Archivo por meses: octubre 2009

Autoridad

«Felices ustedes, cuando sean insultados y perseguidos, y cuando se los calumnie en toda forma a causa de mí.»
(Del evangelio de este domingo)

— Sí, sí, claro, por supuesto, está muy bien aquello de las bienaventuranzas, está perfecto… pero… mirá, justo hoy, aquí, en este caso particular (en esta discusión en este hilo de este foro de este sitio web) a mí me importa ganar el respeto de los adversarios. No se trata de mi prestigio personal, se trata del prestigio de la causa. No es bueno que yo (defensor del cristianismo) quede en el papel de estúpido, porque mi desprestigio alejará a la gente de la Verdad, y yo quiero y debo atraerla.

(Y no sólo en polémicas contra incrédulos, sino en cualquier argumento: menoscabar mi prestigio es perder capacidad de convencimiento, y por lo tanto -dado que yo tengo razón- perder capacidad de hacer el bien. Si estoy discutiendo cualquier tema en un mail, debo esforzarme en salir ganador en todo meandro del argumento, por lateral que sea; si doy impresión de debilidad, dejaré al otro en las tinieblas del error —por ejemplo, convencido de que Shrek es mejor que Totoro).

(Y no sólo ante los adversarios exteriores, sino ante los interiores; perder una discusión, quedar como un idiota ante uno mismo, perder autoestima intelectual, es peligroso para mi alma porque puede debilitar mis convicciones, paralizarme y abrir las puertas a las dudas y la angustia).

Pero, paréntesis aparte, que te quede claro lo esencial: se trata de atraer a la gente a la Verdad. Que digan «este González, es un nabo», por ahí no importa mucho; pero que digan «estos católicos, son unos nabos», y que lo digan a causa mía… eso no, de ninguna manera.

De modo que… entiendo que un cristiano pueda alegrarse de que lo desprecien intelectualmente, cómo no… pero yo (yo, yo, yo; se trata de mí, ¿entendés? ¡mi caso es distinto!)… a mí lo que me hace falta, mejor, es prestigio. Para hacer el bien, nomás. El prestigio que da autoridad. Autoridad intelectual -y moral, y estética, si a mano viene. No te digo una autoridad enorme, un poquito nomás, la suficiente para mi entorno.

Aunque, desde ya, no me molestaría tener una autoridad grande, algún celebridad, si se diera… yo la usaría para la buena causa. Es cierto que ahora estoy un poco alejado de la investigación científica, pero siempre está, aunque remota, la posibilidad de descubrir algo ¿no? Imaginate, tener alguna inspiración súbita (ya que la vía común —estudio y transpiración— a estas alturas hay que descartarla) y resolver algún problema científico importante, y ser famoso… Y entonces, cuando vengan a hacerme reportajes les diré que soy católico; y que todo lo aprendí en la Suma Teológica… Y cuando en una discusión los cientificistas se burlen de los creyentes, saltará mi nombre y tendrán que irse con el rabo entre las patas. Y los portales católicos me nombrarán cada vez que salga el tema de religión y ciencia, y los incrédulos pensarán: «Si un cerebro como el de aquel González, el argentino que unificó la relatividad general con la física cuántica, que inventó algoritmo que lleva su nombre para factorizar números en tiempo polinomial, y de yapa demostró la hipótesis de Riemann… ese que recibió el Nobel de Física y el Millenium Prize… si este tipo es católico… yo no sé, no sé, la verdad que esto me obliga a replantearme un montón de cosas…» Y con la plata de los premios podría publicar solicitadas en los diarios (una página entera de Clarín para soltar unas cuantas verdades…) y publicidad para contrarrestar los ataques de los medios a la Iglesia y…

Bueno, sí, me fui un poco de tema… lo decía así, exagerando, como para que se entienda… no lo vas a tomar en serio… (¿no pensarás que alguna vez tuve fantasías por el estilo, no? ¡por favor!) … pero, en otra escala, muuuuucho más modesta… bueno, es parecido. La cosa es defender la verdad.

Pero ¡escuchame! ¿No ves cómo están las cosas y quiénes tienen la sartén por el mango? ¿No ves quiénes son los dueños de los medios, los que forman opinión, los que arman los programas educativos, los que son más leídos y creídos? ¡Somos el último orejón del tarro! Y pará un poquito con lo de la humildad, la mansedumbre y el diálogo, con lo de poner la otra mejilla y ver los valores positivos del mundo contemporáneo y todo ese discurso. No está el horno para bollos. Y ya sé lo que dice San Pablo de la sabiduría del mundo… Pero, qué… tampoco vamos a repudiar la razón, no podemos resignarnos al ostracismo cultural, no somos fideístas ni pietistas. No es cuestión (el mismo papa lo dice) de ponernos a un costado de la corriente intelectual contemporánea – en todo caso, debemos sentirnos por encima. Por eso, un poquito de suficiencia no viene mal. Que la tropa no sienta complejos de inferioridad; que uno puede tener la verdad, aun sin entender física cuántica o filosofía moderna. Yo, sin ir más lejos, entiendo poco y nada de Kant, y no hablemos de Heidegger; pero bueno, tampoco es cuestión de ser demasiados sinceros con esas confesiones de ignorancia. ¿Para qué? En cierto sentido, en el que importa, somos más sabios que todos ellos ¿no? Tenemos cierto derecho a suponer que están en el error -y que la porción de verdad que tienen nosotros ya la teníamos. Tenemos derecho a ser un poquito sobradores -en lo intelectual y lo moral. «Sin makes you stupid», podemos decirles, a pesar de todo.

Es como el caso del maestro que sabe que tiene la obligación de ganarse el respeto de sus alumnos para ser escuchado y trasmitir su enseñanza -es por el bien de ellos que el docente debe maquillar sus ignorancias y tratar de parecer más sabio de lo que es; sólo por el bien de los que tienen cosas que aprender. ¡Y hay tanta, tanta gente necesitada de aprender!

Habrá un momento para hablar con la guardia baja, y exponerse al desprecio y a perder prestigio. Pero no puede ser este momento.

Ahora, sobre todo con esto de internet, hay que enseñar. Propaganda, sí – no es mala palabra. O evangelización, si te suena mejor. Y para eso hay que aprovisionarse. Pertrechos materiales (plata, por qué no) pero también intelectuales y morales. ¿Viste que ahora se estila hablar de «autoridad moral»? Bueno, eso. Autoridad moral y autoridad intelectual, eso nos hace falta. No por el bien de uno sino para el de los otros.

Autoridad para convencer.

Estas cosas trataba yo de hacerle entender a mi ángel de la guarda. Y no lo convencí. Para nada.

La gente que [te pide que hagas el cristianismo deseable] tiende siempre a lo abstracto y, por tanto, a la alegoría y la ausencia de profundidad; en definitiva, lo que están buscando es una ficción apologética. Los mejores de entre ellos piensan: hay que hacerlo deseable porque es deseable. Y el resto piensa: hay que hacerlo deseable para que yo no parezca un tonto por ser cristiano. En una cultura auténticamente cristiana de verdaderos creyentes esto no ocurriría.

Flannery O’Connor


—Viví. Estoy muerto. He sido enterrado. Mi alma está desnuda, aferrada a un no sé qué vertiginoso, como un arbusto en el flanco de un acantilado. Ya no soy lo que creía ser. Ya no tengo nada de que creía tener. ¡Ah! si lo hubiese dado todo, o simplemente perdido todo en vida, no me sentiría tan viscoso… ¿Quién podrá decirme por qué me siento tan viscoso?

El Ángel procurador respondió:
—Son los honores de los que fuiste tan ávido, es tu deseo de gloria, tu preocupación por sobrevivir en la memoria de los hombres.
—Yo me decía: es por la gloria de Dios.
—Y sólo era por la tuya.

—¿Quién me dirá por qué la sustancia de mi alma está tan pegajosa?
—Es todo el dinero que ganaste.
—Yo me decía: será para buenas obras.
—Y sólo era para satisfacer tu codicia….

Jean GuittonTestamento filosófico

Señor, nunca dejaste de estar presente en el corazón de estos diálogos. No por la afirmación que mi fe hacía de tu Nombre contra un adversario que lo rechazaba. No por mí y contra él, sino tan cerca del uno como del otro. ¡Como si nuestros debates pudieran cambiar en algo la eterna realidad de tu presencia! ¡Como si dependiese de los hombres el que tú seas o no Dios! Si he sentido a menudo la vanidad de una negación que pretendía armarse contra tí, no menos he sentido la de mi réplica. La vanidad de nuestras frases… «Sólo Dios habla de Dios»… ¿Qué pueden decir nuestras palabras, ya te proclamen, ya te nieguen, sino lo que somos nosotros mismos, y nuestras frágiles pretensiones?…

Christian Chabanis«¿Existe Dios? No» (epílogo)

Sueltos

«Presencia Cristiana», leí… distraído, desde el colectivo, en un cartel mural. Y seguido, en tipografía más grande: «Fernández de Kirchner»… mmm… ¿leí bien…? Ah, casi, casi.
Un Fra Angélico con fondo de Riachuelo.
Los afortunados habitantes de Madrid, Barcelona y alrededores, pueden ver este viernes Totoro en pantalla grande.
Otro hilo recomendable en ETF sobre formas de leer la Biblia. Es una pena que el único ámbito de discusión católico en español valioso que conozco (mérito de Abel y compañía) sea tan ingrato para navegar.
Señalaba recién una manera de leer estos «tres criterios de la Biblia como Palabra de Dios» en la dirección de lo que está tratando de pensar el discurso del Papa, que se dirige en ese momento a gente que no necesita ser convencida del carácter humano de la Biblia. Pero el creyente de a pie está, lamentablemente y por defecto de la enseñanza católica concreta, a más o menos 70 años atrás -los más avanzados- del estado actual del magisterio bíblico de la Iglesia. Basta recorrer el deprimente panorama de los «sitios católicos» para comprobar hasta qué punto lo poco que se habla de la Biblia copia y recopia afirmaciones dudosas, en el mejor de los casos, y en el normal, completamente perimidas y que ya nadie en el campo del estudio serio de la Biblia afirmaría. (*)
Se habla poco y mal, sí; a mí me asombra especialmente lo poco. Si les digo que en los blogs católicos, por cada cien entradas dedicadas a tirar palos a los despropósitos litúrgicos, los teólogos progresistas, el «lobby gay» y los abortistas … si les digo por cada cien de esas entradas se puede encontrar una dedicada a preguntarse qué nos dice tal pasaje de la Biblia… exagero: hay menos que eso.
«El sufrimiento de la gente nos destroza de una manera que no ocurría en una época más saludable», comenta en una carta, algo acremente, Flannery O’Connor. No estoy seguro de si se entenderá, así fuera de contexto, y no estoy seguro de entenderlo yo. Pero creo que, de la mano con otra cita más conocida (algo como que «Lo que hemos ganado en sensibilidad lo hemos perdido en visión»), es este un tema clave. A ampliar.
La Milonga que peina canas no es gran cosa, pero (aparte de la simpática compadrada de meter, entre el montón de nombres de caballos, a «Ix» al final de un verso, y hacerlo rimar con «feliz»), me gusta cómo cerró la última estrofa.
Milonga que peina canas
y estás llorando de pena1
porque Argentino Gigena2
se fue sin decirte adiós…
nosotros también, milonga,
pensando en tiempos remotos,
con muchos boletos rotos,3
tendremos que ver si hay Dios.



1. Inconsistencia entre la segunda y tercera persona, no sé cuál es la correcta, pero la prefiero así.
2. Un jockey que murió en una rodada, a principios de 1900.
3. Se entiende (¿argentinismo?) que los boletos rotos son de las apuestas perdidas.

Parentescos

Ana Catalina Emmerich ve el suceso así:
Eran ya las tres de la tarde y María había preparado, con las santas mujeres y los sobrinos de José, de Dabrath, de Nazareth y del valle de Zabulón, la comida para Jesús y los discípulos en un edificio cerca de la casa. Hacía ya varios días que no habían podido hacer una comida en forma, debido a las continuas ocupaciones. La sala de la comida estaba separada de la sala donde Jesús enseñaba y del patio donde las gentes se amontonaban escuchando la predicación a través de las columnas abiertas del corredor. Como Jesús no terminaba de hablar se acercó María con otras mujeres para pedirle quisiera tomar algún alimento. No pudieron acercarse por la muchedumbre; pero llegó a oído de un hombre este deseo de María. Este hombre era de los malintencionados y espías de los fariseos. Como Jesús varias veces hablase de su Padre celestial, dijo el hombre malicioso: «Mira, tu madre y tus hermanos están aquí afuera y desean hablar contigo.» Jesús lo miró y preguntó: «¿Quién es mi madre y mis hermanos?» Juntó a los discípulos a su lado y, señalándolos, dijo: «Estos son mi madre y mis hermanos, los que escuchan la palabra y la siguen; quien hace la voluntad de mi Padre, que está en los cielos, ése es mi hermano, mi hermana y mi madre».
Que el hablante fuera malintencionado no consta en los evangelios, pero ciertamente armoniza bien con la respuesta de Jesús. En la Catena Aurea sólo encuentro una interpretación parecida de Teofilacto («… le dijeron «Tu Madre y tus hermanos están fuera y te quieren ver» para recordarle la oscuridad de su nacimiento…»). Pero lo de Ana Catalina parece más fuerte, que le estuvieran echando en cara no tanto tener un linaje «oscuro» sino simplemente terreno (como aquellos escépticos de Nazareth), contra sus pretensiones de tener un «Padre celestial». Y, mirándolo así, me parece de notar que Jesús no responde al malintencionado: «mis parentescos de acá abajo no valen nada, mi verdadero Padre está en el cielo, y eso es lo que importa», sino que en cierta manera dobla la apuesta: con filiación divina y todo, es verdad que tiene parientes terrenos cercanos, y más: todo hombre está llamado a serlo. Y en Mateo viene a decir explícitamente: para ser «mi madre y mi hermano» hay que cumplir la voluntad de «mi Padre que está en el cielo». No lo había notado.

Otra de Catalina, ya que estamos:

Llegaron y ser reunieron en torno a Jesús unos treinta discípulos… De Gessur llegaron Santiago el Menor y Tadeo con tres de los filósofos paganos convertidos, jóvenes muy amables y delicados, que habían aceptado la circuncisión. También llegaron Andrés y Simón con más discípulos. El encuentro de todos ellos fue muy conmovedor. Jesús presentó a los nuevos seguidores a su Madre. Esto solía hacerlo siempre. Era este como un acuerdo secreto entre Jesús y María, de modo que ella recibía a estos nuevos discípulos de su Hijo en su corazón maternal y los acogía en su oración, en su solicitud, para ser para ellos madre temporal y espiritual. Todo esto lo hacía llena de tierna diligencia y seria gravedad. Jesús, en estas ocasiones, procedía con cierta solemnidad. Había en esto una santidad y una intimidad de sentimientos que no puedo expresar. María era la vid, la espiga de su carne y de su sangre.

Suficiencia y prestigio

Nos humilla haber creído una falsedad. Y cuando se trata de un desengaño religioso, la vergüenza y el dolor pesan el doble. ¿Por qué?

Es otro aspecto del caso Taxil, que a su vez se abre en varias derivaciones que me importan.

Dejemos aparte las posibles culpas en el caso particular -del lado engañador y del engañado. Aun sin eso, es claro un aspecto general del asunto. Digamos: el prestigio intelectual que resulta menoscabado. Sea el prestigio mío o el prestigio nuestro. Sea que resulte menoscabado a nuestros propios ojos o a los del adversario. Si hemos caído en el engaño… quizá no seamos más inteligentes; y entonces quizá la verdad no esté de nuestro lado.

… Al leer la ira de los diarios católicos después de que Leo Taxil confesara la verdad y dejara en ridículo a aquellos que habían creído con demasiada facilidad en la supuesta conversión, se reconoce que la humillación infligida fue enorme. También hay que tener en cuenta que aquella apologética católica ostentaba frecuentemente una actitud altiva y burlona hacia los adversarios, que eran tratados de ignorantes o irracionales…

J. F. Six

La suficiencia de los polemistas y apologetas, en suma. Los que de hecho vienen a suponer al adversario imbécil -en lo intelectual o en lo moral.

 

No son los polemistas religiosos -y específicamente los católicos- los representantes excluyentes de esta suficiencia, seguramente; ni, hoy por hoy, los más abundantes. Pero, bueno, a mí son los que más me importan. Y, por cierto, no me pongo del todo afuera.

 

El caso Taxil y otros casos

Apenas continuación (12), y de ningún modo remate.

El caso no venía a cuento de nada en particular, ni apuntaba a mostrar nada en particular; y aun sin su relación con santa Teresita (hoy es su fiesta) lo habría traído. ¿Para qué? Bueno, ninguna tesis a demostrar, queda dicho; pero el caso se puede abrir en varios temas que me resultan de interés, y que podría desarrollar… tal vez no hoy mismo.

Para empezar: mera historia. Historia de interés para cualquier católico, diría yo. Historia de la Iglesia, por qué no. Y me parece que en los pasados dos o tres siglos Francia concentra (si no en extensión en representación) buena parte de la vida del catolicismo, en lo bueno y lo malo; casi todo está ahí.

El caso puede ser pintura también de una época y un espíritu -digamos, integrista- mayoritario entonces, en retirada pero presente y activo hoy; y su relación con lo que se llama «la derecha» (también en política) y con el jansenismo. Para ayudar a entenderlo, y para entender a los que más tarde sintieron la necesidad de reaccionar contra ese espíritu -y a los que hoy, todavía, le temen.

En este sentido, algún lector creyó notar en mi primer relato del caso un sarcasmo excesivo contra los tradicionalistas ingenuos. Pero no, no se trataba de burlarse en función del desenlace de la historia. En primera instancia, entre el engañador y el engañado, la culpa recae sobre el que engaña; de acuerdo. Y no vale vacunarse contra toda credulidad para caer en el escepticismo cínico. La referencia teresiana debería haberme absuelto de esa sospecha de burla fácil, supongo…

Es cierto que la humillación del ingenuo que creyó una mentira tal, el que rezó por la conversión de un impostor y elevó las acciones de gracias, no tiene -en principio- nada de pecaminoso. Y al contrario, puede tener algo de saludable y meritorio. Pero esa no es toda la cuestión.

También hay ingenuidades culpables ¿no? o que apuntan a culpas más de fondo. Hay algunos que se engañan porque quieren engañarse; porque están apegados a su voluntad. Más allá de las culpas individuales en este sentido, puede hablarse de una culpa colectiva, un espíritu social que empuja en esa dirección (y que, según circunstancias, puede atenuar o anular la culpa individual).

Quizás no haya culpa en tragarse la conversión de Taxil, y en alegrarse. Pero puede haber culpa en alegrarse demasiado, en darle mucha relevancia… porque una historia tal (y aquellas revelaciones sobre el poder masónico) calza bien en nuestros esquemas. Porque queremos creerla, porque preferimos las fabulaciones a la realidad.

… Teresa, todo hay que decirlo, cayó en la trampa de la postura y los combates de la mayoría de los católicos de su tiempo, que se creían perseguidos a cada paso. Desollados vivos por una situación política desacostumbrada para ellos, llegarán -y sobre ello pudo construir Leo Taxil su engaño- a encerrarse dentro de su fortaleza, a alimentar en su interior una paranoia evidente, a atacar bajo pretexto de que el «otro», el enemigo anticlerical, les había atacado primero. Y la Iglesia católica de Francia participaba, lo mismo que Roma, de un verdadero antimasonismo patológico que bastaba para explicar todos los retrocesos de la religión. […]

«Que un personaje como este [Taxil] y sus extravagancias hayan despertado un interés tan grande en los ambientes y medios más diversos, dice mucho de este final de siglo XIX, inquieto, con valores vacilantes y almas hambrientas. También sobre la Iglesia católica, fortaleza que se cree amenazada por el satánico complot «judeomasónico» […] Monseñor Fava1, obispo de Grenoble, funda en 1881 en La Salette «La cruzada reparadora de los católicos franceses» y publica la revista «La francmasonería desenmascarada». Por todas partes circulan libros e ilustraciones sobre las manifestaciones de Satanás, que animan al combate antirrepublicano…»

(J.P. Rioux, citado por J.F Six)

Es un aspecto del caso, pues, la sintonía que encontró Taxil en ese talante, proclive a las teorías conspirativas, necesitado de creer esas historias y de sentirse por encima de la «historia oficial». Una especie de concupiscencia por acumular y trasmitir datos que abonen esa lectura de la realidad; triste erudición abocada al mal —el mecanismo standard defensivo y aglutinante de las sectas, de todo tipo y signo (desde Meinvielle hasta Verbitsky)… El caso del padre Meinvielle, entre nosotros, me parece bastante característico, él y su público; esos ensayos y conferencias, ese consumo de información para iniciados2, ese morbo —casi pornográfico— por vislumbrar los entretelones tenebrosos del enemigo, hilos de titiriteros, quintas columnas y complots secretos…

… Para cumplir este gobierno mundial, las logias de la masonería mundial, sobre todo guiadas por una logia, la logia del paladismo, comenzó a mover los títeres de la política mundial con ese objeto. Para conocer cuál es el segundo plan del gobierno mundial —el de liderazgo europeo— vamos a referirnos al Pacto Sinárquico, que es un escrito que consta de trece proposiciones fundamentales y 598 artículos, en el que se explica cómo va a ser el gobierno mundial futuro… (*)

Espere, padre, espere, no vaya tan rápido… denos tiempo para anotar… 13 proposiciones fundamentales y 598 artículos… bien… Pero… un momento… ¿la logia del paladismo, dice usted? ¿Esa no es la secta que había inventado Taxil? Bueno, claro, que Taxil sea un farsante no implica que sus revelaciones sean completamente falsas (y que seamos paranoicos no quita que de verdad nos persigan)…
Yo no sé si Meinvielle sabía lo de Taxil; pero no importa mucho. Si no es verdad, nos gusta creerlo. Y si nos gusta creerlo, si de hecho lo creemos, pues entonces debe ser verdad. Como dice uno, hoy, en un foro católico tradicionalista:

Que Leo Taxil haya sido un mixtificador no quiere decir que todo lo que cuente es falso. Son una mixtificación sus afirmaciones sobre los altos grados masónicos y el paladismo, quizás, que él confesó haberse inventado, pero todo lo demás es perfectamente cierto. De otro modo, si no hubiese introducido elementos verdaderos sobre la Masonería en sus obras no hubiera podido introducir sus invenciones como ciertas.

No hace falta caminar mucho desde acá para llegar a los «protocolos de los sabios de Sión»: en el mismo hilo del mismo foro alguien aduce que los protocolos serán «inauténticos»… pero son sin dudas «veraces» -calate ese distingo (y sí, ya sé que esta gente es hoy muy minoritaria en el catolicismo -sí, aunque…- sí, ya lo sé; no estoy militando contra estos, caramba!).

Otra cosa: si los masones en su momento repudiaron, en lugar de festejar, la impostura de Taxil, no fue seguramente por solidaridad con las sensibilidades creyentes lastimadas (aunque algo de esto también pudo haber) sino porque sabían que todas sus fabulaciones serían creídas por muchos, a pesar de la desmentida, y pasarían a engrosar —en su literalidad o reeleboradas— la imaginería y la literatura panfletaria antimasónica. Y así fue nomás. Algunos estudiosos contemporáneos llegan a incluir los libros de Taxil en la bibliografía sobre la masonería (búsquese «Taxil» en el texto; y no es el único capítulo)

Así, el dicho «miente, miente, que siempre algo queda» tiene otras aplicaciones, más interesantes que la usual: podemos mentirnos a nosotros mismos, tanto en el interior del individuo como en el del grupo. Es sabido que uno puede dar por verdadera tal o cual creencia en la parte racional-conciente y sin embargo no creerla en el fondo; lo mismo debe poder pasar, simétricamente, con las mentiras: creencias de las que no hemos llegado a internalizar su falsedad. Y en los grupos humanos debe darse algo análogo (con las personas y publicaciones más respetables/respetadas del grupo ocupando el lugar de la parte conciente-racional en el alma individual)… es de suponer.

Todo esto es un aspecto del caso. Que, creo, conviene conocer. Pero hay otros.

1 Otra cita de los diarios de León Bloy, de agosto de 1906: «Uno de los capellanes ha parecido muy sorprendido al enterarse de que yo no admiro a Francois Coppée. ¡Yo creía —me dice— que Coppée era católico practicante! La elocuente necedad de esa expresión ha puesto ante mis ojos un abismo. Ser practicante es todo, absolutamente todo para estos pobres sepultureros del catolicismo. Leo Taxil también era, sin duda alguna, «practicante», cuando fue lanzado por Monseñor Fava, obispo de Grenoble y perseguidor encarnizado de Melania…»

2 Yo he escuchado en ese ambiente, en vivo y directo, hace unos años, —y como es de rigor, «de buena fuente»— que Ratzinger era masón.