesta arriba: una de esas cosas «imposibles para el hombre», fuera del alcance de la moral natural, y aun de la religiosidad natural.

Igual, que nos resulte tan natural hacer esta distinción, que nos parezca tan fácil perdonar las ofensas contra uno en comparación con las que sufre el prójimo, es signo, me parece a mí, de que nos estamos haciendo ilusiones sobre lo que es el perdón (sobre todo considerando que el mandamiento de amar al prójimo como a uno mismo es un punto límite que aun nos queda lejos: difícil pretender que lo amemos más). Las heridas que sufre nuestro prójimo también las sufrimos nosotros, en el grado en que las hacemos nuestras — y la distinción tajante que hace Iván entre el «dolor de la madre» y el «dolor de su hijo» es probablemente engañosa.

Todo lo cual también se parece, creo, a lo que decía Kafka, la dudosa distinción entre el amor a la propia vida y el amor a la vida del prójimo.